«Lo importante de un mapa no es lo que muestra, es lo que esconde»
Una breve historia de los mapas. Desde que la Tierra era plana hasta las neocartografías actuales
La
historia de los mapas es la historia de todas las visiones del mundo.
La historia de lo que se muestra y lo que se esconde. De los relatos de
poder y de nuevas narrativas ciudadanas. Del mundo del atlas como si la
Tierra cupiese en un papel al mundo en el que puedes visitar un museo a
miles de kilómetros de distancia.
EL ORIGEN DE LOS MAPAShistoria de los mapas es la historia de todas las visiones del mundo.
La historia de lo que se muestra y lo que se esconde. De los relatos de
poder y de nuevas narrativas ciudadanas. Del mundo del atlas como si la
Tierra cupiese en un papel al mundo en el que puedes visitar un museo a
miles de kilómetros de distancia.
Hace unos 3.000 años la Tierra era plana. El velero que se atreviera a
navegar más allá de sus límites caería por el abismo. Ese era el suelo
raso que pisaban Homero y sus contemporáneos en el VIII a.C. hasta que dos siglos después Pitágoras convirtió la Tierra en una pelota.
Eratóstenes de Cirene
(276 a.C.–194 a.C.) tampoco hizo caso a Homero. El astrónomo y
matemático fue uno de los primeros investigadores que llevó los
conocimientos geográficos de la época a la cartografía, según cuenta Simon Garfield en su libro En el mapa, de la editorial Taurus.
El estudioso griego imaginaba la Tierra como una esfera y aseguró que
la circunferencia de la Tierra tenía 252.000 estadios (en la Grecia de
entonces la unidad de medida era el estadio de Olimpia en su extensión
de 174,125 metros). No se equivocó. Eratóstenes apenas erró en unos
kilómetros.
Estrabón,
dos siglos después, encogió el planeta. El historiador lo redujo a
30.000 estadios. Pero lo importante no fueron sus cálculos, sino la
nueva visión que dio del mundo. A este geógrafo no le interesaba el
enfoque científico de Eratóstenes. Prefería representar el lado más humano de los territorios. Por eso viajó todo lo que pudo y acabó mostrando sus conocimientos en los 17 volúmenes de Geografía.
El historiador añadía textos a sus mapas para contar detalles de los que no puede hablar una mera representación topográfica. A la actual Inglaterra llamó «miserable» e «inhabitable».
Decía que no merecía la pena conquistarla porque en aquellos parajes
apenas veían el sol. Irlanda tampoco valía la pena. Estaba llena de
caníbales.
Los estudios de Ptolomeo, en el siglo II, supusieron un importante avance en el arte de la cartografía.
Sus estudios no fueron estrictamente científicos pero, según Garfield,
establecían unas coordenadas que podían haber llevado muy lejos los
mapas venideros. Sin embargo, esto nunca ocurrió.
La Edad Media dejó caer su oscuridad sobre los mapas. Los conceptos
de latitud y longitud se fueron a dormir. No volvieron a utilizarse
hasta 1450 en las florecientes ciudades de Venecia y Núremberg. La
oscuridad fue tal que Cristóbal Colón tuvo que volver a la época de
Ptolomeo a buscar posibles caminos para llegar a Japón y quizá ahí halló
el error y, de paso, las desconocidas tierras de América. El navegante
desmintió así la creencia de los que decían que Hércules, el dios más
musculoso, había levantado dos pilares en el Estrecho de Gibraltar para
eregir ahí el fin del mundo y la última frontera. Esos que tenían como
lema Non Terrae Plus Ultra (No existe tierra más allá).
AQUÍ HAY DRAGONES
Desde el siglo X al XVII los mapas se poblaron de animales fantásticos. Aparecían en parajes remotos y desconocidos. Eran criaturas destinadas a infundir temor.
Dragones malvados, monstruos alados y figuras mitológicas aterradoras. A
menudo estaban inspirados en ilustraciones de enciclopedias pero sus
rasgos se afilaban hasta que se convertían en criaturas indeseables.
Estos animales, en su versión literaria, se asociaron a una frase latina que se encontró por primera vez en el Globo de Hunt-Lenox (1503). En la costa oriental de Asia escribieron Hic Sunt Dracones (Aquí hay dragones) y, según los historiadores, podría hacer referencia a los dragones de Komodo.
Pero aún no hay certezas. Un año más tarde la frase se incluyó en otro
mapa que dividía el mundo en dos círculos y, después, no volvió a
aparecer jamás. Al menos, en los documentos que hoy se conservan.
MAPAS CON FORMA DE ANIMAL
Desde el siglo XV muchos mapas se habían ido poblando de animales y
criaturas fantásticas. Estaban representados como habitantes de un
lugar, normalmente, muy lejano. Pero en 1583 el cartógrafo austriaco
Michael Aitsinger aprovechó la silueta geográfica de los Países Bajos para convertirla en la figura de un león.
En aquella época Bélgica y Holanda pertenecían al Imperio Español y
casi todas las provincias tenían un león en su escudo. Era una especie
de broma y crítica que hizo escuela y convirtió muchos mapas en figuras
de animales. Este se llamaba Leo y apareció, por primera vez, en un
desplegable de un libro. Después surgieron decenas de versiones y
modificaciones según iban cambiando los gobernadores de las provincias
de la zona.
La afición del carto-animal cruzó el Atlántico. En 1833 el cartógrafo
Isaac W. Moore dibujó un águila sobre el mapa de lo que entonces era
Estados Unidos. El documento se publicó en un libro titulado Rudiments of National Knowledge, Presented to the Youth of United States, and to Enquiring Foreigners.
El autor de esta obra, Joseph Churchman, dijo que había visto una
figura de un águila sobre Estados Unidos un día, al contemplar el mapa
bajo una luz tenue. Dudó si convertirlo en un nuevo mapa, pero, al
final, pensó que sería una forma de ayudar a los niños a aprender geografía.
Ese era un mapa manso. Pero al otro lado del mundo, en Rusia, había
un animal con otras intenciones. Era un pulpo dibujado por Frederick
Walrond Rose en Serio-Comic War Map for the Year 1877. «El
mensaje es al mismo tiempo poderoso y siniestro, una de las expresiones
más lúcidas expresadas en un mapa», escribe Garfield. «Un obeso pulpo ruso extiende sus gruesos tentáculos por el cuello de Persia, Turquía y Polonia».
Alemania está representada como el káiser. Inglaterra, como un
colonialista con una bolsa de dinero en la que dice: ‘India, Transvaal y
Suez’. Y España, en el sur, aparece de espaldas al resto de Europa.
MAPAS EPIDEMIOLÓGICOS
Los mapas, desde muy pronto, habían ido introduciendo significados dentro y fuera de los contornos geográficos. Pero en el siglo XVII aparecieron un nuevo tipo de planos más prácticos y sofisticados.
En los años 1665 y 1666 diseñaron mapas de Londres que representaban
las víctimas que se habían producido en la Gran Plaga y el Gran Fuego de
esa ciudad, según Garfield.
Era el nacimiento de los mapas epidemiológicos. El funcionario de
salud pública estadounidense Valentine Seaman dibujó un mapa
epidemiológico en 1798 que mostraba un brote de fiebre amarilla en el
muelle de Manhattan. Una revista médica publicó el plano y, con esto,
según Garfield, «surgió una nueva ciencia: la geografía médica».
El principal teórico de este tipo de mapas fue Leonhard Ludwig Finke. El obstetra alemán decidió elaborar un atlas de las enfermedades en 1780. El estudioso creía que «lo que estaba enfermo era una zona o país, no su población,
y elaboró una explicación científicamente rigurosa en tres volúmenes de
su nueva geografía: era una de las primeras listas de países que los
viajeros debían evitar. El atlas de las enfermedades se frustró por sus
elevados costes en la época de las guerras napoleónicas, pero sí llegó a
elaborar un mapa de las enfermedades en 1792».
En Europa otro de estos mapas contribuyó a detener una terrible
epidemia de cólera que se produjo en el Londres de 1854. El doctor John Snow, después de varias semanas investigando la ciudad, dibujó una ilustración que mostraba todos sus descubrimientos.
El plano, según Garfield, contenía las ubicaciones de las 13 bombas de
agua que parecían infectadas y unas líneas negras que indicaban los los
fallecimientos que se habían producido en cada lugar. «Al poco tiempo,
otro informe sobre el brote, preparado por residentes de la zona bajo la
dirección de Snow, presentaba un relato aún más pormenorizado de los
acontecimientos (…)», escribe el autor de En el mapa. «Los
hallazgos eran terribles, porque mostraban no solo que las personas
vivían apiñadas y en una pobreza extrema, sino también en condiciones de
salubridad que ni siquiera cabría esperar en una granja, con sótanos
cubiertos de heces humanas».
LOS MAPAS DESPUÉS DE INTERNET
El siglo XXI supuso la mayor revolución de la cartografía en su historia. En 2005 Google llevó los mapas
y las calles del mundo a cualquier persona con conexión a internet.
También comenzó a mostrar el globo terráqueo a vista de satélite con Earth. Hoy, ese programa, con más de mil millones de descargas, es el más utilizado para consultar cartografía, según el blog oficial de esta compañía.
Pero a Google le pareció insuficiente mostrar el mundo de puertas
afuera y se propuso enseñar también los interiores. La compañía creó el Instituto Cultural Google
para mostrar obras de arte, exposiciones culturales, monumentos
históricos y lugares declarados patrimonio de la humanidad de todo el
planeta. «Es un museo virtual donde mostramos millones de obras de arte
de distintas instituciones culturales con las que nos hemos asociado.
Es fantástico que una persona pueda absorber cultura de cualquier lugar
del planeta y que los niños puedan utilizarlo en sus estudios», explica
el tecnólogo geoespacial de Google Ed Parson. «También existe una opción
del tipo street-view para que el usuario pueda recorrer el
museo como si estuviera caminando en su interior. En España lo hacemos
con el Museo Reina Sofía, el Thyssen-Bornemisza, el Thyssen Málaga, el
Museo Nacional D’Art de Catalunya y el Museo Nacional de Bellas Artes de
San Fernando. Y para algunos edificios ofrecemos también planos por
plantas en Google Maps, para ayudar a un individuo a orientarse en el
interior de museos, centros comerciales o estaciones de tren».
Estos servicios suponen «una forma de exterder las técnicas tradicionales de la cartografía
y aprovechar las posibilidades de geolocalización que ofrecen los
dispositivos móviles actuales», según Parson. Y, además, «es un modo de
sacar provecho de lo que una persona tiene a su alrededor a cada
instante».
Para diseñar sus servicios de cartografía, la compañía de Mountain View utiliza datos procedentes de más de mil fuentes autorizadas (públicas y privadas); imágenes por satélite, antenas y a nivel de calle (Street View), y contribuciones de los usuarios.
«La belleza de estos mapas dinámicos radica en que todos los días
algún entusiata de los mapas añade información desde cualquier lugar»,
enfatiza Parson. «Estas cartografías te ayudan a descubrir cosas nuevas en tu propio pueblo o ver un nuevo bosque en África. Una de las cosas que yo he hallado en Google Maps es el mapa acuático de los arrecifes de corales o las ruinas del barco fantasma Mary Celeste en las Bermudas».
NEOCARTOGRAFÍAS
La revolución cartográfica del siglo XXI no procede solo de Google. Las
nuevas formas de representar el mundo tienen mucho que ver con la forma
de mirar, la tecnología y la participación ciudadana. Por eso hoy se
usan nuevos nombres: neocartografías, geografías 2.0 y geografías
bottom-up. El investigador del CSIC Antonio Lafuente
considera que las tres formas de llamarlo son correctas. «Neo, porque
los mapas nos han descubierto cosas que hasta ahora no habíamos sabido
ver o a las que no habíamos prestado atención; 2.0, porque gran parte de
lo que se hace implica utilizar la web participativa, y botton-up,
porque son geografías que nacen de arriba abajo. Es la propia gente la que se plantea cómo es el espacio», explica.
La cartografía se ha entendido a menudo como una representación
objetiva de un territorio. Pero este investigador especializado en
estudios de la ciencia dice que una mirada crítica muestra justo lo
contrario. «El mapa por antonomasia es la representación del territorio y
hemos vivido en la convicción de que detrás de un mapa no hay ideologías. Pensábamos que era un documento inocente, neutral, desprovisto de sesgos de cualquier naturaleza (sexo, raza, cultura…)».
Esa era la visión dominante de la cartografía hasta el comienzo de
los movimientos poscoloniales. Pero la marcha de los conquistadores
supuso una revelación. «Los que vivían bajo las espuelas de un imperio
se dan cuenta de que después de echar a la potencia colonial, la
situación no cambia nada. La gente seguía vistiendo igual, comiendo
igual y pensando igual. Los esclavos seguían siendo esclavos, las
mujeres seguían siendo mujeres, los analfabetos seguían siendo
analfabetos…», relata Lafuente. «Entonces vieron que esto de la colonia era más grave de lo que creían. Para cambiar su mundo tenían que cambiar las estructuras cognitivas y simbólicas que representaban su mundo. Ya estaban emancipados pero continuaba la explotación. No había cambiado nada».
Las estructuras de poder permanecen intactas. «La gente sigue
admirando el acento de Cambridge y despreciando los acentos criollos
locales. La gente se sigue emocionando con los códigos culturales de la
exmetrópoli y las élites siguen despreciando la cultura local», indica
el investigador. «Y es en una reacción a esto cuando surge la filosofía
poscolonial. Muchos descubren que no solo tienen que liberarse de la
bota física. También deben eliminar las formas culturales que dejaron instaladas los colonizadores y que continúan siendo hegemónicas.
Ya son independientes pero siguen mirando como ellos les enseñaron a
mirar y siguen sintiendo como ellos les enseñaron a sentir».
Fue entonces cuando «alguien pensó que lo importante de un mapa no es lo que cuenta, sino lo que oculta. Un mapa de Madrid está lleno de vida, de conflictos, de asimetrías… pero el plano nunca los muestra», según Lafuente.
«Muestra Madrid como si todos los madrileños fuéramos iguales. Pero eso
no es cierto. Aquí hay gente que lo está pasando en grande y gente que
lo está pasando fatal».
Estos nuevos documentos son los que siguen la tradición de los mapas
epidemiológicos. Son los que se hacen otras preguntas y los que, a
menudo, revelan historias que pueden ser «tan escandalosas» como esta.
«Uno de estos mapas muestra dónde están los donantes y los receptores de
órganos. La sorpresa cuando se hizo ese mapeo fue ver que las zonas pobres son donantes netos y las zonas ricas son receptoras netas. Esto habla mucho de la asimetría de nuestro mundo».
Dice Lafuente que «los mapas legitiman una manera de ver el mundo
en la que los conflictos no se hacen presentes». Además, «acostumbran a
las personas a ver el plano como un reflejo objetivo de la mirada del
dueño o del emperador». Y solo ahora «empezamos a verlos como una
proyección sesgada al servicio de la mirada del dueño, del mandón. Es
ahora cuando la gente empieza a preguntarse qué deberían representar en
los mapas para que les resulten útiles a ellos. Esa pregunta tiene miles
de respuestas. Tienen que mostrar los conflictos, la desigualdad, las
asimetrías, la vibración que hay en las ciudades… Los mapas meramente
topográficos, con una mirada plana, no nos dicen nada de quiénes somos».
Lafuente considera que de estas nuevas formas de mirar surge la necesidad de entender el espacio como un lugar formado por relaciones.
«Esto lo explica muy bien un experimento muy bonito que hicieron en un
pequeño pueblo inglés. Les preguntaron cómo viven ellos la ciudad y les
pidieron que marcaran cuáles eran los sitios importantes, los
secundarios y los irrelevantes. Nadie vio el ayuntamiento como el lugar
central. Los habitantes destacaron como lugares principales el patio
donde jugaban al fútbol de pequeños, el bar donde se enamoraron por
primera vez, el parque donde salían a pasear…».
La Tierra, 3.000 años después, no es plana. Tiene tantas formas como
relatos que hablan de ella. Tantas imágenes como formas de mirarla.
Tantas narrativas como tecnologías para mostrarla. Y, además, ni hay
verdad ni hay mentiras. Hay voces. Muchas voces.
Aprovecho la ocasión para presentaros mi mapa personal titulado “Cartgrafías efímeras” http://www.jose-fernandez.com.es/cartografias-efimeras/