domingo, 19 de febrero de 2017

Pueblo judío y Biblia cristiana

Pueblo judío y Biblia cristiana

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PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA


EL PUEBLO JUDÍO
Y SUS ESCRITURAS SAGRADAS
EN LA BIBLIA CRISTIANA




INDICES


















IV.
  CONCLUSIONES
(84-87)







 

En la teología de los Padres de la Iglesia la pregunta sobre la unidad
interna de la única Biblia de la Iglesia, compuesta de Antiguo y Nuevo
Testamento, era un tema central. Que eso no era ni de lejos un problema
sólo teórico, se puede percibir palpablemente en el camino espiritual de
uno de los más grandes maestros de la cristiandad, San Agustín de
Hipona. Agustín había tenido a los 19 años, el año 373, una primera
experiencia profunda de conversión. La lectura de un libro de Cicerón
—el Hortensius, actualmente perdido— le había provocado un cambio profundo, que él mismo describe retrospectivamente:
« A Ti, Señor, se dirigían mis plegarias. Empecé a levantarme, a volver hacia Ti. Cómo ardía, Dios mío, cómo ardía por levantarme de la tierra hacia Ti
» (Conf. III 4,81). Para el joven africano, que cuando niño había
recibido la sal que le convertía en catecúmeno, estaba claro que un
retorno a Dios tenía que ser un retorno a Cristo, que él sin Cristo no
podía verdaderamente encontrar a Dios. Por eso pasó de Cicerón a la
Biblia. Pero allí experimentó una terrible decepción: en las difíciles
prescripciones de la Ley del Antiguo Testamento, en sus complicadas y a
veces también crueles historias no podía reconocer la Sabiduría a la que
él se quería abrir. En su búsqueda dio con personas que le anunciaban
un nuevo cristianismo espiritual, un cristianismo que despreciaba el
Antiguo Testamento como no espiritual y repugnante, un cristianismo con
un Cristo que no necesitaba el testimonio de los profetas hebreos.
Aquella gente prometía un cristianismo de la razón pura y sencilla, un
cristianismo en el cual Cristo era el gran Iluminador, que llevaba a los
hombres al verdadero conocimiento de sí mismos. Eran los maniqueos.1



La gran promesa de los maniqueos se demostró engañosa, pero con eso el
problema no quedaba resuelto. Agustín sólo se pudo convertir al
cristianismo de la iglesia católica después de haber conocido, a través
de Ambrosio, una interpretación del Antiguo Testamento que hacía
transparente la Biblia de Israel a la luz de Cristo y así hacía visible
la Sabiduría que él buscaba. Con ello Agustín superó no sólo el
desagrado externo por la forma literaria no satisfactoria de la antigua
traducción latina de la Biblia, sino sobre todo el rechazo interior
hacia un libro que más parecía un documento de la historia de la fe de
un pueblo determinado, con todas sus peripecias y errores, que la voz de
una Sabiduría venida de Dios y dirigida a todos. Esa lectura de la
Biblia de Israel, que por sus caminos históricos descubre el camino
hacia Cristo y con ella la transparencia hacia el mismo Logos, la
Sabiduría eterna, no sólo fue fundamental para la decisión de fe de
Agustín: fue y es fundamental para la decisión de fe de toda la Iglesia.


Pero esa lectura ¿es verdadera? ¿Puede ser fundamentada y asumida aún
hoy día? Desde la perspectiva de la exégesis histórico-crítica parece,
por lo menos a primera vista, que todo habla en contra de ello. Así el
año 1920 el eminente teólogo liberal Adolf von Harnack formuló la tesis
siguiente:
« rechazar el Antiguo Testamento en el siglo segundo (alude a Marción),
fue un error que la gran Iglesia condenó con razón; mantenerlo en el
siglo dieciséis fue un destino al que la Reforma todavía no se podía
sustraer; pero, desde el siglo diecinueve, conservarlo todavía en el
protestantismo como documento canónico, de igual valor que el Nuevo
Testamento, es consecuencia de una parálisis religiosa y eclesiástica
».2



¿Tiene razón Harnack? A primera vista, parece que muchas cosas hablan a
favor de él. Si la exégesis de Ambrosio abrió para Agustín el camino
hacia la Iglesia y, en su orientación fundamental —naturalmente muy
variable en los detalles—, se convirtió en fundamento de la fe en la
Biblia como palabra de Dios en dos partes y sin embargo una, se podrá
objetar inmediatamente: Ambrosio había aprendido esta exégesis en la
escuela de Orígenes, el primero que la aplicó de modo consecuente. Pero
Orígenes en eso —según se dice— sólo había trasladado a la Biblia el
método de interpretación alegórica que el mundo griego aplicaba a los
escritos religiosos de la antigüedad, especialmente a Homero. Por tanto,
no realizaría sólo una helenización de la palabra bíblica extraña a su
íntima esencia, sino que se habría servido de un método que en sí mismo
no era creíble, porque en último término estaba destinado a conservar
como sagrado lo que en realidad no era más que testimonio de una cultura
incapaz de ser adaptada al presente. Pero la cosa no es tan sencilla.
Orígenes, más que en la exégesis homérica de los griegos, podía apoyarse
en la interpretación del Antiguo Testamento que había surgido en
ambiente judío, sobre todo en Alejandría con Filón como adalid, la cual
procuraba de modo bien original hacer accesible la Biblia de Israel a
los griegos que desde hacía tiempo preguntaban, más allá de sus dioses,
por un Dios que podían encontrar en la Biblia. Además, Orígenes aprendió
de los rabinos. Finalmente, elaboró principios cristianos totalmente
propios: la unidad interna de la Biblia como norma de interpretación,
Cristo como punto de referencia de todos los caminos del Antiguo
Testamento.3



Pero sea cual sea el juicio sobre la exégesis de Orígenes y de Ambrosio
en sus detalles, su fundamento último no era ni la alegoría griega, ni
Filón, ni tampoco los métodos rabínicos. Su auténtico fundamento, aparte
de los detalles de su interpretación, era el mismo Nuevo Testamento.
Jesús de Nazaret tuvo la pretensión de ser el auténtico heredero del
Antiguo Testamento (de la
«Escritura») y de darle la interpretación válida, interpretación
ciertamente no a la manera de los maestros de la Ley, sino por la
autoridad de su mismo Autor:
«Enseñaba como quien tiene autoridad (divina), no como los maestros de
la Ley»
(Mc 1,22). El relato de Emaús resume otra vez esta pretensión:
«Empezando por Moisés y por todos los Profetas, les explicó lo que en
todas las Escrituras se refiere a él» (Lc 24,27). Los autores del Nuevo
Testamento intentaron fundamentar en concreto esta pretensión: muy
subrayadamente Mateo, pero no menos Pablo, utilizaron los métodos
rabínicos de interpretación e intentaron mostrar que precisamente esta
forma de interpretación desarrollada por los maestros de la Ley conducía
a Cristo como clave de las
«Escrituras». Para los autores y fundadores del Nuevo Testamento, el
Antiguo Testamento es simplemente la
«Escritura»; sólo al cabo de algún tiempo la Iglesia pudo formar poco a
poco un canon del Nuevo Testamento, que también constituía Sagrada
Escritura, pero siempre de modo que como tal presuponía y tenía como
clave de interpretación la Biblia de Israel, la Biblia de los Apóstoles y
sus discípulos, que sólo entonces recibió el nombre de Antiguo
Testamento.


En este sentido, los Padres de la Iglesia no crearon nada nuevo con su
interpretación cristológica del Antiguo Testamento: sólo desarrollaron y
sistematizaron lo que habían encontrado en el mismo Nuevo Testamento.
Esta síntesis, fundamental para la fe cristiana, tenía que resultar
cuestionable en el momento en que la conciencia histórica desarrolló
unos criterios de interpretación para los cuales la exégesis de los
Padres tenía que aparecer como no histórica y por tanto objetivamente
insostenible. Lutero, en el contexto del humanismo y de su nueva
conciencia histórica, pero sobre todo en el contexto de su doctrina de
la justificación, desarrolló una nueva fórmula sobre las mutuas
relaciones de las dos partes de la Biblia cristiana, no partiendo de la
armonía interna de Antiguo y Nuevo Testamento, sino de la antítesis
esencialmente dialéctica entre Ley y Evangelio, tanto desde el punto de
vista de la historia de la salvación como desde el punto de vista
existencial. Bultmann ha expresado de forma moderna esta posición de
principio con la fórmula de que el Antiguo Testamento se ha cumplido en
Cristo en su fracaso. Más radical es la propuesta citada de Harnack, que
ciertamente, por lo que puedo saber, apenas ha sido acogida por
alguien, pero que era perfectamente lógica partiendo de una exégesis
para la que los textos del pasado sólo pueden tener el sentido que cada
autor les haya querido dar en aquel momento histórico. Que los autores
de siglos antes de Cristo que hablan en los libros del Antiguo
Testamento se hayan querido referir a Cristo y a la fe del Nuevo
Testamento aparece a la moderna conciencia histórica como muy
inverosímil. Por eso con la victoria de la exégesis histórico-crítica,
pareció que la interpretación cristológica del Antiguo Testamento,
iniciada por el mismo Nuevo Testamento, había fracasado. Esto, como
hemos visto, no es una cuestión histórica de detalle, sino que con ello
se debaten los mismos fundamentos del cristianismo. Por eso queda
también claro por qué nadie ha querido seguir la propuesta de Harnack de
proceder finalmente a la renuncia al Antiguo Testamento, que Marción
había emprendido demasiado pronto. Lo que quedaría, nuestro Nuevo
Testamento, sería algo sin sentido. El Documento de la Pontificia
Comisión Bíblica que aquí presentamos dice sobre ello:
«Sin el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento sería un libro
indescifrable, una planta privada de sus raíces y destinada a secarse»
(Núm. 84).


Bajo este aspecto, se ve la magnitud de la empresa que asumió la
Pontificia Comisión Bíblica, cuando se propuso afrontar el tema de las
relaciones entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Si tiene que haber
una salida a la aporía descrita por Harnack, tiene que ser el concepto
de una interpretación de los textos históricos, sostenible hoy día, que
parta del texto de la Biblia aceptado como Palabra de Dios, pero amplíe y
profundice el punto de vista de los estudiosos liberales. En los
últimos decenios han ocurrido cosas importantes en esta dirección. La
Pontificia Comisión Bíblica presentó los resultados esenciales de estos
conocimientos en su documento publicado en 1993,
«La interpretación de la Biblia en la Iglesia». La comprensión de la
pluridimensionalidad del discurso humano, que no está atado a un momento
histórico, sino que abarca el futuro, fue de gran ayuda para entender
cómo la palabra de Dios se puede servir de la palabra humana para dar a
la historia en progreso un sentido que va más allá del momento presente y
obtiene precisamente así la unidad de todo el conjunto. La Comisión
Bíblica, identificándose con este documento suyo anterior y sobre la
base de minuciosas reflexiones metódicas, ha examinado las grandes
líneas de pensamiento de ambos Testamentos en sus mutuas relaciones y ha
podido decir en resumen que la hermenéutica cristiana del Antiguo
Testamento, que sin duda se aparta profundamente de la del Judaísmo,
«corresponde sin embargo a una potencialidad de sentido efectivamente
presente en los textos» (Núm. 64). Este es un resultado, que me parece
muy significativo para el progreso del diálogo, pero también sobre todo
para la fundamentación de la fe cristiana.


Sin embargo la Comisión Bíblica no podía en su labor prescindir del
contexto de nuestro presente, en el cual el impacto del Holocausto (la Shoah)
ha inmergido toda la cuestión en otra luz. Se plantean dos cuestiones
principales: ¿Pueden los cristianos, después de todo lo que ha ocurrido,
mantener aún tranquilamente la pretensión de ser los herederos
legítimos de la Biblia de Israel? ¿Pueden continuar con la
interpretación cristiana de esta Biblia, o tendrían que renunciar con
respeto y humildad a una pretensión que, a la luz de lo que ha ocurrido,
tiene que aparecer como una intromisión? De eso depende la segunda
pregunta: La presentación de los judíos y del pueblo judío que hace el
mismo Nuevo Testamento, ¿no ha contribuido a crear una enemistad hacia
el pueblo judío, que ha preparado la ideología de aquellos que querían
eliminar a Israel? La Comisión se ha planteado las dos cuestiones. Está
claro que la renuncia de los cristianos al Antiguo Testamento no sólo
acabaría, como hemos indicado, con el cristianismo como tal, sino que
tampoco prestaría ningún servicio a una relación positiva entre
cristianos y judíos, precisamente porque les sustraería el fundamento
común. Lo que hay que deducir de los hechos ocurridos es un nuevo
respeto por la interpretación judía del Antiguo Testamento. El documento
dice dos cosas sobre el tema. En primer lugar, constata que la lectura
judía de la Biblia es
«una lectura posible que está en continuidad con las sagradas Escrituras
de los judíos del tiempo del segundo Templo y es análoga a la lectura
cristiana, que se ha desarrollado en paralelismo con ella»
(Núm. 22). Añade que los cristianos pueden aprender mucho de la exégesis
judía practicada durante 2000 años; viceversa los cristianos pueden
confiar en que los judíos podrán sacar provecho de las investigaciones
de la exégesis cristiana (ibid.). Creo que los análisis presentes
ayudarán al progreso del diálogo judeocristiano, así como a la
formación interior de la conciencia cristiana.


La última parte del documento responde a la cuestión de la presentación
de los judíos en el Nuevo Testamento. En ella se examinan minuciosamente
los textos considerados " antijudíos ". Aquí quisiera subrayar sólo un
punto de vista que me ha parecido especialmente importante. El documento
muestra cómo los reproches que el Nuevo Testamento dirige a los judíos
no son ni más frecuentes ni más duros que las quejas contra Israel que
encontramos en la Ley y los Profetas, es decir dentro del mismo Antiguo
Testamento (Núm. 87). Pertenecen al lenguaje profético del Antiguo
Testamento y, por tanto, se han de interpretar como las palabras de los
Profetas: denuncian los fallos del presente, pero son siempre temporales
por esencia y presuponen también siempre nuevas posibilidades de
salvación.


A los miembros de la Comisión Bíblica quisiera expresarles
agradecimiento y reconocimiento por su labor. De sus discusiones,
mantenidas pacientemente durante varios años, ha surgido este documento
que, estoy convencido, puede ofrecer una ayuda importante en una
cuestión central de la fe cristiana y en la tan importante búsqueda de
una nueva comprensión entre cristianos y judíos.



Roma, en la fiesta de la Ascensión de Cristo, 2001



 Joseph Cardenal Ratzinger






1. Los tiempos modernos han impulsado a los cristianos a tomar más
conciencia de los vínculos fraternos que les unen estrechamente al
pueblo judío. Durante la segunda guerra mundial (1939-1945),
acontecimientos trágicos o, más exactamente, crímenes abominables
sometieron al pueblo judío a una prueba de extrema gravedad, que
amenazaba su misma existencia en gran parte de Europa. En esas
circunstancias, muchos cristianos no manifestaron la resistencia
espiritual que se tenía derecho a esperar de los discípulos de Cristo y
no tomaron las iniciativas correspondientes. Otros cristianos, por el
contrario, acudieron generosamente en ayuda de los judíos en peligro,
arriesgando a menudo su propia vida. Frente a esa inmensa tragedia, se
imponía a los cristianos la necesidad de profundizar en la cuestión de
sus relaciones con el pueblo judío. En este sentido se ha realizado ya
un gran esfuerzo de investigación y de reflexión. La Pontificia Comisión
Bíblica ha querido asociarse a ese esfuerzo en la medida de su
competencia. Ésta no le permite evidentemente tomar postura sobre todos
los aspectos históricos o actuales del problema. Por eso se limita al
punto de vista de la exégesis bíblica en el estado actual de la
investigación.


La cuestión que se plantea es la siguiente: ¿Qué relaciones establece la
Biblia cristiana entre los cristianos y el pueblo judío? A esta
pregunta, la respuesta general es clara: la Biblia cristiana establece
múltiples y muy estrechas relaciones entre los cristianos y el pueblo
judío. Por una doble razón: primeramente, porque la Biblia cristiana se
compone en su mayor parte de las " Sagradas Escrituras " (Rom 1,2) del
pueblo judío, que los cristianos llaman " Antiguo Testamento "; en
segundo lugar, porque la Biblia cristiana comprende a su vez un conjunto
de escritos que, al expresar la fe en Cristo Jesús, la ponen en
relación estrecha con las Sagradas Escrituras del pueblo judío. Este
segundo bloque, como se sabe, es llamado " Nuevo Testamento ", expresión
correlativa a la de " Antiguo Testamento ".


La existencia de relaciones estrechas es innegable. Un examen más
preciso de los textos revela sin embargo que no se trata de relaciones
demasiado simples; al contrario, presentan una gran complejidad, que va
del acuerdo perfecto sobre ciertos puntos a una fuerte tensión sobre
otros. Resulta pues necesario un estudio atento. La Comisión Bíblica se
ha consagrado a él estos últimos años. Los resultados de este estudio,
que, ciertamente, no pretende haber agotado el tema, son presentados
aquí en tres capítulos. El primero, fundamental, constata que el Nuevo
Testamento reconoce la autoridad del Antiguo como revelación divina y no
puede ser comprendido fuera de esa relación estrecha con él y con la
tradición judía que lo transmite. El segundo capítulo examina de modo
más analítico la forma en que los escritos del Nuevo Testamento acogen
el rico contenido del Antiguo Testamento, del que toman los temas
fundamentales, vistos a la luz de Cristo Jesús. El tercer capítulo, en
fin, recoge las variadas actitudes que los escritos del Nuevo Testamento
expresan a propósito de los judíos, imitando en ello, por otra parte,
al mismo Antiguo Testamento.


Con ello la Comisión Bíblica espera contribuir a hacer avanzar el
diálogo entre cristianos y judíos, en la claridad, la estima y el afecto
mutuos.


2. Sobre todo por su origen histórico, la comunidad de los cristianos
está vinculada al pueblo judío. En efecto, aquél en quien ella ha
cifrado su fe, Jesús de Nazaret, es hijo de ese pueblo. Lo son
igualmente los Doce que él escogió " para que estuvieran con él y para
enviarlos a predicar " (Mc 3,14). Al principio, la predicación
apostólica no se dirigía más que a los judíos y a los prosélitos,
paganos asociados a la comunidad judía (cf. Hch 2,11). El cristianismo
ha nacido, por tanto, en el seno del judaísmo del siglo I. Se ha ido
separando progresivamente de él, pero la Iglesia nunca ha podido olvidar
sus raíces judías, claramente atestiguadas en el Nuevo Testamento;
reconoce incluso a los judíos una prioridad, pues el evangelio es "
fuerza divina para la salvación de todo aquel que cree, del judío primeramente y también del griego " (Rom 1,16).


Una manifestación siempre actual de aquel vínculo originario consiste en
la aceptación por parte de los cristianos de las Sagradas Escrituras
del pueblo judío como Palabra de Dios dirigida también a ellos. La
Iglesia, en efecto, ha acogido como inspirados por Dios todos los
escritos contenidos tanto en la Biblia hebrea como en la Biblia griega.
El nombre de " Antiguo Testamento ", dado a este conjunto de escritos,
es una expresión forjada por el apóstol Pablo para designar los escritos
atribuidos a Moisés (cf. 2 Cor 3,14-15). Su sentido fue ampliado, desde
fines del siglo II, para aplicarlo a otras Escrituras del pueblo judío,
en hebreo, arameo o griego. Por su parte, el nombre de " Nuevo
Testamento " proviene de un oráculo del Libro de Jeremías que anunciaba
una " nueva alianza " (Jr 31,31) expresión que se convirtió en el griego
de los Setenta en la de " nueva disposición", " nuevo testamento " (kainê diathêkê).
Aquel oráculo anunciaba que Dios había decidido establecer una nueva
alianza. La fe cristiana, con la institución de la eucaristía, ve esta
promesa realizada en el misterio de Cristo Jesús (cf. 1 Cor 11,25; He
9,15). En consecuencia, se ha llamado " Nuevo Testamento " al conjunto
de escritos que expresan la fe de la Iglesia en su novedad. Por sí
mismo, este nombre manifiesta ya la existencia de relaciones con " el
Antiguo Testamento ".


3. Los escritos del Nuevo Testamento no se presentan nunca como una
completa novedad. Al contrario, se muestran sólidamente arraigados en la
larga experiencia religiosa del pueblo de Israel, experiencia recogida
bajo distintas formas en los libros sagrados que constituyen las
Escrituras del pueblo judío. El Nuevo Testamento les reconoce una
autoridad divina. Este reconocimiento de autoridad se manifiesta de
muchos modos más o menos explícitos.


Empezando por lo menos explícito, que sin embargo es revelador,
observamos en primer lugar el empleo de un mismo lenguaje. El griego del
Nuevo Testamento depende estrechamente del griego de los Setenta, no
sólo por los giros gramaticales influenciados por el hebreo, sino
también por el vocabulario, sobre todo el vocabulario religioso. Sin un
conocimiento del griego de los Setenta es imposible captar exactamente
el sentido de muchos términos importantes del Nuevo Testamento.5

Este parentesco de lenguaje se extiende naturalmente a numerosas
expresiones que el Nuevo Testamento toma prestadas de las Escrituras del
pueblo judío y que dan pie al fenómeno frecuente de las reminiscencias y citas implícitas:
es decir, frases enteras incorporadas por el Nuevo Testamento sin
indicación de su carácter de cita. Las reminiscencias se cuentan por
centenares, pero su identificación se presta frecuentemente a discusión.
Para dar el ejemplo más significativo de dicho fenómeno, recordemos que
el Apocalipsis no contiene ninguna cita explícita de la Biblia judía,
pero es un verdadero tejido de reminiscencias y alusiones. El texto del
Apocalipsis está tan impregnado de Antiguo Testamento que resulta
difícil distinguir lo que es alusión de lo que no lo es.


Lo que decimos del Apocalipsis se realiza también, en grado menor pero
con toda certeza, en los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las
Epístolas.6 La diferencia está en que en estos otros escritos se encuentran además numerosas citas explícitas, es decir presentadas como tales.7
Esos escritos indican abiertamente sus dependencias más importantes y
manifiestan con ello que reconocen la autoridad de la Biblia judía como
revelación divina.


4. Ese reconocimiento de autoridad toma diversas formas según los casos.
A veces se encuentra, en un contexto de revelación, el simple verbo legei, " dice ", sin sujeto expresado,8
como ocurrirá más tarde en los escritos rabínicos, pero el contexto
demuestra que hay que sobreentender un sujeto que da al texto gran
autoridad: la Escritura o el Señor o Cristo.9 Otras veces el
sujeto es expresado: es " la Escritura ", " la Ley ", " Moisés " o "
David ", de quien se advierte que estaba inspirado, o " el Espíritu
Santo " o " el Profeta ", a menudo " Isaías ", a veces " Jeremías ",
pero también " el Espíritu Santo " o " el Señor ", como decían los
oráculos proféticos.10 Mateo tiene dos veces una fórmula
compleja, que indica al mismo tiempo el autor divino y el portavoz
humano: " según fue dicho por el Señor por medio del Profeta que dijo "
(Mt 1,22; 2,15). Otras veces, la mención del Señor sigue siendo
implícita, sugerida simplemente por la elección de la preposición dia,
" por medio de ", para hablar del portavoz humano. En los textos de
Mateo, el empleo del verbo " decir " en presente sirve para presentar
las citas de la Biblia judía como palabra viva, cuya autoridad es
siempre actual.


En lugar del verbo " decir ", la palabra empleada para introducir las
citas es a menudo el verbo " escribir " y el tiempo verbal: en griego,
es el perfecto, tiempo que expresa el efecto permanente de una acción
pasada: gegraptai, " ha sido escrito " y desde entonces " está escrito ". Ese gegraptai tiene
mucha fuerza. Jesús lo opone victoriosamente al tentador, la primera
vez sin otra precisión: " Está escrito: No sólo de pan vive el hombre "
(Mt 4,4; Lc 4,4); la segunda vez, añadiendo un palin, " también ", (Mt 4,7) y la tercera vez, un gar,
" porque ", (Mt 4,10). Ese " porque " explicita el valor de argumento
atribuido al texto del Antiguo Testamento, valor que estaba implícito en
los dos primeros casos. Puede ocurrir que un texto bíblico no tenga
valor definitivo y deba ceder su lugar a una disposición nueva; entonces
el Nuevo Testamento emplea el aoristo griego, que sitúa la declaración
en el pasado. Tal es el caso de la ley de Moisés en torno al divorcio: "
Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, [Moisés] escribió (egrapsen) para vosotros este mandamiento " (Mc 10,5; cf. también Lc 20,28).


5. Muy a menudo el Nuevo Testamento utiliza textos de la Biblia judía para argumentar, tanto con el verbo " decir " como con el verbo " escribir ". A veces se encuentra: " Pues dice "11 y más a menudo: " Pues está escrito ".12
Las fórmulas " pues está escrito ", " porque está escrito ", " según
está escrito " son muy frecuentes en el Nuevo Testamento; sólo en la
carta a los Romanos, se las encuentra 17 veces.


En sus argumentaciones doctrinales, el apóstol Pablo se apoya
constantemente en las Escrituras de su pueblo. Pablo establece una neta
distinción entre los argumentos escriturísticos y los razonamientos "
según el hombre ". A los argumentos escriturísticos les atribuye un
valor irrefutable.13 Para él, las Escrituras judías tienen
igualmente un valor siempre actual para guiar la vida espiritual de los
cristianos: " Todo lo que fue escrito en el pasado, se escribió para
enseñanza nuestra, para que con la perseverancia y el consuelo que dan
las Escrituras mantengamos la esperanza ".14



A una argumentación basada en las Escrituras del pueblo judío, el Nuevo
Testamento le reconoce un valor decisivo. En el Cuarto Evangelio, Jesús
declara a este propósito que " la Escritura no puede fallar " (Jn
10,35). Su valor viene del hecho de que es " palabra de Dios " (ibid.).
Esta convicción se manifiesta continuamente. Dos textos son
particularmente significativos a este propósito, pues hablan de
inspiración divina. En la Segunda a Timoteo, después de una mención de
las " Sagradas Letras " (2 Tim 3,15), se encuentra esta afirmación: "
Toda Escritura es inspirada por Dios (theopneustos) y útil para
enseñar, refutar, corregir y educar en la justicia, a fin de que el
hombre de Dios sea perfecto y preparado para toda obra buena " (2 Tim
3,16-17). Hablando precisamente de los oráculos proféticos contenidos en
el Antiguo Testamento, la Segunda de Pedro declara: " ante todo, tened
presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por
cuenta propia; pues nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana,
sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de
Dios " (2 Pe 1,20-21). Estos dos textos no se contentan con afirmar la
autoridad de las Escrituras del pueblo judío; señalan la inspiración
divina como fundamento de dicha autoridad.


6. Una doble convicción se manifiesta en otros textos: por una parte, lo
que está escrito en las Escrituras del pueblo judío tiene que cumplirse
necesariamente, pues revela el designio de Dios que no puede dejar de
realizarse; por otra parte, la vida, la muerte y la resurrección de
Cristo corresponden plenamente a lo que habían dicho las Escrituras.


La expresión más tajante de la primera convicción se encuentra en las
palabras dirigidas por Jesús resucitado a sus discípulos, según el
Evangelio de Lucas: " Estas son las palabras que os dije cuando todavía
estaba con vosotros: Es necesario
(dei) que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés,
los Profetas y los Salmos acerca de mí " (Lc 24,44). Esta aserción
revela el fundamento de la necesidad (dei, " es necesario ") del misterio pascual de Jesús, necesidad afirmada en numerosos pasajes de los Evangelios: " es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho [ ] y a los tres días resucite ";15 " ¿Cómo entonces se cumplirían las Escrituras, que dicen que es necesario que eso ocurra? " (Mt 26,54); " Es necesario que esta palabra de la Escritura se cumpla en mí " (Lc 22,37).

Puesto que es absolutamente " necesario " que se cumpla lo que está escrito en el Antiguo Testamento, los acontecimientos se producen " a fin de que " aquello se cumpla. Eso declara a menudo Mateo, desde el evangelio de la infancia, luego en la vida pública de Jesús16
y respecto del conjunto de la Pasión (Mt 26,56). Marcos tiene un
paralelo a este último pasaje, en una vigorosa frase elíptica: " Pero
[ocurre] para que se cumplan las Escrituras " (Mc 14,49). Lucas no
utiliza ese tipo de expresión, pero Juan recurre a él casi tan a menudo
como Mateo.17 Esa insistencia de los Evangelios en el objetivo asignado a los acontecimientos, " a fin de que se cumplan las Escrituras ",18
da a las Escrituras del pueblo judío una importancia extraordinaria. Da
a entender claramente que aquellos acontecimientos carecerían de
significado, si no correspondían a lo que dicen las Escrituras. En tal
caso, ya no se trataría de una realización del designio de Dios.


7. Otros textos afirman que en el misterio de Cristo todo es conforme a
las Escrituras del pueblo judío. La predicación cristiana primitiva se
resumía en la fórmula kerigmática recogida por Pablo: " Os transmití en
primer lugar lo que yo mismo había recibido: que Cristo murió por
nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras y
se apareció " (1 Cor 15,3- 5). Pablo añade: " así pues, tanto ellos
como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído " (1 Cor
15,11). La fe cristiana no se basa pues sólo en acontecimientos, sino
en la conformidad de esos acontecimientos con la revelación contenida en
las Escrituras del pueblo judío. De camino hacia su Pasión, Jesús dijo:
" El Hijo del hombre se va según lo que está escrito de él " (Mt 26,24;
Mc 14,21). Después de su resurrección, se dedicó él mismo a "
interpretar, según todas las Escrituras, lo que le concernía ".19
En su discurso a los judíos de Antioquía de Pisidia, Pablo recuerda
esos acontecimientos diciendo que " Los habitantes de Jerusalén y sus
jefes no le reconocieron y, al condenarlo, cumplieron las Escrituras de
los Profetas que se leen cada sábado " (Hch 13,27). Por estas
declaraciones, el Nuevo Testamento se demuestra indisolublemente
vinculado a las Escrituras del pueblo judío.


Añadamos algunas constataciones que merecen retener la atención. En el
Evangelio según san Mateo, una palabra de Jesús proclama una perfecta
continuidad entre la Torá y la fe de los cristianos: " No creáis
que he venido a abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla,
sino a cumplirla " (Mt 5,17). Esta afirmación teológica es
característica de Mateo y de su comunidad. Está en tensión con la
relativización de la observancia del sábado (Mt 12,8.12) y de la pureza
ritual (Mt 15,11) que encontramos en otras palabras del Señor.


En el Evangelio según san Lucas, el ministerio de Jesús inicia por un
episodio en que, para definir su misión, Jesús se sirve de un oráculo
del Libro de Isaías (Lc 4,17-21; Is 61,1-2). El final del Evangelio
amplía la perspectiva hablando del cumplimiento de " todo lo que está
escrito " sobre Jesús (Lc 24,44).


Los últimos versículos de la parábola de Lázaro y el rico epulón (Lc
16,29-31) demuestran de modo impresionante hasta qué punto es esencial,
según Jesús, " escuchar a Moisés y a los Profetas ": sin esta dócil
escucha, los más grandes prodigios no sirven de nada.


El Cuarto Evangelio expresa una perspectiva análoga: aquí Jesús atribuye
a los escritos de Moisés una autoridad previa a la de sus propias
palabras, cuando dice a sus adversarios: " Si no creéis en sus escritos,
¿cómo creeréis en mis palabras? " (Jn 5,47). En un Evangelio en el que
Jesús afirma que sus palabras " son espíritu y son vida " (Jn 6,63),
esta frase da a la Torá una importancia primordial.


En los Hechos de los Apóstoles, los discursos kerigmáticos de los jefes
de la Iglesia, Pedro, Felipe, Santiago, Pablo y Bernabé sitúan los
acontecimientos de la Pasión y la Resurrección, de Pentecostés y de la
apertura misionera de la Iglesia, en perfecta continuidad con las
Escrituras del pueblo judío.20



8. Por más que nunca afirma explícitamente la autoridad de las
Escrituras del pueblo judío, la Carta a los Hebreos muestra claramente
que reconoce esta autoridad, pues no cesa de citar sus textos para
fundar su enseñanza y sus exhortaciones. La carta contiene numerosas
afirmaciones de conformidad a su revelación profética, pero también
afirmaciones de conformidad acompañada de algunos aspectos de no
conformidad. Eso ocurría ya en las epístolas paulinas. En las Cartas a
los Gálatas y a los Romanos, el apóstol argumenta a partir de la Ley
para demostrar que la fe en Cristo ha puesto fin al régimen de la Ley.
Demuestra que la Ley como revelación ha anunciado su propio fin como
institución necesaria para la salvación.21 La frase más
significativa a este respecto es la de Rom 3,21, en que el apóstol
afirma que la manifestación de la justicia de Dios en la justificación
ofrecida por la fe en Cristo se ha realizado " independientemente de la
Ley ", pero, sin embargo, es " conforme al testimonio de la Ley y los
Profetas ". De modo análogo, la Carta a los Hebreos muestra cómo el
misterio de Cristo cumple las profecías y el aspecto prefigurativo de
las Escrituras del pueblo judío, pero comporta al mismo tiempo un
aspecto de no conformidad a las instituciones antiguas: según los
oráculos del Sal 109(110),1.4, la situación de Cristo glorificado es,
por eso mismo, no conforme al sacerdocio levítico (cf. He 7,11.28).


La afirmación de fondo sigue siendo la misma. Los escritos del Nuevo
Testamento reconocen que las Escrituras del pueblo judío tienen un valor
permanente de revelación divina. Se sitúan en una relación positiva
respecto de ellas, al considerarlas como la base sobre la cual se
apoyan. En consecuencia, la Iglesia ha mantenido siempre que las
Escrituras del pueblo judío son parte integrante de la Biblia cristiana.


9. Entre Escritura y Tradición se dan tensiones en muchas religiones. Se
dan en las de Oriente (hinduismo, budismo, etc.) y en el Islam. Los
textos escritos nunca pueden expresar exhaustivamente la tradición. Se
los completa, pues, por adiciones e interpretaciones que acaban también
siendo puestas por escrito. Estas últimas, sin embargo, están sujetas a
ciertas limitaciones. Esto se puede observar tanto en el cristianismo
como en el judaísmo, con aspectos en parte comunes y en parte distintos.
Un rasgo común es que las dos religiones están en gran parte de acuerdo
en la determinación del canon de sus Escrituras.




La Tradición engendra la Escritura
. El origen
de los textos del Antiguo Testamento y la historia de la formación del
canon han dado lugar a importantes trabajos de investigación durante los
últimos años. Se ha llegado a un cierto consenso, según el cual al
final del siglo I de nuestra era, el lento proceso de formación de un
canon de la Biblia hebrea estaba prácticamente terminado. Este canon
comprendía la Torá, los Profetas y la mayor parte de los "
escritos ". A menudo es difícil determinar el origen de cada uno de los
libros. En varios casos, hay que contentarse con hipótesis. Estas se
basan principalmente en observaciones tomadas del estudio crítico de las
formas, la tradición y la redacción. Se ha concluido que los preceptos
tradicionales fueron reunidos en colecciones, que fueron progresivamente
incluidas en los libros del Pentateuco. Muchos relatos tradicionales
fueron igualmente puestos por escrito y agrupados. Más tarde se juntaron
textos narrativos y reglas de conducta. Los oráculos proféticos fueron
recogidos y reunidos en libros que llevan los nombres de los profetas.
También se reunieron textos sapienciales, salmos y relatos didácticos de
épocas más tardías.

Ulteriormente la Tradición produjo una " segunda Escritura "
(Misná)
. Ningún texto escrito puede bastar para expresar toda la riqueza de una tradición.22
Los textos sagrados de la Biblia dejan abiertas muchas cuestiones en
torno a la justa comprensión de la fe de Israel y de la conducta a
seguir. Eso provocó en el judaísmo fariseo y rabínico un largo proceso
de producción de textos escritos, desde la " Misná " (" Segundo Texto
"), redactada a principios del siglo III por Yehudá ha-Nasí, hasta la "
Tosefta " (" Suplemento ") y el Talmud en su doble forma (de Babilonia y
de Jerusalén). A pesar de su autoridad, tampoco esta interpretación fue
considerada suficiente en los tiempos sucesivos, por lo que se le
añadieron explicaciones rabínicas posteriores. A estas adiciones no se
les reconoció la misma autoridad que al Talmud: sólo ayudan a
interpretarlo. Para las cuestiones que siguen abiertas hay que someterse
a las decisiones del Gran Rabinato.

Así el texto escrito pudo suscitar desarrollos ulteriores. Entre el
texto escrito y la tradición oral se mantiene y se manifiesta una
tensión.



Límites del papel de la Tradición
. Cuando es
puesta por escrito para unirse a la Escritura, la tradición normativa no
adquiere por ello la misma autoridad que la Escritura: no forma parte
de los " Escritos que manchan las manos ", es decir " que son sagrados "
y son acogidos como tales en la liturgia. La Misná, la Tosefta y el
Talmud tienen su lugar en la sinagoga como lugar de estudio, pero no son
leídos en la liturgia. En general, el valor de una tradición se mide
por su grado de conformidad con la Torá. La lectura de ésta ocupa
un lugar privilegiado en la liturgia de la Sinagoga. Se le añaden
pasajes escogidos de los Profetas. Según una antigua creencia judía, la Torá fue
creada antes de la creación del mundo. Los samaritanos no aceptan
ningún otro libro como Sagrada Escritura. Los saduceos, por su parte,
rechazaban toda tradición normativa fuera de la Ley y los Profetas. Por
otro lado, el judaísmo fariseo y rabínico afirma que junto a la Ley
escrita existe una Ley oral, que fue dada simultáneamente a Moisés y
goza de la misma autoridad. Eso declara un tratado de la Misná: " En el
Sinaí, Moisés recibió la Ley oral y la entregó a Josué, Josué a los
antiguos, los antiguos a los profetas, y los profetas la entregaron a
los miembros de la Gran Sinagoga " (Abot 1,1). Como podemos ver, existe una notable diversidad en el modo de concebir el papel de la tradición.

10. La Tradición engendra la Escritura. En el cristianismo
primitivo se puede observar una evolución parecida a la del judaísmo,
pero con una diferencia inicial: los primeros cristianos tuvieron
Escrituras desde el principio, pues, como judíos, reconocían como
Escrituras la Biblia de Israel. Eran incluso las únicas Escrituras que
reconocían. A ellas se añadió para ellos una tradición oral, " la
enseñanza de los Apóstoles " (Hch 2,42), que transmitía las palabras de
Jesús y el relato de acontecimientos en torno a él. La catequesis
evangélica fue tomando forma muy lentamente. Para asegurar mejor su
transmisión fiel, se pusieron por escrito las palabras de Jesús así como
otros textos narrativos. Con ello se fue preparando la redacción de los
Evangelios, que no se completó más que algunas decenas de años después
de la muerte y la resurrección de Jesús. Por otro lado, se iban
componiendo fórmulas de profesión de fe así como himnos litúrgicos, que
se han incorporado en las Cartas del Nuevo Testamento. Las mismas Cartas
de Pablo y de otros apóstoles o dirigentes fueron leídas en primer
lugar en la Iglesia destinataria (cf. 1 Tes 5,27), luego fueron
transmitidas a otras Iglesias (cf. Col 4,16) y conservadas para ser
releídas en otras ocasiones. Más tarde, fueron consideradas como
Escritura (cf. 2 Pe 3,15-16) y unidas a los Evangelios. Así el canon del
Nuevo Testamento se fue constituyendo progresivamente en el seno de la
Tradición apostólica.



La Tradición completa la Escritura
. El
cristianismo comparte con el judaísmo la convicción de que la revelación
de Dios no puede ser enteramente expresada en textos escritos. Esta
convicción se manifiesta al final del Cuarto Evangelio, donde se dice
que el mundo entero no podría contener los libros que habría que
escribir para contar todo lo que hizo Jesús (Jn 21,25). Por otra parte,
la tradición viva es indispensable para vivir la Escritura y
actualizarla.

Podemos recordar aquí la enseñanza del Discurso de después de la Cena
sobre el papel del " Espíritu de la verdad " después de la marcha de
Jesús. El Espíritu recordará a los discípulos todo lo que Jesús dijo (Jn
14,26), dará testimonio de él (15,26), guiará a los discípulos " a toda
la verdad " (16,13), dándoles una comprensión más profunda de la
persona de Cristo, de su mensaje y de su obra. Gracias a la acción del
Espíritu, la tradición sigue siendo viva y dinámica.


Después de haber declarado que la predicación apostólica se encuentra " expresada de modo especial " (" speciali modo exprimitur
") en los Libros inspirados ", el Concilio Vaticano II observa que la
Tradición es la " que hace comprender más profundamente en la Iglesia la
Sagrada Escritura y la vuelve continuamente operante " (Dei Verbum 8).
La Escritura es definida como " Palabra de Dios puesta por escrito bajo
la inspiración del Espíritu divino "; pero la Tradición es la que "
transmite a los sucesores de los apóstoles la Palabra de Dios confiada a
ellos por Cristo Señor y por el Espíritu Santo, a fin de que,
iluminados por el Espíritu de la verdad, la guarden fielmente, la
expongan y la propaguen en su predicación " (DV 9). El Concilio
concluye: " así pues la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada
Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas ". Y añade: "
Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de
piedad " (DV 9).



Límites de la aportación propia de la Tradición
.
¿En qué medida puede haber en la Iglesia cristiana una tradición que
añada materialmente algo a la palabra de la Escritura? Esta cuestión ha
sido ampliamente debatida en la historia de la teología. El Concilio
Vaticano II parece haberla dejado abierta, pero por lo menos se ha
negado a hablar de " dos fuentes de la revelación ", que serían la
Escritura y la Tradición; al contrario, ha afirmado que " la Sagrada
Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de
la palabra de Dios, confiado a la Iglesia " (Dei Verbum 10). Con
ello ha rechazado la idea de una tradición completamente independiente
de la Escritura. Por lo menos en un punto, el Concilio menciona una
aportación propia de la Tradición, pero es un punto de máxima
importancia: la Tradición " da a conocer a la Iglesia el Canon íntegro
de los libros sagrados " (DV 8). Hasta tal punto Escritura y Tradición son inseparables.

11. Como acabamos de constatar, la relación entre Escritura y Tradición
presenta correspondencias formales en el judaísmo y el cristianismo.


En un punto hay incluso más que correspondencia, puesto que las dos
religiones coinciden en la herencia común de la " Sagrada Escritura de
Israel ".23



Pero desde un punto de vista hermenéutico, las perspectivas difieren.
Para todas las corrientes del judaísmo del período correspondiente a la
formación del canon, la Ley estaba en el centro. En efecto, en ella se
encuentran las instituciones esenciales reveladas por Dios mismo y
encargadas de gobernar la vida religiosa, moral, jurídica y política de
la nación judía después del exilio. La colección de los Profetas
contiene palabras inspiradas también por Dios, transmitidas por los
profetas reconocidos como auténticos, pero no una ley que pueda servir
de base a las instituciones. Bajo este aspecto, los Profetas ocupan un
segundo lugar. Los " Escritos " no se componen ni de leyes ni de
palabras proféticas: ocupan, por consiguiente, un tercer lugar.


Esta perspectiva hermenéutica no fue asumida por las comunidades
cristianas, a excepción quizás de ambientes judeocristianos, unidos al
judaísmo fariseo por su respeto hacia la Ley. La tendencia general en el
Nuevo Testamento es la de dar más importancia a los textos proféticos,
entendidos como anuncio del misterio de Cristo. El apóstol Pablo y la
Carta a los Hebreos no dudan en polemizar contra la Ley. Por otra parte,
el cristianismo primitivo se encuentra en relación con los celotas, la
corriente apocalíptica y los esenios, con los que comparte la espera
mesiánica apocalíptica. Del judaísmo helenístico adopta un conjunto de
Escrituras más extenso y una orientación más sapiencial, susceptible de
favorecer las relaciones interculturales.


Pero lo que distingue el cristianismo primitivo de todas esas corrientes
es la convicción de que las promesas proféticas escatológicas no se
deben considerar simplemente como objeto de esperanza para el futuro,
pues su cumplimiento inició ya con Jesús de Nazaret, el Mesías. De él
hablan en último término las Escrituras del pueblo judío, cualquiera que
sea su extensión; a la luz de él deben ser leídas las Escrituras para
poder ser plenamente comprendidas.


12. El judaísmo extraía de las Escrituras su comprensión de Dios y del
mundo así como de los designios de Dios. La expresión más clara del modo
cómo los contemporáneos de Jesús interpretaban las Escrituras aparece
en los manuscritos del Mar Muerto, manuscritos copiados entre el siglo
II a.C. y el año 60 d.C., en un período bien próximo al del ministerio
de Jesús y de la formación de los Evangelios. Conviene sin embargo
recordar que esos documentos expresan sólo un aspecto de la tradición
judía; provienen de una corriente particular en el seno del judaísmo y
no representan pues a su conjunto.


El más antiguo testimonio rabínico sobre un método de exégesis, fundada
por otro lado sobre textos del Antiguo Testamento, es una serie de siete
" reglas " atribuidas tradicionalmente a rabí Hilel (muerto el 10
d.C.). Por más que esta atribución podría no ser fundada, aquellas siete
midot representan ciertamente una codificación de modos
contemporáneos de argumentar a partir de la Escritura, especialmente
para deducir de ella reglas de conducta.


Otro modo de utilizar la Escritura se puede observar en los escritos de
historiadores judíos del siglo I, especialmente Josefo, por más que ya
es empleado en el mismo Antiguo Testamento. Consiste en servirse de
términos bíblicos para describir acontecimientos e ilustrar con ello su
significado. Así el retorno del exilio de Babilonia es presentado en
términos que evocan la liberación de la opresión egipcia en tiempos del
Exodo (Is 43,16-21). La restauración final de Sión es representada como
un nuevo Edén.24 En Qumrán, se utiliza ampliamente una técnica análoga.


13. Desde el punto de vista de la forma y del método, el Nuevo
Testamento, en particular los Evangelios, presenta grandes parecidos con
Qumrán en el modo de utilizar las Escrituras. Las fórmulas para
introducir las citas son a menudo las mismas, por ejemplo: " así está
escrito ", " como está escrito ", " según fue dicho ". El uso similar de
la Escritura deriva de una perspectiva de base parecida en las dos
comunidades, la de Qumrán y la del Nuevo Testamento. Una y otra eran
comunidades escatológicas, que veían las profecías bíblicas como
cumplidas en su misma época, pero de un modo que sobrepasaba la espera y
la comprensión de los profetas que originariamente las habían
pronunciado. Una y otra tenían la convicción de que la plena comprensión
de las profecías había sido revelada a su fundador y transmitida por
él: en Qumrán, " el Maestro de Justicia "; para los cristianos, Jesús.


Exactamente como en los rollos de Qumrán, ciertos textos bíblicos son
utilizados en el Nuevo Testamento en su sentido literal e histórico,
mientras que otros son aplicados, de un modo más o menos forzado, a la
situación del momento. Se consideraba que la Escritura contenía las
palabras del mismo Dios. Ciertas interpretaciones, en una y otra serie
de textos, toman una palabra separándola de su contexto y de su sentido
original y le atribuyen un significado que no corresponde a los
principios modernos de la exégesis. Se debe advertir sin embargo una
diferencia importante. En los textos de Qumrán, el punto de partida es
la Escritura. Ciertos textos, por ejemplo el pésher de Habacuc,
son comentarios continuos de un texto bíblico, que aplican, versículo
por versículo, a la situación presente; otros son colecciones de textos
relacionados con un mismo tema, por ejemplo 11Q Melquisedec sobre
la época mesiánica. En el Nuevo Testamento, al contrario, el punto de
partida es la venida de Cristo. Lo que se intenta no es aplicar la
Escritura al momento presente, sino explicar y comentar la venida de
Cristo a la luz de la Escritura. Eso no impide que se utilicen las
mismas técnicas de comentario, a veces con un parecido impresionante,
como en Rom 10,5-13 y en la Carta a los Hebreos.25



14. Los métodos judíos tradicionales de argumentación bíblica para
establecer reglas de conducta, codificados más tarde por los rabinos,
son utilizados frecuentemente, tanto en las palabras de Jesús recogidas
por los Evangelios como en las cartas. Las que se repiten más a menudo
son las dos primeras midot (" reglas ") de Hilel, el qal wa-homer y la gezerah shawah.26 Corresponden grosso modo al argumento a fortiori y al argumento por analogía.


Un rasgo característico es que a menudo el argumento trata sobre el
sentido de una sola palabra. El sentido se establece gracias a la
aparición de aquella palabra en cierto contexto y a continuación se
aplica, a veces de modo bastante artificial, a otro contexto. Esta
técnica presenta un parecido impresionante con la práctica rabínica del
midrás, pero se observa al mismo tiempo una diferencia característica:
en el midrás rabínico, se citan opiniones diversas provenientes de
distintas autoridades, porque se trata de una técnica de argumentación,
mientras que en el Nuevo Testamento la autoridad de Jesús es decisiva.


Pablo utiliza esas técnicas con una frecuencia especial, particularmente
en sus discusiones con adversarios judíos instruidos, sean o no
cristianos. A menudo se sirve del método para combatir posiciones
tradicionales en el judaísmo o para exponer puntos importantes de su
propia doctrina.27



Se encuentran igualmente argumentaciones rabínicas en la Carta a los Efesios y en la Carta a los Hebreos.28 La Carta de Judas, por su parte, está mayoritariamente formada por explicaciones exegéticas parecidas a los pesharim ("
interpretaciones ") encontrados en los rollos de Qumrán y en ciertos
escritos apocalípticos. La Carta utiliza figuras y ejemplos, así como
una estructura por encadenamiento verbal, todo ello en conformidad con
la tradición judía de exégesis escriturística.


Una forma particular de exégesis judía que se encuentra en el Nuevo
Testamento es la de homilía pronunciada en la sinagoga. Según Jn 6,59,
el discurso sobre el Pan de la Vida fue pronunciado por Jesús en la
sinagoga de Cafarnaún. Su forma corresponde bastante a la de las
homilías sinagogales del siglo I: explicación de un texto del Pentateuco
con el apoyo de un texto de los Profetas; luego se explica cada
expresión del texto y se introducen ligeros ajustes en la forma de las
palabras para adaptarlas a la nueva interpretación. Rasgos del mismo
modelo se encuentran igualmente en alguno de los discursos misioneros de
los Hechos de los Apóstoles, especialmente en el sermón sinagogal de
Pablo en Antioquía de Pisidia (Hch 13,17-41).


15. El Nuevo Testamento utiliza a menudo alusiones a acontecimientos
bíblicos como medio para mostrar la significación de algunos
acontecimientos de la vida de Jesús. Los relatos de la infancia de Jesús
en el Evangelio de Mateo no revelan todo su sentido si no se leen sobre
el trasfondo de los relatos bíblicos y post-bíblicos sobre Moisés. El
evangelio de la infancia según Lucas está aún más en relación con el
estilo de alusiones bíblicas que se encuentra en el siglo I en los
Salmos de Salomón o en los Himnos de Qumrán; los Cánticos de María, de
Zacarías y de Simeón pueden ser comparados con los himnos de Qumrán.29
Algunos acontecimientos de la vida de Jesús, como la teofanía cuando su
bautismo, su transfiguración, la multiplicación de los panes y la
marcha sobre las aguas, contienen igualmente alusiones intencionadas a
acontecimientos y relatos del Antiguo Testamento. La reacción de los
oyentes a las parábolas de Jesús (por ejemplo, a la de los viñadores
homicidas, Mt 21,33-43 par) demuestra que estaban habituados a la
utilización de la simbología bíblica como técnica destinada a expresar
un mensaje o a dar una lección.


Entre los Evangelios, el de Mateo es el que regularmente muestra el más
alto grado de familiaridad con las técnicas judías de utilización de la
Escritura. A menudo cita la Escritura a la manera de los pesharim de
Qumrán; hace amplio uso de ellas para sus argumentaciones jurídicas o
simbólicas de un modo que más tarde pasó a ser corriente en los escritos
rabínicos. Más que los demás Evangelios, utiliza en sus relatos
(evangelio de la infancia, episodio de la muerte de Judas, intervención
de la mujer de Pilato) los procedimientos del midrás narrativo. El uso
frecuente del estilo rabínico de argumentación, especialmente en las
Cartas paulinas y en la Carta a los Hebreos, atestigua sin duda alguna
que el Nuevo Testamento proviene de la matriz del judaísmo y está
impregnado de la mentalidad de los comentadores judíos de la Biblia.


16. Se llama " canon " (del griego kanôn, " regla ") a la lista
de los libros reconocidos como inspirados por Dios y válidos como regla
para la fe y las costumbres. La cuestión que nos ocupa aquí es la de la
formación del canon del Antiguo Testamento.


Hay diferencias entre el canon judío de las Escrituras30 y el canon cristiano del Antiguo Testamento.31
Para explicar esas diferencias, se admitía generalmente que al
principio de la era cristiana, existían dos cánones en el judaísmo: un
canon palestino en hebreo, el único que más tarde fue retenido por los
judíos, y un canon alejandrino en griego, más extenso (se le da el
nombre de "los Setenta"), que fue adoptado por los cristianos.


Investigaciones y descubrimientos recientes han puesto en duda dicha
opinión. Ahora parece más probable que en la época del nacimiento del
cristianismo las colecciones de los libros de la Ley y los Profetas
estaban cerradas en una forma textual sustancialmente idéntica a la de
nuestro Antiguo Testamento actual. La colección de los " Escritos ", por
su parte, no estaba tan bien definida, ni en Palestina ni en la
diáspora judía, ni en cuanto al número de los libros ni en cuanto a la
forma de su texto. A finales del siglo I, parece que entre 22 y 24
libros habían sido generalmente acogidos por los judíos como sagrados,32 pero sólo mucho más tarde la lista pasó a ser exclusiva.33 Cuando se fijaron los límites del canon hebreo, los libros deuterocanónicos no fueron incluidos en él.


Muchos de los libros que formaban parte del mal definido tercer grupo de
textos religiosos, fueron leídos regularmente por comunidades judías a
lo largo de los primeros siglos después de Jesucristo. Fueron traducidos
al griego y circularon entre los judíos helenizados, tanto en Palestina
como en la diáspora.



17. Los primeros cristianos eran en su mayor parte judíos de Palestina, "
hebreos " o " helenistas " (cf. Hch 6,1): sus puntos de vista sobre de
la Escritura reflejarían los de su entorno, pero estamos mal informados a
este respecto. Más adelante, los escritos del Nuevo Testamento
demuestran que entre las comunidades cristianas circulaba una literatura
sagrada más extensa que el canon hebreo. Tomados globalmente, los
autores del Nuevo Testamento muestran un conocimiento de los libros
deuterocanónicos y de algunos no canónicos, pues el número de libros
citados en el Nuevo Testamento sobrepasa no sólo el del canon hebreo,
sino también el que se conjetura como canon alejandrino.34
Cuando el cristianismo se propagó por el mundo helenístico, continuó
utilizando los libros sagrados que había recibido del judaísmo
helenizado.35 Sabemos que los cristianos de expresión griega
recibieron de los judíos las Escrituras bajo la forma de los Setenta,
pero no conocemos con precisión dicha forma, pues los Setenta nos han
llegado en manuscritos cristianos. Parece que la Iglesia recibió un
conjunto de Escrituras sagradas, que en el interior del judaísmo
llevaban camino de convertirse en canónicas. Cuando el judaísmo decidió
cerrar su propio canon, la Iglesia cristiana ya era suficientemente
autónoma en relación con el judaísmo como para no sentirse
inmediatamente afectada por ello. Sólo en una época posterior el canon
hebreo ya cerrado empezó a ejercitar alguna influencia sobre la opinión
de los cristianos.


18. El Antiguo Testamento de la Iglesia antigua tomó formas diversas en
las distintas regiones, como demuestran las distintas listas de la época
patrística. La mayoría de los escritores cristianos a partir del siglo
II, así como los manuscritos de la Biblia de los siglos IV y siguientes,
utilizan o contienen un gran número de libros sagrados del judaísmo,
incluyendo algunos que no fueron admitidos en el canon hebreo. Sólo
después de que los judíos hubieron definido su canon, pensó la Iglesia
en cerrar su propio canon del Antiguo Testamento. Nos falta información
sobre el modo cómo se procedió y las razones que se alegaron para
incluir tal libro en el canon y rechazar tal otro. Es posible, sin
embargo, delinear a grandes rasgos la evolución del tema en la Iglesia,
tanto en Oriente como en Occidente.



En Oriente
, a partir de la época de Orígenes
(entre el 185 y el 253), se procura conformar el uso cristiano al canon
hebreo de 22/24 libros, utilizando para ello distintas combinaciones y
estratagemas. El mismo Orígenes era consciente, además, de la existencia
de numerosas diferencias textuales, a veces considerables, entre la
Biblia hebrea y la griega. A ese problema se añadía el de las distintas
listas de libros. Los esfuerzos realizados en orden a adaptarse al canon
y al texto hebreos no privaron a los autores cristianos de Oriente de
utilizar en sus escritos libros que no habían sido admitidos en el canon
hebreo, ni de seguir para los demás el texto de los Setenta. La idea de
que el canon hebreo debía ser preferido por los cristianos no parece
haber producido en la Iglesia de Oriente una impresión profunda ni
duradera.


En Occidente



se mantiene igualmente una utilización más amplia de los libros
sagrados, que encuentra en Agustín su defensor. Cuando se trata de
seleccionar los libros a incluir en el canon, Agustín (354-430) basa su
juicio en la práctica constante de la Iglesia. A principios del siglo V,
algunos concilios tomaron postura para fijar el canon del Antiguo
Testamento. Por más que aquellos concilios fueron sólo regionales, la
unanimidad expresada en sus listas los hace representativos del uso
eclesial en Occidente.


En cuanto a las diferencias textuales entre la Biblia en griego y en
hebreo, Jerónimo basa su traducción en el texto hebreo. Para los libros
deuterocanónicos, se contenta generalmente con corregir la antigua
traducción latina (Vetus Latina). Desde entonces, la Iglesia en
Occidente reconoce una doble tradición bíblica: la del texto hebreo para
los libros del canon hebreo y la de la Biblia griega para los demás
libros, todos en traducción latina.


Fundándose en una tradición secular, el concilio de Florencia, en 1442, y
más tarde el de Trento, en 1564, disiparon, para los católicos, dudas e
incertidumbres. Su lista se compone de 73 libros, recibidos como
sagrados y canónicos, en cuanto que inspirados por el Espíritu Santo: 46
para el Antiguo Testamento y 27 para el Nuevo Testamento.36
Así la Iglesia católica ha logrado su canon definitivo. Para determinar
este canon, el Concilio se basó en el uso constante de la Iglesia.
Adoptando este canon más amplio que el hebreo, ha preservado una memoria
auténtica de los orígenes cristianos, puesto que, como hemos visto, el
canon hebreo más limitado es posterior a la época de la formación del
Nuevo Testamento.


19. A las Escrituras del pueblo judío, que ha recibido como auténtica
Palabra de Dios, la Iglesia cristiana ha unido otras Escrituras, que
expresan su fe en Jesús, el Cristo. De ello se sigue que la Biblia
cristiana no comprende un único " Testamento ", sino dos " Testamentos
", el Antiguo y el Nuevo, que mantienen entre sí relaciones complejas,
dialécticas. Para quien quiera hacerse una idea exacta de las relaciones
entre la Iglesia cristiana y el pueblo judío, le es indispensable el
estudio de dichas relaciones. Su comprensión ha variado con el tiempo.
El presente capítulo ofrece en primer lugar una vista de conjunto de
dichas variaciones y se dedica a continuación al estudio más preciso de
temas fundamentales, comunes a ambos Testamentos.


Al llamarlas " Antiguo Testamento ", la Iglesia cristiana no ha querido
en modo alguno sugerir que las Escrituras del pueblo judío hubieran
caducado y ahora se pudiera prescindir de ellas.37 Siempre ha
afirmado lo contrario: Antiguo y Nuevo Testamento son inseparables. Su
primera relación es precisamente ésta. Cuando, a principios del siglo
II, Marción quiso rechazar el Antiguo Testamento, chocó con una completa
oposición por parte de la Iglesia post-apostólica. Por otro lado, su
rechazo del Antiguo Testamento conducía a Marción a rechazar gran parte
del Nuevo: no retuvo más que el Evangelio de Lucas y una parte de las
Cartas de Pablo, lo que muestra claramente que su posición era
insostenible. Es a la luz del Antiguo Testamento que el Nuevo comprende
la vida, la muerte y la glorificación de Jesús (cf. 1 Cor 15,3-4).


Pero la relación es recíproca: por una parte, el Nuevo Testamento
reclama ser leído a la luz del Antiguo, pero también invita, por otra
parte, a " releer " el Antiguo a la luz de Cristo Jesús (cf. Lc 24,45).
¿Cómo se hace esta " relectura "? Se extiende a " todas las Escrituras "
(Lc 24,27), a " todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, los
Profetas y los Salmos " (v. 44), pero el Nuevo Testamento no nos
presenta más que un número reducido de ejemplos, sin elaborar la teoría
de un método.




Los ejemplos dados muestran que se utilizaban diversos métodos, tomados
de la cultura del mundo circundante, como hemos visto más arriba.38 Los textos hablan de tipología39
y de lectura a la luz del Espíritu (2 Cor 3,14-17). Sugieren la idea de
un doble nivel de lectura: un sentido originario, perceptible en un
primer momento, y una interpretación ulterior, revelada a la luz de
Cristo.


En el judaísmo, se estaba habituado a hacer ciertas relecturas. El mismo
Antiguo Testamento entra en esa dinámica. Se releía, por ejemplo, el
episodio del maná: no se negaba el dato original, pero se profundizaba
en su sentido, viendo en el maná un símbolo de la Palabra con que Dios
continuamente alimenta a su pueblo (cf. Dt 8,2-3). Los Libros de las
Crónicas son una relectura del Libro del Génesis y de los Libros de
Samuel y los Reyes. Lo específico en la relectura cristiana es que se
hace, como acabamos de recordar, a la luz de Cristo.


La nueva interpretación no anula el sentido original. El apóstol Pablo
afirma claramente que " los oráculos de Dios han sido confiados " a los
israelitas (Rom 3,2) y considera evidente que estos oráculos debían y
podían ser leídos y comprendidos antes de la venida de Jesús. Cuando
habla de la ceguera de los judíos en " la lectura del Antiguo Testamento
" (2 Cor 3,14), no quiere hablar de una completa incapacidad de
lectura, sino de una incapacidad de relectura a la luz de Cristo.



20. En el mundo helenístico el método era distinto. La exégesis
cristiana se sirvió igualmente de él. Los griegos interpretaban a veces
sus textos clásicos transformándolos en alegorías. Puestos a comentar
poemas antiguos, como las obras de Homero, en los que los dioses
aparecen tratados como hombres caprichosos y vengativos, los literatos
les atribuían un sentido más aceptable desde el punto de vista religioso
y moral, sosteniendo que el poeta se había expresado de modo alegórico y
en realidad había querido describir los conflictos psicológicos
humanos, las pasiones del alma, bajo la ficción de luchas entre dioses.
En tal caso, el sentido nuevo más espiritual hacía desaparecer el
sentido primitivo del texto.


Los judíos de la diáspora utilizaron a veces este método, en particular
para justificar a los ojos del mundo helenístico ciertas prescripciones
de la Ley que, tomadas a la letra, podían parecer carentes de sentido.
Filón de Alejandría, formado en la cultura helenística, avanza en esta
dirección. A veces desarrolla de modo genial el sentido original, pero
otras veces, adopta una lectura alegórica que lo anula completamente.
Con el tiempo, su exégesis fue rechazada por el judaísmo.


En el Nuevo Testamento, se encuentra una única mención de " algo dicho por alegoría " (allêgoroumena:
Gál 4,24), pero entonces se trata, en realidad, de tipología, es decir,
que los personajes mencionados en el texto antiguo son presentados como
evocación de realidades futuras, sin que se ponga mínimamente en duda
su existencia histórica. Otro texto de Pablo practica la alegoría para
interpretar un detalle de la Ley (1 Cor 9,9), pero este método no es
nunca adoptado por él como orientación de conjunto.


Al contrario, los Padres de la Iglesia y los autores medievales hacen un
uso sistemático de la alegoría, en su afán de ofrecer una
interpretación actualizante, rica en aplicaciones a la vida cristiana,
de la Biblia entera hasta en sus mínimos detalles, tanto del Nuevo
Testamento como del Antiguo. Orígenes, por ejemplo, en el trozo de
madera de que se sirvió Moisés para volver dulces las aguas amargas (Ex
15,22-25) ve una alusión al madero de la cruz; en el cordón de hilo
escarlata con el que Rahab hizo reconocer su casa (Jos 2,18), ve una
alusión a la sangre del Salvador. Se aprovechaban todos los detalles
susceptibles de aportar un punto de contacto entre el episodio
veterotestamentario y las realidades cristianas. Así se encontraban en
cada página del Antiguo Testamento una multitud de alusiones directas y
específicas a Cristo y a la vida cristiana, pero se corría el riesgo de
separar cada detalle de su contexto y de reducir a nada las relaciones
entre el texto bíblico y la realidad concreta de la historia de la
salvación. La interpretación se volvía arbitraria.


No se duda de que la enseñanza propuesta tenía su valor, porque estaba
animada por la fe y guiada por un conocimiento del conjunto de la
Escritura leída dentro de la Tradición. Pero aquella enseñanza no estaba
basada en el texto comentado. Le era añadida. Era pues inevitable que
en el momento en que aquel método obtenía sus más bellos éxitos, entrara
en una crisis irreversible.


Tomás de Aquino percibió claramente el inconsciente convencionalismo que
presuponía la exégesis alegórica: el comentarista no podía descubrir en
un texto más que lo que ya conocía de antemano y para conocerlo había
tenido que encontrarlo en sentido literal en otro texto. De ahí la
conclusión que sacó Tomás de Aquino: no se puede argumentar válidamente a
partir del sentido alegórico, sino sólo a partir del sentido literal.40



La preferencia por el sentido literal, que comenzó en la Edad Media no
ha dejado de confirmarse desde entonces. El estudio crítico del Antiguo
Testamento ha ido cada vez más en esta dirección, hasta llegar a la
supremacía del método histórico-crítico.


Pero se ha emprendido un proceso inverso: la relación entre el Antiguo
Testamento y las realidades cristianas ha sido restringida a un número
limitado de textos. Hoy día existe el riesgo de caer en el exceso
contrario, que consiste en negar globalmente, no sólo los excesos del
método alegórico, sino toda la exégesis patrística y la misma idea de
una lectura cristiana y cristológica de los textos del Antiguo
Testamento. De ahí el esfuerzo iniciado en la teología contemporánea,
por caminos distintos que aún no llegan a un consenso, por refundar una
interpretación cristiana del Antiguo Testamento, exenta de arbitrariedad
y respetuosa del sentido original.



21. El presupuesto teológico de base es que el designio salvífico de
Dios, que culmina en Cristo (cf. Ef 1,3-14), es unitario, pero se ha
realizado progresivamente a través del tiempo. El aspecto unitario y el
aspecto gradual son igualmente importantes; asimismo, la continuidad
sobre ciertos puntos y la discontinuidad sobre otros. Desde el
principio, la actuación de Dios en su relación con los hombres tiende
hacia la plenitud final y en consecuencia empiezan a manifestarse
ciertos aspectos que luego serán constantes: Dios se revela, llama,
confía misiones, promete, libera, hace alianza. Las primeras
realizaciones, por provisorias e imperfectas que sean, dejan entrever
algo de la plenitud definitiva. Eso es particularmente visible en
ciertos grandes temas que se desarrollan a lo largo de toda la Biblia,
del Génesis al Apocalipsis: el camino, el banquete, la habitación de
Dios entre los hombres.


Con su continua relectura de los acontecimientos y los textos, el mismo
Antiguo Testamento se abre progresivamente a una perspectiva de
cumplimiento último y definitivo. El Éxodo, experiencia original de la
fe de Israel (cf. Dt 6,20-25; 26,5-9), se convierte en modelo de
ulteriores experiencias de salvación. La liberación del exilio babilonio
y la perspectiva de una salvación escatológica son descritas como un
nuevo Éxodo.41 La interpretación cristiana se sitúa en esta
línea, pero con la diferencia de que ve el cumplimiento como ya
realizado sustancialmente en el misterio de Cristo.


La noción de cumplimiento es una noción extremamente compleja,42
que puede fácilmente ser falseada, tanto si se insiste unilateralmente
sobre la continuidad como sobre la discontinuidad. La fe cristiana
reconoce el cumplimiento en Cristo de las Escrituras y las esperanzas de
Israel, pero no entiende el cumplimiento como la simple realización de
lo que estaba escrito. Tal concepción sería reductora. En realidad, en
el misterio de Cristo crucificado y resucitado, el cumplimiento se
realiza de modo imprevisible. Comporta una superación.43
Jesús no se limita a interpretar un papel ya escrito, el papel de
Mesías, sino que confiere a las nociones de Mesías y de salvación una
plenitud que no se podía imaginar por adelantado: los llena de un
contenido nuevo. Se puede incluso hablar a este respecto de una " nueva
creación ".44 Sería en efecto equivocado considerar las
profecías del Antiguo Testamento como una especie de fotografías
anticipadas de acontecimientos futuros. Todos los textos, incluyendo los
que más adelante fueron leídos como profecías mesiánicas, tuvieron un
valor y un significado inmediatos para sus contemporáneos, antes de
adquirir una significación más plena para los oyentes futuros. El
mesianismo de Jesús tiene un sentido nuevo e inédito.


El primer objetivo del profeta es dar a sus contemporáneos la capacidad
de comprender los acontecimientos de su tiempo desde la perspectiva de
Dios. Debemos pues renunciar a la insistencia excesiva, característica
de cierta apologética, sobre el valor de prueba atribuido al
cumplimiento de las profecías. Esta insistencia ha contribuido a volver
más severo el juicio de los cristianos sobre los judíos y su lectura del
Antiguo Testamento: cuanto más evidente se encuentra la referencia a
Cristo en los textos veterotestamentarios, más se considera inexcusable y
obstinada la incredulidad de los judíos.


Pero la constatación de una discontinuidad entre ambos Testamentos y de
una superación de las perspectivas antiguas no debe llevarnos a una
espiritualización unilateral. Lo que ya se ha cumplido en Cristo debe
cumplirse todavía en nosotros y en el mundo. El cumplimiento definitivo
será el del final, con la resurrección de los muertos, los cielos nuevos
y la tierra nueva. La espera mesiánica de los judíos no es vana. Puede
convertirse para nosotros cristianos en un poderoso estímulo para
mantener viva la dimensión escatológica de nuestra fe. Nosotros como
ellos vivimos en la espera. La diferencia está en que para nosotros
Aquél que vendrá tendrá los rasgos del Jesús que ya vino y está ya
presente y activo entre nosotros.


El Antiguo Testamento posee en sí mismo un inmenso valor como Palabra de
Dios. Leer el Antiguo Testamento como cristianos no significa pues
querer encontrar en cada rincón referencias directas a Jesús y a las
realidades cristianas. Es cierto que para los cristianos toda la
economía veterotestamentaria está en movimiento hacia Cristo; si se lee
el Antiguo Testamento a la luz de Cristo, se puede, retrospectivamente,
percibir algo de este movimiento. Pero, como se trata de un movimiento,
de un progreso lento y difícil a lo largo de la historia, cada
acontecimiento y cada texto se sitúan en un punto concreto del camino, a
una distancia más o menos grande de su término. Releerlos
retrospectivamente, con ojos de cristiano, significa a la vez percibir
el movimiento hacia Cristo y la distancia con relación a él, la
prefiguración y la diferencia. Inversamente, el Nuevo Testamento no
puede ser plenamente comprendido más que a la luz del Antiguo.


La interpretación cristiana del Antiguo Testamento es, pues, una
interpretación diferenciada según los distintos tipos de textos. No
sobrepone confusamente la Ley y el Evangelio, sino que distingue
cuidadosamente las fases sucesivas de la historia de la revelación y de
la salvación. Es una interpretación teológica, pero al mismo tiempo
plenamente histórica. Lejos de excluir la exégesis histórico-crítica, la
requiere.


Cuando el lector cristiano percibe que el dinamismo interno del Antiguo
Testamento encuentra su punto de llegada en Jesús, se trata de una
percepción retrospectiva, cuyo punto de partida no se sitúa en los
textos como tales, sino en los acontecimientos del Nuevo Testamento
proclamados por la predicación apostólica. No se debe, pues, decir que
el judío no ve lo que estaba anunciado en los textos, sino que el
cristiano, a la luz de Cristo y en el Espíritu, descubre en los textos
una plenitud de sentido que estaba escondida en él.



22. La conmoción producida por la exterminación de los judíos (la Shoah)
durante la Segunda Guerra Mundial ha conducido a todas las Iglesias a
repensar completamente su relación con el judaísmo y, por consiguiente,
su interpretación de la Biblia judía, el Antiguo Testamento. Algunos han
llegado a preguntarse si los cristianos no deberían arrepentirse de
haber acaparado la Biblia judía haciendo de ella una lectura en la que
ningún judío se reconoce. ¿Deberían, pues, ahora los cristianos leer la
Biblia como los judíos, para respetar realmente su origen judío?


Razones hermenéuticas nos obligan a dar una respuesta negativa a esta
última pregunta. Porque leer la Biblia como la lee el judaísmo implica
necesariamente la aceptación de todos sus presupuestos, es decir, la
aceptación integra de lo que hace el judaísmo, especialmente la
autoridad de los escritos y tradiciones rabínicas, que excluyen la fe en
Jesús como Mesías e Hijo de Dios.


Pero en cuanto a la primera cuestión, la situación es distinta, pues los
cristianos pueden y deben admitir que la lectura judía de la Biblia es
una lectura posible, en continuidad con las Sagradas Escrituras judías
de la época del segundo Templo, una lectura análoga a la lectura
cristiana, que se desarrolla paralelamente. Cada una de esas dos
lecturas es coherente con la visión de fe respectiva, de la que es
producto y expresión. Son, por tanto, mutuamente irreductibles.


En el campo concreto de la exégesis, los cristianos pueden, sin embargo,
aprender mucho de la exégesis judía practicada desde hace más de dos
mil años; de hecho, han aprendido mucho de ella a lo largo de la
historia.45 Por su parte, pueden confiar que también los judíos podrán sacar partido de las investigaciones exegéticas cristianas.


23. Un Dios que habla a los hombres. El Dios de la Biblia es un
Dios que entra en comunicación con los hombres y les habla. Bajo
modalidades diversas, la Biblia describe la iniciativa tomada por Dios
de comunicar con la humanidad por medio de la elección del pueblo de
Israel. Dios hace oír su Palabra, sea directamente, sea sirviéndose de
un portavoz.


En el Antiguo Testamento, Dios se manifiesta a Israel como Aquél que le
habla. La palabra divina toma la forma de promesa hecha a Moisés de
hacer salir de Egipto al pueblo de Israel (Ex 3,7-17), promesa que está
en continuidad con las que había hecho a los patriarcas Abrahán, Isaac y
Jacob para sus descendientes.46 Es también la promesa que recibe David en 2 Sa 7,1-17 sobre un descendiente que le sucederá en el trono.


Después de la salida de Egipto, Dios se compromete con su pueblo en una
alianza en la que toma dos veces la iniciativa (Ex 19 24; 32 34). En ese
contexto, Moisés recibe de manos de Dios la Ley, designada a menudo
como " palabras de Dios ",47 que él debe transmitir al pueblo.


Como portador de la palabra de Dios, Moisés será considerado como un profeta48
y aún más que un profeta (Nu 12,6-8). A lo largo de la historia del
pueblo, los profetas son conscientes de transmitir la palabra de Dios.
Los relatos de vocaciones proféticas muestran cómo la palabra de Dios
aparece, se impone con fuerza e invita a una respuesta. Profetas como
Isaías, Jeremías o Ezequiel reconocen la palabra de Dios como un
acontecimiento que ha marcado su vida.49 Su mensaje es
mensaje de Dios; acogerlo es acoger la palabra de Dios. Aunque choca con
resistencias por obra de la libertad humana, la palabra de Dios es
eficaz:50 es un poder que actúa en el corazón de la historia.
En el relato de la creación del mundo por Dios (Gn 1), se descubre que
para Dios decir es hacer.


El Nuevo Testamento prolonga y profundiza dicha perspectiva. En efecto,
Jesús actúa como predicador de la palabra de Dios (Lc 5,1) y recurre a
la Escritura; es reconocido como profeta,51 pero es más que
un profeta. En el Cuarto Evangelio, el papel de Jesús se distingue del
de Juan Bautista por la oposición entre el origen terrestre del segundo y
el origen celestial del primero: " El que viene del cielo [ ] da
testimonio de lo que ha visto y oído, [ ] aquel a quien Dios ha enviado
habla palabras de Dios " (Jn 3,31.32.34). Jesús no es un simple
mensajero; ha dejado transparentar su intimidad con Dios. Comprender la
misión de Jesús, es tener conciencia de su condición divina. " Yo no he
hablado por mi mismo ",dice Jesús; " lo que yo he hablado, lo he dicho
como el Padre me lo ha dicho a mi " (Jn 12,49.50). A partir de este
vínculo que une a Jesús con el Padre, el Cuarto Evangelio confiesa a
Jesús como el Logos, " la Palabra ", que " se ha hecho carne " (Jn 1,14).


El principio de la Carta a los Hebreos resume perfectamente el camino
recorrido: Dios que " en otro tiempo había hablado a los padres por los
Profetas ", " nos ha hablado a nosotros por su Hijo " (He 1,1-2), aquel
Jesús del que nos hablan los Evangelios y la predicación apostólica.


24. El Dios único. La afirmación más fuerte de la confesión de fe
judía es la de Dt 6,4: " Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el
señor unico ", afirmación que no se debe separar de su consecuencia para
el fiel: " y tú amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, con todo
tu ser y con todas tus fuerzas " (Dt 6,5).52 Será el Dios de
toda la humanidad al fin de los tiempos (Za 14,9). Dios es UNO: esta
proclamación deriva del lenguaje del amor (cf. Ct 6,9). Dios que ama a
Israel es confesado como único y llama a cada uno a corresponder a este
amor con un amor cada vez más unificado.


Israel está llamado a reconocer que el Dios que le sacó de Egipto es el
único que lo ha arrancado de la servidumbre. Sólo este Dios ha salvado a
Israel e Israel debe expresar su fe en él por la práctica de la Ley y
por el culto.


La afirmación de que " el señor es unico " no era en sus orígenes
expresión de un monoteísmo radical, pues no se niega la existencia de
otros dioses, como demuestra, por ejemplo, el Decálogo (Ex 20,3). A
partir del exilio, la afirmación creyente tiende a convertirse en una
afirmación monoteísta radical, que se expresa a través de frases como "
los dioses no son nada " (Is 45,14) o " no existe otro ".53 En el judaísmo posterior, la expresión de Dt 6,4 es una profesión de fe monoteísta, que está en el centro de la oración judía.


En el Nuevo Testamento la afirmación de la fe judía es repetida en Mc
12,29 por el mismo Jesús, que cita Dt 6,4-5, y por su interlocutor
judío, que cita Dt 4,35. La fe cristiana afirma también la unicidad de
Dios, pues " no hay otro dios más que el Dios único ".54 Esta
unicidad de Dios es firmemente mantenida incluso cuando Jesús es
reconocido como Hijo (Rom 1,3-4), que es una sola cosa con el Padre (Jn
10,30; 17,11). En efecto, la gloria que viene del Dios único la tiene
Jesús del Padre como " Hijo único lleno de gracia y de verdad " (Jn
1,14). Para expresar la fe cristiana, Pablo no duda en desdoblar la
afirmación de Dt 6,4 diciendo: " Para nosotros hay un solo Dios, el
Padre [ ] y un solo Señor, Jesucristo " (1 Cor 8,6).


25. Dios creador y providente. La Biblia se abre con estas
palabras: " En el principio Dios creó el cielo y la tierra " (Gn 1,1).
Esta tesis domina el texto de Gn 1,1-2,4a, y también la totalidad de la
Escritura, que relata los actos del poder divino. En este texto
inaugural, la afirmación de la bondad de la creación se repite siete
veces: constituye uno de sus estribillos (Gn 1,4-31).


Con formulaciones diferentes y en contextos diversos, la afirmación de
que Dios es creador vuelve constantemente. Así, en el relato de la
salida de Egipto, Dios tiene poder sobre el viento y el mar (Ex 14,21).
En la oración de Israel, Dios es confesado como " Aquel que ha hecho el
cielo y la tierra ".55 La acción creadora de Dios funda y
asegura la salvación esperada, tanto en la oración (Sl 121,2) como en
los oráculos proféticos: por ejemplo, en Jr 5,22 y 14,22. En Is 40,55,
aquella acción funda la esperanza en una salvación futura.56 Los libros sapienciales atribuyen a la acción creadora de Dios una posición central.57



Dios, que crea el mundo con su Palabra (Gn 1) y da al hombre un aliento
de vida (Gn 2,7), es también el que muestra su solicitud por cada ser
humano desde su concepción.58



Fuera de la Biblia hebrea, hay que citar el texto de 2 Mac 7,28, en que
la madre de los siete hermanos mártires exhorta al último de entre ellos
con estas palabras: " Yo te conjuro, hijo mío, mira el cielo y la
tierra, contempla todo lo que hay en ellos y reconoce que Dios no los ha
creado a partir de cosas existentes ". La traducción latina de esta
frase habla de creación ex nihilo, " de la nada ". Un aspecto
notable de este texto es que en él el recuerdo de la acción creadora de
Dios funda la fe en la resurrección de los justos. Igual que en Rom
4,17.


La fe en un Dios creador, victorioso de las fuerzas cósmicas y del mal,
pasó a ser inseparable de la confianza en él como salvador del pueblo de
Israel así como de cada individuo.59



26. En el Nuevo Testamento, la convicción de que todo lo que existe es
obra de Dios proviene directamente del Antiguo Testamento. Parece tan
arraigada que no necesita demostración. Por eso el vocabulario de
creación está poco presente en los Evangelios. De todos modos, se
observa en Mt 19,4 la referencia a Gn 1,27, que habla de la creación del
hombre y de la mujer. De modo más amplio, Mc 13,19 evoca " el principio
de la creación por obra de Dios ". En fin, Mt 13,35b, a propósito de
las parábolas, habla " de cosas escondidas desde la fundación del mundo
".


En su predicación, Jesús insiste mucho en la confianza que el hombre
debe tener en Dios, de quien todo depende: " No os inquietéis por
vuestra vida, sobre qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os
vestiréis [ ] Mirad las aves del cielo: no siembran ni cosechan [ ] y
vuestro Padre celestial las alimenta ".60 La solicitud de
Dios creador se extiende a los malos y a los buenos sobre los que " hace
salir su sol " y les da la lluvia necesaria para la fecundidad del
suelo (Mt 5,45). La providencia de Dios se ejerce con todos; esta
convicción debe llevar a los discípulos de Jesús a buscar " en primer
lugar el Reino de Dios y su justicia " (Mt 6,33). En el Evangelio de
Mateo, Jesús habla del " Reino que ha sido preparado para vosotros desde
la fundación del mundo " (Mt 25,34). El mundo creado por Dios es el
lugar de la salvación del hombre; está a la espera de una completa "
regeneración " (Mt 19,28).


Partiendo de la Biblia judía, que afirma que Dios lo ha creado todo por su palabra, por su verbo,61
el prologo del Cuarto Evangelio proclama que " En el principio era el
Verbo ", que " el Verbo era Dios " y que " todo existió por él " y que "
sin él no se hizo nada de cuanto existe " (Jn 1,1-3). El Verbo vino al
mundo, pero el mundo no le reconoció (Jn 1,10). A pesar de los
obstáculos que los hombres interponen, el proyecto de Dios está
claramente definido en Jn 3,16: " tanto amó Dios al mundo que dio a su
Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga
vida eterna ". Jesús atestigua hasta el extremo este amor de Dios (Jn
13,1). Después de la resurrección, Jesús " sopló " sobre los discípulos,
renovando el acto de Dios cuando la creación del hombre (Gn 2,7), con
lo que sugería que por obra del Espíritu Santo iba a surgir una nueva
creación (Jn 20,22).


Hablando otro lenguaje, el libro del Apocalipsis ofrece una perspectiva
similar. Dios creador (Ap 4,11) está en el origen de un proyecto de
salvación que no puede ser realizado más que por el Cordero " como
inmolado " (Ap 5,6), celebrando el misterio pascual, por parte de él que
es " el Príncipe de la creación de Dios " (Ap 3,14). Al final de la
historia, la victoria sobre las fuerzas del mal irá acompañada por la
aparición de una nueva creación, que tendrá por luz a Dios mismo62
y ya no tendrá necesidad de templo, pues Dios todopoderoso y el Cordero
serán el Templo de aquella ciudad celestial, la nueva Jerusalén (Ap
21,2.22).


En las cartas paulinas, el lugar de la creación es igualmente
importante. Es conocido el razonamiento de Pablo en Rom 1,20-21 a
propósito de los paganos. El apóstol afirma que " desde la creación del
mundo, las perfecciones invisibles de Dios, su eterno poder y su
divinidad, son visibles a la inteligencia por sus obras " y por eso los
paganos son " inexcusables " de no haber dado gloria a Dios y de haber "
servido a la criatura en vez de al Creador " (Rom 1,25; cf. Sa 13,1-9).
La criatura ha sido entregada " a la servidumbre de la corrupción "
(Rom 8,20-21). Pero por ello no se la puede rechazar como mala. En 1 Tim
4,4 se afirma que " todo lo que Dios ha creado es bueno y no se debe
rechazar nada que se tome con acción de gracias ".


El papel asignado por el Antiguo Testamento a la Sabiduría en el acto de
crear es atribuido por el Nuevo Testamento a la persona de Cristo, Hijo
de Dios. Como la del " Verbo " en el prólogo de Juan (1,3), se trata de
una mediación universal, expresada en griego por la preposición dia, que encontramos también en He 1,2. Asociado al " Padre, de quien todo (proviene) " se encuentra " Jesucristo, por quien todo
(proviene) " (1 Cor 8,6). Desarrollando este tema, el himno de Col
1,15-20 afirma que " todo fue creado en él " y que " todo ha sido creado
por él y para él; él es antes que todas las cosas y todas tienen su
consistencia en él (Col 1,16-17).


Por otro lado, la resurrección de Cristo es entendida como inauguración
de una nueva creación, de suerte que " el que está en Cristo es una
nueva creación ".63 Ante la multiplicación del pecado de los
hombres, el proyecto de Dios en Cristo era realizar una nueva creación.
Volveremos más adelante sobre este tema, después de haber hablado de la
situación de la humanidad.



a) En el Antiguo Testamento


27. Es frecuente hablar, en una sola expresión, de " grandeza y miseria "
de los seres humanos. En el Antiguo Testamento, no se encuentran estos
dos términos para caracterizar la condición humana, pero encontramos
expresiones correlativas: en los tres primeros capítulos del Génesis, el
hombre y la mujer son, por una parte, " creados a imagen de Dios " (Gn
1,27), pero, por otra parte, son " expulsados del jardín de Edén " (Gn
3,24) por haber sido indóciles a la palabra de Dios. Estos capítulos
orientan la lectura de toda la Biblia. A través de ellos se nos invita a
reconocer los rasgos esenciales de nuestra situación y la tela de fondo
de toda la historia de la salvación.



Creados a imagen de Dios
: Colocada mucho antes
que la vocación de Abrahán y la elección de Israel, esta característica
se aplica a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares (Gn
1,26-27)64 y les atribuye la más alta dignidad. La expresión
puede tener su origen en la ideología real de las naciones que rodeaban a
Israel, especialmente Egipto, donde el Faraón era considerado como
imagen viva del dios, encargado del mantenimiento y la renovación del
cosmos. Pero la Biblia da a esta metáfora una categoría fundamental para
la definición de toda persona humana. Las palabras de Dios: " Hagamos
al hombre a nuestra imagen, como nuestra semejanza, para que domine
sobre... " (Gn 1,26) presentan a los seres humanos como criaturas de
Dios cuya tarea es la de gobernar y poblar la tierra que Dios creó. Como
imágenes de Dios e intendentes del Creador, los seres humanos se
convierten en destinatarios de su palabra y son llamados a serle dóciles
(Gn 2,15-17).

Se ve al mismo tiempo que los humanos existen como hombres y mujeres y
tienen como tarea la de servir a la vida. En la afirmación: " Dios creó
al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó
" (Gn 1,27), la diferencia de los sexos es puesta en paralelo con la
semejanza respecto de Dios.


Además, la procreación humana está en conexión estrecha con la tarea de
gobernar la tierra, como lo demuestra la bendición divina de la primera
pareja: " Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla;
dominad sobre... " (1,28). Así la semejanza con Dios, la asociación del
hombre con la mujer y el gobierno del mundo están íntimamente
relacionados.


La estrecha conexión entre el hecho de ser creado a imagen de Dios y de
tener autoridad sobre el mundo comporta varias consecuencias. En primer
lugar, la aplicación universal de estas características excluye toda
superioridad de un grupo o de un individuo humano sobre otro. Todas las
personas humanas son imagen de Dios y todas están encargadas de
continuar la obra ordenadora del Creador. En segundo lugar, se toman
disposiciones en orden a la coexistencia armoniosa de todos los seres
vivos en la búsqueda de los medios necesarios para su subsistencia: Dios
asigna su alimento a los hombres y a los animales (Gn 1,29-30).65
En tercer lugar, la vida de las personas humanas está dotada de cierto
ritmo. Además del ritmo del día y la noche, de los meses lunares y los
años solares (Gn 1,14-18), Dios establece un ritmo semanal con un reposo
el día séptimo, fundamento del sábado (Gn 2,1- 3). Respetando el sábado
(Ex 20,8-11), los dueños de la tierra rinden homenaje a su Creador.


28. La miseria humana encuentra su expresión bíblica ejemplar en
la historia del primer pecado y de su castigo en el jardín del Edén. El
relato de Gn 2,4b-3,24 completa el de Gn 1,1-2,4a, mostrando cómo la
miseria se introduce en una creación que era " buena "66 e incluso, una vez coronada con la creación del hombre, " muy buena " (Gn 1,31).


El relato especifica la tarea confiada en primer lugar al hombre, "
cultivar y guardar " el jardín del Edén (Gn 2,15) y le añade la
prohibición de " comer del árbol del conocimiento del bien y del mal "
(2,16-17). Esta norma implica que servir a Dios y observar sus
mandamientos es correlativo al poder de dominar la tierra (1,26.28).


Al principio el hombre se dedica a cumplir los encargos de Dios,
poniendo nombres a los animales (2,18-20), acogiendo luego a la mujer
como don de Dios (2,23). En el episodio de la tentación, por el
contrario, la pareja humana deja de actuar según el mandato de Dios.
Comiendo del fruto del árbol, la mujer y el hombre ceden a la tentación
de querer ser como Dios y apropiarse de un " conocimiento " que sólo
pertenece a Dios (3,5-6). La consecuencia es que procuran evitar una
confrontación con Dios. Pero su intento de esconderse revela la locura
del pecado, pues les deja en un lugar donde puede llegarles la voz de
Dios (3,8). La pregunta con que Dios increpa al hombre: " ¿Dónde estás? "
sugiere que éste no está donde tenía que estar: a disposición de Dios y
aplicado a su tarea (3,9). El hombre y la mujer se dan cuenta de que
están desnudos (3,7-10), es decir que han perdido la confianza entre
ellos y en la armonía de la creación.


Con su sentencia, Dios vuelve a definir las condiciones de vida de los
seres humanos más que la relación entre ellos y él (3,17-19). Por otro
lado, el hombre pierde su tarea particular en el jardín del Edén, pero
no la de trabajar (3,17-19.23). Ésta se orienta ahora hacia la " tierra "
(3,23; cf. 2,5). En otras palabras, Dios sigue dando una misión a la
persona humana. Para " someter la tierra y dominarla " (1,28), el hombre
debe trabajar (3,23).


Pero desde entonces, el " dolor " es el compañero inseparable de la
mujer (3,16) y del hombre (3,17); la muerte es su destino (3,19). La
relación entre el hombre y la mujer se ha deteriorado. La palabra "
dolor " es asociada al embarazo y al parto (3,16), así como a la fatiga
física y mental ocasionada por el trabajo (3,17).67
Paradójicamente, el dolor se viene a introducir en aquello que por sí
mismo es fuente de alegría profunda: el parto y la productividad del
trabajo. La sentencia une ese " dolor " a la existencia sobre la "
tierra ", que ha sido maldecida por su pecado (3,17-18). Lo mismo ocurre
con la muerte: el fin de la vida humana es llamado retorno " a la
tierra ", de la que el hombre ha sido sacado para cumplir su tarea.68
En Gn 2 3, la inmortalidad parece estar unida a la existencia en el
jardín del Edén y condicionada por el respeto de la prohibición de comer
del árbol del " conocimiento ". Desde que dicha prohibición fue
violada, el acceso al árbol de la vida (2,9) ha quedado cerrado (3,22).
En Sa 2,23-24, la inmortalidad es asociada a la semejanza con Dios; " la
muerte entró en el mundo por la envidia del diablo ". Así se establece
un vínculo entre Gn 1 y Gn 2-3.


Como creada a imagen de Dios y encargada de cultivar la tierra, la
pareja humana tiene el gran honor de ser llamada a completar la acción
creadora de Dios cuidando de sus criaturas (Sa 9,2-3). Negarse a
escuchar la voz de Dios y preferir la de tal o cual criatura, procede de
la libertad del ser humano; sufrir el dolor y la muerte es consecuencia
de la opción tomada por aquellas personas. La " miseria " pasó a ser un
aspecto universal de la condición humana, pero este aspecto es
secundario y no destruye el aspecto de " grandeza ", querido por Dios en
su proyecto creador.


Los capítulos siguientes del Génesis muestran hasta qué punto el género
humano puede hundirse en el pecado y la miseria: " La tierra se había
corrompido ante Dios y se había llenado de violencia [ ]. Toda carne
había pervertido su conducta sobre la tierra " (Gn 6,11-12), de suerte
que Dios decretó el diluvio. Pero al menos un hombre, Noé, así como su
familia, " caminaba con Dios " (6,9) y Dios le escogió para ser punto de
partida de una nueva humanidad. Entre su posteridad, Dios escogió a
Abrahán, le ordenó dejar su país y le prometió que " haría grande su
nombre " (12,2). El proyecto de Dios se revela desde este momento como
universal, pues en Abrahán " serán bendecidas todas las familias de la
tierra " (12,3). El Antiguo Testamento muestra a continuación cómo este
proyecto ha atravesado los siglos, alternando los momentos de miseria
con los de grandeza. Dios no se ha resignado a dejar a su pueblo en la
miseria. Siempre lo ha devuelto al camino de la verdadera grandeza, en
beneficio de la humanidad entera.


A esos rasgos fundamentales, conviene añadir que el Antiguo Testamento
no desconoce los aspectos decepcionantes de la existencia humana (cf.
Qohélet) ni el problema acuciante del sufrimiento de los inocentes (cf.
sobre todo Job) ni el escándalo de las persecuciones sufridas por los
justos (cf. la historia de Elías, de Jeremías y de los judíos
perseguidos por Antíoco). Pero en todos estos casos, sobre todo en el
último, el enfrentamiento con la desgracia, en vez de representar un
obstáculo a la grandeza humana, la realza paradójicamente.


b) En el Nuevo Testamento



29. La antropología del Nuevo Testamento se basa en la del Antiguo. Da
testimonio de la grandeza de la persona humana, creada a imagen de Dios
(Gn 1,26-27), y de su miseria, provocada por la innegable realidad del
pecado, que hace del hombre una caricatura de sí mismo.



Grandeza del ser humano
. En los Evangelios, la
grandeza del ser humano se deduce de la solicitud de Dios para con él,
solicitud mucho más atenta que para con los pájaros del cielo o las
flores del campo (Mt 6,30); también se deduce, por otro lado, del ideal
que se le propone: convertirse en misericordioso como él (Lc 6,36),
perfecto como él es perfecto (Mt 5,45.48). El ser humano, en efecto, es
un ser espiritual, que " no vive sólo de pan, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios " (Mt 4,4; Lc 4,4). Efectivamente, el hambre de
la palabra de Dios atrajo las multitudes primero hacia Juan Bautista (Mt
3,5-6 par), y luego hacia Jesús.69 Una percepción de lo
divino las atraía. Como imagen de Dios, la persona humana es atraída por
él. Incluso los paganos son capaces de una gran fe.70

El apóstol Pablo es quien más profundiza en la reflexión antropológica.
Como " apóstol de las naciones " (Rom 11,13), ha comprendido que todas
los seres humanos son llamados por Dios a una gloria muy alta (1 Tes
2,12), la de convertirse en hijos de Dios,71 amados por él
(Rom 5,8), miembros del cuerpo de Cristo (1 Cor 12,27), llenos del
Espíritu Santo (1 Cor 6,19). No se puede imaginar dignidad más alta.


El tema de la creación del ser humano a imagen de Dios es recogido por
Pablo de modos diversos. En 1 Cor 11,7, el apóstol lo aplica al hombre, "
que es imagen y gloria de Dios ". Pero en otros textos, lo aplica a
Cristo, " que es imagen de Dios ".72 La vocación de los demás
humanos llamados por Dios es entonces la de " reproducir la imagen de
su Hijo, de modo que él sea el primogénito de una multitud de hermanos "
(Rom 8,29). Este parecido se nos da por la contemplación de la gloria
del Señor (2 Cor 3,18; 4,6). Dicha transformación empieza en esta vida y
acaba en la otra, cuando " llevaremos la imagen del hombre celestial "
(1 Cor 15,49); entonces la grandeza de la persona humana logrará su
apogeo.


30. Miseria del ser humano. La situación miserable de la
humanidad aparece de varias maneras en el Nuevo Testamento: ¡Deja bien
claro que la tierra no es un paraíso! Los Evangelios muestran en
distintas ocasiones un largo cortejo de enfermedades y achaques que
afligen a una multitud de personas.73 En los mismos
Evangelios, la posesión diabólica expresa la esclavitud profunda en la
que toda la persona puede caer (Mt 8,28-34 par). La muerte golpea y
hunde en la aflicción.74



Pero es sobre todo la miseria moral la que retiene la atención. Se ve
que la humanidad se encuentra en una situación de pecado que provoca
riesgos extremos.75 En consecuencia, la llamada a la
conversión resulta urgente. La predicación de Juan Bautista la hace
resonar con fuerza en el desierto.76 Luego Jesús toma el
relevo: " proclamaba el evangelio de Dios y decía: [ ] convertíos y
creed al evangelio " (Mc 1,14-15), " recorría todas las ciudades y
pueblos " (Mt 9,35), denunciaba el mal " que sale del ser humano " y lo "
contamina " (Mc 7,20). " Porque de dentro, del corazón de los humanos,
salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos,
adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria,
insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y
contaminan al ser humano ".77 En la parábola del hijo
pródigo, Jesús describe el estado miserable al que queda reducida la
persona humana cuando se aleja de la casa del Padre (Lc 15,13-16).


Jesús hablaba, por otro lado, de persecuciones soportadas por personas
que se dedican al servicio de la " justicia " (Mt 5,10) y anunciaba que
sus discípulos serían perseguidos.78 Él mismo lo fue (Jn 5,16); se le buscaba para hacerle morir.79
Esta intención homicida terminó encontrando el modo de realizarse. La
pasión de Jesús fue entonces una manifestación extrema de la miseria
moral de la humanidad. En ella no falta nada: traición, negaciones,
abandono, proceso y condena injustos, ultrajes y malos tratos, suplicio
cruel acompañado de burlas. La malicia humana se desencadenó contra " el
Santo y el Justo " (Hch 3,14) y lo dejó en un estado horrible.


En la Carta de Pablo a los Romanos se encuentra la descripción más
sombría de la miseria moral de la humanidad (Rom 1,18-3,20) y el
análisis más penetrante de la condición del hombre pecador (Rom
7,14-25). El cuadro que pinta el apóstol de " toda la impiedad e
injusticia de aquellos que retienen la verdad cautiva de la injusticia "
es en verdad deprimente. La negativa a glorificar a Dios y darle
gracias conduce a una ceguera completa y a las peores perversiones
(1,21-32). Pablo se preocupa de mostrar que la miseria moral es
universal y que el judío no está exento de ella, a pesar del privilegio
que tiene de conocer la Ley (2,17-24). Apoya su tesis en una larga serie
de textos del Antiguo Testamento, que declaran que todos los hombres
son pecadores (3,10- 18): " No hay ningún justo, ni siquiera uno solo ".80
El aspecto exclusivo de esta negación no es ciertamente fruto de la
experiencia. Tiene más bien el carácter de una intuición teológica de
aquello en que se convierte el hombre sin la gracia de Dios: el mal está
en el corazón de cada uno (cf. Sl 51,7). Esta intuición queda reforzada
en Pablo por la convicción de que Cristo " murió por todos ":81
todos tenían pues necesidad de redención. Si el pecado no hubiera sido
universal, habría gente que no tendría necesidad de redención.


La Ley no puso remedio al pecado, pues el hombre pecador, aunque
reconozca que la Ley es buena y quiera observarla, se ve obligado a
constatar: " No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no
quiero " (Rom 7,19). El poder del pecado se sirve incluso de la Ley para
manifestar más toda su virulencia, haciéndola violar (7,13). Y el
pecado produce la muerte,82 lo cual provoca, por parte del
hombre pecador, un grito de desesperación: " ¡Miserable de mí! ¿Quién me
librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? " (Rom 7,24). Así
manifiesta la necesidad urgente de la redención.


En un registro bien distinto, pero todavía con más vigor, el Apocalipsis
atestigua también los desastres que el mal produce en el mundo de los
humanos. Describe " Babilonia ", " la gran prostituta ", que ha
arrastrado hacia sus abominaciones a " los reyes de la tierra " y " los
habitantes de la tierra " y que está " borracha de la sangre de los
santos y de la sangre de los testigos de Jesús " (Ap 17,1-6). " Sus
pecados se han amontonado hasta el cielo " (18,5). El mal desencadena
terribles calamidades. Pero no tendrá la última palabra. Babilonia se
derrumba (18,2). Del cielo desciende " la ciudad santa, la Jerusalén
nueva ", " morada de Dios con los hombres " (21,2-3). A la proliferación
del mal se opone la salvación que viene de Dios.



a) En el Antiguo Testamento


31. Desde el principio de su historia, cuando la salida de Egipto,
Israel hizo la experiencia del señor como libertador y salvador: tal es
el testimonio de la Biblia, que describe cómo Israel fue arrancado de
la dominación egipcia con el paso del mar (Ex 14,21-31). El paso
milagroso a través del mar se convirtió en uno de los temas principales
de la alabanza de Dios.83 En unión con la entrada de Israel
en la tierra prometida (Ex 15,17), la salida de Egipto se convirtió en
la afirmación principal de la confesión de fe.84



Hay que atender a la significación teológica de las fórmulas de que se
sirve el Antiguo Testamento para expresar la intervención del Señor en
aquel acontecimiento salvífico, fundamental para Israel: el señor " hizo
salir " a Israel de Egipto, " la casa de la esclavitud " (Ex 20,2; Dt
5,6), lo " hizo subir " hacia una " tierra buena y vasta, que mana leche
y miel " (Ex 3,8.17), lo " arrancó " a sus opresores (Ex 6,6; 12,27),
lo " rescató ", como se rescatan los esclavos (padah: Dt 7,8) o haciendo valer un derecho de parentesco (gaal: Ex 6,6; 15,13).



En la Tierra de Canaán
, en continuidad con la
experiencia de la salida de Egipto, Israel se beneficia nuevamente de la
intervención libertadora y salvadora de Dios. Cuando es oprimido por
pueblos enemigos porque ha vuelto a ser infiel a Dios, Israel lo invoca y
él le ayuda. El Señor suscita entonces un " juez " como " salvador ".85

En la triste situación del exilio, después de la pérdida de la Tierra, el Segundo Isaías,
profeta cuyo nombre se ignora, tuvo que anunciar a los exiliados un
mensaje nunca oído: el Señor iba a repetir e incluso superar su
intervención liberadora inicial: la de la salida de Egipto. A la
descendencia de sus escogidos, Abrahán y Jacob (Is 41,8), iba a
manifestarse como " redentor " (goel), recuperándola de sus propietarios extranjeros, los Babilonios.86
" Yo, yo soy el señor, y fuera de mí no hay salvador. Yo lo he
anunciado y he salvado " (Is 43,11-12). Como " salvador " y " redentor "
de Israel, el señor será reconocido por todos los mortales (Is 49,26).


Después del retorno de los exiliados, presentado como inminente por el
Segundo Isaías y realizado al poco tiempo pero de forma poco
espectacular, se abre camino la esperanza de una liberación escatológica:
los herederos espirituales del profeta exílico anunciaron el
cumplimiento en el futuro de la redención de Israel como intervención
divina del fin de los tiempos.87 El príncipe mesiánico del
fin de los tiempos puede también ser presentado como salvador de Israel
(Mi 4,14 5,5). En bastantes salmos, la salvación toma un aspecto individual.
Al verse atacado por la enfermedad o por planes hostiles, el israelita
tiene la posibilidad de invocar al Señor para poder ser preservado de la
muerte o de la opresión.88 También puede pedir la ayuda de
Dios en favor del rey (Sl 20,10). Tiene confianza en la intervención
salvadora de Dios (Sl 55,17-19). En correspondencia, los fieles, y en
particular el rey (Sl 18 = 2 Sa 22), dan gracias al Señor por la ayuda
obtenida y por el fin de la opresión.89



Israel espera, además, que el Señor lo " rescatará de todas sus culpas " (Sl 130,8).


En algunos textos, aparece la idea de una salvación después de la muerte.
Lo que para Job no era más que un vislumbre de esperanza (" Mi redentor
vive ": Job 19,25) se convierte en esperanza firme en un salmo: " Pero
Dios rescatará mi vida del poder de los infiernos; sí, él me acogerá "
(Sl 49,16). En Sl 73,24 el salmista dice de sí mismo: " Después me
acogerás en la gloria ". Dios puede, pues, no sólo vencer el poder de la
muerte e impedir que separe de él a su fiel (Sl 6,5-6), sino también
conducirlo más allá de la muerte a una participación en su gloria.


El Libro de Daniel y los escritos deuterocanónicos repiten
el tema de la salvación y le añaden nuevos desarrollos. De acuerdo con
la esperanza apocalíptica, llegará la glorificación de la " gente
reflexiva " (Dn 12,3: se trata sin duda de personas fieles a la Ley a
pesar de la persecución) a continuación de la resurrección de los
muertos (12,2). La firme esperanza de una resurrección de los mártires "
para una vida eterna " (2 Mac 7,9) se expresa con fuerza en el Segundo
Libro de los Macabeos.90 Según el Libro de la Sabiduría,
" los hombres fueron instruidos [ ] y salvados por la Sabiduría " (Sa
9,19). Puesto que el justo es " hijo de Dios ", Dios " vendrá en su
ayuda y lo arrancará de las manos de sus adversarios " (2,18),
preservándole de la muerte o salvándole más allá de la muerte, pues " la
esperanza " de los justos está " llena de inmortalidad " (3,4).


b) En el Nuevo Testamento



32. El Nuevo Testamento, en continuidad con el Antiguo, presenta a Dios
como salvador. Desde el principio del Evangelio de Lucas, María enaltece
a Dios, su " salvador " (Lc 1,47) y Zacarías bendice " al Señor, el
Dios de Israel, porque ha [ ] redimido a su pueblo " (Lc 1,68); el tema
de la salvación vuelve cuatro veces en el " Benedictus "91
con sucesivas precisiones: pasa del deseo de ser liberado de sus
enemigos (1,71.74) al de ser liberado de sus pecados (1,77). Pablo
proclama que el evangelio es " poder de Dios para la salvación de todo
creyente " (Rom 1,16).


En el Antiguo Testamento, para realizar la liberación y la salvación,
Dios se sirve de instrumentos humanos que a veces reciben, como hemos
visto, el título de salvador, dado más frecuentemente al mismo Dios. En
el Nuevo Testamento, el título de " redentor " (lytrôtês), que no aparece más que una vez, es atribuido a Moisés, enviado como tal por Dios (Hch 7,35).92
En cuanto al título de " salvador ", es aplicado tanto a Dios como a
Jesús. El mismo nombre de Jesús evoca la salvación venide de Dios. El
primer Evangelio observa desde el principio esa significación y precisa
que se tratará de una salvación espiritual: el niño concebido por la
virgen María recibirá " el nombre de Jesús, puesto que él salvará a su
pueblo de sus pecados " (Mt 1,21). En el Evangelio de Lucas, los ángeles
anuncian a los pastores: " Hoy os ha nacido un salvador " (Lc 2,11). El
Cuarto Evangelio abre una perspectiva más amplia poniendo en boca de
los samaritanos que Jesús " es verdaderamente el salvador del mundo "
(Jn 4,42).


Constatamos que en los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las
Cartas paulinas no discutidas, el Nuevo Testamento es bastante discreto
en cuanto al uso del título de salvador.93 Esta discreción se
explica por el hecho de que el título era ampliamente utilizado en el
mundo helenístico; se daba a dioses como Esculapio, un dios que curaba
enfermedades, así como a soberanos divinizados que se presentaban como
salvadores del pueblo. Podía, pues, parecer ambiguo. Además, la noción
de salvación, en el mundo griego, tenía una fuerte connotación
individualista y física, mientras que la noción neotestamentaria,
heredada del Antiguo Testamento, tenía una amplitud colectiva y una
abertura espiritual. Pero con el tiempo el riesgo de ambigüedad
desapareció. Las Cartas pastorales y la Segunda de Pedro utilizan a
menudo el título de salvador, aplicándolo tanto a Dios como a Cristo.94



En la vida pública de Jesús, la fuerza de salvación que poseía no se
manifestaba sólo en el plano espiritual, como en Lc 19,9-10, sino
también y a menudo en el plano corporal. Jesús salva a los enfermos
curándolos;95 observa que: " tu fe te ha salvado ".96 Sus discípulos le imploran que los salve del peligro y él los salva.97 Jesús libera incluso de la muerte.98
Cuando está en la cruz, sus adversarios le recuerdan burlándose que "
ha salvado a otros " y le desafían a " salvarse a sí mismo bajando de la
cruz ".99 Pero Jesús rechaza para sí mismo esta clase de salvación, pues ha venido para " dar su vida como rescate (lytron: medio de liberación) para la multitud ". 100 Hubieran querido hacer de él un libertador nacional, 101 pero él se había negado. Era otra clase de salvación la que él traía.


La relación entre la salvación y el pueblo judío se hace objeto
explícito de la reflexión teológica de Juan: " La salvación proviene de
los judíos " (Jn 4,22). Esta afirmación de Jesús se sitúa en un contexto
de oposición entre el culto judío y el culto samaritano, pero la
oposición quedará superada con la instauración de una adoración " en
espíritu y en verdad " (4,23). Al final del episodio, los samaritanos
reconocen que Jesús es " el salvador del mundo " (Jn 4,42).


El título de salvador es atribuido especialmente a Jesús resucitado,
puesto que, por la resurrección, " Dios le ha exaltado con su diestra
como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón
de los pecados " (Hch 5,31). " En ningún otro hay salvación " (4,12). La
perspectiva es escatológica. " Salvaos ", decía Pedro, " de esta
generación desviada " (Hch 2,40) y Pablo presentaba a los gentiles
convertidos a Jesús resucitado como aquél " que nos arranca de la ira
que viene " (1 Tes 1,10). " Puesto que ahora estamos justificados por su
sangre, ¡con cuánta más razón seremos salvados por él de la ira! " (Rom
5,9).


Esta salvación estaba prometida al pueblo de Israel, pero después las "
naciones " podrán participar de ella, porque el evangelio es " poder de
Dios para la salvación de todo creyente, el judío en primer lugar y
también del griego ". 102 La esperanza de la salvación, que
se expresa tan a menudo y tan vigorosamente en el Antiguo Testamento,
encuentra su cumplimiento en el Nuevo.



a) En el Antiguo Testamento


33. Dios es libertador y salvador ante todo de un pequeño pueblo,
situado junto a otros entre dos grandes imperios, porque ha escogido a
este pueblo para sí, poniéndolo aparte, para que tenga una relación
especial con él y una misión en el mundo. La idea de la elección es
fundamental para la comprensión del Antiguo Testamento y de toda la
Biblia.


La afirmación según la cual el señor ha " escogido " (bahar) a
Israel es constante en la enseñanza del Deuteronomio. La elección que el
Señor había hecho de Israel se manifestó por la intervención divina
para liberarle de Egipto y por el don de una tierra. El Deuteronomio
niega expresamente que la elección divina haya sido motivada por la
grandeza de Israel o su perfección moral: " Reconoce que no es por causa
de tu justicia que el señor tu Dios te da este buen país, pues tú eres
un pueblo de dura cerviz " (9,6). La única base de la elección de Dios
ha sido su amor y su lealtad: " porque os ama y mantiene el juramento
que hizo a vuestros padres " (7,8).


Como elegido por Dios, Israel ha sido llamado a ser un " pueblo santo " (Dt 7,6; 14,2). La palabra " santo " (qadôs)
expresa una situación que consiste negativamente en estar separado de
lo profano y positivamente estar consagrado al servicio de Dios.
Utilizando la expresión " pueblo santo ", el Deuteronomio pone muy de
relieve la situación única de Israel, nación introducida en el campo de
lo sagrado, convertida en propiedad particular de Dios y objeto de su
especial protección. Al mismo tiempo se subraya la importancia de la
respuesta de Israel a la iniciativa divina, que implica la necesidad de
una conducta apropiada. De este modo, la teología de la elección subraya
a la vez el estatuto distinto y la especial responsabilidad del pueblo
que ha sido escogido entre todos los demás para ser la posesión personal
de Dios 103 y para ser santo, pues Dios es santo. 104



En el Deuteronomio, el tema de la elección no afecta únicamente al
pueblo. Una de las exigencias más fundamentales según el libro es que el
culto del Señor sea celebrado en el lugar que el Señor habrá escogido.
La elección del pueblo aparece en la introducción parenética a las
leyes, pero en las mismas leyes la elección divina se concentra en el
santuario único. 105 Otros libros precisan el lugar donde se
encuentra el santuario y ponen esta elección divina en relación con la
elección de una tribu y una persona. La tribu escogida es la de Judá,
prefiriéndola a Efraín; 106 la persona escogida es David. 107
Éste conquista Jerusalén y la fortaleza de Sión, que pasa a ser "
Ciudad de David " (2 Sam 5,6-7), y hace transportar allí el arca de la
alianza (2 Sam 6,12). Así el Señor escogió Jerusalén (2 Cró 6,5) y más
concretamente Sión (Sl 132,13) para su morada. En épocas confusas y
tormentosas, cuando el futuro parecía cerrado para los israelitas, la
certeza de ser el pueblo escogido por Dios mantuvo su esperanza en la
misericordia de Dios y en la fidelidad a sus promesas. Durante el
exilio, el Segundo Isaías vuelve al tema de la elección 108
para consolar a los exiliados, que tenían la impresión de haber sido
abandonados por Dios (Is 49,14). La ejecución del juicio de Dios no
había puesto fin a la elección de Israel: seguda siendo válida, pues se
apoyaba en la elección de los patriarcas. 109 A la idea de elección, el Segundo Isaías une la de servicio, presentando a Israel como " Servidor del señor ", 110
destinado a ser " luz de las naciones " (49,6). Esos textos muestran
claramente que la elección, base de su esperanza, comportaba una
responsabilidad: Israel debía ser ante las naciones el " testigo " del
Dios único 111 que llegará a conocer al señor tal como es
(43,10). La elección de Israel no implica el rechazo de las demás
naciones. Al contrario, presupone que las demás naciones pertenecen
también a Dios, pues " la tierra le pertenece y todo lo que en ella se
encuentra " (Dt 10,14), y Dios " ha dado a las naciones su patrimonio "
(32,8). Cuando Israel es llamado por Dios " mi hijo primogénito " (Ex
4,22; Jr 31,9) o " las primicias de su cosecha " (Jr 2,3), esas mismas
metáforas implican que las demás naciones forman parte igualmente de la
familia y de la cosecha de Dios. Esta interpretación de la elección es
típica de la Biblia en su conjunto.


34. En su doctrina de la elección de Israel, el Deuteronomio, como hemos
dicho, pone el acento en la iniciativa divina, pero también en el
aspecto exigente de la relación entre Dios y su pueblo. La fe en la
elección podría, de todos modos, degradarse en forma de orgulloso
sentimiento de superioridad. Los profetas se preocuparon por luchar
contra esa desviación. Un oráculo de Amós relativiza la elección y
atribuye a otras naciones el privilegio de un éxodo comparable al que
cupo en suerte a Israel (Am 9,7). Otro oráculo declara que la elección
tiene como consecuencia una más estricta severidad por parte de Dios: "
Os he conocido a vosotros solos entre todas las familias de la tierra;
por eso vendré a sancionar todas vuestras iniquidades " (Am 3,2). Amós
mantiene que el Señor ha escogido a Israel de un modo especial y único.
En este contexto, el verbo " conocer " tiene un sentido más profundo y
más íntimo que la simple toma de conciencia de que algo existe. Expresa
una relación personal íntima más que una mera operación intelectual.
Pero esta relación lleva consigo exigencias morales específicas. Por el
hecho de ser pueblo de Dios, Israel debe vivir como pueblo de Dios. Si
falta a este deber, recibirá la " visita " de una justicia divina más
estricta que la ejercida con las demás naciones.


Para Amós estaba claro que elección significa responsabilidad más que privilegio.
Evidentemente, la elección ocupa el primer lugar y la exigencia, el
segundo. Pero no es menos cierto que la elección de Israel por parte de
Dios implica un nivel más alto de responsabilidad. Recordándolo, el
profeta desvanecía la ilusión por la que el pueblo escogido creía tener
especiales derechos sobre Dios.


La indocilidad obstinada del pueblo y de sus reyes provocó la catástrofe
del exilio, anunciada por los Profetas. " El señor decidió: Yo apartaré
a Judá de delante de mi, igual que aparté a Israel; rechazaré esta
ciudad que había escogido, Jerusalén, y el Templo del que había dicho:
"Allí colocaré mi nombre" " (2 Re 23,27). Esta decisión de Dios produjo
su pleno efecto (2 Re 25,1-21). Pero en el momento en que se decía: "
Las dos familias que el señor había escogido, las ha rechazado " (Jr
33,24), el Señor desmiente formalmente esta aserción: " ¡No! Yo las
restauraré, pues me he apiadado de ellas " (Jr 33,26). El profeta Oseas
había anunciado ya que en un tiempo en que Israel se habría convertido
para Dios en " No-es-mi-pueblo " (Os 1,8), Dios le diría: " Tú eres mi
pueblo " (Os 2,25). Jerusalén debía ser reconstruida; el profeta Ageo
predice al Templo reconstruido una gloria más grande que la del Templo
de Salomón (Ag 2,9). Así la elección quedaba solemnemente confirmada.


b) En el Nuevo Testamento



35. La expresión " pueblo escogido " no se encuentra en los Evangelios,
pero la convicción de que Israel es el pueblo escogido por Dios es un
dato de base que se expresa con otros términos. Mateo aplica a Jesús un
oráculo de Miqueas en que Dios habla de Israel como de su pueblo; del niño nacido en Belén Dios dice: " Él pastoreará a mi pueblo
Israel " (Mt 2,6; Mi 5,3). La elección de Dios y su fidelidad para con
el pueblo escogido se reflejan más tarde en la misión confiada por Dios a
Jesús: no ha sido enviado más que " a las ovejas perdidas de la casa de
Israel " (Mt 15,24); Jesús mismo limita en términos idénticos la
primera misión de sus " doce apóstoles " (Mt 10,2.5-6).


Pero la oposición que Jesús encontró por parte de los notables provocó
un cambio de perspectiva. Al terminar la parábola de los viñadores
homicidas, dirigida a los " sumos sacerdotes " y a los " ancianos del
pueblo " (Mt 21,23), Jesús les declara: " El Reino de Dios os será
quitado y será entregado a una nación que produzca sus frutos " (21,43).
Esta palabra sin embargo no significa la substitución del pueblo de
Israel por una nación pagana. La nueva " nación ", al contrario,
mantendrá la continuidad con el pueblo escogido, pues tendrá como "
piedra angular " a Jesús hijo de Israel, la " piedra que rechazaron los
constructores " (21,42), y se compondrá de israelitas, a los cuales se
asociará " un gran número " (Mt 8,11) de gente proveniente de " todas
las naciones " (Mt 28,19). La promesa de la presencia de Dios en medio
de su pueblo, que constituía una garantía importante de la elección de
Israel, se cumplió por la presencia del Señor resucitado en medio de su
comunidad. 112



En el Evangelio de Lucas, el cántico de Zacarías proclama que " el Dios de Israel ha visitado a su pueblo " (Lc 1,68) y que la misión del hijo de Zacarías consistirá en " caminar en presencia del Señor " y en " dar a su pueblo el
conocimiento de la salvación para el perdón de sus pecados " (1,76-77).
En la presentación del niño Jesús en el templo, Simeón califica la
salvación enviade por Dios como " gloria de tu pueblo Israel " (2,32).
Más tarde, un gran milagro obrado por Jesús suscitará la aclamación de
la multitud: " Dios ha visitado a su pueblo " (7,16).


Para Lucas, sin embargo, la tensión subsiste a causa de la oposición que
Jesús encuentra. Pero esta oposición viene de los dirigentes del pueblo
y no del pueblo como tal, que es favorable a Jesús. 113 En
los Hechos de los Apóstoles, Lucas subraya que un gran número de oyentes
judíos de Pedro acoge su llamada al arrepentimiento el día de la
Pentecostés y en lo sucesivo. 114 Al contrario, el relato de
los Hechos subraya que por tres veces, en Asia Menor, en Grecia y en
Roma, la oposición obstinada de los judíos obliga a Pablo a orientar su
misión hacia los gentiles. 115 En Roma, Pablo recuerda a los notables judíos el oráculo de Isaías que predecía el endurecimiento de " este pueblo ". 116 Así, en el Nuevo Testamento como en el Antiguo, se encuentran dos perspectivas diferentes sobre el pueblo escogido por Dios.


Se ve al mismo tiempo que la elección de Israel no es un privilegio
cerrado sobre sí mismo. El Antiguo Testamento anunciaba ya la adhesión
de " todas las naciones " al Dios de Israel. 117 En la misma
línea, Jesús anuncia que " muchos vendrán de oriente y de occidente a
tomar parte en el festín con Abrahán, Isaac y Jacob ". 118 Después de su resurrección, Jesús extiende al " mundo entero " la misión de los apóstoles y el ofrecimiento de la salvación. 119



En consecuencia, la Primera Carta de Pedro, que se dirige a creyentes
venidos sobre todo del paganismo, los califica de " raza escogida " 120 y de " nación santa ", 121 igual que a los venidos del judaísmo. No eran un pueblo, pero ahora son " pueblo de Dios ". 122 La Segunda Carta de Juan llama " dama escogida " (v.1) a la comunidad cristiana a la que se dirige y " tu hermana la escogida
" (v.13) a la comunidad desde la que envía la carta. A paganos
recientemente convertidos, el apóstol Pablo no duda en declarar: "
Conociendo, hermanos amados de Dios, vuestra elección " (1 Tes 1,4). Así extendía a todos los cristianos la convicción de participar en la elección divina.


36. En su Carta a los Romanos, Pablo precisa claramente que para los
cristianos venidos del paganismo se trata de una participación en la
elección de Israel, único pueblo de Dios. Los gentiles son " el olivo
salvaje ", " injertado sobre el olivo sano " para " participar de la
riqueza de la raíz " (Rom 11,17.24). No tienen pues de qué gloriarse a
costa de las ramas. " No eres tu quien sostiene la raíz, es la raíz la
que te sostiene a ti " (11,18).


A la cuestión de si la elección de Israel continúa siendo válida, Pablo
da dos respuestas distintas; la primera consiste en decir que algunas
ramas fueron cortadas, a causa de su rechazo de la fe (11,17.20), pero "
subsiste un resto según la elección de la gracia " (11,5). No se
puede pues decir que Dios haya rechazado a su pueblo (11,1-2). " Lo que
buscaba Israel, no lo ha obtenido, pero la elección (es decir,
el resto escogido) lo ha obtenido. Los demás han sido endurecidos "
(11,7). Una segunda respuesta consiste en decir que los judíos que se
convirtieron en " enemigos desde el punto de vista del evangelio "
siguen siendo " amados desde el punto de vista de la elección, a
causa de los padres " (11,28) y Pablo prevé que por eso obtendrán
misericordia (11,27.31). Los judíos no cesan de ser llamados a vivir por
la fe en la intimidad de Dios, " porque los dones y la llamada de Dios
son irrevocables " (11,29).


El Nuevo Testamento no afirma nunca que Israel haya sido repudiado.
Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha estimado que los judíos siguen
siendo testigos importantes de la economía divina de la salvación.
Comprende su propia existencia como una participación en la elección de
Israel y en una vocación que sigue siendo en primer lugar de Israel, por
más que sólo una pequeña parte de Israel la haya aceptado.


Cuando Pablo habla de la Providencia de Dios como del trabajo de un
alfarero que prepara para la gloria unos " vasos de misericordia " (Rom
9,23), no quiere decir que esos vasos representan principalmente o de
modo exclusivo a los gentiles, sino que representan a gentiles y judíos,
con una cierta prioridad para los judíos: " nos ha llamado no sólo de
entre los judíos, sino también de entre los gentiles " (9,24).


Pablo recuerda que Cristo, " nacido bajo la Ley " (Gál 4,4), ha sido "
servidor de los circuncisos, por la fidelidad de Dios, para confirmar
las promesas hechas a los Padres " (Rom 15,8), lo cual quiere decir que
Cristo, no sólo ha sido circuncidado, sino que ha tenido una misión
respecto de los circuncisos, y eso porque Dios se había comprometido con
los Patriarcas por medio de las promesas, de las que trata de demostrar
que siguen siendo válidas. " En cuanto a los gentiles, añade el
apóstol, glorifican a Dios por su misericordia " (15,9), y no por su
fidelidad, pues su entrada en el pueblo de Dios no deriva de promesas
divinas; es una especie de suplemento no debido. Serán, pues, en primer
lugar los judíos los que alabarán a Dios en medio de las naciones; a
continuación invitarán a las naciones a alegrarse con el pueblo de Dios
(15,9b-10).


El mismo Pablo recuerda a menudo con orgullo su origen judío. 123
En Rom 11,1 cita su condición de " israelita, de la posteridad de
Abrahán, de la tribu de Benjamín " como prueba de que Dios no ha
rechazado a su pueblo. En 2 Cor 11,22 presenta esta misma condición como
un título de gloria, en paralelo con su título de ministro de Cristo
(11,23). Es verdad que, según Flp 3,7, esas ventajas, que para él eran
ganancia, las " consideró como pérdida por causa de Cristo ". Pero el
motivo era que aquellas ventajas, en vez de conducirle a Cristo, lo
habían apartado de él.


En Rom 3,1-2 Pablo afirma sin dudar " la superioridad del judío y la
utilidad de la circuncisión ". Da una primera razón de ello de
importancia capital: " les fueron confiados los oráculos de Dios ".
Otras razones siguen más adelante, en Rom 9,4-5, y forman una serie
impresionante de dones de Dios, no sólo de promesas: a los israelitas
les pertenece " la adopción, la gloria, las alianzas, la legislación, el
culto, las promesas así como los padres, y de ellos salió Cristo según
la carne " (Rom 9,4-5).


Pablo, sin embargo, observa a continuación que no basta con pertenecer
físicamente a Israel para pertenecer verdaderamente a él y ser " hijos
de Dios ". Ante todo tienen que ser " hijos de la promesa " (Rom 9,6-8),
lo cual, en el pensamiento del apóstol, implica la adhesión a Cristo
Jesús, en quien " todas las promesas de Dios tienen su "sí" " (2 Cor
1,20). Según la Carta a los Gálatas, la " descendencia de Abrahán " no
puede ser más que una; se identifica con Cristo y los que son de él (Gál
3,16.29). Pero el apóstol subraya que " Dios no ha rechazado a su
pueblo " (Rom 11,2). Puesto que " la raíz es santa " (11,16), Pablo
mantiene la convicción de que al fin Dios, en su Sabiduría insondable,
injertará de nuevo a todos los israelitas en el olivo sano (11,24): "
todo Israel se salvará " (11,26).


A causa de nuestras raíces comunes y de esta perspectiva escatológica,
la Iglesia reconoce al pueblo judío un estatuto especial de " hermano
mayor ", que le da una posición única entre todas las demás religiones. 124




a) En el Antiguo Testamento


37. Como hemos visto, la elección de Israel presenta un doble aspecto:
es un don de amor del que deriva una exigencia correspondiente. El
establecimiento de la alianza del Sinaí pone más claramente en evidencia
este doble aspecto.


La teología de la alianza, como la de la elección, es totalmente
teología del pueblo del señor. Adoptado por el Señor y hecho hijo suyo
(cf. Ex 3,10; 4,22-23), Israel recibe la orden de vivir en relación
exclusiva y en total compromiso con él. Así pues, la noción de alianza
se opone, por su misma definición, a la falsa convicción según la cual
la elección de Israel garantizaría automáticamente su existencia y su
bienestar. La elección debía ser comprendida más bien como una vocación
que Israel debía realizar en su vida como pueblo. El establecimiento de
una alianza exigía una elección y una decisión tanto por parte de Israel
como por parte de Dios. 125



Además de su empleo en el relato del Sinaí 126 (Ex 24,3-8), la palabra berît,
que se traduce generalmente por " alianza ", aparece en varias
tradiciones bíblicas, en particular en las que se refieren a Noé,
Abrahán, David, Leví y el sacerdocio levítico; es frecuente en el
Deuteronomio y en la historia deuteronomista. En cada contexto la
palabra tiene matices de sentido distintas. La traducción usual de berît por
" alianza " es a veces inapropiada. La palabra puede tener el sentido
más amplio de " compromiso ", encontrarse en paralelo con " juramento " y
expresar una promesa o una afirmación solemne.



Compromiso con Noé



(Gn 9,8-17). Después del diluvio, Dios anuncia a Noé y a sus hijos que va a adquirir un compromiso (berît)
con ellos y con todo ser vivo. Ninguna obligación se impone a Noé ni a
sus descendientes. Dios se compromete sin reservas. Este compromiso
incondicional de Dios con su creación es la base de toda vida. Su
carácter unilateral, es decir sin exigencias para la otra parte, se
desprende claramente del hecho de que este compromiso incluye
explícitamente a los animales (" todos los que salieron del arca ":
9,10). El arco iris aparece como signo del compromiso tomado por Dios.
Cuando aparecerá entre las nubes, Dios recordará su " compromiso
perpetuo " con " toda carne que está sobre la tierra " (9,16).



Compromiso con Abrahán



(Gn 15,1-21; 17,1-26). Según Gn 15, el señor contrae un compromiso con
Abrahán, expresado en estos términos: " A tu descendencia doy este país "
(15,18). El relato no hace mención alguna de una obligación recíproca.
El carácter unilateral del compromiso es confirmado por el rito solemne
que precede la declaración divina. Se trata de un rito de
auto-imprecación: pasando entre las dos mitades de animales muertos, la
persona que toma el compromiso invoca sobre sí misma una suerte
parecida, en caso de que falte a sus obligaciones (cf. Jr 34,18-20). Si
en Gn 15 se tratase de una alianza con obligaciones recíprocas, las dos
partes habrían debido participar en el rito. Pero éste no es el caso: el
señor solo, representado por " una antorcha de fuego " (15,17), pasa
entre las dos mitades.


El aspecto de promesa de Gn 15 se encuentra también en Gn 17, pero se le
añade un mandamiento. Dios impone a Abrahán una obligación general de
perfección moral (17,1) y una prescripción positiva particular, la
circuncisión (17,10-14). Las palabras: " Camina en mi presencia y sé
íntegro " (17,1) piden una dependencia total e incondicional respecto de
Dios. A continuación promete (17,2) y define una berît: promesas
de extraordinaria fecundidad (17,4-6) y del don de la tierra (17,8).
Estas promesas son incondicionales y difieren en eso de la alianza del
Sinaí (Ex 19,5-6). La palabra berît aparece 17 veces en este
capítulo en su sentido fundamental de afirmación solemne, pero comporta
algo más que una promesa: crea un vínculo perpetuo entre Dios y Abrahán
igual que con su descendencia: " Yo seré vuestro Dios " (Gn 17,8).


La circuncisión es el " signo " del compromiso con Abrahán, así como el
arco iris es el signo de la alianza con Noé, con la diferencia de que la
circuncisión depende de una decisión humana. Es una señal que
identifica a los destinatarios de la promesa de Dios. Los que no
llevasen esa señal serían en castigo expulsados del pueblo, ya que lo
habrían profanado (Gn 17,14).


38. Alianza del Sinaí. El texto de Ex 19,4-8 muestra el
significado fundamental de la alianza de Dios con Israel. El simbolismo
poético utilizado, " llevar sobre alas de águila ", muestra claramente
cómo la alianza se inscribe con toda naturalidad en el interior del
proceso de liberación profunda iniciado con la travesía del mar. Toda la
idea de la alianza se remonta a esta iniciativa divina. El acto
redentor cumplido por el señor en la salida de Egipto constituye para
siempre el fundamento de la exigencia de fidelidad y de docilidad para
con él.


La única respuesta válida a este acto redentor es una continua gratitud,
que se expresa por una obediencia sincera. " Ahora, si vosotros me
obedecéis y respetáis mi alianza " (19,5a): esas estipulaciones no
deben ser consideradas como una de las bases sobre las que reposa la
alianza, sino más bien como la condición a cumplir para seguir
disfrutando de las bendiciones prometidas a su pueblo por el Señor. La
aceptación de la alianza ofrecida incluye, por una parte, obligaciones,
pero garantiza, por otra parte, un estatuto especial: " Vosotros seréis
mi propiedad personal (segulah) ". Dicho de otro modo: " Vosotros seréis para mi un reino de sacerdotes y una nación santa " (19,5b.6).


El texto de Ex 24,3-8 lleva a su término el establecimiento de la
alianza anunciado en 19,3-8. El reparto de la sangre en dos partes
iguales prepara la celebración del rito. La mitad de la sangre es
vertida sobre el altar dedicado a Dios, mientras que la otra mitad es
rociada sobre los israelitas reunidos, que de este modo son consagrados
como pueblo santo del señor y destinados a su servicio. El principio
(19,8) y el final (24,3.7) del gran acontecimiento de la institución de
la alianza están marcados por la repetición por parte del pueblo de una
misma fórmula de compromiso:


" Todo lo que el señor ha dicho, lo pondremos en práctica ".


Aquel compromiso no fue mantenido. Los israelitas adoraron el becerro de
oro (Ex 32,1-6). El relato de aquella infidelidad y de sus
consecuencias constituye una reflexión sobre la ruptura de la alianza y
su restablecimiento. El pueblo había merecido la ira de Dios, que habló
de exterminarlo (32,10). Pero la intercesión repetida de Moisés, 127
la intervención de los levitas contra los idólatras (32,26-29) y la
penitencia del pueblo (33,4-6) consiguieron de que Dios renunciase a
ejecutar sus amenazas (32,14) y consintiese en caminar de nuevo junto a
su pueblo (33,14-17). Dios tomó la iniciativa de restablecer la alianza
(34,1-10). Estos capítulos reflejan la convicción de que Israel estuvo
inclinado desde el principio a ser infiel a la alianza, pero que Dios,
por el contrario, siempre reanudaba las relaciones.


La alianza es indudablemente un modo humano de concebir las relaciones
de Dios con su pueblo. Como todas las concepciones humanas de este
género, es una expresión imperfecta de la relación entre lo divino y lo
humano. El objetivo de la alianza se define muy simplemente: " Yo seré
vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo " (Lv 26,12; cf. Ex 6,7). La
alianza no debe ser entendida como un simple contrato bilateral, pues
Dios no puede estar sometido a obligaciones del mismo modo que los seres
humanos. De todos modos, la alianza permitirá a los israelitas recurrir
a la fidelidad de Dios: Israel no había sido el único en comprometerse.
El señor se había comprometido a darles la tierra y a mantener su
presencia bienhechora en medio de su pueblo.



La alianza en el Deuteronomio
. El
Deuteronomio, igual que la redacción de los libros históricos que de él
dependen (Josué-Reyes) distinguen entre " el juramento a los padres "
referido al don del país (Dt 7,12; 8,18) y la alianza con la generación
del Horeb (5,2-3). Esta alianza es como un juramento de pertenencia al
Señor (2 R 23,1-3). Por parte de Dios está destinada a ser permanente
(Dt 7,9.12), pero exige la fidelidad del pueblo. La palabra berît se
refiere a menudo de modo específico al decálogo, más que a la relación
entre el Señor e Israel de la que el decálogo forma parte: El Señor " os
ha comunicado su berît, las diez palabras que os ha ordenado poner en práctica ". 128

La declaración de Dt 5,3 merece una atención particular, pues afirma la
validez de la alianza para la generación presente (cf. también 29,14).
Este versículo da una especie de clave para la interpretación de todo el
libro. La distancia temporal entre las generaciones queda abolida. La
alianza del Sinaí se actualiza: ha sido concluida " con nosotros, que
estamos aquí hoy ".



El compromiso con David
. Esta berît se
sitúa en la línea de las que fueron dadas a Noé y a Abrahán: promesa de
Dios sin obligación correspondiente para el rey. David y su casa
disfrutan por ella del favor de Dios, que se compromete con juramento a
una " alianza eterna ". 129 La naturaleza de esta alianza es definida con estas palabras de Dios: " Yo seré su padre y él será mi hijo ". 130

Por tratarse de una promesa incondicional, la alianza con la casa de
David no puede ser rota (Sl 89,29-38). Si el sucesor de David comete
pecado, Dios lo castigará como un padre castiga a su hijo, pero no le
retirará su favor (2 Sa 7,14-15). La perspectiva es muy diferente de la
de la alianza del Sinaí, en que el favor divino depende de una
condición: el respeto de la alianza por parte de Israel (Ex 19,5-6).


39. Una nueva alianza en Jr 31,31-34. En tiempos de Jeremías, la
incapacidad de Israel para observar la alianza del Sinaí se manifiesta
de modo trágico: provoca la toma de Jerusalén y la destrucción del
Templo. Pero la fidelidad de Dios para con su pueblo se manifiesta
enseguida con la promesa de una " nueva alianza " que, según dice el
Señor, " no será como aquella que concluí con sus padres, cuando los
tomé de la mano para sacarlos de Egipto; ellos rompieron aquella alianza
" (Jr 31,32). Después de la ruptura de la alianza del Sinaí, la nueva
alianza hará posible un nuevo comienzo para el pueblo de Dios. El
oráculo no anuncia un cambio de ley, sino una nueva relación con la ley
de Dios, en el sentido de una interiorización. En vez de estar escrita
sobre " tablas de piedra ", 131 la ley será escrita por Dios
sobre los " corazones " (Jr 31,33), lo cual garantizará una docilidad
perfecta, aceptada de corazón, en vez de la continua indocilidad pasada. 132
El resultado será una verdadera pertenencia recíproca, una relación
personal de cada uno con el Señor, que volverá inútiles las
exhortaciones, tan necesarias anteriormente y sin embargo ineficaces,
según la amarga experiencia de los profetas. Esta sorprendente novedad
tendrá como base una iniciativa extraordinariamente generosa del Señor:
el perdón concedido al pueblo de todos sus pecados.


La expresión " nueva alianza " no se encuentra en otros lugares del
Antiguo Testamento, pero un oráculo del Libro de Ezequiel prolonga
visiblemente el de Jr 31,31-34, anunciando a la casa de Israel el don de
un " corazón nuevo " y un " espíritu nuevo ", que será el Espíritu de
Dios y asegurará la docilidad a las leyes de Dios. 133



En el judaísmo del Segundo Templo, ciertos israelitas veían la " nueva alianza " 134
realizada en su propia comunidad gracias a una más exacta observancia
de la Ley de Moisés, según las instrucciones de un " maestro de justicia
". Eso demuestra que el oráculo del Libro de Jeremías era recordado en
tiempo de Jesús y de Pablo. Nadie se extrañará, pues, de ver la
expresión " nueva alianza " reaparecer varias veces en el Nuevo
Testamento.


b) En el Nuevo Testamento



40. En el tema de la alianza de Dios con su pueblo, los escritos del
Nuevo Testamento se sitúan en una perspectiva de cumplimiento, es decir,
de continuidad fundamental y de progreso decisivo, que comporta
necesariamente rupturas en ciertos puntos.


La continuidad afecta sobre todo a la relación de alianza, mientras que
las rupturas afectan a las instituciones del Antiguo Testamento, que se
consideraban encargadas de establecer y mantener esta relación. En el
Nuevo Testamento, la alianza se establece sobre un fundamento nuevo, la
persona y la obra de Cristo Jesús; la relación de alianza se encuentra
profundizada y ampliada, abierta a todos gracias a la fe cristiana.



Los Evangelios sinópticos y los Hechos des Apóstoles



hablan poco de alianza. En los Evangelios de la infancia, el cántico de
Zacarías (Lc 1,72) proclama el cumplimiento de la alianza-promesa dada
por Dios a Abrahán para su descendencia. La promesa comportaba el
establecimiento de una relación recíproca (Lc 1,73-74) entre Dios y
aquella descendencia.


En la Ultima Cena, Jesús interviene de modo decisivo, haciendo de su
sangre " una sangre de alianza " (Mt 26,28; Mc 14,24), fundamento de "
la nueva alianza " (Lc 22,20; 1 Cor 11,25). La expresión " sangre de
alianza " recuerda la instauración de la alianza del Sinaí por Moisés
(Ex 24,8) y sugiere por tanto una relación de continuidad con aquella
alianza. Pero las palabras de Jesús manifiestan al mismo tiempo un
aspecto de novedad radical, pues, mientras que la alianza del Sinaí
había comportado un ritual de aspersión con la sangre de animales
inmolados, la alianza de Cristo se funda sobre la sangre de un ser
humano que transforma su muerte de condenado en don generoso y así hace
de un acontecimiento de ruptura un acontecimiento de alianza.


Hablando de " nueva alianza ", la expresión de Pablo y Lucas explicita
esta novedad. Al mismo tiempo señala la continuidad del acontecimiento
con otro texto del Antiguo Testamento, el oráculo de Jr 31,31-34, que
anunciaba que Dios establecería una " nueva alianza ". La palabra de
Jesús sobre el cáliz proclama que la profecía del Libro de Jeremías se
ha cumplido en su Pasión. Sus discípulos toman parte en este
cumplimiento gracias a su participación en la " cena del Señor " (1 Cor
11,20).


En los Hechos de los Apóstoles (3,25), Pedro hace alusión a la
alianza-promesa. Se dirige a los judíos (3,12), pero el texto que cita
se refiere al mismo tiempo a " todas las naciones de la tierra " (Gn
22,18). Así expresa la apertura universal de la alianza.


El Apocalipsis presenta un desarrollo característico: en la
visión escatológica de la " Jerusalén nueva", pronuncia, ampliándola, la
fórmula de la alianza: " y ellos serán sus pueblos y Él, Dios con
ellos, será su Dios " (21,3).


41. Las Cartas de Pablo discuten más de una vez la cuestión de la
alianza. La " nueva alianza " fundada en la sangre de Cristo (1 Cor
11,25) tiene una dimensión vertical de unión con el Señor por la "
comunión con la sangre de Cristo " (1 Cor 10,16) y una dimensión
horizontal de unión de todos los cristianos en un " único cuerpo " (1
Cor 10,17).


El ministerio apostólico está al servicio de la " nueva alianza " (2 Cor
3,6), que no es " de letra ", como la del Sinaí, sino " de Espíritu ",
conforme a las profecías, que afirman que Dios escribirá su ley " en los
corazones " (Jr 31,33) y dará " un espíritu nuevo ", que será su
Espíritu. 135 Pablo se enfrenta más de una vez a la alianza-ley del Sinaí; 136
le opone la alianza-promesa recibida por Abrahán. La alianza-ley es
posterior y provisoria (Gál 3,19-25). La alianza-promesa es anterior y
definitiva (Gál 3,16-18). Ésta tenía desde el principio una apertura
universal, 137 que ha encontrado su cumplimiento en Cristo. 138



Pablo se opone a la alianza-ley del Sinaí, por una parte, en la medida
en que puede ser rival de la fe en Cristo (" el ser humano no es
justificado por las obras de la Ley, sino únicamente por la fe de
Jesucristo ": Gál 2,16; Rom 3,28) y por otra, en cuanto que es el
sistema legislativo de un pueblo particular, que no debe ser impuesto a
los creyentes venidos de las " naciones ". Pero Pablo afirma el valor de
revelación de " la antigua diathêkê ", es decir de los escritos del " Antiguo Testamento ", que deben ser leídos a la luz de Cristo (2 Cor 3,14-16).


Para Pablo, la fundación por parte de Jesús de " la nueva alianza en
(su) sangre " (1 Cor 11,25) no implica una ruptura de la alianza de Dios
con su pueblo, sino que constituye su cumplimiento. Pablo coloca aún "
las alianzas " entre los privilegios de los israelitas, incluso si no
creen en Cristo (Rom 9,4). Israel sigue encontrándose en una relación de
alianza y es siempre el pueblo al que se ha prometido el cumplimiento
de la alianza, pues su falta de fe no puede anular la fidelidad de Dios
(Rom 11,29). Por más que algunos israelitas han tomado la observancia de
la Ley como medio para establecer su propia justicia, la
alianza-promesa de Dios, hecha de misericordia (Rom 11,26-27), no puede
ser anulada. La continuidad es subrayada por la afirmación de que Cristo
es el objetivo y la realización a los que la Ley conducía al pueblo de
Dios (Gál 3,24). Para muchos judíos, el velo con que Moisés cubría su
rostro sigue colocado sobre el Antiguo Testamento (2 Cor 3,13.15) y les
impide reconocer en él la revelación de Cristo. Pero eso forma parte del
misterioso designio de salvación de Dios, cuyo objetivo final es la
salvación de " todo Israel " (Rom 11,26).


Las " alianzas de la promesa " son explícitamente mencionadas en Ef
2,12, para proclamar que su acceso está ahora abierto a las " naciones
", porque Cristo ha abatido " el muro de separación ", es decir la Ley,
que impedía este acceso a los no judíos (cf. Ef 2,14-15).


Las Cartas paulinas manifiestan pues una doble convicción: por una
parte, la de la insuficiencia de la alianza legal del Sinaí; por otra,
la de la plena validez de la alianza-promesa. Ésta encuentra su
cumplimiento en la justificación por la fe en Cristo, ofrecida " al
judío en primer lugar así como al griego " (Rom 1,16). La negativa a
aceptar la fe en Cristo ha colocado al pueblo judío en una situación
dramática de desobediencia, pero sigue siendo " amado " y Dios sigue
prometiéndole su misericordia (cf. Rom 11,26-32).


42. La Carta a los Hebreos cita in extenso el oráculo de la " nueva alianza " 139 y proclama su realización por Cristo, " mediador de la nueva alianza ". 140
La Carta demuestra la insuficiencia de las instituciones cultuales de "
la primera alianza ": sacerdocio y sacrificios eran incapaces de
apartar el obstáculo del pecado y de establecer una auténtica relación
entre el pueblo y Dios. 141 Aquellas instituciones han sido,
pues, abrogadas para dar paso al sacrificio y al sacerdocio de Cristo
(He 7,18-19; 10,9). Puesto que Cristo, con su obediencia redentora (He
5,8-9; 10,9-10), ha remontado todos los obstáculos y ha abierto a todos
los creyentes el acceso a Dios (He 4,14-16; 10,19-22). Así se ha
cumplido el proyecto de alianza anunciado y prefigurado por Dios en el
Antiguo Testamento. No se trata de una simple renovación de la alianza
del Sinaí, sino del establecimiento de una alianza verdaderamente nueva,
fundada sobre una base nueva, la ofrenda personal de Cristo (cf.
9,14-15).


La " alianza " de Dios con David no es mencionada explícitamente en el
Nuevo Testamento, pero un discurso de Pedro en los Hechos pone la
resurrección de Jesús en relación con el " juramento jurado por Dios a
David " (Hch 2,30), juramento que en Sl 89,4 y 132,11 designa la alianza
con David. En Hch 13,34 un discurso de Pablo realiza una aproximación
parecida utilizando una expresión de Is 55,3 (" las cosas santas
prometidas a David ") que, en el texto del propio Isaías, define una "
alianza eterna ". Con ello la resurrección de Jesús, " hijo de David ", 142 es presentada como cumplimiento de la alianza-promesa dada por Dios a David.



La conclusión



que se deduce de todos esos textos es que los primeros cristianos tenían
conciencia de encontrarse en profunda continuidad con el designio de
alianza manifestado y realizado por el Dios de Israel en el Antiguo
Testamento. Israel sigue encontrándose en una relación de alianza con
Dios, porque la alianza-promesa es definitiva y no puede ser abolida.
Pero los primeros cristianos tenían también conciencia de vivir en una
etapa nueva de aquel designio, etapa que había sido anunciada por los
profetas y que acababa de ser inaugurada con la sangre de Jesús, "
sangre de alianza ", en cuanto que derramada por amor (cf. Ap 1,5b-6).


43. La palabra hebrea tôrah, que suele traducirse como " ley ", significa más exactamente " instrucción ", es decir enseñanza y directriz a la vez. La Torá es fuente suprema de sabiduría. 143
La Ley ocupa un lugar central en las Escrituras del pueblo judío y en
su práctica religiosa, desde la época bíblica hasta nuestros días. Por
eso, desde los tiempos apostólicos, la Iglesia ha debido responder de su
relación con la Ley, a ejemplo del mismo Jesús, que le dio una
significación propia en virtud de su autoridad de Hijo de Dios. 144



a) La Ley en el Antiguo Testamento


La Ley y el culto de Israel se desarrollaron a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Las distintas colecciones de leyes 145 pueden, por otro lado, servir de jalones para la cronología del Pentateuco.




El don de la Ley
. La Ley es en primer lugar un don de Dios a su pueblo. El don de la Ley es objeto de un relato principal, de origen compuesto 146 y de relatos complementarios, 147
entre los cuales 2 Re 22-23 tiene un lugar aparte, a causa de su
importancia para el Deuteronomio. Ex 19-24 integra la Ley en " la
alianza " (berît) que el Señor concluyó con Israel en la montaña
de Dios, en el contexto de una teofanía ante todo Israel (Ex 19 20) y
luego ante Moisés solo 148 y ante los setenta representantes
de Israel (Ex 24,9-11). Estas teofanías y la alianza significan una
gracia especial para el pueblo presente y futuro, 149 y las leyes reveladas en aquel momento son garantía perdurable de ello.

Pero las tradiciones narrativas asocian igualmente el don de la Ley a la
ruptura de la alianza a consecuencia de la violación del monoteísmo
prescrito en el Decálogo. 150



" El espíritu de las leyes " según la Torá. Las leyes contienen
reglas morales (ética), jurídicas (derecho), rituales y culturales (una
rica colección de costumbres religiosas y profanas). Contienen
disposiciones concretas, a veces expresadas de forma absoluta (por ej.,
el decálogo), a veces bajo forma de casos particulares que concretan
principios generales. Entonces tienen valor de precedente y de analogía
para situaciones comparables y dan lugar al desarrollo ulterior de una
jurisprudencia, llamada halaká y desarrollada en la ley oral, llamada más tarde la Misná.
Muchas leyes tienen una significación simbólica, en el sentido de que
ilustran concretamente valores invisibles, como por ejemplo la equidad,
la paz social, la humanidad, etc. No todas estas leyes han servido como
normas aplicables: algunas son textos escolares para la formación de
futuros sacerdotes, jueces o funcionarios; otras reflejan ideales
inspirados por el movimiento profético. 151 Su campo de
aplicación fueron, en primer lugar, las aldeas y pueblos del país
(Código de la alianza), luego, todo el reino de Judá y de Israel y, más
tarde, la comunidad judía dispersa por el mundo.


Consideradas históricamente, las leyes bíblicas son el final de una
larga historia de tradiciones religiosas, morales y jurídicas. Contienen
numerosos elementos comunes a la civilización del Oriente Antiguo.
Vistas bajo el aspecto literario y teológico, tienen su origen en el
Dios de Israel, que las ha revelado sea directamente (el decálogo, según
Dt 5,22), sea por medio de Moisés, encargado de promulgarlas. En
efecto, el decálogo es una colección aparte frente a las demás leyes. Su
comienzo 152 lo califica como conjunto de condiciones
necesarias para asegurar la libertad de las familias israelitas y su
protección contra toda clase de opresión, tanto de la idolatría como de
la inmoralidad y la injusticia. La explotación que Israel había sufrido
en Egipto no debe reproducirse nunca en Israel con la explotación de los
débiles por parte de los poderosos.


Por su parte, las disposiciones del Código de la Alianza y de Ex
34,14-26 encarnan un conjunto de valores humanos y religiosos con el que
dibujan un ideal comunitario de valor perpetuo.


La Ley es israelita y judía. Es pues una ley particular, adaptada a un
pueblo histórico particular. Pero tiene un valor ejemplar para la
humanidad entera (Dt 4,6). Por eso es un bien escatológico prometido a
todas las naciones, puesto que será instrumento de paz (Is 2,1-4; Mi
4,1-3). Las leyes bíblicas encarnan una antropología religiosa y un
conjunto de valores que transcienden el pueblo y las condiciones
históricas de las que en parte son producto.



Una espiritualidad de la Torá
. Por ser
manifestación de la sabia voluntad divina, los mandamientos tuvieron
cada vez más importancia en la vida social e individual israelita. En
ella la Ley se hace omnipresente, sobre todo a partir del exilio (siglo
VI). Así se forma una espiritualidad marcada por una profunda veneración
de la Torá. Su observancia fue entendida como la expresión
necesaria del " temor del Señor " y la forma perfecta del servicio de
Dios. Los Salmos, el Sirácida y Baruc son testigos de ello en la misma
Escritura. Los Salmos 1, 19 y 119, salmos de la Torá, juegan un papel estructural en la organización del salterio. La Torá revelada
a los hombres es al mismo tiempo el pensamiento organizador del cosmos
creado. Obedeciendo a esta ley, los judíos creyentes encuentran en ella
sus delicias y la bendición, y participan de la sabiduría creadora
universal de Dios. Esta sabiduría revelada al pueblo judío es superior a
la de las naciones (Dt 4,6.8), en particular a la de los griegos (Ba
4,1-4).

b) La Ley en el Nuevo Testamento



44. Mateo, Pablo, la Carta a los Hebreos, y la de Santiago consagran una
reflexión teológica explícita al significado de la Ley después de la
venida de Jesucristo.


El Evangelio de Mateo refleja la situación de la comunidad
eclesial mateana después de la caída de Jerusalén (70 d.C.). Jesús
afirma la validez permanente de la Ley (Mt 5,18-19), pero en una nueva
interpretación, dada con plena autoridad (Mt 5,21-48). Jesús " cumple "
la Ley (Mt 5,17) radicalizándola: a veces abroga la letra de la Ley
(divorcio, ley del talión), a veces da de ella una interpretación más
exigente (homicidio, adulterio, juramento) o más suave (sábado). Jesús
insiste en el doble mandamiento del amor a Dios (Dt 6,5) y al prójimo
(Lv 19,18), del que " dependen toda la Ley y los Profetas " (Mt 22,34-
40). Además de la Ley, Jesús, nuevo Moisés, da a conocer la voluntad de
Dios a los hombres, en primer lugar a los judíos y luego a las naciones
(Mt 28,19-20).


La teología paulina de la Ley es rica, pero imperfectamente
unificada. Ello es debido a la naturaleza de esos escritos y a un
pensamiento en plena elaboración en un terreno teológico todavía no
desbrozado. La reflexión de Pablo sobre la Ley fue provocada por su
experiencia espiritual personal y por su ministerio apostólico. Por su
experiencia espiritual, ya que en su encuentro con Cristo (1 Cor 15,8),
Pablo se dio cuenta de que su celo por la Ley lo había desviado hasta el
punto de llevarlo a " perseguir a la Iglesia de Dios " (15,9; Flp 3,6) y
que adhiriéndose a Cristo, renegaba de aquel celo (Flp 3,7-9). Por su
ministerio apostólico, puesto que su ministerio le dedicaba a los no
judíos (Gál 2,7; Rom 1,5) y le planteaba la cuestión de si la fe
cristiana exige que se imponga a los no judíos la sumisión a la ley
particular del pueblo judío, especialmente a las observancias legales
que son distintivas de la identidad judía (circuncisión, reglas
alimenticias, calendario). Una respuesta positiva a esta cuestión
hubiera sido evidentemente ruinosa para el apostolado de Pablo. A
vueltas con este problema, el apóstol no se limitó a hacer
consideraciones pastorales; sino que se lanzó a una profundización
doctrinal.


Pablo tiene conciencia clara de que la venida de Cristo (Mesías) obliga a
definir de nuevo el papel de la Ley. Pues Cristo es el " fin de la Ley "
(Rom 10,4), a la vez el objetivo hacia el cual tiende y el término en
que acaba su régimen. Ahora ya no es la Ley la que debe dar la vida, que
por otro lado no podía dar efectivamente 153 sino que es la fe en Cristo la que justifica y da vida. 154
Cristo resucitado de entre los muertos comunica a los creyentes su vida
nueva (Rom 6,9-11) y les asegura la salvación (Rom 10,9-10).


¿Cuál será ahora la función de la Ley? Pablo busca una respuesta a esta
cuestión. Ve la significación positiva de la Ley: es un privilegio de
Israel (Rom 9,4), es " la Ley de Dios " (Rom 7,22); se resume en el
precepto del amor al prójimo; 155 es " santa " y " espiritual
" (Rom 7,12.14). Según Flp 3,6 la Ley define una cierta " justicia ".
Por otro lado, la Ley abre automáticamente la posibilidad de la opción
contraria: " yo no he conocido el pecado si no fuera por la Ley. No
hubiera conocido los malos deseos, si la Ley no hubiera dicho: ¡No
tendrás malos deseos! " (Rom 7,7). Pablo evoca a menudo esta opción
implicada inevitablemente en el don de la Ley, por ejemplo cuando dice
que la condición humana concreta (" la carne ") o " el pecado " impiden a
la persona humana obedecer a la Ley (Rom 7,23-25) o que " la letra " de
la Ley, privada del Espíritu capaz de cumplirla, acaba por llevar a la
muerte (2 Cor 3,6-7).


Oponiendo " la letra " y " el espíritu ", el Apóstol ha operado una
dicotomía, como lo ha hecho con Adán y Cristo: a un lado coloca lo que
Adán (es decir el ser humano sin la gracia) es capaz de hacer y al otro,
lo que Cristo (es decir la gracia) realiza. En realidad, en la
existencia concreta de los judíos piadosos, la Ley estaba insertada en
un plan de Dios en el que las promesas y la fe tenían su lugar, pero
Pablo quiso hablar de lo que la Ley puede dar por sí misma, como " letra
", es decir, haciendo abstracción de la providencia que siempre
acompaña al hombre, a menos que él quiera fabricarse una justicia
totalmente propia. 156



Si, según 1 Cor 15,56, " el aguijón de la muerte es el pecado y el poder
del pecado es la Ley ", se deduce que la Ley, por su condición de
letra, mata, aunque indirectamente. En consecuencia, el ministerio de
Moisés podrá ser llamado ministerio de muerte (2 Cor 3,7) y de
condenación (3,9). Sin embargo, aquel ministerio estuvo rodeado de tal
gloria (resplandor proveniente de Dios) que los israelitas no podían
siquiera mirar la cara de Moisés (3,7). Aquella gloria pierde algo de su
valor por el hecho de que existe una gloria superior (3,10), la del "
ministerio del Espíritu " (3,8).


45. La Carta a los Gálatas declara que " los que se apoyan en las obras
de la Ley se encuentran bajo maldición ", pues la Ley maldice a " todo
el que no persevere en el cumplimiento de todo lo que está escrito en
(su) libro ". 157 Aquí la Ley se opone al camino de la fe, propuesto por otro lado también por la Escritura, 158
indicando sólo el camino de las obras, que nos deja con nuestras solas
fuerzas (3,12). Pero no es que el Apóstol esté absolutamente contra toda
" obra ". Está sólo contra la pretensión humana de justificarse gracias
a las " obras de la Ley ". No está contra las obras de la fe que, por
otro lado, coinciden a menudo con el contenido de la Ley, obras que
fueron posibles gracias a la unión vital con Cristo. Declara, por el
contrario, que " lo que cuenta ", es " la fe que actúa por el amor ". 159



Pablo es consciente de que la venida de Cristo ha introducido un cambio
de régimen. Los cristianos ya no viven bajo el régimen de la Ley, sino
bajo el de la fe en Cristo (Gál 3,24-26; 4,3-7), que es el régimen de la
gracia (Rom 6,14-15).


En cuanto a los contenidos centrales de la Ley (el Decálogo y todo lo
que implica el espíritu del Decálogo), Gál 5,18-23 afirma en primer
lugar: " Si vosotros sois conducidos por el Espíritu, ya no estáis bajo
la Ley " (5,18). Sin tener necesidad de la Ley, os abstendréis
espontáneamente de las " obras de la carne " (5,19-21) y produciréis "
el fruto del Espíritu " (5,22). Pablo añade que la Ley no está en contra
de eso (5,23), porque los creyentes cumplirán todo lo que la Ley exige,
e incluso más, y evitarán todo lo que la Ley prohibe. Según Rom 8,1-4, "
la ley del Espíritu de la vida en Cristo Jesús " ha puesto remedio a la
incapacidad de la Ley de Moisés y ha logrado que " la justa
prescripción de la Ley se cumpla " en los creyentes. Uno de los
objetivos de la redención era precisamente obtener ese cumplimiento de
la Ley.


En la Carta a los Hebreos, la Ley aparece como una institución que ha sido válida en su tiempo y a su nivel. 160
Pero la verdadera mediación entre el pueblo pecador y Dios no está a su
alcance (7,19; 10,1). Sólo la mediación de Cristo es eficaz (9,11-14).
Cristo es un sumo sacerdote de un género nuevo (7,11.15). Los vínculos
de la Ley con el sacerdocio hacen que " el cambio de sacerdocio lleve
consigo un cambio de Ley " (7,12). Al decir eso, el autor coincide con
la enseñanza de Pablo, según el cual los cristianos ya no están bajo el
régimen de la Ley, sino bajo el de la fe en Cristo y de la gracia. En
cuanto a la relación con Dios, el autor no insiste en la observancia de
la Ley, sino en " la fe ", " la esperanza " y " el amor " (10,22.23.24).


Para Santiago, como para la primitiva comunidad cristiana, los
mandamientos morales de la Ley continúan sirviendo de guía (2,11), pero
interpretados por el Señor. La " ley real " (2,8), la del " Reino "
(2,5), es el precepto del amor al prójimo. 161 Es " la ley perfecta de la libertad " (1,25; 2,12-13), que hay que poner en práctica gracias a una fe activa (2,14-26).


Este último ejemplo muestra al mismo tiempo la variedad de posiciones
expresadas en el Nuevo Testamento en relación con la Ley y el acuerdo
fundamental que hay entre ellas. Santiago no anuncia, como Pablo y la
Carta a los Hebreos, el fin del régimen de la Ley, pero está de acuerdo
con Mateo, Marcos, Lucas y Pablo, en subrayar la primacía, no del
Decálogo, sino del precepto del amor al prójimo (Lv 19,18), el cual
conduce a observar perfectamente el Decálogo y a sobre pasarlo. Así el
Nuevo Testamento se apoya sobre el Antiguo. Lo lee a la luz de Cristo,
que confirmó el precepto del amor y le dio una nueva dimensión: " Amaos
los unos a los otros como yo os he amado " (Jn 13,34; 15,12), es decir,
hasta el sacrificio de la vida. Así la Ley queda más que cumplida.



a) En el Antiguo Testamento


46. En el Antiguo Testamento, la oración y el culto ocupan un lugar
destacado, porque estas actividades son los momentos privilegiados de la
relación personal y colectiva de los israelitas con Dios, que los ha
escogido y los ha llamado a vivir en su Alianza.



Oración y culto en el Pentateuco
. Los relatos
muestran situaciones típicas de oración, sobre todo en Gn 12-50. Allí
encontramos oraciones ante una desgracia (32,10-13), de petición de un
favor (24,12-14), de acción de gracias (24,48), así como votos
(28,20-22) y consultas al Señor sobre el futuro (25,22-23). En el Exodo,
Moisés intercede 162 y su intercesión salva al pueblo del exterminio (32,10.14).

El Pentateuco es la fuente principal para el conocimiento de las
instituciones de Israel: reúne etiologías que explican el origen de
lugares, tiempos e instituciones sagradas: lugares, como Siquem, Betel, Mambré, Bersabé; 163 tiempos sagrados, como el sábado, el año sabático, el año jubilar; días de fiesta fijos, como el Día de las expiaciones. 164



El culto es un don del Señor. Varios textos del Antiguo Testamento
insisten en esta perspectiva. La revelación del nombre de Dios es pura
gracia (Ex 3,14-15). Es el Señor quien ofrece la posibilidad de celebrar
sacrificios, pues es él quien da a este fin la sangre de los animales
(Lv 17,11). Antes de ser una ofrenda del pueblo a Dios, las primicias y
los diezmos son un don de Dios al pueblo (Dt 26,9-10). Es Dios quien
instituye sacerdotes y levitas y diseña los utensilios sagrados (Ex 25
30).


Las colecciones de leyes (más arriba, II.B.6, n 43) contienen una masa
de disposiciones litúrgicas y varias indicaciones sobre la finalidad del
orden cultual. Las distinciones fundamentales entre puro e impuro por
una parte, santo y profano por la otra, organizan el espacio y el
tiempo, y por consiguiente toda la vida social y individual, hasta en la
realidad cotidiana. Lo impuro sitúa a las personas o a las cosas a que
afecta fuera del espacio socio-cultual, mientras que lo puro se integra
en él de pleno derecho. La actividad cultual comporta múltiples
purificaciones destinadas a reintegrar al impuro en la comunidad. 165
En el interior del círculo de la pureza, hay otro límite que separa lo
profano (que en sí es puro) de lo santo (que es puro y además está
reservado a Dios). Lo santo (o lo sagrado) es el ámbito perteneciente a
Dios. La liturgia de la fuente " sacerdotal " (P) distinguirá, además,
entre lo simplemente " santo " y lo " Santísimo " ("Santo de los
Santos"). El espacio de lo santo es accesible a los sacerdotes y
levitas, pero no a los demás miembros del pueblo (" laicos "). El
espacio sagrado está de todos modos reservado. 166



El tiempo sagrado es sustraído al empleo profano (prohibición del
trabajo el día del sábado y de la labranza y la cosecha durante el año
sabático). Coincide con el retorno del mundo creado a un estadio
anterior a la entrega del mundo al hombre. 167



El espacio, las personas y las cosas sagrados deben ser santificados
(consagrados). La consagración aleja todo lo que es incompatible con
Dios, lo impuro y el pecado, opuestos al Señor. El culto comporta
múltiples celebraciones del perdón (expiaciones) que restauran la
santidad. 168 La santidad implica la proximidad a Dios. 169
El pueblo es consagrado y debe ser santo (Lv 11,44-45). El objetivo del
culto es la santidad del pueblo gracias a las expiaciones,
purificaciones y consagraciones, así como el servicio de Dios.


El culto es un vasto símbolo de gracia, expresión de la "
condescendencia " (en el sentido patrístico de adaptación benévola) de
Dios para con los hombres, puesto que él lo ha fundado para perdonar,
purificar, santificar y preparar el contacto inmediato con su presencia (kabôd, gloria).


47. Oración y culto en los Profetas. El libro de Jeremías
contribuye mucho a valorar la oración. Contiene " confesiones ",
diálogos con Dios, en los que el profeta, tanto a título personal como
representando a su pueblo, expresa una fuerte crisis interior en
relación a la elección y a la realización del designio de Dios. 170 Varios libros proféticos integran salmos y cánticos, 171 así como retazos de doxología. 172



Entre los Profetas preexílicos, por otro lado, se observa como un rasgo
característico la condena reiterada de los sacrificios del ciclo
litúrgico 173 e incluso de la oración. 174 El
rechazo parece radical, pero no cabe interpretar esas invectivas como
una abrogación del culto, una negación de su origen divino. Intentan
denunciar la contradicción entre la conducta de los que celebran el
culto y la santidad de Dios que pretenden celebrar.



Oración y culto en los demás Escritos
. Tres
libros poéticos tienen una importancia capital en relación con la
espiritualidad de la oración. En primer lugar, Job: con tanta sinceridad
como arte, el protagonista expresa a Dios sin rodeos todos sus estados
de ánimo. 175 Luego, las Lamentaciones, donde la oración se mezcla con la queja. 176 Y, evidentemente, los Salmos,
que constituyen el núcleo vital del Antiguo Testamento. En efecto, se
tiene la impresión de que si la Biblia hebrea ha recogido tan pocas
indicaciones teóricas sobre la oración, ha sido para condensar toda la
luz sobre una colección particular. El Salterio es una clave de lectura
insustituible, no sólo para el conjunto de la vida del pueblo israelita,
sino también para todo el volumen de la Biblia hebrea. Además de los
Salmos, los Escritos contienen apenas vagas afirmaciones de principio 177 y algunos especímenes de himnos u oraciones más o menos elaborados. 178

Se puede intentar una clasificación de la oración de los Salmos en torno
a cuatro ejes fundamentales, que conservan un valor universal a través
de los tiempos y las culturas.


La mayoría de los salmos se encuadra en el eje de la liberación.
La secuencia dramática aparece estereotipada, tanto si parte de una
situación personal como colectiva. La experiencia de la necesidad de
salvación reflejada en la oración bíblica cubre un amplio abanico de
situaciones. Otras oraciones se encuadran en el eje de la admiración. Expresan la maravilla, la contemplación, la alabanza. El eje de la instrucción agrupa
tres tipos de oración meditativa: síntesis de la historia sagrada,
indicaciones sobre las opciones morales personales o colectivas
(incluyendo a veces palabras proféticas y oráculos), compendios de las
condiciones requeridas para acceder al culto. Finalmente, algunas
oraciones giran en torno al eje de las fiestas populares. Se distinguen sobre todo cuatro grandes motivos: cosechas, matrimonios, peregrinaciones, acontecimientos políticos.


48. Los lugares privilegiados para la oración son los espacios
sagrados, los santuarios, en particular el de Jerusalén. Pero siempre se
tiene ocasión de rezar en privado en la propia casa. Los tiempos sagrados,
fijados por el calendario, señalan la oración, incluso personal, así
como las horas rituales de las ofrendas, sobre todo la mañana y el
atardecer. En los orantes se observan varias posturas: en pie, con las manos elevadas, de rodillas, completamente prosternado, sentado o acostado.


Si se sabe distinguir entre los elementos estables y los elementos más
caducos del pensamiento y del lenguaje, el tesoro de oraciones de Israel
puede servir para expresar con mucha profundidad la oración humana de
todos los tiempos y de todos los lugares. Aparecerá el valor permanente de
esos textos. Ciertos salmos, sin embargo, expresan un estadio de
oración que será poco a poco superado: en particular, el estadio de las
maldiciones e imprecaciones lanzadas contra los enemigos.


El pueblo cristiano, asume sin cambios las oraciones del Antiguo
Testamento, pero las relee a la luz del misterio pascual, que les
confiere al mismo tiempo un incremento de sentido.



El templo de Jerusalén
. Construido por Salomón
(hacia el 950 a. J.C.), el edificio de piedra que dominaba la colina de
Sión ha jugado un papel central en la religión israelita. A partir de
la reforma religiosa de Josías (640-609), 179 la ley
deuteronómica exige un santuario único en el país para todo el pueblo
(Dt 12,2-7). El de Jerusalén es designado como " el lugar escogido por
el señor Dios para que en él habite su nombre " (12,11.21; etc.). Varios
relatos etiológicos explican esta opción. 180 Por su parte, la teología sacerdotal (P) designa esta presencia con la palabra " gloria " (kabôd),
que evoca la manifestación de Dios, a la vez fascinante y temible, en
particular en el Santo de los Santos, sobre el arca del testimonio
cubierta por el propiciatorio, 181 que toma el nombre de
perdón y de gracia, porque es el punto de contacto más inmediato con
Dios. Por eso la destrucción del templo (587) equivale a la desolación
máxima 182 y reviste la amplitud de una catástrofe nacional.
La prisa en reconstruirlo al final del exilio (Ag 1-2) y en celebrar en
él un culto digno (Mal 1-3) se convierte en criterio del temor de Dios.
Del templo irradian las bendiciones hasta los extremos de la tierra (Sl
65). De ahí deriva la importancia de las peregrinaciones, como signo de
unidad (Sl 122). En la obra del Cronista, el templo es claramente el
centro de toda la vida religiosa y nacional.

El templo es simultáneamente espacio funcional y simbólico. Sirve
como lugar de culto, sobre todo sacrificial, de oración, de enseñanza,
de curación, de entronización real. Pero, como en todas las religiones,
el edificio material de acá abajo evoca el misterio del habitat divino
en el cielo, en lo alto (1 Re 8,30). Por la presencia especial del Dios
de la vida, el santuario se convierte por excelencia en lugar de origen
de la vida (nacimiento colectivo, renacimiento después del pecado) y
del conocimiento (palabra de Dios, revelación, sabiduría). Juega el
papel de eje y centro del mundo. Sin embargo, se observa una relativización crítica del simbolismo del lugar santo. Nunca éste llegará a garantizar y a " contener " la presencia divina. 183
Paralelamente a la crítica del culto hipócrita y formalista, los
profetas desenmascaran la vanidad de la confianza incondicional colocada
en el lugar santo (Jr 7,1-15). Una visión simbólica presenta " la
gloria del Señor " abandonando de modo solemne el espacio sagrado. 184
Pero esta gloria volverá al Templo (Ez 43,1-9), un Templo restaurado,
ideal (40-42), fuente de fecundidad, de curación, de salvación
(47,1-12). Antes de ese retorno, Dios promete a los exiliados que él
mismo será para ellos " un santuario " (11,16).



Jerusalén
. En una perspectiva teológica, la
historia de la ciudad empieza con una elección divina (1 Re 8,16). David
conquista Jerusalén, antigua ciudad cananea (2 Sa 5,6-12). Hasta allí
lleva el arca de la alianza (2 Sa 6 7); allí Salomón construye el
santuario (1 Re 6). Así la ciudad es incluida entre los lugares santos
más antiguos de Judá e Israel a los que se va en peregrinación. En la
guerra de Senaquerib contra Ezequías en el 701 (2 Re 18,13), Jerusalén
es casi la única entre las ciudades de Judá que escapa a la destrucción,
en un momento en que el reino de Israel había sido definitivamente
conquistado por los asirios (en el 722). La liberación de Jerusalén
había sido anunciada proféticamente como gracia divina (2 Re 19,20-34).

Se acostumbra a designar a Jerusalén como " la ciudad escogida " por el Señor, 185
" fundada " por él (Is 14,32), " ciudad de Dios " (Sl 87,3), " ciudad
santa " (Is 48,2), porque el Señor está " en medio de ella " (So 3,17).
Se le promete un futuro glorioso: presencia divina asegurada " para
siempre " y " de edad en edad " (Jl 4,16-21), protección garantizada (Is
31,4-5), y con ella felicidad y prosperidad. Ciertos textos la
idealizan incluso como la ciudad de las ciudades. Más allá de su
realidad geográfica, la ciudad se vuelve polo de atracción y eje del
mundo. 186



Sin embargo, la grandeza de Jerusalén no impedirá la desgracia que se
abatirá sobre ella. Un buen número de oráculos (2 Re 23,27), de acciones
simbólicas (Ez 4 5) y de visiones (8 11) anuncian el rechazo y la
destrucción de la ciudad escogida por Dios.


Más tarde, Jerusalén restaurada se vuelve uno de los grandes símbolos de
la salvación escatológica: ciudad iluminada por el Señor, 187 dotada de un " nombre nuevo " y convertida otra vez en " Esposa " de Dios, 188 paraíso nuevamente encontrado, a causa de la llegada de unos " cielos nuevos " y una " tierra nueva ". 189
La ciudad se convierte en un espacio esencialmente cultual (Ez 40-48),
el centro de un mundo creado de nuevo (Za 14,16-17). " Todas las
naciones " irán allí a buscar la reconciliación en el Señor y la
enseñanza divina que pondrá fin a las guerras. 190



b) En el Nuevo Testamento: oración y culto,
el Templo y Jerusalén




49. Oración y culto. A diferencia del Antiguo Testamento, el
Nuevo Testamento no contiene una legislación detallada que establezca
instituciones cultuales y rituales: sólo prescribe brevemente el deber
de bautizar y celebrar la eucaristía, 191 pero hace hincapié en la oración.


Los Evangelios muestran a menudo a Jesús en oración. Su amor
filial a Dios, su Padre, le impulsaba a dedicar mucho tiempo a esta
actividad. Se levantaba muy pronto para rezar, incluso después de una
noche iniciada muy tarde a causa de la afluencia de gente con sus
enfermos (Mc 1,32.35). A veces pasaba toda la noche en oración (Lc
6,12). Para orar mejor, se aislaba " en lugares desiertos " (Lc 5,16) o
subía " a la montaña " (Mt 14,23). Lucas muestra cómo los momentos más
decisivos del ministerio de Jesús fueron preparados o acompañados por
una oración más intensa: su bautismo (Lc 3,21), la elección de los Doce
(6,12), la cuestión planteada a los Doce sobre su identidad (9,18), su
transfiguración (9,28), su Pasión (22,41-45).


Los Evangelios relatan muy raras veces el contenido de la oración de
Jesús. Lo poco que dicen de ella demuestra que su oración expresaba su
intimidad con el Padre, al que llamaba " Abbá " (Mc 14,36), expresión
familiar que no vemos empleada en el judaísmo contemporáneo para invocar
a Dios. La oración de Jesús era a menudo acción de gracias, según la
forma judía de la beraká. 192 Naturalmente en la última cena, " cantó los salmos " prescritos por el ritual de la gran fiesta. 193 Según los cuatro Evangelios, cita once salmos distintos.


El Hijo reconocía con gratitud que todo le venía del amor de su Padre
(Jn 3,35). Al final del discurso de después de la Cena, Juan pone en
labios de Jesús una larga oración de petición, para sí mismo y para sus
discípulos presentes y futuros, que revela el sentido que daba a su
Pasión (Jn 17). Los Sinópticos por su parte, relatan la oración
suplicante de Jesús en el momento de la tristeza mortal de Getsemaní (Mt
26,36-44 par), oración acompañada de una aceptación muy generosa de la
voluntad del Padre (26,39.42). Desde la cruz, Jesús hizo suyo el grito
de angustia de Sl 22,2, 194 o, según Lucas, la oración de abandono de Sl 31,6 (Lc 23,46).


Además de la oración de Jesús, los Evangelios relatan muchas peticiones y súplicas hechas a Jesús, a las que él respondía interviniendo generosamente y subrayando la eficacia de la fe. 195 Jesús dio instrucciones sobre la oración 196 y recomendó con parábolas la oración perseverante. 197 Insistía sobre la necesidad de la oración en ciertas circunstancias de prueba, " para no caer en tentación " (Mt 26,41 par).


El ejemplo de Jesús suscitaba en sus discípulos el deseo de imitarle: "
Señor, enséñanos a orar " (Lc 11,1). A este deseo, responde enseñándoles
el Padrenuestro. Las fórmulas del Padrenuestro 198 están emparentadas con las de la oración judía ("Dieciocho bendiciones"), pero con una sobriedad sin paralelo. En pocas palabras, el Padrenuestro ofrece,
en efecto, un programa completo de oración filial: adoración (1a
petición), deseo de la salvación escatológica (2a petición), adhesión a
la voluntad de Dios (3a petición), suplica por las necesidades
existenciales con un abandono confiado, día tras día, a la providencia
de Dios (4a petición), petición de perdón, condicionada por la
generosidad en perdonar (5a petición), oración para ser librado de
tentaciones y del ataque del Maligno (6a y 7a peticiones).


Por su parte, Pablo da ejemplo de oración de acción de gracias: la
expresa regularmente bajo una forma u otra al principio de sus cartas.
Invita a los cristianos a " dar gracias en toda circunstancia " y a "
orar constantemente " (1 Tes 5,17).


50. Los Hechos muestran a menudo a los cristianos en oración, sea
individualmente (Hch 9,40; 10,9; etc.) sea en comunidad (4,24-30;
12,12; etc.), en el Templo (2,46; 3,1) o en las casas (2,46) o incluso
en prisión (16,25). A veces la oración se acompaña de ayuno (13,3;
14,23). En el Nuevo Testamento, las fórmulas de oración son sobre todo
hímnicas: el Magníficat (Lc 1,46-55), el Benedictus (1,68-79), el Nunc dimitis (2,29-32)
y numerosos pasajes del Apocalipsis. Están embebidas de lenguaje
bíblico. En el corpus paulino, los himnos suelen ser cristológicos, 199 reflejan la liturgia de las iglesias. Como la oración de Jesús, la oración cristiana utilizaba la forma judía de la beraká (" Bendito sea Dios "). 200 En ambiente griego, era marcadamente carismática (1 Cor 14,2.16-18). La oración es obra del Espíritu de Dios. 201 Ciertas intervenciones son posibles sólo gracias a la oración (Mc 9,29).


El Nuevo Testamento revela algunos rasgos de la oración litúrgica de la Iglesia primitiva. La " cena del Señor " (1 Cor 11,20) ocupa un lugar destacado entre las tradiciones. 202 Su forma se enmarca en la liturgia de la cena festiva judía: beraká sobre
el pan al principio, sobre el vino al final. Desde la tradición
subyacente a 1 Cor 11,23-25 y a los relatos Sinópticos, las dos "
bendiciones " fueron yuxtapuestas a fin de no colocar la cena entre
ellas, sino antes o después. Este rito es el memorial de la Pasión de
Cristo (1 Cor 11,24-25): crea la comunión (koinonia; 1 Cor 10,16) entre el Señor resucitado y sus discípulos. El bautismo, confesión de fe, 203
otorga el perdón de los pecados, une al misterio pascual de Cristo (Rom
6,3-5) e introduce en la comunidad de los creyentes (1 Cor 12,13).


Como calendario litúrgico se mantiene el judío (salvo para las
comunidades paulinas de cristianos procedentes de las naciones paganas:
Gál 4,10; Col 2,16), pero el sábado empezó a ser sustituido por el
primer día de la semana (Hch 20,7; 1 Cor 16,2) llamado día " dominical "
o " del Señor " (Ap 1,10), es decir día del Señor resucitado. Los
cristianos, al principio, continuaron frecuentando el oficio del Templo
(Hch 3,1), que sirvió como punto de partida para la liturgia cristiana
de las horas.


La Carta a los Hebreos reconoce cierta validez ritual al culto
sacrificial antiguo (He 9,13) y un valor de prefiguración de la ofrenda
de Cristo (9,18-23), pero, tomando el relevo a la crítica expresada por
los Profetas y los Salmos, 204 niega a las inmolaciones de
animales toda eficacia para la purificación de las conciencias y para el
establecimiento de una relación profunda con Dios. 205 El
único sacrificio plenamente eficaz es la ofrenda personal y existencial
de Cristo, ofrenda que hizo de él el sumo sacerdote perfecto, " mediador
de una alianza nueva ". 206 Mediante esta ofrenda, los
cristianos pueden acercarse a Dios (He 10,19-22) en acción de gracias y
practicando la generosidad (13,15-16). El apóstol Pablo hablaba ya en
este sentido (Rom 12,1-2).


51. El Templo de Jerusalén. Durante la vida de Jesús y de Pablo,
el Templo existía en su realidad material y litúrgica. Como todo judío,
Jesús se dirige a él en peregrinación, enseña 207 en él y en él cumple la acción profética de la expulsión de los vendedores (Mt 21,12-13 par).


El edificio conserva su estatuto simbólico de morada divina,
privilegiada, que representa sobre la tierra la morada de Dios en el
cielo. En Mt 21,13, Jesús cita un oráculo en el que Dios mismo lo llama "
mi casa " (Is 56,7); en Jn 2,16, Jesús lo nombra " la casa de mi Padre
". Pero más de un texto relativiza ese simbolismo y abre el camino a una
superación. 208 Al igual que Jeremías, Jesús predice la
destrucción del Templo (Mt 24,2 par) y, por otro lado, anuncia su
sustitución por un nuevo santuario, edificado en tres días. 209
Después de su resurrección, los discípulos de Jesús comprendieron que
el nuevo Templo era su cuerpo resucitado (Jn 2,22). Pablo declara a los
creyentes que son miembros de este cuerpo (1 Cor 12,27) y " santuario de
Dios " (3,16- 17) o " del Espíritu " (6,19). La Primera Carta de Pedro
les dice que unidos a Cristo, " piedra viva ", forman entre todos una "
casa espiritual " (1 P 2,4-5).


El Apocalipsis habla constantemente de un santuario. 210
Excepto Ap 11,1-2, se trata siempre del " santuario celestial de Dios "
(11,19), del que parten las intervenciones divinas sobre la tierra. Pero
en la visión final, se dice que en " la santa ciudad, la Jerusalén que
desciende del cielo " (21,10), no se ve santuario, " porque su
santuario, es el Señor, el Dios Todopoderoso, así como el Cordero "
(21,22). Este es el último cumplimiento del tema del Templo.



Jerusalén
. El Nuevo Testamento reconoce plenamente la importancia de Jerusalén en
el designio de Dios. Jesús prohibe jurar por Jerusalén, " porque es la
ciudad del Gran Rey " (Mt 5,35). Sube allí resueltamente, porque allí
debe cumplir su misión. 211 Pero constata que la ciudad " no ha reconocido el momento de su visita " y prevé llorando que esa ceguera le causará la ruina, 212 como ya se había producido en tiempos de Jeremías.

Mientras, Jerusalén sigue teniendo un papel importante. En la teología
de Lucas, se encuentra en el centro de la historia de la salvación; allí
muere y resucita Cristo. Todo converge hacia ese centro: allí empieza
(Lc 1,5- 25) y termina (24,52-53) el Evangelio. Pues todo emana de ella:
desde allí, después de la venida del Espíritu Santo, la Buena Nueva de
la salvación se difunde a todos los rincones del universo habitado (Hch 8
28). En cuanto a Pablo, aunque su apostolado no partió de Jerusalén
(Gál 1,17), consideró indispensable la comunión con la Iglesia de
Jerusalén (2,1-2). Por otro lado, declara que la madre de los
cristianos, es " la Jerusalén de arriba " (4,26). La ciudad se vuelve
símbolo del cumplimiento escatológico, tanto en su dimensión futura (Ap
21,2-3.9-11) como en la presente (He 12,22).


Así pues, abundando en una profundización simbólica ya iniciada en el
Antiguo Testamento, la Iglesia reconocerá siempre los vínculos que la
unen íntimamente a la historia de Jerusalén y de su Templo, tanto como a
la oración y al culto del pueblo judío.



a) En el Antiguo Testamento


52. La elección de Israel y la alianza tienen como consecuencia, como
hemos visto, una exigencia de fidelidad y de santidad. ¿Cómo ha hecho
frente el pueblo escogido a esas exigencias? A esta cuestión, el Antiguo
Testamento responde muy a menudo expresando la decepción del Dios de
Israel, una decepción llena de reproches e incluso de condenas.



Los escritos narrativos



relatan una larga serie de infidelidades y de resistencias a la voz de
Dios, serie que inicia en la salida de Egipto. Con ocasión de crisis
existenciales, que deberían ser ocasiones para mostrar la confianza en
Dios, los israelitas " murmuran ", 213 adaptan una actitud de
protesta ante el designio de Dios y de oposición a Moisés, hasta el
punto de querer " lapidarlo " (Ex 17,4). Apenas había concluido la
alianza del Sinaí (Ex 24), cuando el pueblo se dejó llevar a la
infidelidad más grave, la de dar culto a un ídolo (Ex 32,4-6). 214
Ante dicha infidelidad, el Señor constata: " Veo que este pueblo es un
pueblo de dura cerviz " (Ex 32,9). Esta descalificación se repetirá a
menudo en lo sucesivo: 215 se convierte en una especie de
epíteto natural para caracterizar a Israel. Otro episodio no menos
significativo: cuando llegan a la frontera de Canaán y son invitados a
entrar en el país que el Señor les da, el pueblo se niega, diciendo que
la empresa es demasiado peligrosa. 216 El Señor entonces
reprocha al pueblo su falta de fe (Nu 14,11), lo condena a andar errante
por el desierto durante cuarenta años, en los que todos los adultos
deberán morir (14,29.34), a excepción de algunos que habían seguido al
Señor sin reservas.


Varias veces el Antiguo Testamento recuerda que la indocilidad de los
israelitas empezó " desde el día en que sus padres salieron de Egipto " y
añade que ha continuado " hasta hoy día ". 217



La historia deuteronomista, que comprende los Libros de Josué, Jueces,
1-2 Samuel y 1-2 Reyes, expresa un juicio global negativo sobre la
historia de Israel y de Judá desde la época de Josué hasta el exilio en
Babilonia. El pueblo y sus reyes, salvo algunas excepciones, han
sucumbido ampliamente a la tentación de los dioses extranjeros en el
plano religioso y a la injusticia social y toda clase de desórdenes
contrarios al Decálogo. Por eso esta historia se salda finalmente con un
resultado negativo cuya consecuencia visible fue la pérdida de la
tierra prometida, la destrucción de los dos reinos y la de Jerusalén,
incluido su santuario, en el año 587.


Los escritos proféticos contienen reproches particularmente virulentos.
Una de las principales misiones de los profetas era precisamente la de "
gritar a plena voz, sin contenerse ", para " revelar al pueblo de Dios
sus pecados ". 218 Entre los profetas del siglo VIII, Amós denuncia los fallos de Israel, poniendo en primer lugar la falta de justicia social. 219 Para Oseas,
la acusación de idolatría es fundamental, pero los reproches se
extienden a muchos otros pecados: " perjurio y mentira, asesinato y
robo, adulterio y violencia, asesinato sobre asesinato " (Os 4,2). Para Isaías,
Dios lo ha hecho todo por su viña, pero ella no ha dado fruto (Is
5,1-7). Igual que Amós (4,4), Isaías rechaza el culto de los que no se
preocupan por la justicia (Is 1,11-17). Miqueas se siente " lleno de fuerza para proclamar a Jacob su infidelidad " (Mi 3,8).


Esas infidelidades conducirán a la amenaza más grave que los profetas
pudieran lanzar contra Israel y Judá: el Señor rechazará a su pueblo, 220 entregará Jerusalén y su santuario, lugar de su presencia benéfica y protectora, a la destrucción. 221



Las últimas décadas de Judá y los principios del exilio van acompañadas
por la predicación de varios profetas. Igual que Oseas, Jeremías enumera
sus fallos 222 y muestra cómo el abandono del señor es la
raíz de todo el mal (2,13); estigmatiza la idolatría llamándola
adulterio y prostitución. 223 Ezequiel hace lo mismo en
largos capítulos (Ez 16; 23) y califica a los israelitas de " gente
rebelde " (2,5.6.7.8), " cabezas duras y corazones endurecidos " (2,4;
3,7). El vigor de las acusaciones proféticas es impresionante. Sorprende
que Israel les haya concedido tanto lugar en sus Escrituras, cosa que
manifiesta una sinceridad y una humildad ejemplares.


A lo largo del exilio y después de él, el pueblo de Judá y la comunidad
judía reconocen sus fallos en liturgias y oraciones de confesión
nacional. 224



Cuando contemplaba su pasado, el pueblo de la alianza del Sinaí no podía
menos que emitir un juicio severo sobre sí mismo: su historia había
sido una larga serie de infidelidades. Los castigos habían sido
merecidos. La alianza había sido rota. Pero el Señor no se había
resignado nunca a la ruptura. 225 Había ofrecido siempre la gracia de la conversión y la reanudación de las relaciones bajo una forma más íntima y más estable. 226



b) En el Nuevo Testamento



53. Juan Bautista toma el relevo de los antiguos profetas, para
llamar al arrepentimiento a la " raza de víboras " (Mt 3,7; Lc 3,7)
atraída por su predicación. Ésta se basaba en la convicción de la
proximidad de una intervención divina. El juicio era inminente: " El
hacha ya está puesta a la raíz de los árboles " (Mt 3,10; Lc 3,9). Era,
pues, urgente convertirse.


La predicación de Jesús, como la de Juan, es una llamada a la
conversión, urgente ahora a causa de la proximidad del Reino de Dios (Mt
4,17); es al mismo tiempo anuncio de " la buena nueva " de una
intervención favorable de Dios (Mc 1,14-15). Cuando choca con la
negativa a creer, Jesús recurre, como los antiguos profetas, a las
invectivas. Las lanza contra esa " generación mala y adúltera " (Mt
12,39), " generación incrédula y pervertida " (17,17), y anuncia un
juicio más riguroso que el que se abatió sobre Sodoma (11,24; cf. Is
1,10).


El rechazo de Jesús por parte de los dirigentes de su pueblo, que
arrastró tras de sí a la población de Jerusalén, lleva al colmo su
culpabilidad. La sanción divina será la misma que en tiempos de
Jeremías: conquista de Jerusalén y destrucción del Templo. 227
Pero, igual que en tiempos de Jeremías, Dios no se limita a sancionar,
también ofrece el perdón. A los judíos de Jerusalén, que " mataron al
príncipe de la vida " (Hch 3,15), Pedro les predica el arrepentimiento y
les promete el perdón de sus pecados (3,19). Menos severo que los
antiguos profetas, habla de su delito como de un pecado cometido " por
ignorancia ". 228 Varios miles de personas responden a su llamada. 229



En las Cartas apostólicas, las exhortaciones y las advertencias son muy frecuentes, acompañadas a veces de amenazas de condenación en caso de faltar, 230 pero los reproches y las condenas efectivas son relativamente raras, aunque no faltas de vigor. 231



En su Carta a los Romanos, Pablo levanta una violenta requisitoria
contra " aquellos que aprisionan la verdad en la injusticia " (Rom
1,18). El pecado fundamental de los paganos es el desconocimiento de
Dios (1,21); el castigo que reciben es el de ser entregados por Dios al
poder de su inmoralidad. 232 Al judío se le reprocha su incoherencia: su conducta contrasta con su conocimiento de la Ley (Rom 2,17-24).


Los mismos cristianos no están exentos de reproches. La Carta a los
Gálatas los contiene muy graves. Se acusa a los Gálatas de apartarse de
Dios para pasar " a otro evangelio ", no auténtico (Gál 1,6); han " roto
con Cristo ", han " desertado de la gracia " (5,4). Pero Pablo espera
que se corrijan (5,10). A los Corintios, por su parte, se les reprochan
las discordias provocadas en su comunidad por el culto a ciertas
personalidades 233 y, por otro lado, graves faltas de caridad
en la celebración de la " Cena del Señor " (1 Cor 11,17-22). " Por eso,
añade Pablo, hay entre vosotros muchos enfermos y débiles y algunos han
muerto " (11,30). Además, reprende fuertemente a la comunidad, porque
ha tolerado un caso de conducta escandalosa. El culpable debe ser
excomulgado, " entregado a Satanás ". 234 Pablo cita a este
propósito el precepto de Dt 17,7: " Quitad el mal de en medio de
vosotros " (1 Cor 5,13). Las Cartas Pastorales, por su parte, se
enfrentan a algunos que " pretenden ser doctores de la ley " pero se han
apartado de la línea de una verdadera caridad y de una fe sincera (1 Tm
1,5-7): señala nombres e inflige una sanción. 235



Las cartas enviadas " a las siete iglesias " (Ap 1,11) por el autor del
Apocalipsis manifiestan bien la diversidad de situaciones vividas
entonces por las comunidades cristianas. Casi todas estas cartas (cinco
sobre siete) inician con elogios; dos no contienen más que elogios, pero
las cinco restantes contienen reproches, algunos muy graves,
acompañados de amenazas de castigo. Los reproches son más frecuentemente
de orden general (" has abandonado tu primer fervor: 2,4; " tienes
nombre como de quien vive, pero estás muerto ": 3,1); a veces son más
precisos, critican la tolerancia hacia " la enseñanza de los Nicolaítas "
(2,15) o el compromiso con el culto idólatra (2,14.21). Todas estas
cartas expresan " lo que el Espíritu dice a las Iglesias ". 236 Demuestran que las más de las veces las comunidades cristianas merecen reproches y que el Espíritu las llama a la conversión. 237



54. Bastantes promesas hechas por Dios en el Antiguo Testamento son
releídas en el Nuevo a la luz de Jesucristo. Eso plantea un buen número
de cuestiones delicadas y actuales que afectan al diálogo entre judíos y
cristianos: se refieren a la legitimidad de una interpretación de las
promesas más allá de su sentido original inmediato. ¿Quién, propiamente,
forma parte de la descendencia de Abrahán? La Tierra prometida ¿es en
primer lugar y ante todo un lugar geográfico? ¿Qué horizonte de futuro
reserva el Dios de la revelación a Israel, el pueblo escogido desde los
orígenes? ¿En qué queda la espera del Reino de Dios? ¿Y la del Mesías?


a) La descendencia de Abrahán

En el Antiguo Testamento





Dios promete a Abrahán una descendencia innumerable, 238 que le vendrá por el único hijo nacido de Sara, heredero privilegiado. 239
Esta descendencia será, como el mismo Abrahán, fuente de bendición para
todas los naciones (12,3; 22,18). La promesa es renovada en favor de
Isaac (26,4.24) y de Jacob (28,14; 32,13).


La experiencia de la opresión en Egipto no impide la realización de la
promesa. Al contrario, el principio del Libro del Exodo atestigua varias
veces el crecimiento numérico de los Hebreos (Ex 1,7.12.20). Cuando el
pueblo es liberado de la opresión, la promesa ya se ha cumplido: los
israelitas son " numerosos como las estrellas del cielo ", pero Dios los
multiplicará todavía más, como había prometido (Dt 1,10-11). El pueblo
cae en la idolatría y se le amenaza con el exterminio; Moisés intercede
entonces ante Dios en favor de él: invoca el juramento hecho por Dios a
Abrahán, Isaac y Jacob de multiplicar su descendencia (Ex 32,13). Una
grave indocilidad del pueblo en el desierto (Nu 14,2-4), tan grave como
la cometida al pie del Sinaí (Ex 32), suscita, como en Ex 32, una
intercesión de Moisés, que es escuchada y salva al pueblo de las
consecuencias de su pecado. Sin embargo, la generación presente será
excluida de la Tierra prometida, excepto el clan de Caleb, que siguió
siendo fiel (Nu 14,20-24). Las generaciones ulteriores de Israel
disfrutarán de todas las promesas hechas a sus antepasados, a condición,
sin embargo, de optar resueltamente por " la vida y la bendición " y no
por " la muerte y la maldición " (Dt 30,19), como hicieron
desgraciadamente más tarde los israelitas del Norte, que " el Señor
rechazó " (2 Re 17,20) y luego los del Sur, que sometió a la prueba
purificadora del exilio en Babilonia (Jr 25,11).


La antigua promesa renació bien pronto en favor de los repatriados. 240
Después del exilio, para preservar la pureza de la descendencia y de
las creencias y observancias, " la descendencia de Israel se separó de
todos los hijos de extranjeros ". 241 Pero más tarde, el
libro de Jonás y quizás también, según algunos, el de Rut denuncian la
estrechez de ese particularismo. Eso no concuerda, en efecto, con un
oráculo del Libro de Isaías en que Dios concede a " todos los pueblos "
la hospitalidad de su casa (Is 56,3-7).



En el Nuevo Testamento


55. El Nuevo Testamento no pone nunca en cuestión la validez de la
promesa hecha a Abrahán. El Magníficat y el Benedictus se refieren a
ella explícitamente. 242 Jesús es presentado como " hijo de
Abrahán " (Mt 1,1). Ser hija o hijo de Abrahán (Lc 13,16; 19,9) es una
gran dignidad. Sin embargo, la comprensión de la promesa difiere de la
que se da en el judaísmo. La predicación de Juan Bautista relativiza ya
la importancia del vínculo familiar con Abrahán. Descender de él según
la carne no es suficiente y ni siquiera necesario (Mt 3,9; Lc 3,8).
Jesús declara que algunos paganos " se sentarán en el festín con Abrahán
", " mientras que los hijos del Reino serán echados fuera " (Mt
8,11-12; Lc 13,28-29).


Pero es sobre todo el apóstol Pablo quien profundizó en este tema. A los
Gálatas, preocupados por entrar por medio de la circuncisión en la
familia del patriarca para tener derecho a la herencia prometida, Pablo
les demuestra que la circuncisión no es en modo alguno necesaria, pues
lo decisivo, es la fe en Cristo. Por la fe uno se convierte en hijo de
Abrahán (Gál 3,7), puesto que Cristo es su descendiente privilegiado
(3,16) y por la fe se incorporan a Cristo y se convierten con ello en "
descendencia de Abrahán, herederos según la promesa " (3,29). De este
modo, y no por la circuncisión, los paganos pueden recibir la bendición
transmitida por Abrahán (3,8.14). En Gál 4,22-31, una audaz
interpretación tipológica llega a las mismas conclusiones.


En su Carta a los Romanos (4,1-25), Pablo vuelve a tratar el tema en
términos menos polémicos. Allí pone de relieve la fe de Abrahán, fuente
para él de la justificación y base de su paternidad, la cual se extiende
a todos los que creen, sean de origen judío o pagano. Dios, en efecto,
había hecho una promesa a Abrahán: " Tú serás padre de una multitud de
naciones " (Gn 17,4). Pablo ve la realización de esta promesa en la
adhesión a Cristo por parte de muchos creyentes de origen pagano (Rom
4,11.17-18). Pablo distingue entre " los hijos de la carne " y " los
hijos de la promesa " (Rom 9,8). Los judíos que siguen a Cristo son
ambas cosas a la vez; los creyentes de origen pagano son " hijos de la
promesa ", que es lo más importante.


Así Pablo confirma y acentúa el alcance universal de la bendición de
Abrahán y sitúa en el orden espiritual la verdadera posteridad del
patriarca.


b) La Tierra prometida



56. Todo grupo humano desea habitar en un territorio de modo estable. En
caso contrario, queda reducido al estatuto de extranjero o de
refugiado; en el mejor de los casos, es tolerado; en el peor, explotado o
continuamente rechazado. Israel fue liberado de la servidumbre de
Egipto y recibió de Dios la promesa de una tierra. Su realización
exigirá tiempo y planteará bastantes problemas a lo largo de la
historia. Para el pueblo de la Biblia, incluso después del retorno del
exilio en Babilonia, la tierra sigue siendo objeto de esperanza: " Los
bendecidos del señor " poseerán la tierra (Sl 37,22).



En el Antiguo Testamento



La Biblia hebrea no conoce la expresión " Tierra prometida ", pues no
tiene una palabra para " prometer ". Expresa la idea con el futuro del
verbo " dar ", o empleando el verbo " jurar ": " la tierra que juró
darte " (Ex 13,5; 33,1; etc.).


En las tradiciones relativas a Abrahán, la promesa de una tierra viene a completar la de una descendencia. 243
Se trata de la " tierra de Canaán " (Gn 17,8). Dios suscita un jefe,
Moisés, para liberar a Israel y llevarlo a la Tierra prometida. 244
Pero al conjunto del pueblo le falta fe: de entre los fieles del
principio, muy pocos sobrevivirán a la larga travesía del desierto; la
generación siguiente es la que entrará en el país (Nu 14,26-38). El
mismo Moisés muere sin poder penetrar en él (Dt 34,1-5). Bajo la guía de
Josué, las tribus de Israel se establecen en el país prometido.


Para la tradición sacerdotal, el país debe desde entonces permanecer sin
mancha, pues el mismo Dios habita en él (Nu 35,34). El don está pues
condicionado a la pureza moral, 245 al servicio exclusivo del




señor y a la expulsión de los dioses extranjeros (Jos 24,14-24). Por
otra parte, Dios es el único propietario del país. Si los israelitas
habitan en él, es a título de " extranjeros y huéspedes ", 246 como en otro tiempo los patriarcas (Gn 23,4; Ex 6,4).


Después del reinado de Salomón, la tierra heredada se divide en dos
reinos rivales. Los profetas estigmatizan la idolatría y las injusticias
sociales; anuncian el castigo: pérdida de la tierra, que será
conquistada por extranjeros, y exilio de su población. Pero siempre
abren la puerta a un retorno, a una nueva ocupación de la Tierra
prometida, 247 no sin acentuar el papel central de Jerusalén y de su Templo. 248
Más tarde, la perspectiva se abre a un futuro escatológico. Sin dejar
de ser un espacio geográfico delimitado, la Tierra prometida se vuelve
un polo de atracción para las naciones. 249



El tema de la tierra no debe hacer olvidar el modo cómo el libro de
Josué cuenta la entrada en la Tierra prometida. Varios textos 250 evocan el acto de consagración a Dios de los frutos de la victoria, a saber, el anatema (hérem).
Este acto implica, para impedir toda contaminación religiosa
extranjera, la obligación de aniquilar los lugares y objetos de culto
paganos (Dt 7,5), pero también todo ser vivo (20,16-18). Igual que, si
una ciudad israelita se volviera idólatra, Dt 13,16-18 prescribe la
ejecución de todos sus habitantes y su destrucción completa por el
fuego.


En el tiempo de la composición del Deuteronomio así como del libro de
Josué, el anatema era un postulado teórico, puesto que en Judá ya no
existían poblaciones no israelitas. La prescripción del anatema pudo ser
el resultado de una proyección en el pasado de preocupaciones
posteriores. En efecto, el Deuteronomio se preocupa de reforzar la
identidad religiosa de un pueblo expuesto al peligro de los cultos
extranjeros y de los matrimonios mixtos. 251



También, para comprender mejor esta mención del anatema, habrá que tener
en cuenta tres factores de interpretación, uno teológico, otro moral, y
el último, más bien sociológico: el reconocimiento de la Tierra como
posesión inalienable del señor; la necesidad de ahorrar al pueblo toda
tentación que comprometa su fidelidad a Dios; en fin la tentación bien
humana de mezclar la religión con las formas más aberrantes de recurso a
la violencia.



En el Nuevo Testamento


57. El Nuevo Testamento desarrolla poco el tema de la Tierra prometida.
La huida de Jesús y sus padres a Egipto y el retorno a " tierra de
Israel " (Mt 2,20-21) reproducen manifiestamente el itinerario de los
antepasados: una tipología teológica subyace a este relato. En el
discurso en que Esteban recuerda la historia, la palabra " prometer " o "
promesa " acompaña a " tierra " y " herencia " (Hch 7,2-7). La
expresión " tierra de la promesa " que no existía en el Antiguo
Testamento, se encuentra en el Nuevo (He 11,9), ciertamente en un pasaje
que recuerda la experiencia histórica de Abrahán, pero para subrayar
mejor su carácter provisional, inacabado, y su orientación hacia el
futuro absoluto del mundo y de la historia: para el autor, la " tierra "
de Israel aparece sólo para apuntar simbólicamente hacia una tierra
totalmente distinta, una " patria celestial ". 252 Una de las bienaventuranzas efectúa el mismo tipo de paso del sentido geográfico histórico 253
a un sentido más abierto: " los mansos poseerán la tierra " (Mt 5,5); "
la tierra " equivale al " Reino de los cielos " (5,3.10), en un
horizonte de escatología tanto presente como futura.


Los autores del Nuevo Testamento no hacen más que llevar adelante un
proceso de profundización simbólica ya iniciado en el Antiguo Testamento
y el judaísmo intertestamentario. Eso no debe hacernos olvidar, sin
embargo, que una tierra concreta fue prometida por Dios a Israel y
recibida efectivamente en herencia: ese don de la tierra estaba
condicionado por la fidelidad a la alianza (Lv 26; Dt 28).


c) La perennidad y la salvación final de Israel




En el Antiguo Testamento


58. ¿Qué suerte espera en el futuro al pueblo de la Alianza? A lo largo
de la historia, el pueblo se ha planteado constantemente esta cuestión
en relación directa con los temas del juicio divino y la salvación.


Desde antes del exilio, los profetas pusieron en cuestión la esperanza
ingenua en un " Día del señor " que traería automáticamente salvación y
victoria sobre los enemigos. Al contrario, para anunciar la suerte
funesta de un pueblo cuya conciencia social y cuya fe eran gravemente
deficientes, recurren a la imagen de un Día del señor que es " tinieblas
y no luz ", 254 pero no sin dejar vislumbrar algunos destellos de esperanza. 255



El drama del exilio, provocado por la ruptura de la alianza, replantea
la misma cuestión con una agudeza máxima: Israel, lejos de su tierra,
¿puede aún esperar la salvación de Dios? ¿Tiene algún futuro? Ezequiel
en primer lugar, y luego el Segundo Isaías, anuncian en nombre de Dios
un nuevo éxodo, es decir, un retorno de Israel a su país, 256
una experiencia de salvación que implica numerosos elementos: la
reunión del pueblo dispersado (Ez 36,24) y la vuelta del mismo Señor al
frente de él, 257 un soplo de transformación interior profunda, 258 el renacimiento nacional 259 y cultual, 260 así como una nueva vigencia de las decisiones divinas del pasado, en particular la elección de los antepasados Abrahán y Jacob 261 y la del rey David (Ez 34,23-24).


Los desarrollos proféticos más recientes se inscriben en la misma línea.
Oráculos solemnes declaran que la raza de Israel subsistirá por
siempre, 262 no cesará nunca de ser una nación delante del
Señor y no será nunca rechazada por él pese a todo lo que ha hecho (Jr
31,35-37). El Señor promete restaurar su pueblo. 263 Las
antiguas promesas en favor de Israel son confirmadas. Los profetas
post-exílicos amplían su alcance en una perspectiva universalista. 264



A propósito de las perspectivas de futuro, hay que subrayar, como contrapartida, la importancia de un tema particular: el del " resto
". En este marco teológico, la perennidad de Israel está ciertamente
garantizada, pero en el seno de un grupo restringido que se convierte,
en representación del pueblo entero, en portador de la esperanza
nacional y de la salvación de Dios. 265 La comunidad postexílica se considera como un " resto de refugiados ", en espera de la salvación de Dios. 266




En el Nuevo Testamento


59. A la luz de la resurrección de Jesús, ¿qué ocurre con Israel, el
pueblo escogido? El perdón de Dios le es ofrecido enseguida (Hch 2,38),
así como la salvación por la fe en Cristo resucitado (13,38-39); muchos
judíos lo aceptaron, 267 incluyendo " una multitud de
sacerdotes " (6,7), pero los dirigentes se opusieron a la Iglesia
naciente y, al final, el conjunto del pueblo no aceptó a Cristo. Esta
situación ha suscitado siempre un profundo interrogante sobre el
cumplimiento del designio salvífico de Dios. El Nuevo Testamento busca
la explicación en las antiguas profecías y constata que esa situación
estaba prefigurada en ellas, sobre todo en Is 6,9-10, citado muy a
menudo en este contexto. 268 Especialmente Pablo experimenta
un vivo sufrimiento por ello (Rom 9,1-3) y profundiza en el problema
(Rom 9-11). Sus " hermanos según la carne " (Rom 9,3) " han chocado
contra la piedra de tropiezo " puesta por Dios: en vez de apoyarse en la
fe, se han apoyado en las obras (9,32). Han tropezado, pero no " para
caer " (11,11). Porque " Dios no ha rechazado a su pueblo " (11,2):
testimonio de ello es la existencia de un " Resto " que cree en Cristo;
el mismo Pablo forma parte de ese Resto (11,1.4-6). Para Pablo, la
existencia de dicho Resto garantiza la esperanza de la plena
restauración de Israel (11,12.15). La negativa del pueblo escogido entra
en un plan paradójico de Dios: sirve para la " salvación de los paganos
" (11,11). " El endurecimiento de una parte de Israel se ha producido
hasta que entre la totalidad de los paganos, entonces todo Israel se
salvará " gracias a la misericordia de Dios, que se le ha prometido
(11,25-26). Mientras, Pablo pone a los cristianos venidos del paganismo
en guardia contra el peligro de orgullo y de repliegue sobre sí mismos,
que les acecha si se olvidan de que no son más que ramas salvajes
injertadas en el olivo sano, Israel (11,17-24). Los israelitas siguen
siendo " amados " pore Dios y se les sigue prometiendo un futuro
luminoso, " porque los dones y la llamada de Dios son irrevocables "
(11,29). Esta es la doctrina más positiva, a la que los cristianos deben
volver constantemente.


d) El Reino de Dios


60. Bastantes pasajes de la Biblia expresan la esperanza de un mundo
renovado totalmente por la instauración de un reinado ideal, en el que
Dios toma y conserva toda la iniciativa. De todos modos, los dos
Testamentos difieren profundamente, no sólo por la importancia que uno y
otro conceden a este tema, sino sobre todo por la diversidad de
acentos.



En el Antiguo Testamento



La concepción de la realeza divina hunde sus raíces en las culturas del
antiguo Oriente. La realeza de Dios sobre Israel su pueblo aparece en el
Pentateuco 269 y especialmente en el Libro de los Jueces
(Jue 8,22- 23) y el Primer Libro de Samuel (1 Sa 8,7; 12,12). Dios es
igualmente aclamado como rey de todo el universo, en particular en los
Salmos del Reino (Sl 93-99). El




señor se presenta como rey al profeta Isaías hacia 740 a.J.-C. (Is
6,3-5). Un profeta lo revela como rey universal, rodeado de un consejo
celestial (1 Re 22,19-22).


Durante el exilio, los Profetas conciben el reinado de Dios como algo
que se ejerce en la misma entraña de la agitada historia del pueblo
escogido. 270 Lo mismo ocurre en varios textos proféticos más recientes. 271 Sin embargo, el tema empieza ya a tomar una coloración escatológica más acentuada, 272
que se manifiesta en el arbitraje soberano que el Señor ejercerá entre
las naciones del mundo desde su residencia sobre la colina de Sión (Is
2,1-4 = Mi 4,1-4). La máxima intensidad escatológica se logrará en la
apocalíptica, con la emergencia de una figura misteriosa presentada "
como un hijo de hombre ", que " viene sobre las nubes del cielo ", al
que " fue dada soberanía, gloria y realeza " sobre " todos los pueblos "
(Dn 7,13-14). Con ello se encamina hacia la representación de un
reinado trascendente, celestial, eterno, que el pueblo de los santos del
Altísimo es llamado a asumir (7,18.22.27).


El tema del reinado de Dios logra su apogeo en el Salterio. Seis salmos emergen entre todos. 273 Cinco de ellos tienen en común la misma frase clave: " El señor reina ", colocada al principio o en medio. 274
En ellos se advierte una gran insistencia en las dimensiones cósmica,
ética y cultual del reinado. En los Salmos 47 y 96, se acentúa el
universalismo : " Dios reina sobre las naciones ". 275 El
Salmo 99 concede un lugar a las mediaciones humanas, real, sacerdotal y
profética (99,6-8). Los Salmos 96 y 98 abren la puerta a una concepción
escatológica y universal del reinado de Dios. Por otra parte, el Salmo
114, salmo pascual, celebra al señor como rey de Israel y también como
rey del universo. El reinado de Dios es evocado en muchos otros salmos.



En el Nuevo Testamento


61. Si en el Antiguo Testamento el Reino de Dios es un tema bien
atestiguado, presente sobre todo en el Salterio, en los Evangelios
sinópticos pasa a ser un tema absolutamente capital, pues está en la
base de la predicación profética de Jesús, de su misión mesiánica, de su
muerte y de su resurrección. La antigua promesa se realiza ahora en una
tensión fecunda entre el "ya" y el "todavía no". En la época de Jesús,
ciertamente, la concepción veterotestamentaria de un " reinado de Dios "
inminente, terrestre, político, centrado en " Israel " y en " Jerusalén
", estaba fuertemente arraigada (Lc 19,11), incluso entre los
discípulos (Mt 20,21; Hch 1,6). Pero el Nuevo Testamento en su conjunto
opera una transformación radical, ya iniciada en el judaísmo
intertestamentario, en el que se abría paso la idea de un Reino
celestial y eterno (Jubileos XV,32; XVI,18).


Mateo dice más a menudo " Reino de los cielos " (33 veces),
semitismo que permite abstenerse de pronunciar el nombre de Dios. A
Jesús le incumbe la misión de " proclamar la buena nueva del Reino "
enseñando, curando enfermos 276 y echando demonios (12,28).
La enseñanza de Jesús sobre la " justicia " necesaria para entrar en el
Reino (5,20) propone un ideal religioso y moral muy elevado (5,21 7,27).
Jesús anuncia que el Reino de Dios está cerca (3,2; 4,17), con lo que
introduce en el tiempo presente una tensión escatológica. El reinado
pertenece desde ahora a los " pobres en espíritu " (5,3) y a los que son
" perseguidos por causa de la justicia " (5,10). Varias parábolas
muestran el Reino de Dios presente y operante en el mundo, como un grano
que germina (13,31-32), como una levadura activa en la masa (13,33).
Para su función en la Iglesia, Pedro recibirá de Jesús " las llaves del
Reino de los cielos " (16,19). Otras parábolas expresan el aspecto de
juicio escatológico. 277 El reinado de Dios se realiza entonces por el reinado del Hijo del hombre. 278
Una comparación de Mt 18,9 con Mc 9,47 muestra que el Reino de Dios
evoca el acceso a la verdadera " vida ", en otras palabras, el acceso a
la comunión que Dios realiza con su pueblo, en la justicia y la
santidad, en Jesucristo.


Marcos y Lucas presentan la misma enseñanza que Mateo con matices
propios. En otros lugares del Nuevo Testamento, el tema está menos
presente: aflora sin embargo con cierta frecuencia. 279 Sin emplear la expresión " el Reino de Dios ", 280
el Apocalipsis describe el gran combate contra las fuerzas del mal que
culmina en el establecimiento de este reinado: " El reinado del mundo "
pertenece ahora " a nuestro Señor y a su Cristo ", " él reinará por los
siglos de los siglos " (Ap 11,15).


e) El hijo y sucesor de David




En el Antiguo Testamento


62. En algunos textos bíblicos, la esperanza de un mundo mejor pasa por
la de un mediador humano. Se espera al rey ideal, que librará de la
opresión y hará reinar una justicia perfecta (Sl 72). Esta esperanza se
concretó a partir del oráculo del profeta Natán, que prometía al rey
David que uno de sus hijos le sucedería y que su reinado subsistiría
siempre (2 Sa 7,11-16). El sentido inmediato del oráculo no era
mesiánico: no prometía a David un sucesor privilegiado que inauguraría
el reinado definitivo de Dios en un mundo renovado, sino simplemente un
sucesor inmediato, que a su vez tendría sucesores. Cada uno de los reyes
descendientes de David era un " ungido " del Señor, en hebreo mashíah,
pues la consagración de los reyes se hacía ungiéndoles con aceite, pero
ninguno era el Mesías. Otras profecías, que el oráculo de Natán suscitó
durante las crisis de los siglos siguientes, prometían ante todo el
mantenimiento de la dinastía, como prueba de la fidelidad de Dios para
con su pueblo (Is 7,14), pero también dibujaban cada vez más el retrato
de un rey ideal, que instauraría el reinado de Dios. 281 La
misma decepción respecto de las expectativas políticas hacía madurar una
esperanza más profunda. En este sentido se releían los oráculos
antiguos y los Salmos reales (Sl 2; 45; 72; 110).


La culminación de esta evolución aparece en los escritos de la época del
segundo Templo y en los manuscritos de Qumrán. Éstos expresan una
esperanza mesiánica bajo formas diversas: mesianismo real, sacerdotal,
celeste. 282 Por otro lado, ciertos escritos judíos combinan
la espera de una salvación terrestre para Jerusalén y la de una
salvación eterna en el más allá, proponiendo la idea de un reinado
mesiánico terrestre, transitorio, que preludiaría la venida del reinado
definitivo de Dios en la nueva creación. 283 Más adelante, la
esperanza mesiánica continúa ciertamente formando parte de las
tradiciones del judaísmo, pero no aparece en todas sus corrientes como
un tema central e integrador, ni como una clave única.



En el Nuevo Testamento


63. Por el contrario, la promesa de un mesías hijo de David se convierte
en una clave de lectura primordial y esencial para las comunidades
cristianas del siglo I. Si en el Antiguo Testamento y en la literatura
intertestamentaria todavía es posible hablar de escatología sin mesías
en el marco de un vasto movimiento de esperanza escatológica, el Nuevo
Testamento reconoce claramente en Jesús de Nazaret al Mesías prometido,
el esperado de Israel (y de la humanidad entera), aquel que realiza la
promesa en su persona. Eso explica el interés por subrayar su
ascendencia davídica 284 e incluso su superioridad en relación al antepasado real, puesto que éste le llama su " Señor " (Mc 12,35-37 par).


En el Nuevo Testamento, no se encuentra más que dos veces el término hebreo mashíah transliterado en griego mesías y seguido de su traducción griega christós, que significa " ungido ". 285
En Jn 1,41 el contexto orienta hacia un mesianismo real (cf. 1,49: "
rey de Israel "); en 4,25, hacia un mesianismo profético, conforme a la
creencia samaritana: " Él nos anunciará todo ". Ahí Jesús se reconoce
explícitamente en este título (4,26). En otros lugares, el Nuevo
Testamento expresa la idea de mesías con la palabra christós, pero a veces también con la expresión " aquel que viene ". 286 El título christós está reservado a Jesús, excepto en algunos textos en que denuncia a los falsos mesías. 287 Junto con el de Kyrios,
" Señor ", es el título más frecuente para decir quien es Jesús. Resume
su misterio. Es objeto de un gran número de confesiones de fe en el
Nuevo Testamento. 288



En los Sinópticos, el reconocimiento de Jesús como mesías juega un papel
primordial, en particular en la confesión de Pedro (Mc 8,27-29 par).


La prohibición formal de revelar el título, lejos de implicar una
negación de éste, confirma más bien la novedad radical de su
comprensión, en contraste con la espera política demasiado terrena de
los discípulos y las multitudes (8,30). Afirma la idea de un paso
obligado por el sufrimiento y la muerte. 289 Durante su
proceso, Jesús se identifica claramente como el mesías frente al sumo
sacerdote, según Mc 14,61-62: el drama de la Pasión acaba de levantar el
velo sobre la especificidad, la unicidad del mesianismo de Jesús, en la
línea del Servidor que sufre descrito por Isaías. El acontecimiento
pascual abre el camino a la parusía, es decir, a la venida del " hijo
del hombre sobre las nubes del cielo " (Mc 13,26 par), según la
esperanza que el apocalipsis de Daniel ya había expresado confusamente
(Dn 7,13-14).


En el cuarto Evangelio, la identidad mesiánica de Jesús es objeto de magníficas profesiones de fe, 290 pero también de bastantes controversias con los judíos. 291
Numerosos " signos " contribuyen a confirmarlo. Se trata claramente de
una realeza trascendente (18,36-37), incompatible con las aspiraciones
nacionalistas y políticas corrientes en la época (6,15).


Según el oráculo de Natán, el hijo y sucesor de David será reconocido como hijo de Dios. 292 El Nuevo Testamento proclama que Jesús es efectivamente " el Cristo, el hijo de Dios " 293 y da una definición trascendente de su filiación divina: Jesús es uno con el Padre. 294



Como testigo privilegiado de la fe postpascual de la Iglesia, el segundo
tomo de Lucas hace coincidir la consagración real (mesiánica) de Jesús
con el momento de su resurrección (Hch 2,36). La demostración de la
credibilidad del título pasa a ser un elemento esencial de la
predicación apostólica. 295 En el corpus paulino, la palabra "
Cristo " sobreabunda, utilizada a menudo como un nombre propio,
profundamente arraigada en la teología de la cruz (1 Cor 1,13; 2,2) y de
la glorificación (2 Cor 4,4-5). Basándose en el Salmo 109(110), vv.1 y
4, la Carta a los Hebreos demuestra que Cristo es mesías-sacerdote (5,5-
6.10) al mismo tiempo que mesías-rey (1,8; 8,1). La carta expresa la
dimensión sacerdotal de los sufrimientos de Cristo y de su
glorificación. Según el Apocalipsis la mesianidad de Jesús se sitúa en
la línea de David: Jesús posee " la llave de David " (Ap 3,17), realiza
el mesianismo davídico del Salmo 2; 296 declara: " Yo soy el Retoño y el descendiente de David " (Ap 22,16).


A la vista del Nuevo Testamento, Jesús realiza pues en su persona,
especialmente en su misterio pascual, el conjunto de promesas de
salvación unidas a la venida del Mesías. Es ciertamente el hijo de
David, pero también el Siervo que sufre, el Hijo del hombre, y también
el Hijo eterno de Dios. En él, la salvación reviste una dimensión nueva.
El acento se desplaza de una salvación sobre todo terrena hacia una
salvación trascendente, que sobrepasa las condiciones de la existencia
temporal. Así se dirige a toda persona, a la humanidad entera. 297



64. Los lectores cristianos están convencidos de que su hermenéutica del
Antiguo Testamento, ciertamente bastante distinta de la del judaísmo,
corresponde sin embargo a una potencialidad de sentido efectivamente
presente en los textos. A la manera de un " revelador " en el
procesamiento de una película fotográfica, la persona de Jesús y los
acontecimientos que se refieren a ella han hecho aparecer en las
Escrituras una plenitud de sentido que anteriormente no podía ser
percibida. Esta plenitud de sentido establece entre el Nuevo Testamento y
el Antiguo, una triple relación: de continuidad, de discontinuidad y de
progreso.


Además de reconocer la autoridad de las Escrituras judías e intentar
constantemente la demostración de que los acontecimiento " nuevos "
corresponden a lo que estaba anunciado (ver c. I), el Nuevo Testamento
asume plenamente todos los grandes temas de la teología de Israel, en su
triple referencia al presente, al pasado y al futuro.


En primer lugar aparece una perspectiva universal y siempre presente:
Dios es uno; él es quien por su palabra y su aliento ha creado y
sostiene todo el universo, incluyendo al ser humano, grande y noble a
pesar de sus miserias.


Los demás temas se han desarrollado en el seno de una historia
particular: Dios ha hablado, se ha escogido un pueblo, lo ha liberado y
salvado muchas veces, ha establecido una relación de alianza con él,
ofreciéndose a sí mismo (gracia) y ofreciéndole un camino de fidelidad
(Ley). La persona y la obra de Cristo así como la existencia de la
Iglesia se sitúan en la prolongación de esta historia.


Esta historia abre al pueblo escogido horizontes de un futuro maravilloso: una posteridad (promesa a Abrahán), un hábitat




(una tierra), la perennidad más allá de las crisis y los momentos de
prueba (gracias a la fidelidad de Dios), la venida de un orden político
ideal (el Reino de Dios, el mesianismo). Desde el principio está
prevista una irradiación universal de la bendición de Abrahán. La
salvación dada por Dios debe llegar a los extremos de la tierra.
Efectivamente, Cristo Jesús ofrece la salvación al mundo entero.


No es posible negar, sin embargo, que el paso de un Testamento al otro
implica rupturas. Éstas no suprimen la continuidad. La presuponen en lo
esencial. Afectan, de todos modos, a bloques enteros de la Ley:
instituciones como el sacerdocio levítico y el Templo de Jerusalén;
formas del culto, como las inmolaciones de animales; prácticas
religiosas y rituales, como la circuncisión, las reglas sobre lo puro y
lo impuro, las prescripciones alimenticias; leyes imperfectas, como la
del divorcio; interpretaciones legales restrictivas: por ejemplo, las
referentes al sábado. Es evidente que desde un cierto punto de vista,
concretamente el del judaísmo, se abandonan elementos de gran
importancia. Pero no es menos evidente que el desplazamiento radical de
acentos realizado por el Nuevo Testamento había empezado ya en el
Antiguo y constituye por ello una lectura potencial legítima de él.



65. La discontinuidad sobre algunos puntos no es más que la cara
negativa de una realidad cuya cara positiva se llama progreso. El Nuevo
Testamento da testimonio de que Jesús, lejos de oponerse a las
Escrituras israelitas o de señalarles un término y revocarlas, las lleva
a cumplimiento, en su persona, en su misión, y especialmente en su
misterio pascual. A decir verdad, ninguno de los grandes temas de la
teología del Antiguo Testamento escapa a la nueva irradiación de la luz
cristológica.


a) Dios. El Nuevo Testamento mantiene firmemente la fe monoteísta de Israel: Dios sigue siendo el Unico; 298
sin embargo, el Hijo participa de este misterio, que ya no se puede
expresar más que en un simbolismo ternario, ya preparado, aunque de
lejos, en el Antiguo Testamento. 299 Dios crea por su
palabra, ciertamente (Gn 1); pero esta Palabra preexiste " junto a Dios "
y " es Dios " (Jn 1,1-5); después de haberse expresado, a lo largo de
la historia, a través de toda una serie de portavoces auténticos (Moisés
y los Profetas), terminó por encarnarse en Jesús de Nazaret. 300
Dios crea al mismo tiempo " por el aliento de su boca " (Sl 33,6). Este
aliento es " el Espíritu Santo ", enviado desde el Padre por Jesús
resucitado (Hch 2,33).


b) El hombre. El ser humano fue creado grande, " a imagen de Dios
" (Gn 1,26). Pero el más perfecto " icono del Dios invisible ", es
Cristo (Col 1,15). Y nosotros estamos llamados a convertirnos en
imágenes de Cristo, 301 es decir, en " una nueva creación ". 302
Dios nos salva y nos libera ciertamente de nuestras pobrezas y
miserias, pero por la sola mediación de Jesucristo, muerto por nuestros
pecados y resucitado para darnos vida. 303



c) El pueblo. El Nuevo Testamento asume como una realidad
irrevocable la elección de Israel, pueblo de la alianza: éste conserva
intactas sus prerrogativas (Rom 9,4) y su estatuto prioritario en la
historia en cuanto al ofrecimiento de la salvación (Hch 13,23) y de la
Palabra de Dios (13,46). Pero a Israel Dios le ha ofrecido una " nueva
alianza " (Jr 31,31), la que fue fundada en la sangre de Jesús. 304
La Iglesia se compone de israelitas que han aceptado esta nueva alianza
y de otros creyentes que se han unido a ellos. Como pueblo de la nueva
alianza, la Iglesia es consciente de no existir más que gracias a su
adhesión a Cristo Jesús, mesías de Israel, y gracias a su unión con los
apóstoles, israelitas todos ellos. Lejos pues de sustituir a Israel, 305
la Iglesia sigue siendo solidaria con él. A los cristianos venidos de
las naciones, el apóstol Pablo les declara que han sido injertados en el
olivo sano que es Israel (Rom 11,16.17). Dicho lo cual, la Iglesia
adquiere conciencia de que Cristo le abre una apertura universal,
conforme a la vocación de Abrahán, cuya descendencia se amplía ahora en
favor de una filiación fundada en la fe en Cristo (Rom 4,11-12). El
Reino de Dios ya no está vinculado sólo a Israel sino abierto a todos,
incluyendo a los paganos, con un lugar especial para los pobres y los
proscritos. 306 La esperanza unida a la casa real de David,
aunque defraudada durante seis siglos, se convierte en una clave de
lectura esencial de la historia: ahora se concentra en Jesucristo, un
descendiente humilde y lejano. Finalmente, en cuanto a la tierra de
Israel (incluyendo su Templo y su Ciudad santa), el Nuevo Testamento
lleva mucho más lejos un proceso de simbolización ya iniciado en el
Antiguo Testamento y en el judaísmo intertestamentario.


Así pues, para los cristianos, con la venida de Cristo y de la Iglesia,
el Dios de la revelación pronuncia su última palabra. " Después de haber
hablado muchas veces y de muchos modos en el pasado a nuestros Padres
por medio de los Profetas, Dios, en el período final en que estamos, nos
ha hablado a través del Hijo " (He 1,1-2).





66. Después de haber examinado las relaciones que los escritos del Nuevo
Testamento mantienen con las Escrituras del pueblo judío, debemos
considerar ahora las diversas apreciaciones expresadas sobre los judíos
en el Nuevo Testamento y, con este fin, empezar observando la diversidad
que entonces se manifestaba en el seno del propio judaísmo.


" Judaísmo " es un término apropiado para designar el período de la
historia israelita que inicia el año 538 a.C. con la decisión persa de
permitir la reconstrucción del Templo de Jerusalén. La religión del
judaísmo fue en muchos aspectos la heredera de la religión de antes del
exilio en el reino de Judá. El Templo fue reconstruido, se ofrecieron
sacrificios, se cantaban himnos y salmos, se celebraron de nuevo las
fiestas de peregrinación. El judaísmo tomó una coloración religiosa
particular debido al hecho de la proclamación de la Ley por Esdras (Ne
8,1-12) en época persa. Poco a poco, las sinagogas se convirtieron en un
factor importante para la existencia judía. Sus distintas actitudes
hacia el Templo dividieron a menudo a los judíos hasta el año 70 después
de Jesucristo, como se puede observar en la disidencia samaritana y en
los manuscritos de Qumrán. Otras divisiones basadas en interpretaciones
diversas de la Ley existieron tanto antes como después del año 70.


La comunidad samaritana constituía un grupo disidente, repudiado por los
otros (Si 50,25-26). Se basaba en una forma particular del Pentateuco y
había rechazado el santuario y el sacerdocio de Jerusalén. El santuario
de los samaritanos estaba construido sobre el monte Garizim (Jn
4,9.20). Tenían su propio sacerdocio.


La descripción hecha por Josefo de tres " partidos " o escuelas de pensamiento, fariseos, saduceos y esenios (Ant.




13.5.9; 171), es una simplificación, que conviene interpretar con
circunspección. Se puede estar seguro de que bastantes judíos no
pertenecían a ninguno de estos tres grupos. Por otro lado, las
diferencias entre ellos se extendían más allá del punto de vista
puramente religioso.


El origen de los saduceos se sitúa probablemente en el sacerdocio
sadoquita del Templo. Según parece, se destacaron como grupo distinto
en tiempo de los Macabeos, en respuesta a la actitud reticente de una
parte del sacerdocio frente al poder hasmoneo. Las dificultades para su
identificación precisa aumentan cuando se estudia el período que va
desde las luchas macabeas contra los seléucidas a partir del 167 hasta
la intervención romana del 63 a.J.-C. Los saduceos se identificaron cada
vez más con la aristocracia helenizada, que mantenía el poder: se
supone que tenían poco en común con el pueblo.


El origen de los esenios se sitúa, según ciertos autores, en
torno al año 200 a.C., en la atmósfera de las esperanzas apocalípticas
judías, pero la mayor parte de ellos lo ven en la oposición a un cambio
de situación respecto al Templo a partir del año 152, fecha en que fue
nombrado sumo sacerdote Jonatán, hermano de Judas Macabeo. Se trataría
de los hasideos o " piadosos " que se habían unido a la revuelta macabea
(1 M 2,42) y luego se habían sentido traicionados por Jonatán y Simón,
hermanos de Judas Macabeo, los cuales habían aceptado ser nombrados
sumos sacerdotes por los reyes seléucidas. Lo que sabemos de los esenios
ha aumentado considerablemente a partir de 1947 con el descubrimiento
de rollos y fragmentos de cerca de 800 manuscritos en Qumrán, cerca del
Mar Muerto. Una mayoría de estudiosos estima, en efecto, que esos
documentos provienen de un grupo de esenios establecidos en aquel lugar.
El historiador Josefo ofrece, en La guerra judía, 307
una cumplida descripción admirativa de la piedad y la vida de comunidad
de los esenios, que, en ciertos aspectos, se parecían a un grupo
monástico. Los Qumranianos formaban la comunidad de la nueva alianza,
despreciando el Templo regido por sacerdotes que ellos consideraban
indignos. Buscaban la perfección gracias a una observancia sumamente
estricta de la Ley, interpretada para ellos por el Maestro de justicia.
Esperaban un advenimiento mesiánico inminente, una intervención de Dios
que destruiría toda iniquidad y castigaría a sus enemigos.


Los fariseos no eran un movimiento sacerdotal. Aparentemente, la
asunción de la dignidad de sumo sacerdote por parte de los Macabeos no
les preocupaba. Sin embargo, su mismo nombre, que indica separación,
resulta probablemente del hecho de que, en definitiva, también se habían
vuelto bastante críticos con los hasmoneos, descendientes de los
Macabeos: se habían disociado de ellos, pues su modo de gobernar se
había vuelto cada vez más secularizado. A la Ley escrita, los fariseos
asociaban una segunda Ley de Moisés, de carácter oral. Sus
interpretaciones eran menos severas que las de los esenios y más
innovadoras que las de los saduceos, quienes, con espíritu conservador,
no se apartaban de la Ley escrita. Así, a diferencia de los saduceos,
los fariseos profesaban la creencia en la resurrección de los muertos y
en los ángeles (Hch 23,8), creencia que había aparecido durante el
período postexílico.


Las relaciones entre los distintos grupos fueron a veces extremamente
tensas, llegando a la hostilidad. Conviene recordar esa hostilidad para
poder colocar en su contexto la enemistad que se encuentra en el Nuevo
Testamento desde el punto de vista religioso. Algunos sumos sacerdotes
fueron responsables de bastantes violencias. Así un sumo sacerdote cuyo
nombre se ignora intentó dar muerte, probablemente a fines del siglo II
a.J.-C., al Maestro de justicia de Qumrán, durante la celebración del
Kipur. Los escritos de Qumrán cubren de injurias a la jerarquía saducea
de Jerusalén, malos sacerdotes acusados de violar los mandamientos, y
denigran igualmente a los fariseos. Exaltando al Maestro de justicia,
califican a otro personaje (¿un esenio?) de burlón y mentiroso, que
perseguía con la espada a " todos los que caminan en la perfección "
(Documento de Damasco, ms. A,I,20). Estos incidentes tuvieron lugar
antes de la época de Herodes el Grande y de los gobernadores romanos en
Judea, es decir antes de Jesús.


67. Este es el período de la vida de Jesús, vida que sin embargo emperó
un poco antes, puesto que Jesús nació antes de la muerte de Herodes el
Grande ocurrida el año 4 antes de nuestra era. Después de su muerte, el
emperador Augusto dividió el reino entre tres hijos de Herodes: Arquelao
(Mt 2,22), Herodes Antipas (14,1; etc.) y Filipo (16,13; Lc 3,1).
Puesto que el gobierno de Arquelao suscitaba la hostilidad de sus
súbditos, Augusto hizo pasar pronto su territorio, Judea, bajo la
administración romana.


¿Cuál podía ser la posición de Jesús en relación con los tres " partidos
" religiosos que hemos mencionado? Hay tres cuestiones principales a
considerar.


Durante la vida publica de Jesús, ¿cual era el grupo religioso más
importante? Josefo dice que los fariseos eran el partido principal,
extraordinariamente influyente en las ciudades. 308
Probablemente por eso Jesús es presentado en confrontación con ellos más
a menudo que con cualquier otro grupo, con lo que se rinde un homenaje
indirecto a su importancia. A eso se añade que este componente del
judaísmo sobrevivió mejor que los demás y que el cristianismo naciente
debió lógicamente confrontarse sobre todo con él.


¿Cuales eran las posiciones de los fariseos? Los Evangelios los
presentan a menudo como legalistas hipócritas y sin corazón. Se ha
querido refutar esta presentación argumentando a través de ciertas
posiciones rabínicas atestiguadas en la Misná, que no son ni hipócritas
ni estrictamente legalistas. El argumento no es decisivo, pues la Misná
manifiesta igualmente una tendencia legalista y, por otra parte,
ignoramos en qué medida las posiciones de la Misná, codificada hacia el
año 200, corresponden a las de los fariseos del tiempo de Jesús. Dicho
lo cual, se puede admitir que, con toda probabilidad, la presentación de
los fariseos en los Evangelios está influenciada en parte por las
polémicas más tardías entre cristianos y judíos. En tiempo de Jesús,
había sin duda fariseos que enseñaban una ética digna de aprobación.
Pero el testimonio directo de Pablo, un fariseo " encendido de celo por
las tradiciones de los padres ", muestra a qué excesos podía conducir el
celo de éstos: " perseguía encarnizadamente a la Iglesia de Dios ". 309



¿Pertenecía Jesús a uno de los tres grupos? No hay ninguna razón para
hacer de Jesús un saduceo. No era sacerdote. La creencia en los ángeles y
en la resurrección de los cuerpos así como las esperanzas escatológicas
que le son atribuidas en los Evangelios lo acercan mucho más a la
teología esenia y farisea. Pero el Nuevo Testamento no menciona nunca a
los esenios y no conserva ningún recuerdo de una pertenencia de Jesús a
una comunidad tan específica. En cuanto a los fariseos, a menudo
nombrados en los Evangelios, su relación con Jesús es normalmente de
oposición, a causa de la actitud de Jesús no conforme a sus
observancias. 310



Lo más probable es, pues, que Jesús no perteneciera a ninguno de los
partidos que existían entonces en el seno del judaísmo. Simplemente era
solidario con el pueblo en general. Investigaciones recientes han
intentado situarle en distintos contextos de su tiempo: rabinos
carismáticos de Galilea, predicadores cínicos itinerantes o incluso
celotas revolucionarios. Él no se deja encerrar en ninguna de esas
categorías.

En el tema de la relación de Jesús con
los gentiles y su universo mental, existe igualmente quien se ha
entregado a multitud de especulaciones, pero se cuenta con bastante poca
información. En aquella época en Palestina, incluso en las regiones en
que la mayor parte de la población era judía, la influencia del
helenismo era importante, por més que no se dejaba sentir de modo igual
en todas partes. La influencia que pudiera ejercer sobre Jesús la
cultura de ciudades helenísticas como Tiberíades a orillas del lago de
Galilea y Séforis (a 6 o 7 kilómetros de Nazaret) sigue siendo bastante
problemática, pues los Evangelios no dan indicación alguna de contactos
de Jesús con esas ciudades. Tampoco tenemos indicios de que Jesús o sus
discípulos más próximos hablasen griego a un nivel considerable. En los
Evangelios sinópticos, Jesús tiene pocos contactos con los gentiles,
ordena a sus discípulos que no vayan a predicarles (Mt 10,5), prohibe
imitar su modo de vivir (6,7.32). Algunas de sus palabras reflejan el
sentimiento judío de superioridad respecto a los gentiles, 311 pero sabe distanciarse de ese sentimiento y afirmar, al contrario, la superioridad de muchos gentiles (Mt 8,10-12).

¿Qué relación tuvieron los primeros discípulos de Jesús con el contexto
religioso judío? Los Doce y otros compartirían la mentalidad galilea de
Jesús, por más que los alrededores del lago de Galilea, donde habitaban,
eran más cosmopolitas que Nazaret. El Cuarto Evangelio cuenta que Jesús
atrajo discípulos de Juan Bautista (Jn 1,35-41), que tenía discípulos
en Judea (19,38) y que conquistó todo un pueblo de samaritanos
(4,39-42). El grupo de los discípulos podía muy bien reflejar el
pluralismo que existía entonces en Palestina.


68. El primer período de gobierno romano directo en Judea terminó en los
años 3940. Herodes Agripa I, amigo del emperador Calígula (37-41) y del
nuevo emperador, Claudio (41-54), fue rey de toda Palestina (41-44). Se
ganó el favor de los jefes religiosos judíos y se esforzó por parecer
piadoso. En Hch 12, Lucas le atribuye una persecución y la muerte de
Santiago, hermano de Juan e hijo de Zebedeo. Después de la muerte de
Agripa, de la que Hch 12,20-23 da una versión dramática, empezó otro
período de gobierno romano.


Durante este segundo tercio del siglo I, los discípulos de Cristo
resucitado llegaron a ser muy numerosos y se organizaron en " iglesias "
(" asambleas "). Es verosímil que las estructuras de ciertos grupos
judíos tuvieran un influjo en las estructuras de la Iglesia primitiva.
Cabe preguntarse si los " presbíteros " o " ancianos " cristianos fueron
instituidos sobre el modelo de los " ancianos " de las sinagogas y, por
otro lado, si los " epíscopos " (" vigilantes ") cristianos fueron
establecidos sobre el modelo de los " vigilantes " descritos en Qumrán.
¿Es posible que la designación del movimiento cristiano como " el camino
" (odós) refleje la espiritualidad de la gente de Qumrán, que
había ido al desierto para preparar el camino del Señor? Desde un punto
de vista teológico, se ha creído encontrar vestigios de la influencia de
Qumrán en el dualismo del Cuarto Evangelio, expresado en términos de
luz y tinieblas, verdad y mentira, en la lucha entre Jesús, luz del
mundo, y el poder de las tinieblas (Lc 22,53) y en la lucha entre el
Espíritu de la Verdad y el Príncipe de este mundo (Jn 16,11). Pero la
presencia de temas comunes no implica forzosamente una relación de
dependencia.


Los procuradores romanos de los años 44-66 fueron hombres sin
envergadura, corrompidos y deshonestos. Su mal gobierno suscitó la
aparición de los " sicarios " (terroristas armados de puñales) y de los "
celotas " (guardianes implacables de la Ley) y provocó al final una
gran revuelta judía contra los romanos. Fuerzas importantes del ejército
romano y sus mejores generales se dedicaron a sofocar aquella revuelta.
Para los cristianos fue un acontecimiento decisivo la ejecución de
Santiago, " el hermano del Señor ", el año 62, por decisión del Sanedrín
convocado por el sumo sacerdote Ananus (Anás) II. Este sumo sacerdote
fue destituido por el procurador Albinus por haber actuado ilegalmente.
Sólo dos años más tarde, después del gran incendio que asoló Roma en
julio del 64, el emperador Nerón (54-68) persiguió a los cristianos en
la capital. Según una tradición muy antigua, los apóstoles Pedro y Pablo
fueron martirizados entonces. Por eso, aproximadamente, el último
tercio del siglo I se puede llamar época post-apostólica.


69. La revuelta judía del 66 al 70 y la destrucción del Templo de
Jerusalén provocaron un cambio en la dinámica de las agrupaciones
religiosas. Los revolucionarios (sicarios, celotas y otros) fueron
exterminados. El establecimiento de Qumrán fue destruido en el 68. La
desaparición de los sacrificios en el Templo debilitó la base de poder
de los dirigentes saduceos, que pertenecían a las familias sacerdotales.
No sabemos en qué medida el judaísmo rabínico es heredero del
fariseísmo. Lo que está claro es que después del 70 unos maestros
rabínicos, " los sabios de Israel ", fueron poco a poco reconocidos como
guías del pueblo. Los que estuvieron reunidos en Yamnia (Yabne), en la
costa palestina, fueron considerados por las autoridades romanas como
portavoces de los judíos. Más o menos del 90 al 110, Gamaliel II, hijo y
nieto de célebres intérpretes de la Ley, presidía " la asamblea " de
Yamnia. Cuando los escritos cristianos de este período hablan del
judaísmo, deben de estar cada vez más influenciados por las relaciones
con este judaísmo rabínico en vías de formación. En ciertos sectores, el
conflicto entre los dirigentes de las sinagogas y los discípulos de
Jesús fue agudo. Se ve en la mención de la expulsión de la sinagoga
infligida a " Todo aquel que confiese que Jesús es el Mesías " (Jn 9,22)
y, en contrapartida, en la fuerte polémica antifarisea de Mt 23, así
como en la referencia, como desde el exterior, a " sus sinagogas ", designadas como lugares donde los discípulos de Jesús serían flagelados (Mt 10,17). La Birkat ha-minîm,
" bendición " sinagogal (en realidad, una maldición) contra los
desviados, es citada frecuentemente. Su datación en el 85 es incierta y
la idea de que fue un decreto judío universal contra los cristianos es
casi ciertamente un error. Pero no se puede poner seriamente en duda
que, a partir de fechas distintas según los lugares, las sinagogas
locales ya no toleraron la presencia de cristianos y les hicieron sufrir
vejaciones que podían llegar hasta la pena de muerte (Jn 16,2). 312



Poco a poco, probablemente a partir de principios del siglo II, una
fórmula de " bendición " que denunciaba a los herejes o desviados de
distintas clases se entendió que incluía a los cristianos y, mucho más
tarde, que se refería especialmente a ellos. En todas partes, a finales
del siglo II, quedaron netamente trazadas las líneas de demarcación y
división entre los judíos que no creían en Jesús y los cristianos. Pero
textos como 1 Tes 2,14 y Rom 9-11 demuestran que la división ya era
claramente percibida mucho antes de esta época.


70. Los Evangelios y los Hechos tienen una orientación fundamental muy
positiva sobre los judíos, pues reconocen al pueblo judío como el pueblo
escogido por Dios para realizar su designio de salvación. Esta elección
divina encuentra su mayor confirmación en la persona de Jesús, hijo de
madre judía, nacido para ser el salvador de su pueblo y que realiza su
misión anunciando a su pueblo la buena nueva y realizando una obra de
curación y de liberación, que culmina en su Pasión y su resurrección. La
adhesión a Jesús de un gran número de judíos, durante su vida publica y
después de su resurrección, confirma esta perspectiva, igual que la
elección por parte de Jesús de doce judíos llamados a participar en su
misión y a continuar su obra.


Aunque al principio fue acogida positivamente por muchos judíos, la
Buena Nueva chocó con la oposición de los dirigentes, quienes al final
fueron seguidos por la mayor parte del pueblo. El resultado fue una
situación de conflicto entre las comunidades judías y las comunidades
cristianas, que ha dejado evidentemente sus huellas en la redacción de
los Evangelios y los Hechos.


Las relaciones entre el primer Evangelio y el mundo judío son
particularmente estrechas. Múltiples detalles manifiestan en él una gran
familiaridad con las Escrituras, las tradiciones y la mentalidad del
ambiente judío. Más que Marcos y Lucas, Mateo insiste en el origen judío
de Jesús: su genealogía presenta a Jesús como " hijo de David, hijo de
Abrahán " (Mt 1,1) y no se remonta más allá. Subraya el significado del
nombre de Jesús: el hijo de María llevará este nombre, " porque salvará a
su pueblo




de sus pecados " (1,21). La misión de Jesús, durante su vida publica, se
limita " a las ovejas perdidas de la casa de Israel " (15,24) y asigna
los mismos límites a la primera misión de los Doce (10,5-6). Mateo, más
que los demás evangelistas, se preocupa a menudo de observar que los
acontecimientos de la existencia de Jesús habían ocurrido " para que se
cumpliera lo que había sido dicho por los Profetas " (2,23). Jesús mismo
se preocupa de precisar que no ha venido a abolir la Ley, sino a
cumplirla (5,17).


Está claro, sin embargo, que las comunidades cristianas se muestran
distantes en relación con las comunidades de judíos que no creen en
Cristo Jesús. Detalle significativo: Mateo no dice que Jesús enseñaba "
en las sinagogas ", sino: " en sus sinagogas " (4,23;
9,35; 13,54), marcando así una separación. Mateo pone en escena dos de
los tres partidos judíos descritos por el historiador Josefo, los
fariseos y los saduceos, pero siempre en un contexto de oposición a
Jesús. Éste es también el caso de los escribas, 313
frecuentemente asociados a los fariseos. Otro hecho significativo: en el
primer anuncio de la Pasión (16,21), los tres componentes del Sanedrín,
" ancianos, sumos sacerdotes y escribas ", tienen su primera aparición
común en el Evangelio. Se sitúan pues todos ellos en un contexto de
oposición, y de oposición radical, a Jesús.


Jesús hace frente en múltiples ocasiones a la oposición de los escribas y
fariseos, y al final responde a ella con una vigorosa contraofensiva
(23,2-7.13-36) en la que la invectiva " escribas y fariseos hipócritas "
se repite seis veces. Seguramente esta presentación refleja en parte la
situación de la comunidad de Mateo. El contexto redaccional es el de
dos grupos que vivían en estrecho contacto: el grupo de los
judeocristianos, convencidos de pertenecer al judaísmo auténtico, y el
de los judíos que no creían en Cristo Jesús y eran considerados por los
cristianos como infieles a la vocación judía por su docilidad a los
dirigentes ciegos o hipócritas.


Hay que observar ante todo que la polémica de Mateo no se refiere a los
judíos en general. Éstos no son nombrados más que en la expresión " el
rey de los judíos ", aplicada a Jesús (2,2; 27,11.29.37), y en una frase
del último capítulo (28,15), de importancia bastante secundaria. La
polémica es, pues, más bien interna entre dos grupos, pertenecientes
ambos al judaísmo. Por otro lado, no atañe más que a los dirigentes.
Mientras que en el oráculo de Isaías, la viña entera es criticada (Is
5,1-7), en la parábola de Mateo, sólo son acusados los viñadores (Mt
21,33-41). Las invectivas y acusaciones lanzadas contra los escribas y
fariseos son análogas a las que se encuentran en los Profetas y
corresponden al género literario de la época, utilizado tanto en
ambiente judío (por ejemplo en Qumrán) como en ambiente helenista.
Además tienen, como en los Profetas, un aspecto de llamada a la
conversión. Cuando son leídas en la comunidad cristiana, ponen en
guardia a los mismos cristianos contra actitudes incompatibles con el
evangelio (23,8-12).


Asimismo, la virulencia antifarisea de Mt 23 debe ser vista en el
contexto del discurso apocalíptico de Mt 24-25. El lenguaje apocalíptico
se emplea en tiempo de persecución para fortalecer la capacidad de
resistencia de la minoría perseguida y reforzar su esperanza en una
intervención divina liberadora. Bajo esta perspectiva, el vigor de la
polémica provoca menos extrañeza.


Hay que reconocer de todos modos que Mateo no restringe siempre su
polémica a la clase dirigente. La diatriba de Mt 23 contra los escribas y
fariseos es seguida de una apóstrofe dirigida a Jerusalén. Toda la
ciudad es acusada de " matar a los profetas " y " lapidar a los que le
son enviados " (23,37) y a la ciudad se le anuncia el castigo (23,38). "
No quedará piedra sobre piedra " (24,2) de su magnífico Templo. Aquí
aparece una situación paralela a la del tiempo de Jeremías (Jr 7; 26).
El profeta había anunciado la destrucción del Templo y la ruina de la
ciudad (26,6.11). Jerusalén iba a convertirse en " una maldición para
todas las naciones de la tierra " (26,6), exactamente a la inversa de la
bendición prometida a Abrahán y a su descendencia (Gn 12,3; 22,18).


71. En el momento de la redacción del Evangelio, la mayor parte del
pueblo judío había seguido a sus dirigentes en su negativa a creer en
Cristo Jesús. Los judeocristianos no eran más que una minoría. El
evangelista preveía pues que las amenazas de Jesús iban a cumplirse.
Éstas afectaban a los judíos sólo en tanto que solidarios con sus
dirigentes indóciles a Dios. Mateo expresa esta solidaridad en su relato
de la Pasión, cuando relata que, instigadas por los sumos sacerdotes y
los ancianos, " las multitudes " exigieron de Pilato que Jesús fuera
crucificado (Mt 27,20-23). En respuesta a la negación de responsabilidad
expresada por el gobernador romano, " todo el pueblo " presente tomó
sobre sí mismo la responsabilidad de la muerte de Jesús (27,24-25). Por
parte del pueblo, esta actitud manifestaba seguramente la convicción de
que Jesús merecía la muerte, pero, a los ojos del evangelista, tal
convicción era injustificable: la sangre de Jesús era " sangre inocente "
(27,4): el propio Judas lo había reconocido. Jesús hubiera podido
aplicarse las palabras de Jeremías: " Sabed con certeza que si me
matáis, echaréis sangre inocente sobre vosotros, sobre esta ciudad y
sobre sus habitantes " (Jr 26,15). En la perspectiva del Antiguo
Testamento, es inevitable que los fallos de los dirigentes provoquen
consecuencias desastrosas para toda la colectividad. Si la redacción del
Evangelio había terminado después del año 70 de nuestra era, el
evangelista sabía que la predicción de Jesús se había realizado como la
de Jeremías. Pero en esa realización, no podía ver un punto final, pues
toda la Escritura afirma que después de la sanción divina, Dios abre
siempre perspectivas positivas. 314 Efectivamente, el
discurso de Mt 23 concluye con una perspectiva positiva. Día vendrá en
que Jerusalén dirá: " Bendito el que viene en nombre del Señor "
(23,39). La misma Pasión de Jesús abre la perspectiva más positiva que
pueda existir, pues, de su " sangre inocente ", derramada criminalmente,
Jesús ha hecho una " sangre de alianza ", " derramada para el perdón de
los pecados " (26,28).


Como el grito del pueblo en el relato de la Pasión (27,25), la
conclusión de la parábola de los viñadores manifiesta, según parece, que
en la época de la composición del Evangelio, la mayor parte del pueblo
judío seguía al lado de sus dirigentes en su negativa a creer en Jesús.
En efecto, después de haber predecido a estos: " El Reino de Dios os
será quitado ", Jesús no añade que será dado " a otras autoridades ",
sino que será dado " a una nación, que produzca sus frutos "
(21,43). La expresión " una nación " se opone implícitamente a " pueblo
de Israel "; sugiere, seguramente que un gran número de sus componentes
no serán de origen judío. Pero no excluye la presencia de judíos en
ella, pues el conjunto del Evangelio da a entender que esa " nación " se
constituirá bajo la autoridad de los Doce, en particular de Pedro
(16,18), y los Doce son judíos. Con ellos y con otros judíos, " muchos
vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa con Abraham,
Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del
Reino serán echados fuera " (8,11-12). Esta apertura universalista
encuentra su confirmación definitiva al final del Evangelio, cuando
Jesús resucitado ordena a los " once discípulos " que vayan a enseñar a "
todas las naciones " (28,19). Pero este final confirma al mismo tiempo
la vocación de Israel, pues Jesús es hijo de Israel y en él se cumple la
profecía de Daniel que define el papel de Israel en la historia. Las
palabras del resucitado: " Me ha sido dado todo poder en el cielo y en
la tierra " 315 vienen a precisar en qué sentido hay que entender ahora la visión universalista de Daniel y de otros profetas.



Conclusión
. Más que los demás sinópticos, el
Evangelio de Mateo es evangelio del cumplimiento: Jesús no ha venido a
abolir, sino a cumplir. Insiste, pues, en el aspecto de continuidad con
el Antiguo Testamento, fundamental para la noción de cumplimiento. Este
aspecto permite establecer vínculos fraternales entre los cristianos y
los judíos. Pero, por otra parte, el Evangelio de Mateo refleja una
situación de tensión, incluso de oposición entre las dos comunidades. En
él Jesús prevé que sus discípulos serán flagelados en las sinagogas y
perseguidos de ciudad en ciudad (23,34). Mateo se preocupa, pues, de
preparar la defensa de los cristianos. Habiendo cambiado radicalmente la
situación, la polémica de Mateo debe dejar de intervenir en las
relaciones entre cristianos y judíos y el aspecto de continuidad puede y
debe prevalecer. Lo mismo hay que decir respecto de la predicción de la
ruina de Jerusalén y del Templo. Esa ruina es un acontecimiento del
pasado, que ya no debe suscitar más que una profunda compasión. Los
cristianos deben guardarse absolutamente de extender la responsabilidad
del pueblo judío a las generaciones siguientes y deben preocuparse de
recordar que después de una sanción divina, Dios no deja nunca de abrir
nuevas perspectivas positivas.

72. El Evangelio de Marcos es un mensaje de salvación que no indica
quienes son sus destinatarios. El final que se le ha añadido lo destina
audazmente " a toda la creación ", " en el mundo entero " (16,15), lo
cual corresponde a su apertura universalista. Marcos, que es judío, no
expresa un juicio de conjunto sobre el pueblo judío. El juicio negativo
del profeta Isaías (Is 29,13) no lo aplica Marcos más que a los fariseos
y a los escribas (Mc 7,5-7). Aparte el título de " rey de los judíos ",
aplicado cinco veces a Jesús en el relato de la Pasión, 316
el nombre " judíos " aparece una sola vez en el Evangelio, en una
explicación sobre costumbres judías (7,3), dirigida evidentemente a
lectores no judíos. Esta explicación se da en un episodio en que Jesús
critica la excesiva atención de los fariseos a " la tradición de los
antiguos ", que les hace descuidar " el mandamiento de Dios " (7,8).
Marcos no nombra a " Israel " más que dos veces, 317 y las mismas a " el pueblo ". 318
Al contrario, nombra muy a menudo a " la multitud ", sin duda compuesta
principalmente por judíos, y esta multitud es muy favorable a Jesús, 319 excepto en un episodio de la Pasión, en que los sumos sacerdotes la empujan a preferir a Barrabás (15,11).


La mirada crítica de Marcos recae sobre la actitud de las autoridades
religiosas y políticas. Su juicio versa esencialmente sobre su falta de
apertura a la misión salvadora de Jesús: los escribas acusan a Jesús de
blasfemia, cuando ejerce su poder de perdonar los pecados (2,7-10); no
aceptan que Jesús " coma con los publicanos y los pecadores " (2,15-16);
lo declaran poseído de un demonio (3,22). Continuamente Jesús debe
hacer frente a su oposición y a la de los fariseos. 320



Más raramente interpela a las autoridades políticas: a Herodes por el
asesinato de Juan Bautista (6,17-28) y por su " levadura " asociada a la
de los fariseos (8,15); al Sanedrín judío, autoridad político-religiosa
(14,55; 15,1), y a Pilato (15,15), por su papel en la Pasión.


En el relato de la Pasión, el segundo Evangelio intenta responder
a dos cuestiones: ¿Por qué Jesús ha sido condenado y por qué se le ha
dado muerte? Comienza dando una respuesta de conjunto, que pone los
acontecimientos bajo la luz divina: todo ha sucedido " a fin de que se
cumplan las Escrituras " (14,49). A continuación muestra el papel de las
autoridades judías y el del gobernador romano.


El arresto de Jesús fue efectuado por orden de los tres estamentos del
Sanedrín, " sumos sacerdotes, escribas y ancianos " (14,43). Ha sido la
culminación de un largo proceso, iniciado en Mc 3,6, donde sin embargo
los protagonistas son distintos: allí son los fariseos los que se
asocian a los herodianos para urdir un complot contra Jesús. Hecho
significativo: en el primer anuncio de la Pasión es donde " los
ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas " aparecen juntos por
primera vez (8,31). En 11,18, " los sumos sacerdotes y los escribas "
buscan cómo terminar con Jesús. Las tres categorías se encuentran en
11,27 para someter a Jesús a un interrogatorio. Jesús les cuenta la
parábola de los viñadores homicidas; su reacción es la de " intentar
prenderle " (12,12). En 14,1 su intención es la de prenderle para "
darle muerte ". La traición de Judas les ofrece el modo adecuado
(14,10-11). Tanto el arresto como la condena a muerte son, pues, obra de
la clase dirigente de la nación judía en aquella época. A la actitud de
los dirigentes, Marcos opone regularmente la de " la multitud " o del "
pueblo ", que es favorable a Jesús. Tres veces, 321 el
evangelista observa que las autoridades fueron frenadas en su proyecto
homicida por miedo a la reacción del pueblo. Sin embargo, al final del
proceso ante Pilato, los sumos sacerdotes logran poner la multitud
presente en un estado de excitación y hacerle tomar partido por Barrabás
(15,11), por tanto contra Jesús (15,13). La decisión final de Pilato,
impotente para calmar la multitud, es la de " contentarles ", lo que,
para Jesús, significa la crucifixión (15,15). Esa multitud ocasional no
puede evidentemente confundirse con el pueblo judío de aquel tiempo y
menos aún con el pueblo judío de todos los tiempos. Hay que decir más
bien que representa al mundo pecador (Mc 14,41) del que todos formamos
parte.


Marcos declara que el culpable de haber " condenado " a Jesús es el
Sanedrín (10,33; 14,64). De Pilato, no dice que haya dictado sentencia
condenatoria contra Jesús, sino que, sin tener contra él ningún motivo
de acusación (15,14), lo ha entregado al suplicio (15,15), lo que hace a
Pilato aún más culpable. El motivo de la condena del Sanedrín es que
Jesús, en su respuesta afirmativa y circunstanciada al sumo sacerdote
que le preguntaba si era " el Cristo, el hijo del Bendito ", pronunció
una " blasfemia " (14,61-64). Marcos indica así el punto de ruptura más
dramático entre las autoridades judías y la persona de Cristo, punto que
continúa siendo el desacuerdo más grave entre el judaísmo y el
cristianismo. Para los cristianos, la respuesta de Jesús no es una
blasfemia, sino la pura verdad, manifestada como tal por su
resurrección. A los ojos del conjunto de los judíos, los cristianos
cometen el error de afirmar la filiación divina de Cristo en un sentido
que comporta una grave ofensa de Dios. Por doloroso que sea, este
desacuerdo fundamental no debe degenerar en hostilidad recíproca, ni
hacer olvidar la existencia de un rico patrimonio común, en el que se
incluye la fe en el Dios único.



Conclusión
. Se da una interpretación errónea
al Evangelio de Marcos, cuando se entiende que atribuye al pueblo judío
la responsabilidad de la muerte de Jesús. Ese tipo de interpretación,
que ha tenido consecuencias desastrosas a lo largo de la historia, no
corresponde en modo alguno a la perspectiva del evangelista, quien, como
hemos dicho, opone varias veces la actitud del pueblo o de la multitud a
la de las autoridades hostiles a Jesús. Se olvida, por otra parte, que
los discípulos de Jesús también formaban parte del pueblo judío. Se
trata, pues, de una transferencia abusiva de responsabilidad, como tan a
menudo las encontramos en la historia humana. 322

Hay motivos, más bien, para recordar que la Pasión de Jesús forma parte
de un misterioso designio de Dios, designio de salvación, pues Jesús
vino " para servir y dar su vida en rescate por la multitud " (10,45) e
hizo de su sangre derramada " sangre de alianza " (14,24).


73. Dirigidos al " excelente Teófilo " para perfeccionar su instrucción
cristiana (Lc 1,3-4; Hch 1,1), el Evangelio de Lucas y el libro de los
Hechos son escritos muy abiertos al universalismo y, al mismo tiempo,
muy favorables a Israel.


Los nombres: " Israel ", " los judíos ", " el pueblo "



De entrada, la atención prestada a " Israel " se demuestra muy positiva
en el evangelio de la infancia, donde este nombre se repite 7 veces.
Luego, no se encuentra más que 5 veces en el resto del Evangelio, en
contextos más críticos. El nombre de los judíos aparece sólo 5 veces, 3
de ellas en el título " rey de los judíos " atribuido a Jesús en el
relato de la Pasión. Más significativo es el uso de la palabra " pueblo
", que sale 36 veces en el Evangelio (frente a 2 en el Evangelio de
Marcos) normalmente bajo una luz favorable, incluso al final del relato
de la Pasión. 323



En los Hechos, la perspectiva de salida sigue siendo positiva, pues los
apóstoles anuncian la resurrección de Cristo y el perdón de los pecados a
" toda la casa de Israel " (2,36) y obtienen numerosas adhesiones
(2,41; 4,4). El nombre de Israel se repite 14 veces en la primera parte
de los Hechos (Hch 1,6-13,24) y una vez más al final (28,20). La palabra
" pueblo " es mucho más frecuente: aparece 48 veces. En los primeros
momentos, " el pueblo " es muy favorable a la comunidad cristiana (2,47;
5,26), pero termina por seguir el ejemplo de sus dirigentes volviéndose
hostil (12,4.11), hasta querer, concretamente, la muerte de Pablo
(21,30-31). Éste insiste en proclamar que no ha " hecho nada contra el
pueblo " (28,17). La misma evolución se refleja en los empleos del
nombre " judíos ", extraordinariamente frecuentes (79 ocurrencias). Los
judíos del día de Pentecostés (2,5), a los que Pedro se dirige
llamándolos respetuosamente con este nombre (2,14), son llamados a la fe
en Cristo resucitado y se adhieren a ella en gran número. Al principio
son los destinatarios exclusivos de la Palabra (11,19). Pero muy pronto,
sobre todo a partir del martirio de Esteban, se vuelven perseguidores.
La muerte de Santiago por obra de Herodes Antipas es una intervención
que les satisface (12,2-3) y su " esperanza " era que la misma suerte
estuviera reservada a Pedro (12,11). Antes de su conversión, Pablo era
un perseguidor encarnizado (8,3; cf. Gál 1,13); luego se convierte de
perseguidor en perseguido: ya en Damasco, " los judíos se confabularon
para eliminarlo " (9,23); eso ocurrirá también en Jerusalén (9,29). De
todos modos, Pablo sigue anunciando a Cristo " en las sinagogas de los
judíos " (13,5; 14,1) y lleva a la fe a " una multitud numerosa de
judíos y griegos " (14,1), pero este éxito provoca la reacción hostil de
los " judíos no creyentes " (14,2). El mismo proceso se repite a menudo
con múltiples variantes, hasta el arresto de Pablo en Jerusalén
provocado por " los judíos de la provincia de Asia " (21,27). Pablo
proclama con no poco orgullo: " Yo soy un judío " (22,3). Sufre la
hostilidad por parte de los judíos, pero sin serles hostil.



El relato evangélico


74. El evangelio de la infancia crea una atmósfera enormemente favorable
al pueblo judío. Los anuncios de nacimientos extraordinarios presentan a
" Israel " (1,68) o también a " Jerusalén " (2,38), como beneficiarios
de la salvación, en cumplimiento de una economía arraigada en la
historia del pueblo. De ahí proviene " gran alegría para todo el pueblo "
(2,10), " redención " (1,68-69), " salvación " (2,30-31), " gloria de
tu pueblo Israel " (2,32). Estas buenas noticias son bien acogidas. Se
entrevé sin embargo en el futuro una reacción negativa al don de Dios,
pues Simeón predice a María que su hijo se convertirá en un " signo
discutido " y prevé que " una caída " precederá al " levantamiento " (o:
la resurrección) " de muchos en Israel " (2,34). Así abre una
perspectiva profunda, en la que el salvador se encuentra enfrentado a
fuerzas hostiles. Un trazo de universalismo, inspirado en el Segundo
Isaías (42,6; 49,6), une la " luz para revelación a las naciones " con
la " gloria de tu pueblo Israel " (2,32), lo cual demuestra que
universalismo no significa antijudaísmo.


En la continuación del Evangelio, Lucas pone otros toques de
universalismo: en primer lugar a propósito de la predicación de Juan
Bautista (3,6; cf. Is 40,5) y luego haciendo remontar hasta Adán la
genealogía de Jesús (3,38). Pero el primer episodio del ministerio de
Jesús, su predicación en Nazaret (4,16-30), muestra enseguida que el
universalismo planteará problemas. Allí Jesús invita a sus conciudadanos
a renunciar a una actitud posesiva en relación a sus dones de
taumaturgo y a aceptar que esos dones aprovechen a los extranjeros
(4,23-27). La reacción de despecho es violenta: rechazo e intento de
asesinato (4,28-29). Lucas ilustra así por adelantado la que a menudo
será la reacción de los judíos ante los éxitos de Pablo entre los
gentiles. Los judíos se oponen violentamente a una predicación que
nivele sus privilegios de pueblo escogido. 324 En vez de
abrirse al universalismo del Segundo Isaías, siguen a Baruc que les
aconseja no ceder sus privilegios a los extranjeros (Ba 4,3). Pero otros
judíos resisten a esta tentación y se ponen generosamente al servicio
de la evangelización (Hch 18,24-26).


Lucas relata las tradiciones evangélicas que muestran a Jesús enfrentado
a la oposición de los escribas y fariseos (Lc 5,17 6,11). En 6,11, sin
embargo, atenúa la hostilidad de esos adversarios, no atribuyéndoles,
como Mc 3,6, una intención homicida desde el principio. El discurso
polémico de Lucas contra los fariseos (11,42-44), extendido después a
los " legistas " (11,46-52), es netamente más breve que el de Mt
23,2-39. La parábola del buen samaritano responde a la pregunta de un
legista y le enseña el universalismo de la caridad (Lc 10,29.36-37).
Deja en mal lugar a un sacerdote judío y a un levita, proponiendo en
cambio como modelo a un samaritano (cf. también 17,12-19). Las parábolas
de la misericordia (15,4-32) están dirigidas a los fariseos y a los
escribas y les invitan igualmente a la apertura de corazón. La parábola
del padre misericordioso (15,11-32), que invita al hijo primogénito a
abrir su corazón al pródigo, no sugiere directamente la aplicación, que a
veces se ha hecho, a las relaciones entre judíos y gentiles (el hijo
mayor representaría a los judíos observantes, poco inclinados a acoger a
los paganos, considerados como pecadores). Sin embargo se puede pensar
que el contexto más amplio de la obra de Lucas hace posible esta
aplicación, dada su insistencia en el universalismo.


La parábola de las minas (19,11-27) comporta rasgos particulares
bastante significativos. Pone en escena a un pretendiente a la realeza
que se enfrenta a la hostilidad de sus conciudadanos. Tiene que ir a un
país lejano, para ser investido del poder real. A su retorno, sus
opositores son ejecutados. Esta parábola, como la de los viñadores
homicidas (20,9-19), constituye por parte de Jesús una insistente puesta
en guardia contra las consecuencias previsibles de un rechazo de su
persona. Otros pasajes del Evangelio de Lucas completan el panorama
expresando todo el dolor que Jesús sentía al pensar en esas
consecuencias trágicas: llora ante la suerte de Jerusalén (19,41-44) y
se desinteresa de su propia suerte dolorosa, preocupándose sólo de la
desgracia de las mujeres y niños de esta ciudad (23,28-31).


El relato de la Pasión según Lucas no es particularmente severo con las
autoridades judías. En la comparecencia de Jesús ante " los ancianos del
pueblo, los sumos sacerdotes y los escribas " (22,66-71), Lucas ahorra a
Jesús la confrontación con el sumo sacerdote, la acusación de blasfemia
y la condena, con lo cual también atenúa la culpabilidad de los
enemigos de Jesús. Éstos expresan ante Pilato acusaciones de orden
político (23,2). Pilato declara tres veces que Jesús es inocente
(23,4.14.22); sin embargo expresa la intención de " darle una lección "
(23,16.22), es decir, de hacerle flagelar, y finalmente cede a la
presión creciente de la multitud (23,23-25), que se componía de " los
sumos sacerdotes, los magistrados y el pueblo " (23,13). Más adelante,
la actitud de los " magistrados " sigue siendo hostil (23,35), mientras
que la del pueblo vuelve a ser favorable a Jesús (23,27.35.48) como lo
era durante su vida publica, según hemos observado. Jesús, por su parte,
ruega por sus verdugos y los excusa generosamente " porque no saben lo
que hacen " (23,34).


En el nombre de Jesús resucitado, se debe " predicar a todas las
naciones la conversión para el perdón de los pecados " (24,47). Este
universalismo no tiene ninguna connotación polémica, pues la frase
precisa que esta predicación debe " iniciar en Jerusalén ". La
perspectiva corresponde a la visión de Simeón sobre la salvación
mesiánica, preparada por Dios como " luz para revelación a las naciones y
gloria de [su] pueblo Israel " (2,30-32).


La herencia que el tercer Evangelio transmite al libro de los Hechos es,
pues, sustancialmente favorable al pueblo judío. Las fuerzas del mal
han tenido su " hora ". " Sumos sacerdotes, jefes de la guardia del
Templo y ancianos " han sido sus instrumentos (22,52-53). Pero no han
prevalecido. El designio de Dios se ha realizado conforme a las
Escrituras (24,25-27.44-47), un designio misericordioso de salvación
para todos.


Los Hechos de los Apóstoles


75. El principio de los Hechos muestra cómo los apóstoles de Cristo
pasan de una perspectiva estrecha, el restablecimiento de la realeza de
Israel (Hch 1,6), a una perspectiva universalista de testimonio que hay
que llevar " hasta el fin del mundo " (1,8). El episodio de Pentecostés,
de forma bastante curiosa y muy simpática, sitúa a los judíos en esta
perspectiva universalista: " Había en Jerusalén residentes judíos,
hombres piadosos, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo "
(2,5). Esos judíos son los primeros destinatarios de la predicación
apostólica; al mismo tiempo simbolizan el destino universal del
evangelio. Lucas sugiere así una vez más que, lejos de excluirse
mutuamente, judaísmo y universalismo están hechos para caminar juntos.


Los discursos kerigmáticos o misioneros anuncian el misterio de Jesús,
subrayando el fuerte contraste entre la crueldad humana, que ha dado
muerte a Jesús, y la intervención liberadora de Dios, que lo ha
resucitado. El pecado de los " israelitas " ha sido haber " dado muerte
al príncipe de la vida " (3,15). Ese pecado, principalmente de los "
jefes del pueblo " (4,8-10) o del " Sanedrín " (5,27.30), no es
recordado más que para fundamentar una llamada a la conversión y a la
fe. Pedro, por otro lado, atenúa la culpabilidad, no solamente de los "
israelitas ", sino incluso la de sus " jefes ", diciendo que fue
cometido " por ignorancia " (3,17). Tal indulgencia es impresionante.
Corresponde a la enseñanza y a la actitud de Jesús (Lc 6,36-37; 23,34).


La predicación cristiana, sin embargo, no tarda en suscitar la oposición
de las autoridades judías. Los saduceos se sienten contrariados al ver
que los apóstoles " anuncian en la persona de Jesús la resurrección de
los muertos " (Hch 4,2), en la que ellos no creen (Lc 20,27). Al
contrario, un fariseo de los más influyentes, Gamaliel, se pone del lado
de los apóstoles, considerando posible que su empresa " venga de Dios "
(Hch 5,39). La oposición se atenúa entonces por un tiempo. Pero vuelve a
activarse por parte de las sinagogas helenistas, cuando Esteban,
también helenista, obra " grandes prodigios y milagros entre el pueblo "
(6,8-15). Al final de su discurso ante los miembros del Sanedrín,
Esteban les repite las invectivas de los profetas (7,51). Es lapidado.
Imitando a Jesús, Esteban ruega al Señor que " no les impute este pecado
" (7,60; cf. Lc 23,34). " Aquel día se desencadenó una violenta
persecución contra la Iglesia de Jerusalén " (Hch 8,1). " Saulo " toma
parte en ella con saña (8,3; 9,13).


Después de su conversión y durante todos sus viajes misioneros, Pablo,
como ya hemos dicho, sufrió la oposición de sus congéneres, provocada
por el éxito de su predicación universalista. El hecho es
particularmente evidente inmediatamente después de su arresto en
Jerusalén. Cuando toma la palabra " en lengua hebrea ", " la multitud
del pueblo " (21,36) lo escucha de momento con calma (22,2), pero desde
el instante en que evoca su envío " a las naciones ", se excita
terriblemente contra él y pide su muerte (22,21-22).


El final de los Hechos es sorprendente, pero aún más significativo. Poco
después de su llegada a Roma, Pablo " convoca a los notables judíos "
(28,17), iniciativa única en su género. Desea " persuadirles acerca de
Jesús, basándose en la Ley y los Profetas " (28,23). Pero lo que quiere
obtener no son adhesiones individuales, sino una decisión colectiva, que
comprometa a toda la comunidad judía. Al no obtenerla, les repite las
duras palabras de Isaías sobre el endurecimiento de " ese pueblo "
(28,25-27; Is 6,9-10) y les anuncia, en contraste, la dócil acogida que
las naciones han brindado a la salvación ofrecida por Dios (28,28). En
este final, que suscita interminables discusiones, Lucas quiere
aparentemente levantar acta del hecho innegable de que, definitivamente,
no ha habido adhesión colectiva del pueblo judío al evangelio de
Cristo. Al mismo tiempo, Lucas quiere responder a la grave objeción que
se podía deducir de ello contra la fe cristiana, mostrando que esta
situación había sido prevista por las Escrituras.



Conclusión.
En la obra de Lucas se expresa
indudablemente una profunda estima por la realidad judía, en cuanto que
tiene un papel de primer plano en el designio divino de salvación. En el
transcurso del relato, sin embargo, se manifiestan graves tensiones.
Entonces Lucas atenúa los tonos polémicos que encontramos en los otros
sinópticos. Pero evidentemente no puede y no quiere ocultar el hecho de
que Jesús se encontró con una oposición radical por parte de las
autoridades de su pueblo y que luego la predicación apostólica se
encontró en situación análoga. Si el mero hecho de relatar sobriamente
las manifestaciones de esta innegable oposición judía constituye
antijudaísmo, entonces Lucas podrá ser acusado de antijudaísmo. Pero
está claro que este modo de ver es insostenible. El antijudaísmo
consiste más bien en maldecir y odiar a los perseguidores y a todo su
pueblo. Ahora bien, el mensaje del evangelio invita a los cristianos a
lo contrario, a bendecir a los que los maldicen, a hacer el bien a los
que los odian y a orar por los que los maltratan (Lc 6,27-28), siguiendo
el ejemplo de Jesús (23,34) y del primer mártir cristiano (Hch 7,60).
Esta es una de las lecciones fundamentales de la obra de Lucas. Hay que
lamentar que no haya sido seguida con más fidelidad a lo largo de los
siglos siguientes.



76. El Cuarto Evangelio contiene la afirmación más positiva que pueda
darse a propósito de los judíos, y es Jesús mismo quien la pronuncia en
su diálogo con la samaritana: " La salvación viene de los judíos " (Jn
4,22). 325 Por otro lado, a la palabra del sumo sacerdote
Caifás, que declaraba conveniente " que un solo hombre muriese por el
pueblo ", el evangelista le reconoce un valor de palabra inspirada por
Dios y subraya que " Jesús debía morir por la nación ", precisando a
continuación que no era " sólo por la nación, sino para reunir en unidad
a los hijos de Dios dispersos " (Jn 11,49-52). El evangelista
manifiesta un gran conocimiento del judaísmo, de sus fiestas, de sus
Escrituras. Reconoce claramente: el valor del patrimonio judío: Abrahán
vio el día de Jesús y se alegró (8,56); la Ley es un don venido por
medio de Moisés (1,17); " la Escritura no puede fallar " (10,35); Jesús
es " aquel de quien Moisés habló en la Ley, así como los Profetas "
(1,45); es " judío " (4,9) y " rey de Israel " (1,47) o " rey de los
judíos " (19,19-22). Ninguna razón seria permite poner en duda que el
evangelista era judío y que el contexto de base para la composición del
Evangelio fue la relación con el judaísmo.


El nombre " judíos " aparece 71 veces en el Cuarto Evangelio,
habitualmente en plural, 3 veces en singular (3,25; 4,9; 18,35). Es
aplicado en particular a " Jesús " (4,9). El nombre de " israelita " no
aparece más que una vez: es un título de honor (1,47). Algunos judíos se
muestran bien dispuestos en favor de Jesús. Es el caso de Nicodemo, "
jefe de los judíos " (3,1), que reconoce en Jesús a un maestro venido de
Dios (3,2), lo defiende ante sus colegas fariseos (7,50-51) y se ocupa,
después de su muerte en la cruz, de su sepultura (19,39). Al final, "
muchos jefes " creían en Jesús, pero no tenían el valor de declararse
discípulos suyos (12,42). El evangelista relata con bastante frecuencia
que " muchos " creyeron en Jesús. 326 El contexto demuestra
que se trataba de judíos, excepto en 4,39.41; el evangelista lo precisa a
veces, pero raramente (8,31; 11,45; 12,11).


Más frecuentemente, sin embargo, " los judíos " son hostiles a Jesús. Su
oposición se desencadena desde la curación de un paralítico, efectuada
en un sábado (5,16). Se potencia después de una declaración de Jesús en
que se hace " igual a Dios ": desde entonces tratan de matarle (5,18).
Más tarde, como el sumo sacerdote en Mt 26,65 y Mc 14,64 durante el
proceso de Jesús, lo acusan de " blasfemia " e intentan infligirle la
pena correspondiente, la lapidación (10,31-33). Se ha observado con
razón que gran parte del Cuarto Evangelio anticipa el proceso de Jesús,
lo que le da la posibilidad de expresar su propia defensa y de acusar a
sus acusadores. Éstos a menudo son llamados " los judíos " sin más
precisión, lo que induce a asociar a este nombre un juicio desfavorable.
Pero no se trata en absoluto de un antijudaísmo de principio, puesto
que, como ya hemos recordado, el Evangelio reconoce que " la salvación
viene de los judíos " (4,22). Este modo de hablar refleja sólo una
situación de total separación entre las comunidades cristianas y judías.


La acusación más grave expresada por Jesús contra " los judíos " es la
de tener por padre al diablo (8,44); es de notar que esta acusación no
va dirigida a los judíos en cuanto judíos, sino al contrario en cuanto
que no son verdaderos judíos, puesto que alimentan intenciones homicidas
(8,37) inspiradas por el diablo, que es " homicida desde el principio "
(8,44). Solo se refería pues a un número muy reducido de judíos
contemporáneos de Jesús; se trata, paradójicamente, de " judíos que
habían creído en él " (8,31). Acusándolos severamente, el Cuarto
Evangelio pone en guardia a los demás judíos contra la tentación de
tales pensamientos homicidas.


77. Se ha pretendido eliminar la tensión que los textos del Cuarto
Evangelio pueden provocar entre cristianos y judíos en el mundo actual,
proponiendo traducir " los Judaítas " en vez de " los judíos ". El
contraste no se daría entre " los judíos " y los discípulos de Jesús,
sino entre los habitantes de Judea, presentados como hostiles a Jesús, y
los de Galilea, presentados como favorables a su profeta. El desprecio
de los de Judea hacia los Galileos queda ciertamente expresado en el
Evangelio (7,52), pero el evangelista no fija una línea de demarcación
entre la fe y su negación según los límites geográficos y llama oi Ioudaioi a los judíos de Galilea que rechazan la enseñanza de Jesús (6,41.52).


Otra interpretación de la expresión " los judíos " consiste en
identificar " los judíos " con " el mundo ", basándose en afirmaciones
que expresan un nexo (8,23) o un paralelismo entre ambos conceptos. 327 Pero es evidente que el mundo pecador tiene una extensión mayor que la colectividad de los judíos hostiles a Jesús.


Se ha observado, por otra parte, que en varios pasajes en que el
Evangelio nombra a " los judíos ", se trata precisamente de las
autoridades judías (sumos sacerdotes, miembros del Sanedrín) o a veces
de los fariseos. Una comparación entre 18,3 y 18,12 apoya este sentido.
En el relato de la Pasión, Juan escribe varias veces " los judíos " allí
donde los Evangelios sinópticos hablan de las autoridades judías. Pero
esta observación no vale más que para un número limitado de pasajes y no
se puede introducir esta precisión en una traducción del Evangelio sin
ser infiel a los textos. Éstos se hacen eco de una situación de
oposición a las comunidades cristianas por parte no sólo de las
autoridades judías, sino de la gran mayoría de los judíos, solidarios
con sus autoridades (cf. Hch 28,22). Históricamente hablando, se puede
pensar que sólo una minoría de los judíos contemporáneos de Jesús le fue
hostil, que un pequeño número carga con la responsabilidad de haberle
entregado a la autoridad romana; un número aún más restringido habrá
querido su muerte, sin duda, por motivos de orden religioso que les
parecían convincentes. 328 Pero éstos lograron provocar una manifestación general en favor de Barrabás y contra Jesús, 329 lo que permite al evangelista utilizar una expresión general, que anuncia una evolución posterior.


La separación entre los discípulos de Jesús y " los judíos " se
manifiesta a veces en el Evangelio por una expulsión de la sinagoga
infligida a judíos que afirmaban su fe en Jesús. 330 Es
probable que ese trato fuera dispensado efectivamente a los judíos de
las comunidades joánicas, que los demás judíos consideraban excluidos
del pueblo como infieles a la fe judía monoteísta (lo que, en realidad,
no era el caso, puesto que Jesús dice: " Yo y el Padre somos uno solo
": 10,30). En consecuencia, resultaba de algún modo normal decir " los
judíos " para designar a los que se reservaban en exclusiva este nombre,
en oposición a la fe cristiana.


78. Conclusión. El ministerio de Jesús había suscitado una
oposición creciente por parte de las autoridades judías que, al final,
decidieron entregar a Jesús a la autoridad romana para que le diera
muerte. Pero él se manifestó vivo, para dar la verdadera vida a todos
los que creen en él. El Cuarto Evangelio recuerda estos acontecimientos,
releyéndolos a la luz de la experiencia de las comunidades joánicas,
que se enfrentaban a la oposición de las comunidades judías.


Las acciones y las declaraciones de Jesús demostraban que él tenía una
relación filial muy estrecha con Dios, única en su género. La catequesis
apostólica profundizó progresivamente en la comprensión de esta
relación. En las comunidades joánicas, se insistía extraordinariamente
en las relaciones entre el Hijo y el Padre y se afirmaba la divinidad de
Jesús, " el Cristo, el Hijo de Dios " (20,31) en un sentido
trascendente. Esta doctrina provocó la oposición de los jefes de las
sinagogas, seguidos por el conjunto de las comunidades judías. Los
cristianos fueron expulsados de las sinagogas (16,2) y, por eso mismo,
se encontraron expuestos a vejaciones por parte de las autoridades
romanas, pues ya no gozaban de las libertades concedidas a los judíos.


La polémica se acentuó de una y otra parte. Jesús fue acusado por los
judíos de ser un pecador (9,24), un blasfemo (10,33) y un poseído por el
demonio. 331 Los que creían en él fueron considerados
ignorantes y malditos (7,49). Por parte de los cristianos, los judíos
fueron acusados de indocilidad a la palabra de Dios (5,38), de
resistencia al amor de Dios (5,42), de búsqueda de la vanagloria (5,44).


Al no poder ya participar en la vida cultual de los judíos, los
cristianos tuvieron mayor conciencia de la plenitud que recibían del
Verbo hecho carne (1,16). Jesús resucitado es fuente de agua viva
(7,37-38), luz del mundo (8,12), pan de vida (6,35), nuevo Templo
(2,19-22). Habiendo amado a los suyos hasta el fin (13,1), les deyó su
nuevo mandamiento de amor (13,34). Se debe hacer cualquier esfuerzo para
que propagar la fe en él y, con la fe, la vida (20,31). En el
Evangelio, el aspecto polémico es secundario. Lo que es verdaderamente
importante es la revelación del " don de Dios " (4,10; 3,16) ofrecido a
todos en Jesucristo, especialmente a los que " lo traspasaron " (19,37).


Los Evangelios demuestran que la realización del designio de Dios
comportaba necesariamente un enfrentamiento con el mal, que debía ser
extirpado del corazón humano. Este enfrentamiento ha puesto a Jesús en
contra de la clase dirigente de su pueblo, como ya había ocurrido con
los antiguos profetas. Ya en el Antiguo Testamento, el pueblo judío se
presentaba bajo dos aspectos antitéticos: por una parte, como pueblo
llamado a estar perfectamente unido a Dios; por otra, como pueblo
pecador. Estos dos aspectos no podían dejar de manifestarse durante el
ministerio de Jesús. En el momento de la Pasión, el aspecto negativo
pareció prevalecer, incluso en la actitud de los Doce. Pero la
resurrección demostró que en realidad, el amor divino había logrado la
victoria y obtenido para todos el perdón de los pecados y una vida
nueva.


79. El testimonio de las cartas paulinas será considerado siguiendo la
clasificación más comúnmente aceptada: en primer lugar, las siete cartas
cuya autenticidad es generalmente reconocida (Rom, 1-2 Cor, Gál, Flp, 1
Tes, Flm), luego Efesios y Colosenses, en fin las Pastorales (1-2 Tim,
Tit). A continuación se examinarán la Carta a los Hebreos, las Cartas de
Pedro, Santiago y Judas, y finalmente el Apocalipsis.


Personalmente, Pablo no deja de sentirse orgulloso de su origen judío
(Rom 11,1). Refiriéndose al tiempo que precedió a su conversión,
declara: " Yo sobrepasaba en el judaísmo a muchos de mis compatriotas
contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis
padres " (Gál 1,14). Ya como apóstol de Cristo, dice aún a propósito de
sus rivales: " ¿Son hebreos? ¡Yo también! ¿Israelitas? ¡Yo también! ¿De
la descendencia de Abrahán? ¡Yo también! " (2 Cor 11,22). Sin embargo,
es capaz de relativizar todas esas ventajas diciendo: " Todas esas cosas
que para mi eran ganancias, las he considerado como pérdida a causa de
Cristo " (Flp 3,7).


De todos modos, continúa pensando y razonando como un judío. Su
pensamiento sigue estando visiblemente impregnado de ideas judías. En
sus escritos, no sólo se encuentran, como hemos dicho anteriormente,
continuas referencias al Antiguo Testamento, sino también muchas
improntas de tradiciones judías. Además, Pablo utiliza a menudo técnicas
rabínicas de exégesis y de argumentación (cf. I.D.3, n 14).


Los vínculos de Pablo con el judaísmo se manifiestan igualmente en su
enseñanza moral. A pesar de la oposición que muestra a las pretensiones
de los partidarios de la Ley, él mismo se sirve de un precepto de la
Ley, Lv 19,18 (" Amarás a tu prójimo como a ti mismo "), para resumir
toda la moral. 332 Esta forma de resumir la Ley en un solo
precepto es, por otro lado, típicamente judío, como demuestra una
anécdota bien conocida, protagonizada por Rabí Hilel y Rabí Shamai,
contemporáneos de Jesús. 333



¿Qué actitud adopta el apóstol hacia los judíos? En principio, una
actitud positiva. Les llama: " mis hermanos, mis parientes según la
carne " (Rom 9,3). En su convicción de que el evangelio de Cristo es "
una fuerza de Dios, para la salvación de todo creyente, en primer lugar
del judío " (Rom 1,16), deseaba transmitir la fe y no descuidaba nada a
este efecto; podía declarar: " Con los judíos me he hecho judío para
ganar a los judíos " (1 Cor 9,20) e incluso: " con los que están bajo la
Ley, como quien está bajo la Ley —aun sin estarlo personalmente— para
ganar a los que están bajo ella " (1 Cor 9,20). En su mismo apostolado
entre los gentiles, procuraba indirectamente ser útil a sus hermanos de
raza, " con la esperanza de salvar a algunos de ellos " (Rom 11,14).
Para ello contaba con el resorte de la emulación (11,11.14): la vista de
la maravillosa fecundidad espiritual que la fe en Cristo Jesús daba a
los paganos convertidos suscitaría en algunos judíos el deseo de no
dejarse superar y les llevaría a abrirse también a esa fe.


La resistencia opuesta por la mayor parte de los judíos a la predicación
cristiana deja en el corazón de Pablo " una gran tristeza y un dolor
incesante " (Rom 9,2), lo que manifiesta claramente la profundidad de su
afecto hacia ellos. Se declara dispuesto a aceptar por ellos el más
grande y el más imposible de los sacrificios, ser él mismo " anatema ",
separado de Cristo (9,3). Su afecto y su sufrimiento lo impulsan a
buscar una solución: en tres largos capítulos (Rom 9-11), profundiza
sobre el problema, mejor dicho sobre el misterio, del lugar de Israel en
el designio de Dios a la luz de Cristo y de la Escritura, y no detiene
su reflexión hasta que puede concluir: " y así todo Israel será salvado "
(Rom 11,26). Estos tres capítulos de la Carta a los Romanos
constituyen, en todo el Nuevo Testamento, la reflexión más profunda
sobre la situación de los judíos que no creen en Jesús. Allí Pablo
expresa su pensamiento de la forma más madura.


La solución que propone está basada en la Escritura, que, en ciertos
momentos, no promete la salvación más que a un " resto " de Israel. 334
No hay pues, en esta etapa de la historia de la salvación, más que un "
resto " de israelitas que cree en Cristo Jesús, pero esta situación no
es definitiva. Pablo observa que, desde ahora, la presencia del " resto "
demuestra que Dios no ha " rechazado a su pueblo " (11,1). Éste sigue
siendo " santo ", es decir, estando en relación estrecha con Dios. Es
santo porque proviene de una raíz santa, sus antepasados, y porque sus "
primicias " han sido santificadas (11,16). Pablo no precisa si por "
primicias " entiende los antepasados de Israel o el " resto ",
santificado por la fe y el bautismo. A continuación aprovecha la
metáfora agrícola de la planta, hablando de unas ramas cortadas y un
injerto (11,17-24). Se comprende que las ramas cortadas son los
israelitas que no han aceptado a Cristo Jesús y que las injertadas son
los gentiles que se han convertido. A éstos, como hemos observado, Pablo
predica la modestia: " que no eres tú quien sostiene la raíz, sino que
la raíz te sostiene " (11,18). A las ramas cortadas, les abre una
perspectiva positiva: " Dios tiene el poder de injertarlas de nuevo "
(11,23); eso será incluso más fácil que en el caso de los gentiles, pues
se trata de " su propio olivo " (11,24). A fin de cuentas, el designio
de Dios sobre Israel es enteramente positivo: " su caída ha sido una
riqueza para el mundo ", " ¿qué no será su total participación en la
salvación? " (11,12). Dios les garantiza una alianza de misericordia
(11,27.31).


80. En los años que precedieron a la composición de la Carta a los
Romanos, cuando tenía que soportar una violenta oposición por parte de
muchos de sus " parientes según la carne ", Pablo había expresado
ocasionalmente vigorosas reacciones defensivas. Sobre la oposición de
los judíos, había escrito: " De los judíos, he recibido cinco veces
cuarenta menos un [golpes] " (cf. Dt 25,3); poco después anota que ha
tenido que hacer frente a peligros que le venían tanto de sus hermanos
de raza como de los gentiles (2 Cor 11,24.26). Recordando estos hechos
dolorosos, Pablo no hace ningún comentario. Estaba dispuesto a "
participar en los sufrimientos de Cristo " (Flp 3,10). Pero lo que
provocaba una reacción más viva de su parte eran los obstáculos puestos
por los judíos a su apostolado entre los gentiles. Eso se observe en un
pasaje de la Primera a los Tesalonicenses (2,14-16). Estos versículos
son tan contrarios a la actitud habitual de Pablo hacia los judíos que
se ha intentado demostrar que no eran de él o atenuar su vigor. Pero la
unanimidad de los manuscritos hace imposible su exclusión y el tenor del
conjunto de la frase no permite restringir la acusación a sólo los
habitantes de Judea, como se ha sugerido. El versículo final es
contundente: " La ira les ha llegado hasta un extremo " (1 Tes 2,16).
Este versículo recuesde las predicciones de Jeremías 335 y el
la frase de 2 Cr 36,16: " La ira del Señor contra su pueblo fue tal que
no hubo más remedio. " Estas predicciones y esta frase anunciaban la
catástrofe nacional del año 587 a.J.-C.: asedio y conquista de
Jerusalén, incendio del Templo, deportación. Pablo, según parece,
preveía una catástrofe nacional de parecidas proporciones. Conviene
subrayar, a este propósito, que los acontecimientos del 587 no habían
sido un punto final. A continuación el Señor había tenido piedad de su
pueblo. De ahí se deduce que la terrible previsión de Pablo (previsión
que por desgracia se cumplió) no excluía una reconciliación posterior.


En 1 Tes 2,14-16, a propósito de los sufrimientos infligidos a los
cristianos de Tesalónica por sus compatriotas, Pablo recuerda que las
Iglesias de Judea habían sufrido la misma suerte por parte de los judíos
y entonces los acusa de una serie de fechorías: " han matado al Señor
Jesús y a los profetas, nos han perseguido "; la frase pasa luego del
pasado al presente: " no agradan a Dios y se oponen a todos los hombres,
nos impiden predicar a los gentiles para que se salven ". Es evidente
que esta última queja es la más importante a los ojos de Pablo, que es
la base de las apreciaciones negativas que la preceden. Por el hecho de
que los judíos ponen obstáculos a la predicación cristiana dirigida a
los gentiles, dice que " se oponen a todos los hombres " y que " no
agradan a Dios ". 336 Los judíos del tiempo de Pablo, al
oponerse por todos los medios a la predicación cristiana, se muestran
también solidarios con aquellos entre sus padres que mataron a los
profetas y con aquellos entre sus hermanos que pidieron la condena a
muerte de Jesús. Las fórmulas de Pablo tienen la apariencia de ser
globalizadoras y de atribuir la culpabilidad de la muerte de Jesús a
todos los judíos sin distinción; el antijudaísmo las toma en este
sentido. Pero colocadas en su contexto, no se refieren más que a los
judíos que se oponen a la predicación a los paganos y, por ende, a la
salvación de estos últimos. En cuanto cese esta oposición, cesa también
la acusación.


Otro pasaje polémico se lee en Flp 3,2-3: " Atención a los perros; atención a los obreros malos; atención a la mutilación

(katatomê
); pues nosotros somos la circuncisión (peritomê)
". ¿A quien se enfrenta aquí el apóstol? Estas invectivas tan poco
explícitas no se pueden interpretar con certeza, pero por lo menos no se
puede excluir que se refieran a los judíos. Según una opinión
corriente, Pablo tendría a la vista a cristianos judaizantes, que
querían imponer la obligación de la circuncisión a los cristianos
venidos de las " naciones ". Pablo les aplicaría agresivamente un
término de desprecio, " perros ", metáfora de la impureza ritual que a
veces los judíos aplicaban a los gentiles (Mt 15,26) y menospreciaría la
circuncisión de la carne, llamándola irónicamente " mutilación " (cf.
Gál 5,12) y oponiéndole una circuncisión espiritual, como ya hacía el
Deuteronomio, que hablaba de circuncisión del corazón. 337 El
contexto sería, en este caso, la controversia a propósito de las
observancias judías en el interior de las iglesias cristianas, como en
la carta a los Gálatas. Pero probablemente es mejor referirse, como en
Ap 22,15, al contexto pagano en que vivían los filipenses y pensar que
Pablo aquí se enfrenta a costumbres paganas: perversiones sexuales,
acciones inmorales, mutilaciones cultuales en cultos orgiásticos. 338

81. En cuanto a la descendencia de Abrahán, Pablo distingue, como ya
hemos dicho, entre los " hijos de la promesa a la manera de Isaac ", que
son también hijos " según el Espíritu ", y los hijos " según la carne
". 339 No basta ser " hijos de la carne " para ser " hijos de
Dios " (Rom 9,8), pues la condición esencial es aceptar a aquel que "
Dios ha enviado [ ] para que nosotros recibiéramos la adopción filial "
(Gál 4,4-5).


En otro contexto, el apóstol habla globalmente de los judíos sin
distinción. Entonces afirma que tienen el privilegio de ser depositarios
de la revelación divina (Rom 3,1-2). Este privilegio, sin embargo, no
les ha dispensado del dominio del pecado (3,9-19) y, por tanto, de la
necesidad de obtener la justificación por la fe en Cristo y no por la
observancia de la Ley (3,20-22).


Cuando se refiere a la situación de los judíos que no han aceptado a
Cristo, Pablo insiste en expresar la profunda estima que siente por
ellos, enumerando los dones maravillosos que han recibido de Dios: " son
israelitas, que [tienen] la adopción filial, la gloria, las alianzas,
la legislación, el culto, las promesas, los patriarcas; de los cuales
[procede] Cristo según la carne, el cual está por encima de todo, Dios
bendito eternamente. Amén " (Rom 9,4-5). 340 A pesar de la
ausencia de verbos, apenas se puede dudar de que Pablo quiere hablar de
una posesión actual (cf. 11,29), por más que, en su pensamiento, esta
posesión no es suficiente, puesto que se privan del más importante don
de Dios, su Hijo, por más que según la carne procedía de ellos. Pablo da
testimonio a este propósito de que " tienen celo por Dios ", pero
añade: " no con pleno conocimiento: desconociendo la justicia que viene
de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se sometieron a
la justicia de Dios " (10,2-3). Dios, de todos modos, no los abandona.
Su designio es tener misericordia con ellos. " El endurecimiento " que
afecta a " una parte " de Israel no es más que una etapa provisional,
que tiene una utilidad temporal (11,25): será seguida de la salvación
(11,26). Pablo resume la situación en una frase antitética, seguida de
una afirmación positiva:


" desde el punto de vista del evangelio, [son] enemigos a causa de vosotros,


desde el punto de vista de la elección, [son] amados a causa de los padres,


pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables " (11,28-29).


Pablo ve la situación con realismo. Entre los discípulos de Cristo y los
judíos que no creen en él, hay una relación de oposición. Estos judíos
niegan la fe cristiana; no aceptan que Jesús sea su mesías (Cristo)
y el Hijo de Dios. Los cristianos no pueden dejar de rechazar la
posición de esos judíos. Pero a un nivel más profundo que esta oposición
existe ya una relación de amor, y esa es la definitiva, la otra no es
más que temporal.


82. La Carta a los Colosenses contiene una sola vez la palabra "
judío ", cuando dice que, en el hombre nuevo " ya no hay griego y judío "
y añade enseguida una expresión paralela: " circuncisión y prepucio ";
sólo queda " Cristo, todo en todos " (Col 3,11). Esta frase, que
reproduce la enseñanza de Gál 3,28 y Rom 10,12, niega toda importancia a
la particularidad judía en el nivel fundamental de la relación con
Cristo. No emite ningún juicio sobre los judíos como tampoco sobre los
griegos.


El valor de la circuncisión antes de la venida de Cristo es
indirectamente afirmado cuando el autor recuerda a los Colosenses que
antes estaban " muertos por causa de [sus] pecados y por la
incircuncisión de [su] carne " (2,13). Pero ese valor de la circuncisión
judía ha sido eclipsado por " la circuncisión de Cristo ", "
circuncisión no hecha por mano de hombre, que os despoja del cuerpo de
carne " (2,11); ahí se reconoce una alusión a la participación de los
cristianos en la muerte de Cristo por medio del bautismo (cf. Rom
6,3-6). De ello se deduce que los judíos que no creen en Cristo se
encuentran en una situación religiosa no satisfactoria, pero esta
consecuencia no es expresada.


La Carta a los Efesios, por su parte, no contiene ni una sola vez
la palabra " judío ". No menciona más que una vez el " prepucio " y la "
circuncisión " en una frase que alude al desprecio que los judíos
tenían hacia los paganos. Estos últimos eran " llamados prepucio por la
llamada circuncisión " (2,11). Por otra parte, de acuerdo con la
enseñanza de las Cartas a los Gálatas y a los Romanos, el autor,
hablando de los judeocristianos, describe su situación de judíos antes
de su conversión en términos negativos: contaban entre los " hijos de la
indocilidad ", en compañía de los paganos (2,2-3), y tenían una
conducta sometida " a los deseos de [su] carne "; eran pues " por
naturaleza hijos de ira, igual que los demás " (2,3). Sin embargo, otro
pasaje de la carta da indirectamente una imagen distinta de la situación
de los judíos, esta vez una imagen positiva: al describir la triste
suerte de los no judíos, que estaban " sin Cristo, privados del derecho
de ciudadanía de Israel, extraños a las alianzas de la promesa, sin
esperanza y sin Dios en el mundo " (2,12). Así evoca con gran aprecio
los privilegios de los judíos.


El tema principal de la Carta es precisamente el de afirmar con
entusiasmo que esos privilegios, llevados a su culminación con la venida
de Cristo, son ahora accesibles a los gentiles, " admitidos a la misma
herencia, miembros del mismo cuerpo, asociados a la misma promesa, en
Jesucristo " (3,6). La crucifixión de Cristo es entendida como un
acontecimiento que ha destruido el muro de separación establecido por la
Ley entre judíos y gentiles y así ha abolido la enemistad (2,14). La
perspectiva es la de relaciones perfectamente armoniosas. Cristo es la
paz entre unos y otros, en orden a crear un único hombre nuevo a partir
de los dos y reconciliar a los dos con Dios en un solo cuerpo (2,15-16).
La negativa presentada por la mayor parte de los judíos a la fe
cristiana no es evocada. Se vive en una atmósfera irénica.


Las Cartas pastorales están consagradas a la organización interna
de las comunidades cristianas y no hablan nunca de los judíos. No
encontramos en ellas más que una sola alusión a " los de la circuncisión
" (Tit 1,10), pero se trata de judeocristianos pertenecientes a la
comunidad. Son criticados por ser, más que otros miembros de la
comunidad, " rebeldes, vanos habladores y embaucadores ". Por otro lado,
se supone que la puesta en guardia contra " genealogías sin fin ", que
se encuentra en 1 Tm 1,4 y Tit 3,9, apunta a especulaciones judías
referentes a personajes del Antiguo Testamento, " mitos judíos " (Tit
1,14).


Tampoco la Carta a los Hebreos nombra nunca a " los judíos ". ¡Ni
siquiera a " los hebreos "! Menciona una vez a " los hijos de Israel ",
pero a propósito del Exodo (He 11,22), y dos veces al " pueblo de Dios
". 341 Habla de los sacerdotes judíos llamándolos " los que
celebran el culto de la Tienda " (13,10) e indica la distancia que los
separa del culto cristiano. Positivamente, recuerda los vínculos de
Jesús con la " descendencia de Abrahán " (2,16) y la tribu de Judá
(7,14). El autor demuestra la insuficiencia de las instituciones del
Antiguo Testamento, sobre todo de su culto sacrificial, pero siempre
apoyándose en el mismo Antiguo Testamento, al que reconoce plenamente el
valor de revelación divina. En cuanto a los israelitas de los siglos
precedentes, las apreciaciones del autor no son unilaterales, sino que
corresponden fielmente a las del mismo Antiguo Testamento: es decir que
de una parte citan y comentan Sl 95,7-11, que recuerda la falta de fe de
la generación del Exodo, 342 pero de otra parte pinta un
fresco magnífico de los ejemplos de fe dados a través de los siglos por
Abrahán y su descendencia (11,8-38). Hablando de la Pasión de Cristo, la
Carta a los Hebreos no hace mención alguna de la responsabilidad de las
autoridades judías: dice simplemente que Jesús sufrió una fuerte
oposición " por parte de los pecadores ". 343



La misma observación vale para la Primera de Pedro, que evoca la Pasión de Cristo diciendo que " el Señor " fue " rechazado por los hombres " (1 Pe 2,4), sin más precisión. Esta carta atribuye a los cristianos los títulos gloriosos del pueblo israelita, 344
pero sin ningún acento polémico. No nombra nunca a los judíos. Lo mismo
ocurre con la Carta de Santiago, la Segunda de Pedro y la Carta de
Judas. Estas cartas están impregnadas de tradiciones judías, pero no
tratan la cuestión de las relaciones entre la Iglesia cristiana y los
judíos contemporáneos.


83. El aprecio muy favorable del Apocalipsis hacia los judíos se
manifiesta en todo el libro, pero especialmente en la mención de los
144.000 " servidores de nuestro Dios ", marcados " en su frente " con el
" sello del Dios vivo " (Ap 7,2-4), que provienen de todas las tribus
de Israel, enumeradas una por una (caso único en el Nuevo Testamento: Ap
7,5-8). El Apocalipsis culmina en la descripción de " la nueva
Jerusalén " (Ap 21,2), que tiene " doce puertas " sobre las cuales están
inscritos doce nombres, " que son los de las doce tribus de Israel "
(21,12), en paralelo con " los nombres de los doce apóstoles del Cordero
", inscritos sobre los doce fundamentos de la ciudad (21,14).


En dos frases paralelas (2,9 y 3,9), se mencionan unos " que se llaman
judíos "; el autor rechaza sus pretensiones y los llama " sinagoga de
Satanás ". En 2,9, esos " que se llaman judíos " son acusados de difamar
la comunidad cristiana de Esmirna. En 3,9, Cristo anuncia que se les
obligará a rendir homenaje a los cristianos de Filadelfia. Estas frases
sugieren que los cristianos niegan el título de judíos a los israelitas
que los difaman y se ponen así del lado de Satanás, " el acusador de
nuestros hermanos " (Ap 12,10). En sí mismo, el título de " judío " es
por tanto valorado positivamente, como un título de nobleza, pero es
negado a una sinagoga activamente hostil hacia los cristianos.


84. Al término de esta exposición, forzosamente sumaria, la primera
conclusión que se impone es que el pueblo judío y sus Sagradas
Escrituras ocupan en la Biblia cristiana un lugar de extraordinaria
importancia. En efecto, las Sagradas Escrituras del pueblo judío
constituyen una parte esencial de la Biblia cristiana y están presentes
de múltiples maneras en la otra parte. Sin el Antiguo Testamento, el
Nuevo sería un libro indescifrable, una planta privada de sus raíces y
destinada a secarse.


El Nuevo Testamento reconoce la autoridad divina de las Sagradas
Escrituras del pueblo judío y se apoya en dicha autoridad. Cuando habla
de las " Escrituras " o de " lo que está escrito ", se refiere a las
Sagradas Escrituras del pueblo judío. Afirma que estas Escrituras se
tienen que cumplir necesariamente, puesto que definen el designio de
Dios, que no puede dejar de realizarse, cualesquiera que sean los
obstáculos que encuentre y las resistencias humanas que se le opongan.
El Nuevo Testamento añade que estas Escrituras se han cumplido
efectivamente en la vida de Jesús, su Pasión y su resurrección, así como
en la fundación de la Iglesia abierta a todas las naciones. Todo eso
une estrechamente a los cristianos al pueblo judío, pues el primer
aspecto del cumplimiento de las Escrituras es el de la conformidad y la
continuidad. Este aspecto es fundamental. El cumplimiento comporta
también, inevitablemente, un aspecto de discontinuidad en ciertos
puntos, pues sin eso no puede haber progreso. Esta discontinuidad es
fuente de desacuerdos entre cristianos y judíos, sería inútil intentar
esconderla. Pero en el pasado se ha cometido el error de insistir
unilateralmente sobre ella, hasta el punto de no tener en cuenta la
continuidad fundamental.


Esta continuidad tiene raíces profundas y se manifiesta a varios
niveles. Así una relación similar une Escritura y Tradición en el
cristianismo y en el judaísmo. Ciertos métodos judíos de exégesis son
empleados a menudo en el Nuevo Testamento. El canon cristiano del
Antiguo Testamento debe su formación a la situación de las Escrituras
del pueblo judío en el siglo I. Para interpretar con precisión los
textos del Nuevo Testamento, el conocimiento del judaísmo de esta época
es frecuentemente necesario.


85. Sobre todo estudiando los grandes temas del Antiguo Testamento y su
continuación en el Nuevo, uno se da cuenta de la impresionante simbiosis
que une las dos partes de la Biblia cristiana y, al mismo tiempo, del
sorprendente vigor de los lazos espirituales que unen a la Iglesia de
Cristo con el pueblo judío. En ambos Testamentos, el mismo Dios entra en
relación con los hombres y les invita a vivir en comunión con él; Dios
único y fuente de unidad; Dios creador, que continúa a proveer a las
necesidades de sus criaturas, sobre todo de las que son inteligentes y
libres, llamadas a conocer la verdad y a amar. Sobre todo es un Dios
libertador y salvador, pues los seres humanos, creados a su imagen, han
caído por su propia culpa en una esclavitud miserable.


Por ser un proyecto de relaciones interpersonales, el designio de Dios
se realiza en la historia. No se le puede descubrir por medio de
deducciones filosóficas sobre el ser humano en general. Se revela por
medio de iniciativas divinas imprevisibles y, en particular, por una
llamada dirigida a una persona escogida entre todas en la multitud
humana, Abrahán (Gn 12,1-3), y por la toma a su cargo de la suerte de
esta persona y de su posteridad, que se convierte en un pueblo, el
pueblo de Israel (Ex 3,10). La elección de Israel, que es tema central
en el Antiguo Testamento (Dt 7,6-8), sigue siendo fundamental en el
Nuevo. El nacimiento de Jesús, en vez de ponerla en cuestión, le aporta
la más clamorosa confirmación. Jesús es " hijo de David, hijo de Abrahán
" (Mt 1,1). Viene a " salvar a su pueblo de sus pecados " (1,21). Es el
Mesías prometido a Israel (Jn 1,41.45), es " la Palabra " (Logos)
venida " a su casa " (Jn 1,11-14). La salvación que trajo con su
misterio pascual fue ofrecida en primer lugar a los israelitas. 345 Como preveía el Antiguo Testamento, esta salvación tiene, por otra parte, repercusiones universales. 346
También fue ofrecida a los gentiles. Efectivamente fue acogida por
muchos de ellos, hasta el punto de que llegaron a ser la gran mayoría de
los discípulos de Cristo. Pero los cristianos venidos de las naciones
disfrutan de la salvación por haber sido introducidos, por su fe en el
Mesías de Israel, en la posteridad de Abrahán (Gál 3,7.29). Muchos
cristianos venidos de las " naciones " no saben suficientemente que por
naturaleza eran " olivos salvajes " y que su fe en Cristo los ha
injertado en el olivo escogido por Dios (Rom 11,17-18).


La elección de Israel se concretaba en la alianza del Sinaí y las
instituciones relacionadas con ella, sobre todo la Ley y el santuario.
El Nuevo Testamento se sitúa en continuidad con esa alianza y esas
instituciones. La nueva alianza anunciada por Jeremías y fundada en la
sangre de Jesús vino a perfeccionar el proyecto de alianza entre Dios y
Israel, superando la alianza del Sinaí con un nuevo don del Señor que
integra y lleva más lejos su primer don. De modo parecido, " la ley del
Espíritu de la vida en Cristo Jesús " (Rom 8,2), que es un dinamismo
interior, pone remedio a la debilidad (8,3) de la Ley del Sinaí y vuelve
a los creyentes capaces de vivir en el amor generoso, que es " plenitud
de la Ley " (Rom 13,10). En cuanto al santuario terrestre, el Nuevo
Testamento se expresa en términos preparados por el Antiguo Testamento,
que relativizan el valor de un edificio material como habitación de Dios
(Hch 7,48) y llaman a una concepción de la relación con Dios que
coloque el acento en la interioridad. En este punto como en muchos
otros, se ve pues que la continuidad se funda en el movimiento profético
del Antiguo Testamento.


En el pasado, la ruptura entre el pueblo judío y la Iglesia de Cristo
Jesús, ha podido a veces parecer completa, sobre todo en ciertas épocas y
en ciertos lugares. A la luz de las Escrituras, se ve que eso no
debería haber ocurrido nunca. Porque una ruptura completa entre la
Iglesia y la Sinagoga está en contradicción con la Sagrada Escritura.


86. El Concilio Vaticano II, al recomendar " el conocimiento y la estima
mutuas " entre cristianos y judíos, declara que este conocimiento y
esta estima " nacen sobre todo de los estudios bíblicos y teológicos,
tanto como de un diálogo fraterno ". 347 El presente
documento ha sido redactado con este espíritu; espera dar una
contribución positiva en este sentido y fomentar también en la Iglesia
de Cristo el amor hacia los judíos, como se auguraba el Papa Pablo VI el
día de la promulgación del documento conciliar Nostra Aetate. 348



Con aquel texto, el Vaticano II sentó las bases para una nueva
comprensión de nuestras relaciones con los judíos diciendo que " según
el apóstol (Pablo), los judíos siguen siendo aún, a causa de sus Padres,
muy queridos de Dios, cuyos dones y cuya llamada son irrevocables (Rom
11,29) ". 349



Juan Pablo II en su magisterio ha tomado varias veces la iniciativa de
desarrollar esta declaración. En su visita a la sinagoga de Maguncia
(1980), dijo: " El encuentro entre el pueblo de Dios de la Antigua
Alianza, que nunca ha sido abrogada (cf. Rom 11,29), y el de la Nueva
Alianza, es al mismo tiempo un diálogo interno en nuestra Iglesia, de algún modo entre la primera y la segunda parte de su Biblia ". 350
Más tarde, dirigiéndose a las comunidades judías de Italia durante una
visita a la sinagoga de Roma (1986), declaró: " La Iglesia de Cristo
descubre sus " vínculos " con el judaísmo "escrutando su propio
misterio" (cf. Nostra Aetate). La religión judía no nos es
"extrínseca", sino que, en cierto modo, es "intrínseca" a nuestra
religión. Tenemos pues con ella relaciones que no tenemos con ninguna
otra religión. Vosotros sois nuestros hermanos preferidos y, en cierto
modo, se podría decir nuestros hermanos mayores ". 351
Finalmente, durante un coloquio sobre las raíces del antijudaísmo en
ambiente cristiano (1997), declaró: " Este pueblo es convocado y
conducido por Dios, Creador del cielo y de la tierra. Su existencia no
es pues un mero producto de la naturaleza o de la cultura: es un hecho
sobrenatural. Este pueblo persevera frente y contra todo por el hecho de
ser el pueblo de la Alianza y de que, a pesar de las infidelidades de
los hombres, el Señor es fiel a su Alianza ". 352 Este
magisterio ha recibido un broche de oro con la visita de Juan Pablo II a
Israel, en el curso de la cual se ha dirigido a los grandes rabinos de
Israel en estos términos: " Nosotros (judíos y cristianos) debemos
trabajar juntos en la reconstrucción de un futuro en el que no habrá más
antijudaísmo entre los cristianos ni sentimientos anticristianos entre
los judíos. Tenemos muchas cosas en común. Podemos hacer tantas cosas
por la paz, la justicia, por un mundo más humano y más fraterno ". 353



Por parte de los cristianos, la condición principal de un progreso en
este sentido es evitar toda lectura unilateral de los textos bíblicos,
tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, y esforzarse, al contrario,
por corresponder bien al dinamismo de conjunto que los anima, que es
precisamente un dinamismo de amor. En el Antiguo Testamento, el proyecto
de Dios es un proyecto de unión de amor con su pueblo, amor paterno,
amor conyugal: cualesquiera que sean las infidelidades de Israel, Dios
no renuncia nunca a él, sino que afirma su perpetuidad (Is 54,8; Jr
31,3). En el Nuevo Testamento, el amor de Dios supera los peores
obstáculos; incluso si no creen en su Hijo, que él ha enviado para que
sea su Mesías salvador, los israelitas siguen siendo " amados " (Rom
11,29). Quien quiera estar unido a Dios, debe pues amarlos igualmente.


87. La lectura parcial de los textos suscita a menudo dificultades para
las relaciones con los judíos. El Antiguo Testamento, como hemos visto,
no ahorra los reproches y ni siquiera las condenas a los israelitas. Se
muestra muy exigente hacia ellos. En lugar de echarles piedras, conviene
pensar más bien que aquellas quejas ilustran la palabra del Señor
Jesús: " A quien se ha dado mucho, se le pide mucho " (Lc 12,48) y que
esas palabras valen también para nosotros cristianos. Ciertos relatos
bíblicos presentan aspectos de deslealtad o de crueldad que ahora
parecen moralmente inadmisibles, pero hay que comprenderlos en su
contexto histórico y literario. Hay que reconocer también el aspecto de
lento progreso histórico de la revelación: la pedagogía divina ha tomado
un grupo humano en el punto en que se encontraba y lo ha conducido
pacientemente en la dirección de un ideal de unión con Dios y de
integridad moral, que por otro lado nuestra sociedad moderna está
todavía lejos de haber logrado. Esta educación hará evitar dos peligros
opuestos: por una parte, el de atribuir aún validez actual para los
cristianos a prescripciones antiguas (por ej. negándose, por querer ser
fiel a la Biblia, a toda transfusión de sangre), y por otra parte, el de
rechazar toda la Biblia bajo el pretexto de sus crueldades. En cuanto a
los preceptos rituales, como las normas sobre lo puro y lo impuro, hay
que tomar conciencia de su alcance simbólico y antropológico y discernir
su función a la vez sociológica y religiosa.


En el Nuevo Testamento, los reproches dirigidos a los judíos no son más
frecuentes ni más virulentos que las acusaciones expresadas contra ellos
en la Ley y los Profetas. No deben pues servir más de base al
antijudaísmo. Utilizarlos con este fin va contra la orientación de
conjunto del Nuevo Testamento. Un antijudaísmo verdadero, es decir una
actitud de desprecio, de hostilidad y de persecución contra los judíos
en tanto que judíos, no existe en ningún texto del Nuevo Testamento y es
incompatible con la enseñanza del Nuevo Testamento. Lo que hay son
reproches dirigidos a ciertas categorías de judíos por motivos
religiosos y, por otro lado, textos polémicos en defensa del apostolado
cristiano contra los judíos que se le oponían.


Pero se debe reconocer que algunos de esos pasajes son susceptibles de
servir de pretexto al antijudaísmo y que han sido efectivamente
utilizados en este sentido. Para evitar ese tipo de distorsión, se debe
observar que los textos polémicos del Nuevo Testamento, aun los que se
expresan en términos generales, siguen estando ligados a un contexto
histórico concreto y no quieren nunca implicar a los judíos de todos los
tiempos y lugares por el mero hecho de ser judíos. La tendencia a
hablar en términos generales, a acentuar los lados negativos de los
adversarios, a silenciar sus lados positivos y no tomar en consideración
sus motivaciones y su eventual buena fe, es una característica del
lenguaje polémico en toda la antigüedad, observable igualmente en el
interior del judaísmo y del cristianismo primitivo frente a toda clase
de disidentes.


El Nuevo Testamento es esencialmente una proclamación del cumplimiento
del designio de Dios en Jesucristo y por eso mismo se encuentra en grave
desacuerdo con la gran mayoría del pueblo judío, que no cree en este
cumplimiento. El Nuevo Testamento expresa pues a la vez su fidelidad a
la revelación del Antiguo Testamento y su desacuerdo con la Sinagoga.
Ese desacuerdo no puede ser calificado de " antijudaísmo ", pues se
trata de un desacuerdo a nivel de creencia, fuente de controversias
religiosas entre dos grupos humanos que comparten la misma fe de base en
el Antiguo Testamento, pero se dividen luego sobre el modo de concebir
el desarrollo ulterior de dicha fe. Por profunda que sea, tal
divergencia no implica en modo alguno hostilidad recíproca. El ejemplo
de Pablo en Rom 9-11 demuestra al contrario, que una actitud de respeto,
de estima y de amor hacia el pueblo judío es la sola actitud
verdaderamente cristiana en esta situación que forma misteriosamente
parte del designio totalmente positivo de Dios. El diálogo sigue siendo
posible, puesto que judíos y cristianos poseen un rico patrimonio común
que los une, y es vivamente deseable para eliminar progresivamente
prejuicios e incomprensiones de un lado y de otro, para favorecer un
mejor conocimiento del patrimonio común y para reforzar los vínculos
mutuos.





(1) Véase la presentación de esta fase del camino espiritual de Agustín en P. Brown, Augustinus von Hippo, Leipzig 1972, 34-38 (tr. del inglés).


(2) A. von Harnack, Marcion. 1920. Reimpresión, Darmstadt 1985, pp. XII y 217.


(3) El cambio decisivo en la valoración de la exégesis de Orígenes fue debido a H. de Lubac con su libro: Histoire et Esprit. L'intelligence de l'Existence d'après Origène, Paris 1950. Posteriormente, son dignos de atención los trabajos de H. Crouzel (p.ej. Origène 1985). Un buen resumen del estado de la investigación lo ofrece H.-J. Sieben en su Einleitung zu Origenes. In Lucam homiliae, Freiburg
1991, 7-53. Una síntesis de cada trabajo de H. de Lubac sobre la
cuestión de la interpretación bíblica lo da la obra editada por J.
Voderholzer: H. de Lubac, Typologie-Allegorese-Geistiger Sinn. Studien zur Geschichte der christlichen Schriftauslegung, Freiburg 1999).


(4) Traducción castellana de Jordi Sánchez Bosch.


(5) Citemos, por ejemplo, aggelos, " mensajero " o " ángel "; ginôskein, " conocer " o " tener relaciones con "; diathêkê, " testamento " o " pacto ", " alianza "; nomos, " legislación " o " revelación "; ethnê, " naciones " o " paganos ".


(6) En el Evangelio según Mateo, por ejemplo, se cuentan 160 citas
implícitas o alusiones; 60 en el Evangelio según Marcos; 192 en el
Evangelio según Lucas; 137 en el Evangelio según Juan; 140 en los
Hechos; 72 en la Carta a los Romanos, etc.


(7) 38 citas en Mateo; 15 en Marcos; 15 en Lucas; 14 en Juan; 22 en Hechos; 47 en Romanos, y así en el resto.


(8) Rom 10,8; Gál 3,16; He 8,8; 10,5.


(9) Sujetos sobreentendidos: la Escritura (Rom 10,8; cf. 10,11), el
Señor (Gál 3,16: cf. Gn 13,14-15; He 8,8: cf. 8,8.9), Cristo (He 10,5).


(10) Sujetos expresados: " la Escritura " (Rom 9,17; Gál 4,30), " la Ley
" (Rom 3,19; 7,7), " Moisés " (Mc 7,10; Hch 3,22; Rom 10,19), " David "
(Mt 22,43; Hch 2,25; 4,25; Rom 4,6), " el profeta " (Mt 1,22; 2,15), "
Isaías " (Mt 3,3; 4,14; etc.; Jn 1,23; 12,39.41; Rom 10,16.20), "
Jeremías " (Mt 2,17), " el Espíritu Santo " (Hch 1,16; He 3,7; 10,15), "
el Señor " (He 8,8.9.10 = Jr 31,31.32.33).


(11) Rom 9,15.17; 1 Tim 5,18.


(12) Mt 2,5; 4,10; 26,31; etc.


(13) 2 1 Cor 9,8; Rom 6,19; Gál 3,15.


(14) Rom 15,4; cf. 1 Cor 10,11.


(15) Mc 8,31; cf. Mt 16,21; Lc 9,22; 17,25.


(16) Mt 1,22; 2,15; 2,23; Mt 4,14; 8,17; 12,17; 13,35; 21,4.


(17) Jn 12,38; 13,18; 15,25; 17,12; 19,24.28.36.


(18) Mc 14,49; cf. Mt 26,56; Jn 19,28.


(19) Lc 24,27; cf. 24,25.32.45-46.


(20) Pasión: Hch 4,25-26; 8,32-35; 13,27-29; Resurrección: 2,25-35;
4,11; 13,32-35; Pentecostés: 2,16-21; apertura misionera: 13,47; 15,18.


(21) Gál 3,6-14.24-25; 4,4-7; Rom 3,9-26; 6,14; 7,5-6.


(22) Según la concepción rabínica, la Ley escrita estaba acompañada por una Ley complementaria, oral.


(23) El origen y la extensión del canon de la Biblia judía serán tratados más adelante, en I.E., n. 16.


(24) Ez 47,1-12, seguido por Jl 2,18.27 y Za 14,8-11.


(25) He 1,5-13; 2,6-9; 3,7-4,11; 7,1-28; 10,5-9; 12,5-11.26-29.


(26) Se encuentra el qal wa-homer en Mt 6,30; 7,11; Jn 7,23; 10,34-36; Rom 5,15.17; 2 Cor 3,7-11; la gezerah shawah, en Mt 12,1-4; Hch 2,25-28; Rom 4,1-12; Gál 3,10-14.


(27) Cf. Gál 3,19 (de la mediación de los ángeles en la promulgación de
la Ley, Pablo toma un argumento para demostrar la inferioridad de la
Ley); 4,21-31 (la mención de Sara y Agar sirve para demostrar que los
gentiles que creen en Cristo son " hijos de la promesa "); Rom 4,1-10
(la fe de Abrahán, y no su circuncisión, le obtiene la justificación);
10,6-8 (se aplica a Cristo un versículo que habla de subida al cielo); 1
Cor 10,4 (Cristo es identificado con la roca que acompañaba al pueblo
por el desierto); 15,45-47 (los dos Adán: Cristo es el segundo y más
perfecto); 2 Cor 3,13-16 (se atribuye un sentido simbólico al velo que
cubría la cara de Moisés).


(28) Cf. Ef 4,8-9 (se aplica a Cristo un texto sobre la subida al cielo,
aplicado tradicionalmente a Moisés); He 7,1-28 (sobre la superioridad
del sacerdocio según el orden de Melquisedec respecto del de los
sacerdotes levíticos).


(29) 1QH 2,31-36; 5,12-16; 18,14-16.


(30) Los judíos cuentan 24 libros en su Biblia, a la que llaman Tanak, palabra formada con las iniciales de Tôrah, " Ley ", Nebiîm, " Profetas ", y Ketubîm,
otros " Escritos ". La cifra de 24 queda frecuentemente reducida a 22,
número de las letras del alfabeto hebreo. En el canon cristiano, esos 24
o 22 libros corresponden a los 39, llamados protocanónicos. La
diferencia se explica por el hecho de que los judíos consideran como un
solo libro bloques de escritos que en el canon cristiano figuran como
libros distintos: por ejemplo, los escritos de los doce Profetas
menores.


(31) La Iglesia católica cuenta 46 libros en su canon del Antiguo
Testamento, 39 protocanónicos y 7 deuterocanónicos, llamados así porque
los primeros fueron aceptados en el canon sin grandes debates o sin
ningún debate, mientras que los segundos (Sirácida, Baruc, Tobías,
Judit, Sabiduría, 1 y 2 Macabeos y ciertas partes de Ester y de Daniel)
no fueron definitivamente aceptados más que después de varios siglos de
hesitación (por parte de ciertos Padres de la Iglesia oriental así como
de Jerónimo). Las Iglesias de la Reforma los llaman apócrifos.


(32) En su Contra Apión (1.8), escrito entre 93 y 95, Josefo se
acerca mucho a la idea de un canon de las Escrituras, pero su vaga
referencia a unos libros a los que todavía no se ha puesto nombre
(designados más tarde como "Escritos") permite ver cómo el judaísmo no
había llegado todavía al estadio de una colección de libros claramente
definida.


(33) La que suele llamarse Asamblea de Yamnia tuvo más bien el carácter
de una escuela o una academia, instalada en Yamnia entre los años 75 y
117. No consta que tomaran la decisión de establecer una lista de
libros. Hay motivos para pensar que el canon de las Escrituras judías no
fue fijado de manera rígida antes del final del siglo II. Las
discusiones de escuela a propósito del estatuto de algunos libros se
prolongaron hasta el siglo III.


(34) Si la Iglesia primitiva hubiera recibido de Alejandría un canon
cerrado o una lista cerrada, sería de esperar que los manuscritos de los
Setenta todavía existentes y las listas cristianas de libros del
Antiguo Testamento tendrían todos una extensión virtualmente idéntica a
ese canon. Pero ese no es el caso. Las listas veterotestamentarias de
los Padres de la Iglesia y de los primeros concilios no manifiestan ese
tipo de unanimidad. No son pues los judíos en Alejandría los que han
establecido un canon exclusivo de las Escrituras, sino la Iglesia a
partir de los Setenta.


(35) Estos libros no comprendían sólo escritos originariamente
compuestos en hebreo y traducidos al griego, sino también escritos
compuestos directamente en griego.


(36) Cf. Denziger-Hünermann, Enchiridion symbolorum, 36a ed., Friburgo de Brisgovia, Basilea, Roma, Viena 1991, nos. 1334-1336, 1501-1504.


(37) Sobre el origen de esta expresión, véase más arriba, núm. 2.
Actualmente en algunos ambientes, se tiende a propagar la designación "
Primer Testamento ", para evitar la connotación negativa que podría
asociarse a " Antiguo Testamento ". Pero " Antiguo Testamento "
es una expresión bíblica y tradicional, que no tiene por sí misma
connotación negativa: la Iglesia reconoce plenamente el valor del
Antiguo Testamento.


(38) Cf. I.D.: " Métodos judíos de exégesis empleados en el Nuevo Testamento ", núms. 12-15.


(39) Cf. Rom 5,14; 1 Cor 10,6; He 9,24; 1 Pe 3,21.


(40) Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia, q.1, a.10. ad 1um; cf. también Quodl. VII, 616m.


(41) Is 35,1-10; 40,1-5; 43,1-22; 48,12-21; 62.


(42) Cf. más abajo II B.9 y C, nos. 54-65.


(43) " Non solum impletur, verum etiam transcenditur ", Ambroise Autpert, citado por H. de LUBAC, Exégèse médiévale, II.246.


(44) 2 Cor 5,17; Gál 6,15.


(45) Cf. el documento de la Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, I.C.2.: " Enfoque por recurso a las tradiciones judías de interpretación ".


(46) Gn 12,1-3; 26,23-24; 46,2-4.


(47) Ex 20,1; 24,3-8; 34,27-28; cf. Nu 15,31.


(48) Os 12,14; Dt 18,15.18.


(49) Is 6,5-8; Jr 1,4-10; Ez 2,1 3,3.


(50) Is 55,11; Jr 20,9.


(51) Mt 21,11.46; Lc 7,16; 24,19; Jn 4,19; 6,14; 7,40; 9,17.


(52) Escribiremos normalmente la palabra señor en mayúsculas cuando el
texto hebreo tiene el tetragrama no pronunciado YHWH, nombre propio del
Dios de Israel. En la lectura, los judíos lo substituyen por otros
términos, sobre todo por adonai, " Señor ".


(53) Dt 4,35.39; Is 45,6.14.


(54) 1 Cor 8,4; cf. Gál 3,20; Snt 2,19.


(55) Sl 115,15; 121,2; 124,8; 134,3; 146,6.


(56) Is 42,5; 44,24; 45,11; 48,13.


(57) Pr 8,22-31; 14,31; 17,5; Job 38; Sa 9,1-2.


(58) Sl 139,13-15; Jb 10,9-12.


(59) Jb 26,12-13; Sl 74,12-23; 89,10-15; Is 45,7-8; 51,9-11.


(60) Mt 6,25-26, cf. Lc 12,22-32.


(61) Sa 9,1; cf. Sl 33,6-9; Sir 42,15.


(62) Ap 22,5; cf. Is 60,19.


(63) 2 Cor 5,17; cf. Gál 6,15.


(64) Gn 5,1; Sa 2,23; Sir 17,3. Se encuentra la misma idea en Sl 8,5-7, pero expresada con otros términos.


(65) Esta orden es completada después del diluvio, cf. Gn 9,3-4.


(66) Gn 1,4.10.12.18.21.25.


(67) Gn 5,29; Is 14,3; Sl 127,2; Pr 5,10; 10,22; 14,23.


(68) Gn 3,19; cf. 2,7; 3,23.


(69) Mt 4,25 par; 15,31-32.


(70) Mt 8,10; 15,28.


(71) Gál 3,26; 4,6; Rom 9,26.


(72) 2 Cor 4,4; cf. Col 1,15.


(73) Mt 4,24 par; 8,16 par; 14,35 par; Jn 5,3.


(74) Mc 5,38; Lc 7,12-13; Jn 11,33-35.


(75) Mt 3,10 par; Lc 13,1-5; 17,26-30; 19,41-44; 23,29-31.


(76) Mt 3,2-12; Mc 1,2-6; Lc 3,2-9.


(77) Mc 7,21-23; cf. Mt 15,19-20.


(78) Mt 10,17-23; Lc 21,12-17.


(79) Mt 12,14 par; Jn 5,18; Mc 11,18; Lc 19,47.


(80) Rom 3,10; cf. Sl 14,3; Qo 7,20.


(81) 2 Cor 5,14; cf. Rom 5,18.


(82) Rom 5,12; 1 Cor 15,56.


(83) Ex 15,1-10.20-21; Sl 106,9-11; 114,1-5; 136,13-15.


(84) Dt 26,6-9; cf. 6,21-23.


(85) Jue 2,11-22; 3,9.15; 2 Re 13,5; Ne 9,27. El título de Salvador es
dado a Dios en 2 Sa 22,3; Is 43,3; 45,15; 60,16 y en otros textos.


(86) Is 41,14; 43,14; 44,6.24; 47,4; 48,17; 49,7.26; 54,5.8.


(87) Is 60,10-12; 35,9-10.


(88) Sl 7,2; 22,21-22; 26,11; 31,16; 44,27; 118,25; 119,134.


(89) Sl 34,5; 66,19; 56,14; 71,23.


(90) 2 Mac 7,9.11.14.23.29.


(91) Lc 1,69.71.74.77.


(92) En los Setenta, lytrôtês se encuentra sólo dos veces: es un título dado a Dios: Sl 18(19),14; 77(78),35.


(93) Aplicado a Dios, el título se encuentra una vez en los Evangelios,
(Lc 1,47), y nunca en los Hechos ni en las Cartas paulinas no
discutidas; aplicado a Jesús, dos veces en los Evangelios (Lc 2,11; Jn
4,42), dos veces en los Hechos (Hch 5,31; 13,23) y una vez las Cartas no
discutidas de Pablo (Flp 3,20).


(94) La Primera a Timoteo aplica el título sólo a Dios, tres veces (1
Tim 1,1; 2,3; 4,10); la Segunda lo aplica sólo a Cristo, una vez (2 Tim
1,10); la Carta a Tito lo aplica tres veces a Dios (Tit 1,3; 2,10; 3,4) y
tres veces a Cristo (Tit 1,4; 2,13; 3,6). La Segunda de Pedro sólo lo
aplica a Cristo, asociado, excepto la primera vez, al título de Señor (2
Pe 1,1.11; 2,20; 3,2.18).


(95) Mc 5,23.28.34; 6,56.


(96) Mt 9,22 par; Mc 10,52; Lc 17,19; 18,42.


(97) Mt 8,25-26 par; 14,30-31.


(98) Mt 9,18-26 par; Lc 7,11-17; Jn 11,38-44.


(99) Mt 27,39-44 par; Lc 23,39.


(100) Mt 20,28; Mc 10,45.


(101) Jn 6,15; Lc 24,21; Hch 1,6.


(102) Rom 1,16; cf. 10,9-13; 15,8-12.


(103) 4 En hebreo, segulah: Ex 19,5; Dt 7,6; 14,2; 26,18; Sl 135,4 Mal 3,17.


(104) Lv 11,44-45; 19,2.


(105) Dt 12,5.11.14.18.21.26; 14,23-25; etc.


(106) Sl 78,67-68; 1 Cr 28,4.


(107) 2 Sa 6,21; 1 Re 8,16; 1 Cr 28,4; 2 Cr 6,6; Sl 78,70.


(108) Is 41,8-9; 44,1-2.


(109) Is 41,8-9; 44,1-2.


(110) Is 41,8-9; 43,10; 44,1-2; 45,4; 49,3.


(111) Is 43,10.12; 44,8; 55,5.


(112) Mt 28,20; cf. 1,23.


(113) Lc 19,48; 21,38.


(114) Hch 2,41.47; 4,4; 5,14.


(115) Hch 13,46; 18,6; 28,28. En el Evangelio de Lucas, el episodio de
la predicación de Jesús en Nazaret presenta ya una estructura del mismo
género que Hch 13,42-45 y 22,21-22: la apertura universalista de Jesús
provoca la hostilidad de sus conciudadanos (Lc 4,23-30).


(116) Hch 28,26-27; Is 6,9-10.


(117) Sl 47,10; 86,9; Za 14,16.


(118) Mt 8,11; Lc 13,29.


(119) Mc 16,15-16; cf. Mt 28,18-20; Lc 24,47.


(120) 1 Pe 2,9; Is 43,21.


(121) 1 Pe 2,9; Ex 19,6.


(122) 1 Pe 2,10; Os 2,25.


(123) Rom 11,1; 2 Cor 11,22; Gál 1,14; Flp 3,5.


(124) Discurso de Juan-Pablo II en la sinagoga de Roma, el 13-4-1986: AAS 78 (1986) 1120.


(125) Dt 30,15-16.19; Jos 24,21-25.


(126) Ex 19 24.32 34; especialmente, 19,5; 24,7-8; 34,10.27-28.


(127) Ex 32,11-13.31-32; 33,12-16; 34,9.


(128) Dt 4,13; cf. 4,23; 9,9.11.15.


(129) Sl 89,4; 132,11; 2 Sa 23,5; Sl 89,29-30.35.


(130) 2 Sa 7,14 par; Sl 2,7; 89,28.


(131) Ex 24,12; 31,18; etc.


(132) Is 1,1-31; Jr 7,25-26; 11,7-8.


(133) Ez 36,26-27; cf. 11,19-20; 16,60; 37,26.


(134) Documento de Damasco, 6,19; 19,33-34.


(135) Ez 36,26-28; Jl 3,1-2.


(136) Gál 3,15-4,7; 4,21-28; Rom 6,14; 7,4-6.


(137) Gn 12,3; Gál 3,8.


(138) Gál 3,29; 2 Cor 1,20.


(139) He 8,7-13; Jr 38,31-34 LXX.


(140) He 9,15; cf. 7,22; 12,24.


(141) He 7,18; 9,9; 10,1.4.11.


(142) Mt 1,1; 9,27; etc. cf. Lc 1,32; Rom 1,3.


(143) Dt 4,6-8; Si 24,22-27; Ba 3,38 4,4.


(144) Mt 5,21-48; Mc 2,23-27.


(145) Decálogo: Ex 20,1-17; Dt 5,6-21; código de la alianza: Ex 20,22
23,19; resumen en Ex 34; ley deuteronómica: Dt 12 28; código de
santidad: Lv 17 26; leyes sacerdotales: Ex 25 31; 35 40; Lv 1 7; 8 10;
11 16 etc.


(146) Ex 19 24; 32 34, cf. Dt 5; 9 10.


(147) Gn 17; Ex 12-13; 15,23-26; etc.


(148) Ex 20,19-21; Dt 5,23-31.


(149) Ex 19,5-6; 24,10-11.


(150) Ex 32 34; Ex 20,2-6 par.


(151) Por ejemplo, la legislación referente a la liberación de los
esclavos: Ex 21,2; Lv 25,10; Dt 15,12; cf. Is 58,6; 61,1; Jr 34,8-17.


(152) Ex 20,2; Dt 5,6.


(153) Rom 7,10; Gál 3,21-22.


(154) Rom 1,17; Gál 2,19-20.


(155) Lv 19,18; Gál 5,14; Rom 13,8-10.


(156) Rom 10,3; Flp 3,9.


(157) Gál 3,10, que cita Dt 27,26.


(158) Gál 3,11; Ha 2,4.


(159) Gál 5,6; cf. 5,13; 6,9-10.


(160) He 2,2; 7,5.28; 8,4; 9,19.22; 10,8.28.


(161) Lv 19,18; Snt 2,8; 4,11.


(162) Ex 32,11-13.30-32; etc.


(163) Siquem: Gn 12,6-7; Betel: 12,8; Mambré: 18,1-15; Bersabé: 26,23-25.


(164) El sábado: Gn 2,1-3; Ex 20,8-11; el año sabático: Lv 25,2-7.20-
22; el año jubilar: 25,8-19; las fiestas: Ex 23,14-17; Lv 23; Dt
16,1-17; el Día de la Expiación: Lv 16; 23,27-32.


(165) Observemos que el Antiguo Testamento no conoce un tiempo impuro.


(166) Gn 28,16-18; Ex 3,5; Jos 5,15.


(167) Ex 23,11-12; Lv 25,6-7.


(168) Lv 4 5; 16; 17,10-12; Is 6,5-7; etc.


(169) Ex 25,8-9; Dt 4,7.32-34.


(170) Jr 11,19-20; 12,1-4; 15,15-18; etc. Más tarde, 2 Ma 15,14
presentará a Jeremías en el más allá como " el amigo de sus hermanos,
que ruega mucho por el pueblo ".


(171) Is 12,1-6; 25,1-5; 26,7-19; 37,16-20; 38,9-20; 42,10-12; 63,7 64,11; Jn 2,3-10; Nah 1,2 8; Ha 3,1-19.


(172) Am 4,13; 5,8-9; 9,5-6.


(173) Is 1,10-17; Os 6,6; Am 5,21-25; Jr 7,21-22.


(174) Is 1,15; 59,3.


(175) Job 7,1-21; 9,25-31; 10,1-22; 13,20-14,22; etc.


(176) Lam 1,9-11.20-22; 2,20; 3,41-45.55-66; 5,19-22.


(177) Pr 15,8.29; 28,9.


(178) Pr 30,7-9: Dn 2,20-23; 4,31-32.34; 9,4-19 (cf. vv. 20.23). Y más frecuentemente en los escritos deuterocanónicos.


(179) 2 Re 22 23.


(180) Gn 14,18-20; 2 Sa 7; 24; Sl 132.


(181) Ex 25,10-22; Lv 16,12-15. (Y Rom 3,25; He 9,5).


(182) Mi 3,12; Jr 26,18; etc.


(183) 1 Re 8,27; cf. Is 66,1.


(184) Ez 10,3-22; 11,22-24.


(185) 1 Re 8,44.48; Za 1,17.


(186) Sl 48; 87; 122.


(187) Is 60,19-20.


(188) Is 54,1-8; 62,2-5.


(189) Is 65,17-25; 66,20-23.


(190) Is 2,2-4; Mi 4,1-4.


(191) Mt 28,19; Mc 16,16; Lc 22,19; Jn 6,53-56; 1 Cor 11,24-25.


(192) Mt 11,25; Lc 10,21; Mt 14,19 par; 15,36 par; Jn 11,41; Mt 26,26-27 par.


(193) Mt 26,30; Mc 14,26.


(194) Mt 27,46; Mc 15,34.


(195) Cf. Mt 9,22 par; 9,29; 15,28; Mc 10,52; Lc 18,42.


(196) Mt 6,5-15; Lc 18,9-14.


(197) Lc 11,5-8; 18,1-8.


(198) Mt 6,9-13; Lc 11,2-4.


(199) Flp 2,6-11; Col 1,15-20; 1 Tim 3,16. El himno de Ef 1,3-14 glorifica al Padre por la obra realizada " en Cristo ".


(200) 2 Cor 1,3-4; Ef 1,3.


(201) Jn 4,23; Rom 8,15.26.


(202) Mt 26,26-28 par; Jn 6,51-58; 1 Cor 10,16-17; 11,17-34.


(203) Mc 16,16; Mt 28,19-20.


(204) Cf. más arriba, nota 169 y Sl 40,7-9, citado y comentado en He 10,5-10; Sl 50,13-14; 51,18-19.


(205) He 9,8-10; 10,1.11.


(206) He 5,7-10; 9,11-15; 10,10.14.


(207) Jn 7,14.28.; Mc 12,35; Lc 19,47; 20,1; 21,37; Mt 26,55 par.


(208) Jn 4,20-24; Hch 7,48-49 (a propósito del Templo de Salomón,
citando Is 66,1-2); Hch 17,24 (a propósito de los templos paganos).


(209) Jn 2,19; cf. Mt 26,61 par.


(210) Ap 3,12; 7,15; 11,1-2.19; 14,15.17; 15,5.8; 16,1.17; 21,22.


(211) Mt 20,17-19 par; 21,1-10 par; Lc 9,31.51; 13,33.


(212) Lc 19,41-44. Cf. Mt 23,37-39; Lc 13,34-35; 21,20-24.


(213) Ex 15,24; 16,2; 17,3; etc.


(214) El episodio del becerro de oro es el primer episodio narrativo
después de la conclusión de la alianza. Los capítulos intermedios (Ex
25-31) son textos legislativos.


(215) Ex 33,3.5; 34,9; Dt 9,6.13; 31,27; Ba 2,30.


(216) Nu 13,31 14,4; Dt 1,20-21.26-28.


(217) 2 Re 21,15; Jr 7,25-26.


(218) Is 58,1; cf. Os 8,1; Mi 3,8.


(219) Am 2,6-7; 4,1; 8,4-6.


(220) Rechazo de Israel en Os 1,4-6.8-9; Am 8,1-2; de Judá, en Is 6,10-13; Jr 6,30; 7,29.


(221) Mi 3,11-12; Jr 7,14-15.


(222) Jr 7,9; 9,1-8.


(223) Jr 3,1-13; 5,7-9.


(224) Esd 9,6-7.10.13.15; Ne 1,6-7; 9,16-37; Ba 1,15-22; Dn 3,26-45 LXX; 9,5-11.


(225) Os 11,8-9; Jr 31,20.


(226) Os 2,21-22; Jr 31,31-34; Ez 36,24-28.


(227) Lc 19,43-44; Mt 24,2.15-18 par.


(228) Hch 3,17; cf. Lc 23,34.


(229) Hch 2,41; 4,4.


(230) Gál 5,21; Ef 5,5; He 10,26-31.


(231) 1 Cor 4,8; 5,1-5; 6,1-8; 11,17-22; 2 Cor 12,20-21; Gál 1,6; 4,9; 5,4.7.


(232) 1,24.26.28; cf. Sl 81,13.


(233) 1 Cor 1,10-13; 3,1-4.


(234) 1 Cor 5,1-5; cf. también, 1 Tim 1,19-20.


(235) 1 Tim 1,19-20; 2 Tim 2,17-18.


(236) Ap 2,7.11.17.29; etc.


(237) Ap 2,5.16.22; 3,3.19.


(238) Gn 13,16; 15,5; 17,5-6.


(239) Gn 15,4; 17,19; 21,12.


(240) Is 61,9; 65,23; 66,22.


(241) Ne 9,2: cf. 10,31; 13,3; Esd 9-10.


(242) Lc 1,55.73; cf. también, He 11,11-12.


(243) Gn 12,7; 13,15; 15,4-7.18-21; 17,6-8; 28,13-14; 35,11-12.


(244) Ex 3,7-8; 6,2-8; Dt 12,9-10.


(245) Lv 18,24-28; Dt 28,15-68.


(246) Lv 25,23; Sl 39,13; 1 Ch 29,15.


(247) Am 9,11-15; Mi 5,6-7; Jr 12,15; Ez 36,24-28.


(248) Véase más arriba, II.B.7, núms. 48 y 51.


(249) Is 2,1-4: Mi 4,1-4: Za 14; Tb 13.


(250) Jos 6,21; 7,1.11; 8,26; 11,11-12.


(251) Dt 7,3-6; 20,18; cf. Esd 9,1-4; Ne 13,23-29.


(252) He 11,9-16; ver también 3,1.11 4,11.


(253) Ex 23,30; Sl 37,11.


(254) Am 5,18-20; 8,9; So 1,15.


(255) Os 11,8-11; Am 5,15; So 2,3.


(256) Ez 20,33-38; Is 43,1-21; 51,9-11; 52,4-12.


(257) Ez 34,1-31; Is 40,11; 59,20.


(258) Is 44,3; Ez 36,24-28.


(259) Ez 37,1-14.


(260) Ez 43,1-12; 47,1-12.


(261) Is 41,8-10; 44,1-2.


(262) Is 66,22; Jr 33,25-26.


(263) Is 27,12-13; Jr 30,18-22; etc.


(264) Is 66,18-21; Za 14,16.


(265) Is 11,11-16; Jr 31,7; Mi 2,12-13; 4,6-7; 5,6-7; So 3,12-13; Za 8,6-8; etc.


(266) Esd 9,13-15; Ne 1,2-3.


(267) Hch 2,41; 4,4; 5,14.


(268) Mt 13,14-15 par; Jn 12,40; Hch 28,26-27; Rom 11,8.


(269) Ex 15,18; Nu 23,21; Dt 33,5.


(270) Is 41,21; 43,15; 52,7; Ez 20,33.


(271) Is 33,22; Mi 2,13; So 3,15; Mal 1,14.


(272) Is 24,23; Mi 4,7-8; Za 14,6-9.16-17.


(273) Sl 47; 93; 96-99.


(274) Al principio, en Sl 93; 97; 99; en medio, en Sl 47 y 96.


(275) Sl 47,9; cf. 96,10.


(276) Mt 4,17.23; 9,35.


(277) 13,47-50; 22,1-13; cf. 24,1-13.


(278) Mt 16,28; 25,31.34.


(279) Jn 3,3.5; Hch 1,3; 8,12; etc.; Rom 14,17; 1 Cor 4,20; etc.


(280) Ap 12,10 tiene " el Reino de nuestro Dios ".


(281) Is 9,1-6; 11,1-9; Jr 23,5-6; Ez 34,23-24; Mi 5,1-5; Za 3,8; 9,9-10.


(282) 1QS 9,9-11; 1 QSa 2,11-12; CD 12,23; 19,10; 20,1.


(283) 1 Hen 93,3-10; 2 Ba 29-30.39-40.72-74; 4 Esd 7,26-36; 12,31-34; Apoc Abr 31,1-2.


(284) Mt 1,1-17; 2,1-6; Lc 1,32-33; 2,11.


(285) Jn 1,41; 4,25.


(286) Mt 11,3; Lc 7,19; Jn 11,27.


(287) Mt 24,5.23-24; Mc 13,21-22.


(288) Mt 16,16 par; Jn 11,27; 20,31; Hch 2,36; 9,22; 17,3; 18,5.28; 1 Jn 5,1.


(289) Mc 8,31-33; Lc 24,26.


(290) Jn 3,28; 11,27; 20,31.


(291) Jn 7,25-31.40-44; 9,22; 10,24; 12,34-35.


(292) 2 Sa 7,14; cf. Sl 2,7.


(293) Mt 16,16; Mc 14,61-62 par; Jn 10,36; 11,27; 20,31; Rom 1,3-4.


(294) Jn 10,30 (cf. 10,24); cf. 1,18.


(295) Hch 9,22; 18,5.28.


(296) Ap 2,26-27; 11,18; 12,5; 19,15.19.


(297) Mc 16,15-16; Jn 4,42.


(298) Mc 12,29; 1 Cor 8,4; Ef 4,6; 1 Tim 2,5.


(299) Sl 33,6; Pr 8,22-31; Si 24,1-23; etc.


(300) Jn 1,14-18; He 1,1-4.


(301) Rom 8,29; 2 Cor 3,18.


(302) 2 Cor 5,17; Gál 6,15.


(303) Rom 4,25; Flp 3,20-21; 1 Tim 2,5-6; He 9,15.


(304) Lc 22,20; 1 Cor 11,25.


(305) El Nuevo Testamento nunca llama a la Iglesia " el nuevo Israel ".
En Gál 6,14, " el Israel de Dios " designa muy probablemente a los
judíos que creen en Cristo Jesús.


(306) Lc 14,12-24; 1 Cor 1,26-29; Snt 2,5.


(307) Guerra 2.8.2-13; 119-161.


(308) Guerra 2.8.14; 162; Antigüedades 18.13; 14.


(309) Gál 1,13-14; Flp 3,5-6; cf. Hch 8,3; 9,1-2; 22,3-5; 26,10-11.


(310) Mt 9,11.14 par; 12,2.14 par; 12,24; 15,1-2 par; 15,12; 16,6 par; 22,15 par.


(311) Mt 5,47; 15,26 par.


(312) En el siglo II, el relato del martirio de Policarpo da testimonio
del ardor " habitual " de los judíos de Esmirna en cooperar en la
condena a muerte de los cristianos, " Martyrium S. Polycarpi ", XIII,1.


(313) Esta observación vale para el plural, no para el singular de 8,19 y 13,52.


(314) Is 8,23 9,6; Jr 31 32; Ez 36,16-38.


(315) Mt 28,18; cf. Dn 7,14.18.27.


(316) Mc 15,2.9.12.18.26.


(317) Mc 12,29; 15,32.


(318) Mc 7,6; 14,2.


(319) Mc 11,18; 12,12; 14,2.


(320) Ver también Mc 8,11-12.15; 10,2-12; 11,27-33.


(321) Mc 11,18; 12,12; 14,2.


(322) Esta tendencia sigue manifestándose: la responsabilidad de los
nazis ha sido extendida a todos los alemanes, la de algunos lobbys
occidentales a todos los europeos, la de algunos " sin papeles " a todos
los africanos.


(323) Lucas observa que " una gran multitud del pueblo " seguía a Jesús
(23,27); formaban parte de ella muchas mujeres que " se golpeaban el
pecho y se lamentaban por él " (ibid.). Después de la crucifixión, " el pueblo se
queda contemplándola " (23,35); esta contemplación le preparaba a la
conversión: al final, " toda la multitud que había quedado en
contemplación, habiendo contemplado lo que había pasado, se volvieron
golpeándose el pecho " (23,48).


(324) Hch 13,44-45.50; 14,2-6; 17,4-7.13; 18,5-6.


(325) Véase más arriba II.B.3.b., n. 32.


(326) Jn 2,23; 4,39..41; 7,31; 8,30-31; 10,42; 11,45; 12,11.42.


(327) Jn 1,10.11; 15,18.25.


(328) Jn 5,18; 10,33; 19,7.


(329) Jn 18,38-40; 19,14-15.


(330) Jn 9,22; 12,42; 16,2.


(331) Jn 7,20; 8,48.51; 10,20.


(332) Gál 5,14; Rom 13,9.


(333) Cf. Talmud de Babilonia, Tratado Shabbat 31a.


(334) Rom 9,27-29 cita Is 10,22-23; Os 2,1 LXX; Rom 11,4-5 cita 1 Re 19,18.


(335) Jr 7,16.20; 11,11.14; 15,1.


(336) Su rechazo de la idolatría y su desprecio del paganismo suscitaban
una fuerte animosidad contra los judíos, acusados de ser un pueblo
aparte (Est 3,8), " en conflicto total con todo el mundo " (Est 3,13e
LXX) y de alimentar un " odio de enemigos contra todos los demás "
(Tácito, Historia, 5.5). El punto de vista de Pablo es muy diferente.


(337) Dt 10,16; cf. Jr 4,4; Rom 2,29.


(338) Cf. 1 Cor 6,9-11; Ef 4,17-19. En Dt 23,19 " perro " designa a una
prostituta; en Grecia, la perra era símbolo de impudor. En cuanto a las
mutilaciones cultuales, cf. Lv 21,5; 1 Re 18,28; Is 15,2; Os 7,14.


(339) Gál 4,28-29; Rom 9,8.


(340) En griego, " que [tienen] " corresponde dos veces a un simple
genitivo, que expresa la posesión (literalmente: " de quienes [son] ");
por su parte, " de los cuales [procede] " corresponde a un genitivo
introducido por la preposición ex, que expresa el origen.


(341) He 4,9; 11,25; cf. 10,30, " su pueblo ".


(342) Nu 14,1-35; He 3,7 4,11.


(343) He 12,3; cf. Lc 24,7.


(344) 1 Pe 2,9; Ex 19,6; Is 43,21.


(345) Hch 3,26; Rom 1,16.


(346) Sl 98,2-4; Is 49,6.


(347) Declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, n. 4.


(348) Pablo VI, Homilía del 28 de octubre de 1965: Ut erga eos reverentia et amor adhibeatur spesque in iis collocetur" (" que se tenga respeto y amor hacia ellos y se ponga esperanza en ellos ").


(349) AAS 58 (1966) 740.


(350) Documentation Catholique 77 (1980) 1148.


(351) Documentation Catholique 83 (1986) 437.


(352) Documentation Catholique 94 (1997) 1003.


(353) Documentation Catholique 97 (2000) 372.




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