miércoles, 22 de marzo de 2017

Asociación Litúrgica Magnificat

Asociación Litúrgica Magnificat












































martes, 21 de marzo de 2017






El nombre de Dios es misericordia (II)


El
papa Francisco convocó un Año jubilar de la misericordia entre el 8 de
diciembre de 2015 y el 20 de noviembre de 2016 a través de la bula Misericordiae Vultus.
Su objetivo era profundizar en la correcta implantación del Concilio
Vaticano II y situar en un lugar central la Divina Misericordia, con el
fortalecimiento de la confesión. Además, para favorecer el encuentro de
los fieles con la misericordia de Dios dio una larga entrevista a Andrea
Tornielli, periodista del diario italiano La Stampa, que fue recogida en forma de libro y traducido a más de veinte idiomas. Éste lleva por título El nombre de Dios es misericordia. En una entrada anterior
reprodujimos algunos pasajes seleccionados por nuestro equipo de
Redacción y tomados de la edición española comercializada por Planeta.
Les ofrecemos ahora una segunda entrega, muy apropiada para este tiempo
de Cuaresma, sobre todo cuando en los últimos días el Papa Francisco ha
vuelto a referirse a la importancia de este sacramento (véase aquí y aquí). 


Andrea Tornielli

***

El nombre de Dios es misericordia

Una conversación con Andrea Tornielli



Francisco P.P.

¿Por
qué es importante confesarse? Usted fue el primer Papa en hacerlo
públicamente, durante las liturgias penitenciales de la Cuaresma, en San
Pedro… Pero, ¿no bastaría, en el fondo, con arrepentirse y pedir perdón
solos, enfrentarse solos con Dios?

Fue
Jesús quien les dijo a sus apóstoles: «Aquellos a quienes perdonen los
pecados, serán perdonados; aquellos a quienes no se les perdonen, no
serán perdonados» (Evangelio de San Juan 20, 19-23). Así pues, los
apóstoles y sus sucesores –los obispos y los sacerdotes que son sus
colaboradores– se convierten en instrumentos de la misericordia de Dios.
Actúan in persona Christi. Esto es muy hermoso. Tiene un
profundo significado, pues somos seres sociales. Si tú no eres capaz de
hablar de tus errores con tu hermano, ten por seguro que no serás capaz
de hablar tampoco con Dios y que acabarás confesándote con el espejo,
frente a ti mismo. Somos seres sociales y el perdón tiene también un
aspecto social, pues también la humanidad, mis hermanos y hermanas, la
sociedad, son heridos por mi pecado. Confesarse con un sacerdote es un
modo de poner mi vida en las manos y en el corazón de otro, que en ese
momento actúa en nombre y por cuenta de Jesús.






El papa Francisco confesándose en la Basílica de San Pedro en 2014
(Foto: Aciprensa)

Es
una manera de ser concretos y auténticos: estar frente a la realidad
mirando a otra persona y no a uno mismo reflejado en un espejo. San
Ignacio, antes de cambiar de vida y de entender que tenía que
convertirse en soldado de Cristo, había batido en la batalla de
Pamplona. Formaba parte del ejército del rey de España, Carlos V de
Habsburgo, y se enfrentaba al ejército francés. Fue herido gravemente y
creyó que iba a morir. En aquel momento no había ningún cura en el campo
de batalla. Y entonces llamó a un conmilitón suyo y se confesó con él,
le dijo a él sus pecados. El compañero no podía absolverlo, era un
laico, pero la exigencia de estar frente a otro en el momento de la
confesión era tan sincera que decidió hacerlo así. Es una bonita
lección. Es cierto que puedo hablar con el Señor, pedirle enseguida
perdón a Él, implorárselo. Y el Señor perdona, enseguida. 



Pero
es importante que vaya al confesionario, que me ponga a mí mismo frente
a un sacerdote que representa a Jesús, que me arrodille frente a la
Madre Iglesia llamada a distribuir la misericordia de Dios. Hay una
objetividad en este gesto, en arrodillarme frente al sacerdote, que en
ese momento es el trámite de la gracia que me llega y me cura. Siempre
me ha conmovido ese gesto de la tradición de las Iglesias orientales,
cuando el confesor acoge al penitente poniéndole la estola en la cabeza y
un brazo sobre los hombros, como en un
abrazo.
Es una representación plástica de la bienvenida y de la misericordia.
Recordemos que no estamos allí en primer lugar para ser juzgados. Es
cierto que hay un juicio en la confesión, pero hay algo más grande que
el juicio que entra en juego.




Es estar frente a otro que actúa in persona Christi para acogerte y perdonarte. Es el encuentro con la misericordia.




Una mujer se confiesa en el Domingo de Resurrección de 1991 en Albania
(Foto: LJWord)
¿Qué
puede decir de su experiencia como confesor? Se lo pregunto porque
parece una experiencia que ha marcado profundamente su vida. En la
primera Misa celebrada con los fieles tras su elección, en la parroquia
de Santa Ana, el 17 de marzo de 2013, usted habló de aquel hombre que
decía: «Oiga, padre, yo he hecho malas cosas…», y al cual usted
contestó: «Ve a ver a Jesús, que Él lo perdona y lo olvida todo». En esa
misma homilía recordaba que Dios nunca se cansa de perdonar. Poco
después, en el ángelus, recordó otro episodio, el de la viejecita que le
había dicho confesándose: «sin la misericordia de Dios, el mundo no
existiría».

Recuerdo
muy bien este episodio, que se me quedó grabado en la memoria. Me
parece que aún la veo. Era una mujer mayor, pequeñita, menuda, vestida
completamente de negro, como se ve en algunos pueblos del sur de Italia,
en Galicia o en Portugal. Hacía poco que me había convertido en obispo
auxiliar de Buenos Aires y se celebraba una gran Misa para los enfermos
en presencia de la estatua de la Virgen de Fátima. Estaba allí para
confesar. Hacia el final de la Misa me levanté porque debía marcharme,
pues tenía una confirmación que administrar. En ese momento llegó
aquella mujer, anciana y humilde. Me dirigí a ella llamándola abuela,
como acostumbramos a hacer en Argentina. «Abuela, ¿quiere confesarse?»
«Sí», me respondió. Y yo, que estaba a punto de marcharme, le dije:
«Pero si usted no ha pecado…».

Su
respuesta llegó rápida y puntual: «Todos hemos pecado». «Pero quizá el
Señor no la ha perdone...», repliqué yo. Y ella: «El señor lo perdona
todo». «Pero ¿usted cómo lo sabe?» «Si el Señor no lo perdonase todo
–fue su respuesta–, el mundo no existiría.»






El papa Francisco confesando a una joven en la Plaza de San Pedro el 23 de abril de 2016
(Foto: Infobae)
Un
ejemplo de la fe de los sencillos, que tienen ciencia infusa aunque
jamás hayan estudiado teología. Durante ese primer ángelus dije, para
que me entendieran, que mi respuesta había sido: «¡Pero usted ha
estudiado en la Gregoriana!». En realidad, la autentica respuesta fue:
«¡Pero usted ha estudiado con Royo Marín!». Una referencia al padre
dominicano Antonio Royo Marín,
autor de un famoso volumen de teología moral. Me impresionaron las
palabras de aquella mujer: sin la misericordia, sin el perdón de Dios,
el mundo no existiría, no podría existir. Como confesor, incluso cuando
me he encontrado ante una puerta cerrada, siempre he buscado una fisura,
una grieta, para abrir esa puerta y poder dar el perdón, la
misericordia.

Usted una vez afirmó que el confesionario no debe ser una «tintorería» ¿Qué significa eso? ¿Qué quería decir?

Era
un ejemplo, una imagen para dar a entender la hipocresía de cuantos
creen que el pecado es una mancha, tan solo una mancha, que basta ir a
la tintorería para que la laven en seco y todo vuelve a ser como antes.
Como cuando se lleva una chaqueta o un traje para que le saquen las
manchas: se mete en la lavadora y ya está. El pecado es una herida, ha
que curarla, medicarla. Por eso usé esa expresión: intentaba evidenciar
que ir a confesarse no es como llevar el traje a la tintorería.






San Pío de Pietralcina sentado al confesionario
(Foto: Cacciopoli)

Cito otro ejemplo suyo: ¿qué significa que el confesionario no debe ser tampoco una «sala de tortura»?

Esas
eran las palabras dirigidas más bien a los sacerdotes, a los
confesores. Y se referían al hecho de que quizá puede existir en uno un
exceso de curiosidad, una curiosidad un poco enfermiza. Una vez oí decir
a una mujer, casada desde hacía años, que no se confesaba porque cuando
era una muchacha de trece o catorce años el confesor le había
preguntado dónde ponía las manos cuando dormía. Puede haber un exceso de
curiosidad, sobre todo en materia sexual. O bien una insistencia en que
se expliciten detalles que no son necesarios. El que se confiesa está
bien que se avergüence del pecado: la vergüenza es una gracia que hay
que pedir, es un factor bueno, positivo, porque nos hace humildes. 



Pero
en el dialogo con el confesor hay que ser escuchado, no ser
interrogado. Además, el confesor dice lo que debe, aconsejando con
delicadeza. Es esto lo que quería expresar hablando de que los
confesionarios no deben ser jamás cámaras de tortura.

¿Jorge Mario Bergoglio ha sido un confesor severo o indulgente?

He
intentado siempre dedicarle tiempo a las confesiones, incluso siendo
obispo o cardenal. Ahora confieso menos, pero aún lo hago. A veces
quisiera poder entrar en una iglesia y sentarme en el confesionario. Así
pues, para contestar a la pregunta: cuando confesaba siempre pensaba en
mí mismo, en mis pecados, en mi necesidad de misericordia y, en
consecuencia, intentaba perdonar mucho.








[…]




El papa Francisco confesando a un joven en la Plaza de San Pedro el 23 de abril de 2016
¿Qué consejos le daría a un penitente para hacer una buena confesión?

Que
piense en la verdad de su vida frente a Dios, qué siente, qué piensa.
Que sepa mirarse con sinceridad a sí mismo y a su pecado. Y que se
sienta pecador, que se deje sorprender, asombrar por Dios. Para que Él
nos llene con el don de su misericordia infinita debemos advertir
nuestra necesidad, nuestro vacío, nuestra miseria. No podemos ser
soberbios. Me viene a la cabeza la historia que me contó una vez un
dirigente argentino al que conocía. Tenía un colega que parecía muy
comprometido con la vida cristiana: rezaba el rosario, hacía lecturas
espirituales, etcétera. Un día le había confesado, en passant,
como quien no quiere la cosa, que tenía una relación con su propia
empleada del hogar. Y le había dado a entender que le consideraba algo
normal, pues –decía– estas personas, es decir, los criados, en el fondo
estaban allí también «para eso». Mi amigo se había escandalizado, pues
el colega en definitiva le estaba diciendo que creía en la existencia de
seres humanos superiores e inferiores: estos últimos destinados a ser
explotados y «usados», como aquella empleada del hogar. Me impresionó
ese ejemplo: a pesar de todas las objeciones que se le hacían, aquel
hombre seguía firme en su idea, impermeable. Y seguía considerándose un
buen cristiano porque rezaba, leía textos espirituales cada día y los
domingos iba a Misa. He aquí un caso de soberbia, lo contrario de ese
corazón hecho pedazos del que hablan los padres de la Iglesia.




Sacerdote confesando
(Foto: Agnus Dei)

Y,
en cambio, ¿qué consejos el daría a un sacerdote que se los pidiera,
que le preguntara: «Cómo hago para ser un buen confesor»?

Creo
haber respondido ya en parte con lo que hemos dicho antes. Que piense
en sus pecados, que escuche con ternura, que le pida al Señor que le dé
un corazón misericordioso como el suyo, que no tire nunca la primera
piedra porque también él es un pecador necesitado de perdón. Y que trate
de parecerse a Dios en su misericordia. Esto es lo que se me ocurre
decirle. Debemos ir con la mente y con el corazón a la parábola del hijo
pródigo, el más joven de los dos hermanos, que al recibir su parte de
la herencia del padre la dilapidó toda llevando una vida disoluta y para
sobrevivir se encontró pastoreando cerdos. Admitiendo su error, regresó
a la casa familiar para pedirle a su padre que lo admitiera al menos
entre sus siervos, pero el padre, que estaba esperándolo y que escrutaba
el horizonte, le salió al encuentro y, antes de que el hijo dijera
nada, antes de que admitiera sus pecados, lo abrazó. Esto es el amor de
Dios, esta es su superabundante misericordia. Hay algo sobre lo que
meditar, la actitud del hijo mayor, el que se había quedado en casa
trabajando con el padre, el que siempre se había portado bien. Él,
cuando toma la palabra, es el único que, en el fondo, dice la vedad: «O
sea, que yo hace años que te sirvo y no he desobedecido nunca una de tus
órdenes, y tú no me has dado jamás un solo cabrito para hacer una
fiesta con mis amigos. Pero ahora que regresa este hijo tuyo, que ha
malgastado tu fortuna con prostitutas, para él has matado el becerro
gordo» (Evangelio de San Lucas 15, 29-30). Dice la verdad, pero al mismo
tiempo se autoexcluye.

[…]

 ¿Qué piensa de quien confiesa siempre los mismos pecados?

Si
se refiere a la repetición casi automática de un formulario, diría que
el penitente no está bien preparado, no ha sido bien catequizado, no
sabe hacer examen de conciencia y no conoce muchos de los pecados que se
cometen y de los que no es consciente…A mí me gusta mucho la confesión
de los niños, pues ellos no son abstractos, dicen las cosas tal como
son. Te hacen sonreír. Son sencillos: dicen lo que ha sucedido, saben
que lo que han hecho está mal.

Si
hay una repetitividad que se convierte en costumbre, es como si no se
llegara a creer en el conocimiento de uno mismo y del Señor; es como no
admitir haber pecado, tener heridas por curar.
El papa Francisco confesando a una joven en la Plaza de San Pedro el 23 de abril de 2016
(Foto: Infobae)

La
confesión como rutina es un poco ejemplo de la tintorería que ponía
antes. Cuánta gente herida, también psicológicamente, que no admite
estarlo. Esto lo diría pensando en quien se confiesa con el formulario…




Otra
cosa es quien recae en el mismo pecado y sufre por ello, aquel a quien
le cuesta volver a levantarse. Hay muchas personas humildes que
confiesan sus recaídas. Lo importante, en la vida de cada hombre y de
cada mujer, no es no volver a caer jamás por el camino. Lo importante es
levantarse siempre, no quedarse en el suelo lamiéndose las heridas. El
Señor de la misericordia me perdona siempre, de manera que me ofrece la
posibilidad de volver a empezar siempre. Me ama por lo que soy, quiere
levantarme, me tiende su mano. Esta también es una tarea de la Iglesia:
hacer saber a las personas que no hay situaciones de las que no se puede
salir, que mientras estemos vivos es siempre posible volver a empezar,
siempre y cuando permitamos a Jesús abrazarnos y perdonarnos.

En
la época en que era rector del Colegio Máximo de los jesuitas y párroco
en Argentina, recuerdo a una madre que tenía niños pequeños y había
sido abandonada por su marido. No tenía un trabajo fijo y tan solo
encontraba trabajados temporales algunos meses al año. Cuando no
encontraba trabajo, para dar de comer a sus hijos era prostituta. 






El P. Celso Romanin SJ recibiendo una confesión en Adjumani, Uganda, hacia mediados de la década de 1990

Era
humilde, frecuentaba la parroquia, intentábamos ayudarla a través de
Cáritas. Recuerdo que un día –estábamos en la época de las fiestas
navideñas– vino con sus hijos al colegio y preguntó por mí. Me llamaron y
fui a recibirla. Había venido para darme las gracias. Yo creía que se
trataba del paquete con los alimentos de Cáritas que le habíamos hecho
llegar: «¿Lo ha recibido?», le pregunté.

Y
ella contestó: «Sí, sí, también le agradezco eso. Pero he venido aquí
para darle las gracias sobre todo porque usted no ha dejado de llamarme
señora». Son experiencias de las que uno aprende lo importante que es
acoger con delicadeza a quien se tiene delante, no herir su dignidad.
Para ella, el hecho de que el párroco, aun intuyendo la vida que llevaba
en los meses en que no podría trabajar, la siguiese llamando «señora»
era casi tan importante, o incluso más, que esa ayuda concreta que le
dábamos. 






El papa Francisco confesando al interior de la Basílica de San Pedro en 2014
(Foto: Diario ABC)


Nota de la Redacción: El texto aquí reproducido está tomado de Francisco, El nombre de Dios es misericordia. Una conversación con Andrea Tornielli, trad. de María Ángeles Cabré, Santiago, Planeta, 2016, pp. 41-48, 59-62 y 71-73.

sábado, 18 de marzo de 2017






Dimas Antuña: notas de un retiro y poema gráfico


Continuamos con la serie dedicada a Dimas Antuña (1894-1968). Hemos publicado ya una presentación del P. Horacio Bojorge respecto de la vida y obra de este seglar uruguayo (aquí y aquí). De modo previo a comenzar a publicar por entregas su obra Inter convivas. Entre comensales. La Misa solemne contemplada y comentada, queremos
compartir con nuestros lectores dos breves escritos suyos, uno nacido
de sus reflexiones durante un retiro en Buenos Aires el año 1941 y el
otro un "poema gráfico" intitulado "Calix", publicado en la revista Número
en diciembre de 1931. Ambos constituyen antecedentes importantes del
camino de reflexión profunda y de contemplación de la Santa Misa que
emprenderá Dimas Antuña y que se plasmará en Inter convivas.




 
Ilustración de Juan Antonio Spotorno A CALIX

(Fuente: Dimas Antuña.com)

***
Quiero estudiar la misa. 
Considerarla, meditarla, 
escudriñarla, amarla, contemplarla. 
Entrar en ella por el afecto y contemplarla 
según ese mismo afecto que ama, ve.

El
27 de febrero de 1941, Dimas Antuña escribe esto en su ‘reforma de
vida’ tras los ejercicios espirituales de san Ignacio en la Santa Casa
de la Madre Antula, Buenos Aires:
La misa tiene que ser para mí el acto por excelencia de la incorporación a Cristo. 

Adore in aeternum [1] en la sangre: la Alianza; y reciba el pan que nos hace con-corporales con el Señor.

La
misa de siete, preparada la noche anterior, precedida de la oración de
la mañana, seguida con calma, atención y afecto en el misal, y poniendo
en ella toda el alma, todo mi corazón y todas mis fuerzas, al extremo de
dejar de seguir las palabras de la Liturgia si la misericordia de Dios
quiere darme mayor recogimiento [2].
La misa seguida en las palabras del sacerdote y la inteligencia, y
deseada en lo gestos y los afectos. Eso debe ser mi comida y mi bebida y
el pan de cada día. El pan que pedimos en el sosiego del HOY [3]






Quiero
estudiar la misa. Considerarla, meditarla, escudriñarla, amarla,
contemplarla. Entrar en ella por el afecto y contemplarla según ese
mismo afecto que ama, ve.

La misa es el lazo del día, el “vinculum pacis” [4].
Todos los propósitos son inútiles si el Señor no los recibe y los
vivifica con su Sangre. En la misa está el nudo que une el sarmiento a
la viña.

A la misa quiero someter mi vida; ni drama, ni tragedia: liturgia. 

– Los movimientos del alma, al Introito y a la Oración 

– la inteligencia, a las Lecciones y al Credo

– todos mis actos, etiam peccata [5], al Ofertorio 

– mi ser todo, a la Eucaristía [6]


Y todo mi cuerpo y mi alma y mi tiempo y mi eternidad, al AMÉN del
Canon, por el cual pasamos al Padre y a la Común-unión con el Hijo y el
Espíritu Santo.

Hacer un examen rápido de cuanto se opone a esto cada día: 

– ¿Qué me hace remiso al Introito y torpe en la Oración? 

– ¿Qué me impide oír? 

– ¿Qué traigo para ofrecer – sea para elevar, sea destruir?


¿Me niego y reniego de mí mismo y estoy en verdadero estado – o por lo
menos tengo el deseo – de libertad filial para la Eucaristía? 


¿Tengo realmente contrición y esperanza como para decir el Amén del
Canon, y estoy— o deseo vehementemente estar – tan desasido de mí y de
todo que no yo, sino la Iglesia esté en mí (en mi corazón y en mis
labios) cuando digo Padre nuestro, y cuando al recibir al Señor como a
mi Dios para ser [7] yo su alimento?



***




C A L I X 















Como
el “Árbol” de la vida de Cristo, devotamente pensado por San
Buenaventura, o la representación del “Monte Carmelo”, dibujada por san
Juan de la Cruz, este CALIX es un poema gráfico [9].
Su argumento es la misa. La cinco partes de la misa: Preparación,
Instrucción, Ofertorio, Acción y Participación están representadas en él
con proporción correlativa. Todo lo que se oye de la misa ha sido
escrito; lo que no se oye, cifrado; lo que se ve indicado. El CALIX debe
empezarse a leer de abajo para arriba.








Procesión de Ingreso



I.PREPARACIÓN. Está representada en los cuatro círculos del pie donde
leemos Introito, Kiries, Gloria, según son cantados sucesivamente por el
Coro, y luego Colecta, la oración solemne recitada por el pontífice y
que cierra esta primera parte o Preparación. 
II: INSTRUCCIÓN. Las lecciones de la Instrucción están figuradas en el
pie, y, según éstas nos levantan a conocimiento de Dios, leemos en los
espacios ascendentes: Epístola, esto es, lección de enviados (apóstol,
profeta o sabio): Gradual, Alleluia, Prosa, que forman la lección del
Coro y Evangelio, es decir, la lección evangélica a la cual conducen las
otras. Las tres lecciones, la de enviados, la del Coro y la evangélica,
se ajustan en el anillo del Credo, porque el Credo de la misa es la
respuesta del pueblo que recibe en la unidad y en la integridad de la fe
la luz diversa de las tres lecciones variables. 
La colecta es la conclusión de la preparación; el Credo es la conclusión
de las lecciones. La preparación es afectiva, es preparación del
corazón que oye un anuncio en el Introito, y gime en los Kiries, y se
goza en la Gloria, y se apacigua en la sencillez confiada de la súplica.
La Instrucción se dirige a la inteligencia: primero con la voz que
advierte y despierta, luego con la inspiración que ilumina y canta,
luego con la voz del Hijo que nos habla “como el amigo habla con el
amigo”. Y oídas todas estas voces, el Credo afirma la unidad de todas
ellas y responde al Señor como garantía de la fidelidad. 
Ofertorio


III. OFERTORIO El ofertorio está cifrado en la parte superior del pie,
donde ase el cáliz la mano del que va a beber. El Ofertorio es la
preparación inmediata; el momento en que se toman con la mano y se
disponen las cosas santas que van a ser ofrecidas. 
Leemos primero: Ofertorio, es decir, la antífona del Ofertorio que canta
el Coro. Luego, como cuatro cascos llevan los números 1, 2, 3, 4 y
representan las cuatro creaciones que recita el sacerdote a medida que
prepara y ofrece la materia del sacrificio: 
1. Súscipe: ofrecimiento del pan. 
2. Deus cui humanae substantiae: mezcla del vino y el agua. 
3. Offerimus tibi: ofrecimiento del cáliz. 
4. In spiritu humilitatis: ofrecimiento del pueblo. 
Los cuatro cascos se ajustan en un espacio en blanco que se vuelca sobre ellos representando el: Veni sanctificator omnipotens, que es una invocación al Espíritu Santo sobre la materia, antes dispuesta, del sacrificio. 
Luego hallamos un anillo con tres cifras correspondientes a los tres escrúpulos o temores del sacerdote: 
1. Lavabo: teme estar sucio 
2. el Súscipe que recapitula en Cristo porque teme haber olvidado algo, 
3. Orate fratres: gesto vergonzante de quien teme estar solo. 
Finalmente las Secretas que determinan en cada misa una intención
particular con arreglo a los misterios del día, cierra esta preparación
del ofertorio. (Este anillo de las Secretas debiera estar en blanco,
pues no se oyen estas oraciones). 
Ha terminado la triple preparación (preparación afectiva, preparación de
la inteligencia, preparación material) de la misa, y, en el CALIX, las
tres partes del pie que sostiene la copa. Vamos a entrar al sacrificio.



Elevación del Cáliz
IV ACCIÓN. El Prefacio o prólogo de la misa está representado claramente
en el arranque de la copa: sale del pie, que converge a él, y despliega
tres hojas de las que radian otras dos. Estas representan el Sanctus y
son dos por los dos tiempos en que se divide el canto del Sanctus. 
La Acción está contenida en la oración pontifical de la misa,
representada en el CALIX por los números 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y según
interrumpen dicha oración los dos Mementos (blancos A y B) y la
elevación de la hostia y del cáliz simbolizada por la vid y las espigas,
podemos leer:

Te igitur 
Memento de los vivos 
1. Comunicantes 
2. Hanc igitur 
3. Quam oblationem 
Espigas: Qui pridie: HOC EST ENIM CORPUS MEUM 
y Vid: Simili modo: HIC EST ENIM CALIX SANGUINIS 
4. Unde et memores 
5. Supra quae propitio ae sereno vultu 
6. Supplices te rogamus 
Memento de los difuntos 
7. Nobis quoque peccatoribus 
La Acción de la misa termina con la gran doxología: por Cristo Señor nuestro 
por quien creas ( la oración se dirige al Padre) todos estos bienes, los
santificas, los vivificas, los bendices y nos los repartes: por el
mismo, con el mismo, en el mismo, a ti, Dios Padre todopoderoso en
unidad del Espíritu Santo, toda honra y gloria: por los siglos de los
siglos. Y como al decir por los siglos de los siglos el sacerdote ha
elevado la voz, el pueblo responde, asintiendo al sacrificio: AMEN. 
V. PARTICIPACIÓN.
Esta última parte de la misa, conclusión natural de la Acción, empieza
en el diálogo que precede el Padre Nuestro. Su punto de partida, pues,
es padre nuestro que el pontífice recita los brazos en alto y su momento
culminante la Comunión de los fieles que toman de la víctima del
sacrificio. En el CALIX los dos momentos están representados por el
motivo de las espigas. 
Entre los dos grandes momentos de la Participación se ordenan tres
grupos de oraciones, interrumpidas por dos gestos (blancos A y B) y
cruzados por el canto del Agnus Dei. Así leemos: 
1. Haec commixtio et consecratio 
2. Agnus Dei 
3. Domine qui dixisti 
A. el pontífice da la paz al diácono que transmite luego . . . 
1. Dme. Jesu Xte. Fili Dei vivi 
2. Perceptio corporis tui 
3. Panem celestem accipiam 
B. el pontífice se golpea el pecho 
- Domine non sum dignus, de lo que somos avisados por la campanilla. 
1. Corpus Domini nostri: comulga 
2. Qui retribuam . . .? 
3. Sanguis Domini nostri: comulga 
Terminada con la comunión del pontífice, viene la de los fieles y, en el
CALIX la faja de espigas que la representa: espigas solas y no vid y
espigas pues el pueblo comulga bajo las solas especies de pan. Los
anillos siguientes del CALIX tienen significación clara: primero el de
la Communio, es decir, la antífona de la comunión que canta el coro; el segundo dice: Post Communio, corresponde a la oración solemne que recita el pontífice. 
La conclusión de la misa se lee en el último círculo del CALIX: A, representa el:-Ite missa est. B, la bendición, y, cerrando el círculo se ha escrito el evangelio de San Juan: -In principio erat Verbum. Los labios que beben se apoyan en este círculo pues el Verbum caro factum nos hace posible beber de este cáliz. 
La cinta que ondea sobre el CALIX lleva palabras de un salmo eucarístico
que profetizan la misa. Son del versículo quinto del salmo 22 y dicen:
Preparaste una mesa delante de mí. . . Mi cáliz que embriaga, ¡qué
excelente es! 
Capilla de Bédoin


Se ruega a las personas que deseen leer este poema gráfico con toda
claridad y prescindiendo de las indicaciones demasiado prolijas de esta
nota, quieran asistir a la misa cantada de la capilla benedictina del
Santo Cristo, única iglesia de Buenos Aires donde florece con dignidad
la divina liturgia. 






[1] Eternamente.

[2] Es el don místico conocido como recogimiento infuso.

[3] El pan de cada día…

[4] Alude a Efesios 4, 3: El lazo de paz, el vínculo de paz.

[5] También los pecados

[6] Algunos años después escribe: “Entretanto ¡qué avidez de la criatura que ama (que ama porque es amada) para recibir esta vida! Sicut modo geniti infantes:
corremos a la Misa con hambre, con deseo, con ansia. La malicia, el
fraude y todas esas divisiones y dobleces y arrugas que introduce en el
alma el pecado, simulaciones de la inteligencia, cálculos y cobardías de
la prudencia, ignoran esta avidez de los hijos nacidos de Dios”.
(Artículo: La Liturgia y el Ciego. Entrada y Reunión, en: Itinerarium 47/2 (1946) Enero-Febrero, cita en p. 64)

[7] Tachado: “ser transformado en él” y sustituido: por “ser yo su alimento”

[8] Nota del editor: Artículo ilustrado publicado en la revista NUMERO, Nº 23 - 24 Buenos Aires, Diciembre 1931 Págs. 82-83

[9] El gráfico es obra de Juan Antonio Spotorno

jueves, 16 de marzo de 2017






El problema litúrgico y la "reforma a la reforma"


Cuando
hace casi diez años el papa Benedicto XVI promulgó el motu proprio que
permitía a cualquier sacerdote celebrar libremente la Santa Misa con los
libros litúrgicos vigentes en 1962, expresó que su deseo era
restablecer la concordia en la Iglesia, fomentando la unidad entre los
católicos. Dicho texto parte de una evidencia incontrastable: deshacer
la reforma de la Iglesia que supuso el Concilio Vaticano II es casi
imposible, porque para entonces habían pasado ya cuarenta años de
cambios profundos y ellos estaban asentados entre los fieles. Pese a que
la anunciada primavera nunca mostró los frutos esperados, volver atrás
sin más habría supuesto, casi con seguridad, un cisma más profundos que
los anteriores que ha vivido la Iglesia, porque éste no habría implicado
criterios geográficos de separación sino de sentido eclesial y de
doctrina. El cisma no habría provocado una división geopolítica como el
de Oriente o la reforma protestante, sino al interior de cada Iglesia
local, como sucede con la High y la Low Church en el anglicanismo.




De
ahí que ya desde el inicio de su pontificado, con aquel célebre
discurso a la Curia con ocasión de la Navidad de 2005, el papa Benedicto
XVI hubiese insistido en la necesidad de una "hermenéutica de reforma
en la continuidad", vale decir, aceptar lo que existe, pero darle el
sentido católico que tiene merced al depósito de la Fe
recogido en el magisterio de la Iglesia. La llamada del Papa era,
entonces, a entender el último Concilio como un punto más del desarrollo
de la fe de la Iglesia y no como una ruptura en la lex credendi y la lex orandi.
Esa herméutica de la continuidad se evidenció en distintos gestos que
el propio Papa, y con él muchos obispos y sacerdotes repartidos por el
mundo, comenzaron a dar, recuperando los signos materiales del tesoro de
la Fe. Tal era el sentido del motu proprio Summorum Pontificum,
que pretendía contribuir al mutuo enriquecimiento de las dos formas de
expresión del rito romano, una ordinaria (el misal del papa Pablo VI
según su tercera edición típica) y otra extraordinaria (el misal de San
Pío V según la edición postípica de 1963), ambas igualmente válidas y
legítimas. 




 S.S. Benedicto XVI
(Foto: Liturgy Guy)


Como
Asociación hemos defendido que este enriquecimiento es posible y de él
dan muestra muchas celebraciones que intentan vivir el sentido de
sacralidad y continuidad usando el misal reformado. El Oratorio de Brompton
es quizá el caso más acusado de este enriquecimiento, pero existen
otros. También creemos que la forma ordinaria ha aportado algunos
elementos a la celebración hodierna de la Misa tradicional. El aporte
más importante es tal vez la correspondencia entre la acción sagrada del
sacerdote que ofrece el sacrificio y el pueblo que asiste a él, quien
participa con provecho mediante la recitación de las oraciones de
respuesta, como lo quería Pío XII en la instrucción sobre música sagrada
de 1958. Por cierto, enriquecimiento no significa sincretismo ni
mixtura caprichosa, donde cada cual toma lo que más le guste para
insertarlo en la otra forma, al estilo de la teoría de la elección
racional (rational choice). Por respeto hacia lo sagrado, los
ritos deben observarse tal y como están dispuestos por la Iglesia, Madre
y Maestra, que busca revestir de la debida reverencia la participación
incruenta en el sacrificio redentor ofrecido por Cristo, por una vez y
para siempre, en la cruz. Nada de esto quita que la Misa tradicional
exprese de mejor forma ese carácter sacrificial y cuide de separar el
sacerdocio real de los fieles de aquel ministerial y sacramental del
sacerdote, ayudando a cubrir el misterio con el velo de la sacralidad
que proviene del silencio y los gestos. Es esta la razón por la que
desde hace más de cincuenta años, sobrellevando incomprensiones y
dificultades, nuestra Asociación ha preservado la liturgia tradicional
de la Iglesia, un tesoro que no puede perderse y que debe conservarse
para las futuras generaciones. 




El artículo que ahora reproducimos, publicado originalmente en el sitio Liturgy Guy
el pasado 6 de diciembre de 2016, se aparta de lo que ha sido nuestro
pensamiento y sostiene que la reforma de la reforma no es la solución al
problema litúrgico que vive la Iglesia. Sin embargo, queremos
compartirlo con nuestros lectores porque recuerda un aspecto que ya ha
sido denunciado antes por otros: la libertad que el misal reformado
otorga al celebrante acaba por convertir la liturgia en un con junto de
opciones, donde puede elegirse el texto que más guste, y siempre con la
posibilidad de introducir moniciones para glosar el rito y dar una
notoriedad al sacerdote que no debiese tener. El Novus Ordo es
así un rito propiamente posmoderno, porque la sensibilidad y la verdad
como perspectiva contaminan la comprensión del misterio y su propia
función didáctica. Por el contrario, especialmente en la Misa se trata
de vivir ese consejo que daba San Josemaría Escrivá de Balaguer:
"Ocultarse y desaparecer es lo mío, que sólo Jesús se luzca". Debe ser
Cristo, con su enseñanza y sacrificio, quien verdaderamente se convierta
en el centro de la liturgia católica. Sólo así la Misa podrá ser la
fuente y cima de la vida cristiana, como deseaba el Concilio Vaticano
II. 



La versión original del artículo aparecido en Liturgy Guy puede verse aquí. La traducción es de la Redacción. 



 S.E.R. el Cardenal Raymond Leo Burke celebra una Misa pontifical conforme al Novus Ordo Missae en el Oratorio de Londres

***

Por qué la reforma de la reforma no es la solución

Brian Williams

En
estos tiempos, rara vez las discusiones sobre la urgente reforma de la
reforma del rito romano terminan bien. Aun cuando abundan las opiniones,
falta formación. En estas materias se enfrentan quienes son partidarios
de la libertad con quienes lo son de la continuidad, y se traza una
línea divisoria entre los que se aferran a las innovaciones
posconciliares y los que buscan una restauración.

Basta
observar lo que ocurre en Roma para darse cuenta de que las discusiones
sobre la renovación litúrgica son hoy tan poco bienvenidas como un tío
ebrio en Navidad. Recientemente el papa Francisco ha declarado que toda
sugerencia de una necesaria reforma de la reforma de la Misa es una
“equivocación”. La mera recomendación del Cardenal Sarah de que los
sacerdotes celebren la Misa ad orientem motivó rápidas reacciones
por parte de la Oficina de Prensa del Vaticano y del cercano confidente
del Papa, el P. Antonio Spadaro SJ, y el Cardenal fue de inmediato
citado a una reunión con el papa Francisco. El mensaje le quedó claro a
todo el mundo.

En
el plano diocesano la situación es similar. Por cada diócesis como la
de Lincoln (NE), o la de Madison (WI), en que se ha advertido apoyo del
obispo a la renovación litúrgica y, específicamente, a la Misa celebrada
ad orientem, se ha empleado la táctica de la mano dura por parte
de los obispos que se oponen a la renovación, como en el caso de Little
Rock (AR), Davenport (IA) y, últimamente, Manchester (NH).

Esto
nos remite a la importante cuestión de definir nuestro objetivo,
especialmente en lo relacionado con la reforma de la reforma, aun cuando
el papa Francisco parece simplemente rechazar su necesidad. Lo que
debemos hacer es plantearnos esta sencilla pregunta: ¿cuál es el
propósito de todo esto? En otros términos, ¿qué es lo que esperamos
obtener?

Hay quienes responden que el objetivo es una Misa Novus Ordo
más reverente. No nos equivoquemos: esto es muy recomendable. Refleja
el idealismo de muchos clérigos y laicos bien intencionados.




 Misa de primicia Novus Ordo en el Oratorio de Viena
(Foto: Triregnum / Cross Press)

Sin embargo, tenemos también a los realistas. Tanto por su propio diseño como por su desarrollo posconciliar, el Novus Ordo
es una liturgia de opciones. La Misa dominical más empobrecida
litúrgicamente podrá ser irreverente y profana, pero rara vez será
culpable de un abuso litúrgico específico.

Quienes
piden más clamorosamente la reforma de la reforma debieran recordar que
cualquier parroquia que hoy se atenga a la liturgia renovada está a
solo un paso pastoral de caer en la banalidad. Tal es la libertad que el
Novus Ordo, tanto en la forma como en la práctica, ha otorgado. Y
he aquí la razón de por qué una reforma de la reforma no puede ser la
solución, sino apenas una reparación transitoria.

En
este punto se hace presente el argumento en favor de la restauración.
El idealista tradicional piensa que la reparación transitoria es,
simultáneamente, la solución: la Misa tradicional, llamada también forma
extraordinaria de la Misa.

El
argumento en favor de la restauración de lo antiguo y en contra de la
reforma de lo nuevo es bien simple: existe en la liturgia tradicional
una estructura, podría decirse una “rigidez”, que permite poquísimas
innovaciones e improvisaciones. En la Misa tradicional se evita
cuidadosamente que aparezcan las opciones y la personalidad, las que
frecuentemente son, ambas, la marca registrada de la liturgia reformada.

Además,
ciertas innovaciones, como los ministros extraordinarios de la
Comunión, la comunión en la mano, los lectores laicos y las niñas
acólitos, brillan por su ausencia en la liturgia tradicional. En otras
palabras, precisamente aquellas áreas en donde más debates parroquiales
se suscitan, simplemente no existen en la Misa tradicional.




 Misa tradicional solemne

La
celebración de la Misa tradicional evita, por otra parte, discusiones
sobre prácticas litúrgicas que han existido desde los primeros siglos de
la Iglesia y que hoy son a veces consideradas discutibles, como por
ejemplo e
l uso mismo del latín en la Misa, celebrarla ad orientem,
cantar los Propios de la Misa en vez de cantos populares, usar el
gregoriano para el Ordinario de la Misa, arrodillarse para recibir la
Comunión, usar exclusivamente el Canon romano (hoy Plegaria eucarística
I).

La reforma se lleva a cabo cuando el Novus Ordo
se celebra incorporando, con toda la deferencia posible, las prácticas
mencionadas. Y aquí está el punto: la liturgia nueva se reforma sólo
cuando redescubre su pasado. Pero el mero hecho de que el nuevo rito
autoriza desechar todas estas prácticas por mera decisión del sacerdote o
de la comunidad deja en evidencia que esto no podrá ser jamás la
solución.

El Novus Ordo
resulta conveniente para los modernos partidarios que gustan de que la
Misa se amolde y pliegue de tal modo de poder reflejar las preferencias
personales, con lo que se pierde la constancia y universalidad que un
rito específico debiera tener, sin consideración de tiempo o espacio.  

Los
sacerdotes y parroquias “conservadores” que han procurado reformar la
reforma mediante la recuperación de elementos tradicionales y de mayor
reverencia, han hecho un gran servicio a Dios y a los hombres, a pesar
de que su fundamento es la arena y no la roca. Que nadie se equivoque en
esto: el fundamento sobre el que se construye la reforma de la reforma
es arena.

En
lo  personal, continuaré colaborando para promover la renovación
litúrgica necesaria en el rito romano. Es lo que hay que hacer. Sin
embargo, estoy convencido de que esta renovación sólo se llevará a cabo
mediante la restauración, no la reforma. 








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