jueves, 23 de marzo de 2017

KHAZARIA (XII): Los JUDÍOS como un mito antes de SU PROPIA CREACIÓN ASHKENAZI. ¿JUDEA?, BABILONIA, KHAZARIA, SIÓN Y ORIENTE MEDIO. O como dominar el mundo mediante cuentos BÍBLICOS. | Quién está detrás

KHAZARIA (XII): Los JUDÍOS como un mito antes de SU PROPIA CREACIÓN ASHKENAZI. ¿JUDEA?, BABILONIA, KHAZARIA, SIÓN Y ORIENTE MEDIO. O como dominar el mundo mediante cuentos BÍBLICOS. | Quién está detrás





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Familias de poder

KHAZARIA (XII): Los JUDÍOS como
un mito antes de SU PROPIA CREACIÓN ASHKENAZI. ¿JUDEA?, BABILONIA,
KHAZARIA, SIÓN Y ORIENTE MEDIO. O como dominar el mundo mediante
cuentos BÍBLICOS.

 
 
 
 
 
 
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Un estudio a considerar:


El Judío Errante, por Joseph Ferdinand Keppler, 1901,


nos muestra lo que fue el antes, el durante y el después de ese imperio absurdamente escondido: El jázaro del reino Khazar.


Ya hemos expuesto sobre ello profusamente, pero este estudio de 1901
se le antoja a uno relevante por la cantidad de datos concretos que
aporta sobre el papel de la idiosincrasa judía desde antes de Jesucristo
hasta nuestros días vigentes (Ashkenazis), pasando, claro está, en el
establecimiento de Sión (Israel, XIX y XX y aún XXI en sus
postrimerias),  el antisemitismo que tan claramente y “sabiamente” han
sabido imponer en todo el orbe hacia el común, la imposición de la usura
aún más férrea que antaño si cabe, como elemento sojuzgador de todos
los pueblos mediante la perpetuación de la “Deuda Soberana” ya antígua y
la complicación hacia el común en cuanto a su propio entendimiento
(extracción de energía y su distribución mediante Oro y otros metales,
papel fraccionario y aún fiduciario, o sea humo de confianza)


Pero queda claro por anteriores entradas y ésta que ni son semitas,
ni árabes ni nada parecido por lo que puedan reclamar propiedad
histórica alguna sobre Palestina (invadida por la ONU sionista y en su
poder) y ya explicado. Palestina que por cierto, hoy, en el momento en
que se escribe esto se ve sujeta a un recrudecimiento de la guerra Hamas
– Israel por un “dime cómo me atacas y te diré como respondo” y de
mientras a morir los que están vivos realmente.


Hay que seguir repasando la historia, recuperándola para nosotros si
es que nos queremos enterar de algo, al menos y cuando menos, para que
sepamos por qué nos va a caer la bomba de un momento a otro.


¿Son judíos realmente? ¿Son semitas? ¿Son Babilónicos? ¿Son Jázaros? ¿Son judíos alemanes (Ashkenazis)? (Son sionistas?


¿O son otra cosa?


¿O es que son Ários?


Aquí el artículo que se recomienda leer:






¿Quiénes son y de dónde vienen realmente los Judíos?


El Judío Errante, por Joseph Ferdinand Keppler, 1901
El Judío Errante, por Joseph Ferdinand Keppler, 1901
El mito fundamental del sionismo es el regreso del pueblo judío a su tierra. Según
dicho mito, el pueblo soberano de Israel fue conquistado y exiliado a
lo largo y ancho del orbe pero se mantuvo marginal y unido, inspirado
por la memoria de su antigua soberanía. A finales del siglo XIX, el
pueblo judío inició su retorno, que culminó en la dramática creación del
Estado de Israel en 1948, dando cumplimiento al anhelo de dos milenios.


El historiador de la Universidad de Tel Aviv Shlomo Sand, en su notable libro La invención del pueblo judío, explora el trabajo académico pasado y presente para refutar
la historiografía sionista subrayando su carácter mitológico, y nos
cuenta en cambio la historia de una minoría religiosa y de su credo
oscilante entre el proselitismo y la conversión
, sujeta a las mismas fuerzas sociales que afectan a cualquier otra minoría religiosa.





Inspirado por el mito sionista, judíos de Israel


“Los judíos saben a ciencia cierta que una nación judía
ha existido desde que Moisés recibió las tablas de la ley en el monte
Sinaí, y que son sus descendientes directos y exclusivos (con excepción
de las diez tribus, que todavía no se han encontrado). Están convencidos
de que esta nación “salió” de Egipto, conquistó la “Tierra de Israel”
(…) También están convencidos de que esta nación fue exiliada, no una
vez sino dos, después de su periodo de gloria —tras la caída del primer
templo en el siglo VI a.C., y de nuevo tras la caída del Segundo Templo,
en el año 70 d.C. (…) “Creen que ese pueblo —su “nación”, que debe ser
la más antigua— vagó en el exilio durante casi dos mil años y, sin
embargo, a pesar de esta prolongada estancia entre los gentiles logró
evitar la integración o asimilación en el seno de éstos (…)


“Entonces —sostienen—, a finales del siglo XIX una circunstancias
excepcionales se combinaron para despertar al viejo pueblo de su largo
letargo y prepararlo para el rejuvenecimiento y para el retorno a su
antigua patria. Y, de ese modo, la nación comenzó a regresar con
alborozo (…)


“(…) Cierto, algunas personas a las que nadie había invitado se
habían instalado en esta tierra, pero dado que “durante toda su Diáspora
el pueblo se mantuvo fiel a ella” por espacio de dos milenios, la
tierra de Israel pertenecía sólo al pueblo judío y no a ese puñado de
gentes sin historia que simplemente se habían tropezado con ella. Por lo
tanto, las guerras libradas por la nación errante para conquistar el
país estaban justificadas, la violenta resistencia de la población local
fue criminal, y solo merced a la (muy bíblica) misericordia de los
judíos les fue permitido a esos extranjeros permanecer y vivir en el
seno y al lado de la nación que había regresado a su idioma bíblico y a
su tierra maravillosa”.
Sand subraya la finalidad reaccionaria a la que sirve el mito.


“Dominado por el particular concepto de nacionalidad
propio del sionismo, sesenta años después de su creación el Estado de
Israel todavía se niega a verse a sí mismo como una República al
servicio de sus ciudadanos (…) La excusa para esta grave violación de
uno de los principios de la democracia moderna, y para la preservación
de una etnocracia desbocada manifiestamente discriminatoria contra
algunos de sus ciudadanos, se basa en el mito activo de una nación
eterna que en última instancia debe congregarse en su tierra ancestral”.

De izqda a dcha: Judío Ashkenazi, Judío yemení y Judío indio.
La ausencia de pruebas de expulsión, y la preeminencia —socavadora
del mito— de la conversión y el proselitismo en la historia de la
comunidad judía, demuestran que los judíos y el judaísmo eran iguales a
cualquier otra minoría religiosa y a su credo. Los babilonios,
efectivamente, deportaron a la élite judía cuando conquistaron el reino
de Judá en el siglo VI a.C., pero ni babilonios ni asirios deportaron a
poblaciones enteras. El templo fue reconstruido y Jerusalén devastada
por los romanos cuando éstos aplastaron la revuelta zelote en el año 70
d.C., pero “en ningún lugar de la abundante documentación romana
se halla mención alguna sobre ninguna deportación de la población de
Judea”
. Tampoco la revuelta de Bar Kochba terminó en expulsión.
“Es probable que se llevaran a los combatientes cautivos, y otros
seguramente huyeron (…) pero las masas de Judea no fueron exiliadas en
el año 135 d.C.”


Los historiadores nacionalistas (Heinrich Graetz a mediados del siglo
XIX, Simon Dubnow a finales del XIX y principios del XX, Salo Baron a
mediados del siglo XX) no vincularon los conceptos de exilio y
destrucción. Graetz y Dubnow se hicieron eco del dramático relato de
Flavio Josefo sobre la destrucción de Jerusalén; Baron fue más
académico, pero buscó sobre todo “evitar una conexión entre el fin de
Judea como entidad política y la desaparición de la ‘nación étnica’
judía, que ‘nunca encajaba completamente en los patrones generales de
las divisiones nacionales’. Así pues, los judíos son un pueblo con un
pasado extraordinario diferente de cualquier otro pueblo”. Los
historiadores sionistas (Yitzhak Baer y Ben-Zion Dinur, de la
Universidad Hebrea, mediados del siglo XX) no abonaron la tesis de la
expulsión en el año 70, pero la trasladaron a una fecha posterior a la
conquista árabe del siglo VII d.C., tal como veremos más adelante.


El rápido crecimiento de la población judía en todo el Mediterráneo
oriental antes del año 70 d.C. plantea otro problema para los
historiadores nacionalistas. Para explicar ese crecimiento, La
perspectiva sionista establece una lista de posibles causas que, en
orden decreciente de importancia, comprende las deportaciones, las
emigraciones para huir de la penuria, la emigración voluntaria, y, por
último, un movimiento de proselitismo y de conversión que culminó en el
siglo I d.C. Sand afirma que el último factor fue con mucho el más
importante, a pesar de la visión convencional según la cual el judaísmo
sería una religión no proselitista y aislante. En una disertación
heterodoxa impartida en la Universidad Hebrea en 1965, Uriel Rapaport
afirmó categóricamente: “Habida cuenta de su gran escala, la
expansión del judaísmo en el mundo antiguo no puede explicarse por el
crecimiento natural de la población judía, por la migración de judíos
desde su patria, o por ninguna otra explicación que no incluya la
adhesión de extranjeros al seno de la comunidad religiosa judía
“.
“Rapaport se unió a una tradición historiográfica (no judía) que
incluía a los grandes eruditos de la historia antigua”, los cuales
“afirmaban, para usar las palabras fuertes de Theodor Mommsen, que ‘el
judaísmo antiguo no era en absoluto exclusivo; al contrario, era tan
proclive a propagarse como el cristianismo y el Islam lo serían en el
futuro
’”. La tesis “fue bien recibida en la Universidad Hebrea”
en 1965, “antes de la guerra de 1967, antes del endurecimiento del
etnocentrismo en Israel, y más tarde en las comunidades judías del mundo
occidental”.





La expansión mediante la conversión fue la práctica principal de la dinastía de los Asmoneos, fundada en 165 a.C.
La historiografía sionista “presentó al judaísmo como opuesto al
helenismo y describió la helenización de las élites urbanas como una
traición”. Sin embargo, “lo que los Macabeos expulsaron de Judea no fue
el helenismo sino el politeísmo. Los asmoneos y sus estructuras de poder
eran irreductiblemente monoteístas y típicamente helenísticas”. “El
helenismo inyectó al judaísmo el elemento vital del universalismo
antitribal, que a su vez reforzó el apetito de los gobernantes por
propagar su religión (…) Los asmoneos no se proclamaban descendientes de
la Casa de David y no veían ninguna razón para emular la historia de
Josué, el mitológico conquistador de Canaán”. Los asmoneos conquistaron
Palestina central y meridional, convirtieron a sus habitantes por la
fuerza y más tarde hicieron lo mismo en Galilea. A principios del siglo
III a.C. se inició en Alejandría una traducción griega de la Biblia: el
judaísmo se estaba “convirtiendo en una religión multilingüe”. “No es
exagerado afirmar que, de no haberse producido la simbiosis entre
judaísmo y helenismo, que fue lo que más que ningún otro factor
transformó al judaísmo en una religión dinámica y de propagación durante
más de trescientos años, el número de judíos en el mundo de hoy sería
aproximadamente el mismo que el número de samaritanos.” “La Mishna, el
Talmud y numerosos comentarios rebosan de declaraciones y debates
destinados a convencer al público judío de que acepte a los prosélitos y
los trate como a iguales.” Parte de la competencia del
cristianismo con el judaísmo en el siglo I d.C. surgió de la “mitología
sobre la idea de que los judíos habían sido exiliados como castigo por
haber rechazado y crucificado a Jesús”
, que data de los escritos de Justino el Mártir en el siglo II y que reprodujeron otros escritores cristianos.


Cuando el cristianismo se convirtió en la religión del Estado
bizantino bajo Constantino I, “el estatuto jurídico de los judíos no se
alteró drásticamente”, pero los edictos represivos contribuyeron al
declive del judaísmo. Además, “los creyentes judíos comenzaron a adoptar
la noción de exilio como castigo divino”. “El concepto de exilio llegó a
moldear las definiciones del judaísmo rabínico con respecto al
creciente poder del cristianismo.” El “futuro que habría de abolir el
exilio era totalmente mesiánico y quedaba por completo fuera del poder
de los judíos humillados”. La población judía comenzó a disminuir cuando
las ganancias por proselitismo se convirtieron en pérdidas por
conversión al cristianismo.


Para los historiadores sionistas, todavía “era necesario disponer de
un exilio forzado, de lo contrario sería imposible comprender la
historia ‘orgánica’ del pueblo judío ‘errante’ (…) El comienzo del
‘exilio-sin-expulsión’ (…) comenzó sólo con la conquista árabe”. Esto
ayudó “a reducir al mínimo el tiempo de exilio para maximizar la
reclamación nacional de propiedad sobre el país”. “Según Dinur, el país
cambió de manos debido exclusivamente a ‘la incesante penetración en el
país de gentes del desierto, a su fusión con sus exóticos elementos
(sirio-arameos), a la adopción de la agricultura por parte de los nuevos
conquistadores y a su apropiación de tierras judías’”. Sin embargo,
“Dinur exhibe una “embarazosa falta de fuentes documentales en su empeño
por fundamentar su tesis” acerca de una expulsión de los judíos a
instancias de los musulmanes. La drástica disminución de la población
judía “tras la conquista musulmana del siglo VII (…) no se debió a que
los judíos fueran expulsados del país, un hecho sobre el que no existe
la más mínima evidencia en las fuentes históricas”.


La confiscación de tierras fue mínima debido a que el ejército
conquistador era relativamente pequeño y tras su victoria partió rumbo a
nuevas campañas. Además, los conquistadores tenían una “actitud
bastante liberal hacia las religiones de los pueblos derrotados, siempre
que fueran monoteístas, por supuesto”. A cristianos y judíos solo les
exigían el pago de un impuesto de capitación. A falta de otras pruebas,
“es razonable suponer que en Palestina / Tierra de Israel se inició un
lento y moderado proceso de conversión al Islam que supuso la
desaparición de la mayoría judía en el país”.


Sobrepasado por los flancos en el Mediterráneo, el judaísmo se expandió en los márgenes del cristianismo.
La poderosa tribu y reino de Himyar, que de hecho gobernaba Yemen, se
convirtió al judaísmo en el año 378, y una dinastía judía gobernó hasta
el primer cuarto del siglo VI d.C. Es probable que los himyaritas fueran
el origen de la tribu de los judíos falasas etíopes. En 525 el reino
Himyar fue conquistado por el reino cristiano de Aksum, situado al otro
lado del Mar Rojo, en la Etiopía moderna. En 570 la zona fue conquistada
por los persas, que paralizaron su cristianización, pero el país no se
convirtió al zoroastrismo. Cuando los ejércitos islámicos llegaron en el
año 629 se encontraron con una población cristiana y judía, y “el
profeta les advirtió en una carta que no obligaran a la población local a
convertirse al Islam”.


Los judíos Himyaritas fueron la base histórica de los judíos
yemeníes. Baron escribió “varias páginas acerca de ‘los antepasados de
la judería del Yemen’, y trató de varias maneras de justificar el duro
trato que aquellos judíos yemeníes dispensaron a los cristianos”, por
ejemplo en el caso del rey Dhu Nuwas, que masacró a 20.000 personas por
rechazar la conversión. Esta masacre fue objeto de debate en un programa
de la BBC sobre los himyaritas y provocó las protestas de la Junta de
Delegados de la judería británica, cuyo portavoz descalificó a Dhu Nuwas
tachándolo de “renegado converso”. “De todos es sabido que el judaísmo
no es una religión proselitista” sostuvo el portavoz de la Junta de
Delegados. La BBC recibió el apoyo de historiadores israelíes, uno de
los cuales afirmó: “Él el rey Dhu Nuwas masacró efectivamente a muchos
cristianos. El volumen de conocimientos sobre ese asunto es cada vez
mayor. La tribu se convirtió a finales del siglo IV, y en aquellos días
el judaísmo se consideraba misionero. Es un asunto sensible desde un
punto judío ¡sionista!”. Los himyaritas desaparecieron de la
historiografía sionista.


“La monumental compilación de Dinur titulada Israel en el
exilio se abre en el siglo VII d.C. con el pueblo judío camino al
destierro’, de manera que el anterior reino judío al sur de Arabia
desaparece. Algunos académicos israelíes cuestionaron el carácter judío
de los himyaritas, que probablemente no eran enteramente rabínicos,
mientras que otros estudiosos simplemente pasaron por alto este
problemático capítulo de la historia. Los libros de texto publicados en
Israel tras la década de 1950 no mencionaban el reino meridional
proselitizado”.
Haim Zeev Hirschberg, académico israelí especializado en los judíos
árabes, afirmó que los judíos que llegaron de la Tierra de Israel (…)
eran el alma viva de la comunidad judía del Yemen (…) decidían sobre
todos los asuntos”. Sand sostiene que “Hirschberg no tenía la menor
prueba sobre el número, caso de haber alguno, de “judíos de nacimiento”
existentes en las diferentes clases de la sociedad Himyarita, ni sobre
el origen de los que abrazaron la fe judía. Pero en Hirschberg el
imperativo etnocéntrico era más fuerte que su formación histórica, y le
exigía concluir su trabajo con la llamada de la sangre’”. Los
historiadores yemeníes, en cambio, “insisten en que los judíos del Yemen
son ‘una parte inseparable del pueblo yemenita. Estas gentes se
convirtieron y adoptaron la religión judía en su patria, que por aquel
entonces practicaba la tolerancia religiosa’”.


El norte de África constituyó otro exitoso capítulo de proselitismo
judío, probablemente a partir de los sobrevivientes fenicios del saqueo
romano de Cartago. Existen pruebas arqueológicas y epigráficas
sustanciales que dan fe de la existencia de vida religiosa judía. Los
años 115-17 fueron testigo de una “revuelta mesiánica anti-pagana a gran
escala” dirigida por un rey judeo-helenístico. Los emperadores romanos
Severos de los siglos II y III eran oriundos del norte de África y
practicaban una política filo-semita. Los escritores cristianos
norteafricanos Tertuliano y Agustín reconocieron la fuerza del judaísmo.


Una reina bereber judía llamada Dihya al-Kahina agrupó a las tribus
del este de Argelia y derrotó al general omeya Hassan ibn al-Numan en
689. Cinco años más tarde, las tropas de éste la mataron en el campo de
batalla y sus hijos se convirtieron al Islam, uniéndose a los
conquistadores. En el siglo XIV Ibn Khaldun escribió sobre el reinado de
Dihya al-Kahina y describió a las tribus bereberes judías que habitaban
el territorio comprendido entre la moderna Trípoli y Fez, en Marruecos.


“Estas áreas tribales coinciden aproximadamente con los
lugares donde las comunidades judías persistieron hasta los tiempos
modernos”. En el relato de Sand, Hirschberg excluyó esta historia, y con
ella a la reina bereber, así como las pruebas de la ascendencia bereber
judía. “Su esfuerzo constante por demostrar que los judíos eran una
nación étnica arrancada de su antigua patria (…) satisfacía el
imperativo de la historiografía sionista dominante (…) que constituía la
“fuente científica” de los “libros de texto estándar de historia del
sistema educativo israelí”.
Descartada esa historia, aún queda un “gran enigma en los textos de
historia de Israel (…) la existencia en Hispania de una comunidad judía
tan numerosa”. La evidencia lingüística sugiere que los judíos sefarditas son mayoritariamente descendientes de árabes, bereberes y europeos convertidos al judaísmo“.
Además, “el hebreo y el arameo hicieron su aparición en los textos
judíos europeos sólo en el siglo X d.C. y no fueron producto de una
evolución lingüística autóctona previa. Eso significa que los exiliados o
emigrados de Judea no se establecieron en Hispania en el siglo I ni
introdujeron su lengua original”. Los judíos ibéricos dieron la
bienvenida a sus conquistadores musulmanes por lo que suponían de
respiro respecto al cristianismo visigodo, y la afluencia bereber, junto
con un mayor proselitismo, incrementó la población judía hasta que la
conversión al Islam se impuso. Ésta se vio contrarrestada
sustancialmente por la inmigración “de judíos procedentes de todo el sur
de Europa y en mayor número aún del norte de África”, motivada por la
“admirable simbiosis entre judaísmo y arabismo tolerante en el reino de
Al-Andalus y en los principados que lo sucedieron”.





Los prosélitos Himyaritas y bereberes palidecen ante los jázaros, que gobernaron desde el siglo IV a lo largo del Volga y al este de Ucrania en la península de Crimea y en la Georgia moderna. La
Ruta de la Seda y el Don y el Volga dieron al reino un comercio rico y
floreciente, así como los medios para mantener un poderoso ejército.
Aunque el “lenguaje jázaro consistía en dialectos huno-búlgáricos más
otros dialectos de la familia turca”, “no hay duda (…) de que la lengua
sagrada de los jázaros y su lengua de comunicación escrita era el
hebreo”. Los jázaros se convirtieron gradualmente al judaísmo entre mediados del siglo VIII y mediados del siglo IX,
y lo hicieron por la misma razón “que explica la conversión de Himyar
(…) a saber, el deseo de seguir siendo independientes frente a poderosos
imperios expansivos (…) Si los jázaros hubieran abrazado el Islam (…)
se habrían convertido en súbditos del califa. Si hubieran permanecido
paganos, los musulmanes los habrían marcado para la aniquilación (…) El
cristianismo, por supuesto, los habría convertido en tributarios del
Imperio Oriental”. La conversión al judaísmo se inició con la
élite, y con el tiempo abarcó a la mayor parte de la población. El
judaísmo jázaro era sustancialmente rabínico, aunque también es posible
que floreciera el judaísmo Kairate, una secta similar al protestantismo
que considera a la Biblia hebrea como la única autoridad.




Los ancestros de los Judíos sefardíes se remontan a los bereberes, según las investigaciones de Paul Wexler.
A semejanza de Al-Andalus, “el poder jázaro protegió a judíos, musulmanes, cristianos y paganos”. A
finales del siglo X y principios del XI, Kiev, hasta entonces
territorio vasallo del poder jázaro, se alió con Bizancio y derrotó el
reino jázaro.
 El judaísmo pervivió en las ciudades, las estepas
y las montañas para ser barrido por la conquista mongol del siglo XIII,
exceptuando algunos vestigios que pervivieron en las montañas. El
imperio jázaro estaba demasiado bien atestiguado “por fuentes árabes,
persas, bizantinas, rusas, armenias, hebreas, e incluso por fuentes
chinas” como para ser ignorado, pero Graetz, Dubnow, Baron y Dinur lo
rechazaron por considerarlo un fenómeno pasajero, un rompecabezas, o el
resultado de una migración masiva de la “Tierra de Israel”. El único
estudio israelí de los jázaros, realizado por Abraham Polak y publicado
por última vez en 1951, aseguraba a sus lectores que una gran comunidad
judía creció allí, de la cual los jázaros prosélitos eran sólo una
parte’”. Sand sugiere que en los años 1950 y 1960 “los mercaderes
israelíes de memoria” temían “por la legitimidad del proyecto sionista
en caso de que se llegara a saber de forma amplia que las masas judías
de colonos que se estaban asentando en Palestina no eran descendientes
directos de los ‘Hijos de Israel’”. “La conquista de la ‘Ciudad de
David’ en 1967 debía ser obra de los descendientes directos de la Casa
de David y no, Dios nos libre, de descendientes de los curtidos jinetes
de las estepas del Volga y del Don, de los desiertos del sur de Arabia o
de la costa del norte de África.”


Sand también tiene en cuenta el argumento popularizado por Arthur Koestler en La treceava tribu según el cual la migración de los jázaros habría sido el origen de los judíos de Europa oriental,
en contra de la opinión sionista estándar según la cual esos judíos
emigraron de Alemania occidental (vía Roma y la “Tierra de Israel”).
“Jazaria se derrumbó poco antes de la llegada de los judíos a Europa del
Este, y es difícil no relacionar ambos sucesos”. Desde
principios del siglo XIX los jázaros fueron estudiados a fondo por
acreditados estudiosos rusos, polacos y soviéticos, tanto judíos como
gentiles, y fueron comúnmente considerados como el origen de los judíos
de Europa del Este.
 Polak, y después de él Baron y Dinur
reconocieron a los jázaros como el origen de los judíos orientales,
aunque todos ellos fustigaron los orígenes proselitizados de los
jázaros.


Quizás la fuente más persuasiva citada por Sand sobre los orígenes
proselitizados de los judíos ashkenazis sea el lingüista de la
Universidad de Tel Aviv Paul Wexler, autor de Los judíos ashkenazis: un pueblo eslavo-turco en busca de una identidad judía (y autor asimismo de Los orígenes no judíos de la judíos sefarditas). Wexler afirma que “el
lenguaje conocido como yiddish (…) se desarrolló en el siglo IX en
tierras bilingües germano-eslavas como una forma judaizada del sorabo
“.
El sorabo es un idioma eslavo hablado hoy por unas 50.000 personas en
Brandenburgo, al sureste de Alemania. “El yiddish no es una ‘forma de
alemán’”. Las “pequeñas comunidades judías en los territorios
monolingües del oeste de Alemania” no pueden haber sido el origen de los
millones de judíos de la Europea oriental. “El judeo-sorabo sufrió una
relexification” (…) a partir de los siglos IX y X y, como más tarde, a
principios del siglo XIII”. “El resultado fue (…) el injerto de
vocabulario del alto alemán oriental (…) a la sintaxis, fonología,
fonotaxis y, en cierta medida, morfología del judeo-sorabo. Así, a pesar
de su ‘aire alemán’, el yiddish sigue siendo un idioma eslavo
occidental”. El hebreo moderno es también una lengua eslavano un “renacimiento” del antiguo hebreo semita,
algo “imposible (…) porque no existen hablantes nativos que puedan
proporcionar una norma nativa”. “El hebreo moderno simplemente incorpora
la sintaxis y el sistema fonético de la lengua yiddish oriental hablada
por los primeros planificadores modernos del idioma hebreo en la
Palestina Otomana, mientras que su léxico (…) fue sistemáticamente
sustituido por vocabulario hebreo tomado de la Biblia y de la Mishná”.



Más del 90% de los Judíos actuales son de
origen Ashkenazi (europeo). Y no Israelita. De hecho, los auténticos
descendientes de los Judíos podría decirse que son los Palestinos.
Wexler argumenta a partir de la evidencias lingüísticas y de otro tipo “que los
judíos ashkenazis han debido de consistir en una mezcla de griegos,
romaníes balcánicos, eslavos balcánicos, germano-eslavos y turcos
(jázaros, avares) convertidos al judaísmo y sus descendientes, junto con
una exigua minoría de judíos étnicos, éstos últimos con toda
probabilidad oriundos de otras partes de Europa más que de la propia
Palestina
”. Por razones lingüísticas, Wexler rechaza la
hipótesis de la migración masiva de jázaros, argumentando que hubo más
conversión sobre el terreno que migración. “Por lo tanto, el
judaísmo contemporáneo se define mejor no como la continuación del
judaísmo que sirvió como antecedente del cristianismo y del Islam, sino
como una nueva variante judaizada del paganismo europeo
 (principalmente
eslavo) y del cristianismo (…) la mayoría de las características del
antiguo judaísmo palestino y del hebreo semita que se hallan en el
‘judaísmo’ ashkenazi y en el ‘hebreo’ ashkenazi medieval/israelí moderno
fueron préstamos posteriores y no herencia original subrayado en el
original”. Esta tesis ha sido oscurecida por el chovinismo filo-alemán y
anti-eslávico de estudiosos de ascendencia ashkenazi, tanto judíos como
gentiles, debido a sus anteojeras disciplinarias y también a la
inercia.


Sand estudia también el racismo sionista, desde el proto-sionista
Moses Hess, que “necesitaba una buena dosis de teoría racial para
elaborar su ensoñación del pueblo judío”, hasta las ideas del padrino de
los kibutz Arthur Ruppin “sobre la lucha darwinista de la ‘raza
judía’”, incluyendo consultas con “expertos” de la Alemania nazi, hasta
el discreto intento de los genetistas israelíes tras 1948 “para
descubrir una homogeneidad biológica entre los judíos del mundo”
mientras investigaban enfermedades de judíos reveladas por portadores de
Tay-Sachs oriundos de Europa del Este, pero también por portadores de
favismo yemenitas e irakíes. “El control israelí desde 1967 sobre una
población no judía cada vez mayor”, y la consiguiente necesidad de
“encontrar una frontera etnobiológica” que subraye “las similitudes
genéticas básicas (…) y la pequeña proporción de genes ‘extranjeros’ en
el paquete genético de los judíos” condujo a “nuevos hallazgos” que
“corroboraron la literatura acerca de la dispersión y el vagabundeo de
los judíos desde la antigüedad hasta el presente. Por fin, la biología
confirmó la historia” en la actual pseudo-ciencia de la “genética
judía”.


Israel “se convirtió en líder mundial en la ‘investigación de los
orígenes de las poblaciones’”, aunque “los investigadores israelíes (…)
mezclaban regularmente mitologías históricas con presunciones
sociológicas y con dudosos y escasos hallazgos genéticos”. Entre estos
se cuentan el ADN mitocondrial que supuestamente demostraría que “el 40%
de todos los ashkenazis del mundo descienden de cuatro matriarcas (como
en la Biblia)”, y un haplotipo presente en el 50% ciento de los varones
llamados Cohen, que “demostraba” que “la casta sacerdotal judía fue
realmente fundada por un antepasado común hace treinta y tres siglos”.
Esta basura apareció impresa en publicaciones como Nature y el American
Journal of Human Genetics, y fue respetuosamente reproducida en Haaretz y
en otras publicaciones, pero pocas veces se publicaron opiniones
escépticas o hallazgos sensu contrario. “Sin embargo, hasta ahora,
ninguna investigación ha encontrado características únicas y
unificadoras de herencia judía basadas en un muestreo aleatorio de
material genético cuyo origen étnico no sea conocido de antemano (…) a
pesar de todos los costosos esfuerzos ‘científicos’ realizados, un
individuo judío no puede ser definido de ninguna manera por criterios
biológicos”.


El relato del judaísmo que realiza Sand desde la exclusiva genealogía
israelita hasta el proselitismo helénico pasando por el proselitismo y
la conversión en los márgenes de la Cristianidad, en Arabia, Norte de
África, Hispania y entre los jázaros y eslavos, junto con la
introversión defensiva posterior al triunfo final del cristianismo,
constituye la interesante y convincente historia de una minoría
religiosa sometida a fuerzas históricas comunes.


El relato contrario, que nos habla de un pueblo judío
unitario expulsado de su patria y errante en el aislamiento de su exilio
durante dos mil años hasta que comienza a regresar a finales del siglo
XIX d.C., es un mito reaccionario que el sionismo ha desplegado para
conquistar Palestina y recabar apoyo para esa conquista.
 Hoy en
día el mito pervive incuestionado tanto en Israel como en el resto del
mundo. Nada “ha desafiado a los conceptos fundamentales que se
elaboraron a finales del siglo XIX y principios del XX”. Los avances en
el estudio de las naciones y del nacionalismo no “afectaron a los
departamentos de ‘Historia del Pueblo de Israel’ (también conocido como
de historia judía) de las universidades israelíes. Ni,
sorprendentemente, han dejado huella alguna en la amplia producción de
los departamentos de estudios judaicos de las universidades americanas o
europeas”. El mito sionista expresa una conciencia judía virulentamente racista. Desde
el punto de vista canónico liberal, “cualquier persona que argumentara
que todos los judíos pertenecen a una nación de origen extranjero habría
sido catalogado automáticamente como antisemita. Hoy en día,
quienquiera que se atreva a sugerir que la gente conocida en el mundo
como judíos (a diferencia de los actuales israelíes judíos) nunca han
sido, y siguen sin serlo, un pueblo o una nación, es denunciado
inmediatamente como alguien que odia a los judíos”.


Artículo original


Otras lecturas recomendadas

Libros recomendables disponibles en español

Otros libros, disponibles sólo en inglés




FUENTE: http://alertajudiada.wordpress.com/quienes-son-y-de-donde-vienen-realmente-los-judios/


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