Juan I, Rey de Navarra y II de Aragón (1398-1479).
Rey de Navarra (Juan I,1429-1479) y Rey de Aragón (Juan II, 1458-1479), nacido en Medina del
Campo (Valladolid) el 29 de junio de 1398, y muerto en Barcelona el 19
de enero de 1479. Se trata de uno de los más importantes monarcas
hispanos de todos los tiempos, el más longevo de todo el Cuatrocientos,
lo que propició su intervención continua en el devenir político y
militar no sólo de los territorios de los que fue monarca, sino también
en Castilla, de donde era natural y donde tenía títulos y rentas, o en
Italia, con motivo de la expansión de la Corona de Aragón por el
Mediterráneo.
Primeros años (1398-1416)
El infante Juan fue hijo segundogénito de Fernando de Antequera, coronado como Fernando I de Aragón en 1412, y de la esposa de éste, doña Leonor de Alburquerque.Su padre fue el primer rey aragonés de la dinastía Trastámara, pero ya
antes de ceñir la corona se había convertido en el hombre fuerte del
reino de Castilla, tutor de su sobrino, el rey Juan II,
durante la minoría de edad del joven monarca. Los planes de Fernando el
de Antequera pasaban por repartir entre sus numerosos hijos los títulos
y rentas que poseía en Castilla, quedando convertido el infante Juan en
Duque de Peñafiel y señor de Castrogeriz. Encaminado pronto su hermano Alfonso a ceñir la corona de Aragón, el infante Juan, junto a sus hermanos los infantes Enrique (maestre de la Orden de Santiago) y Sancho (maestre de la Orden de Alcántara), se convertiría en el representante por excelencia de esos Infantes de Aragón, a los que aludiría el poeta Jorge Manrique en sus inmortales Coplas
y cuya posición de privilegio en Castilla, aun siendo la dinastía
reinante en Aragón, sería la causante de tantas peleas, luchas y guerras
en la España de la primera mitad del siglo XV.
Pero no conviene
adelantar acontecimientos y es preferible continuar con la infancia del
joven Juan. Como señaló Benito Ruano, es bastante probable que su tío
segundo, el famoso Enrique de Villena,
se hubiese encargado de la educación de los jóvenes infantes de Aragón,
lo que ayudaría a entender la protección que todos ellos dispensaron a
las artes y a las ciencias. Sin embargo, muy pronto la política
comenzaría a ser la ocupación principal del infante Juan, pues desde el
momento en que su padre fue elegido rey por los compromisarios de la
Corona de Aragón reunidos en Caspe (1412), tanto su hermano mayor,
Alfonso, como él mismo quedaron convertidos en los principales
colaboradores de la política paterna. En un primer momento, Juan pareció
encaminarse hacia los asuntos italianos, al ser nombrado por su padre
Lugarteniente general de Cerdeña y Sicilia (1414-1416); en 1415, para
aquilatar este proyecto, se negoció su matrimonio con Juana II,
Reina de Nápoles, lo que inclinaría su balanza definitivamente hacia
tierras partenopeas. Pero la decisión de Juana II de casarse con Jacobo
de Borbón, Conde de la Marca, significó un paso atrás en este sentido,
de forma que tras la muerte de su padre y la entronización de su hermano
como Alfonso V de Aragón (1416), Juan decidió por propia voluntad
regresar a la península Ibérica, pues no le atraían en absoluto los
asuntos italianos, todo lo contrario que su hermano el rey Alfonso, que
pasaría en Nápoles gran parte de su vida.
La política en Castilla (1416-1425)
A la muerte de Fernando I, la disposición testamentaria había dejado al infante Juan un enorme patrimonio territorial, tanto en rentas
como en títulos, centrado sobre todo en el reino de Castilla. A los
títulos de Duque de Peñafiel y Duque de Montblanc, unía el condado de
Mayorga, las villas y rentas de Castrogeriz, Medina del Campo, Olmedo,
Cuéllar, Villalón (todas en Castilla), más Haro, Belorado, Briones y
Cerezo (en tierras riojanas), lo que acabó por conformar la base
económica, territorial y de prestigio sobre la que Juan se alzó como
dirigente político del llamado partido aragonesista de Castilla,
que, apoyado por parte de los linajes castellanos, como los Estúñiga,
los Mendoza y los Pimentel, pretendían continuar la línea
intervencionista de la nobleza en la dirección del reino, gobernado
todavía de forma precaria por Juan II de Castilla, primo del infante
Juan, a quien la presencia tanto de Juan como de su hermano Enrique de
Aragón comenzaba a incomodarle demasiado. Pero también había
desavenencias entre ambos hermanos, Juan y Enrique, problemas que
resultaron fatales para la unidad de los infantes. El 10 de junio de
1420, conforme a sus propios planes, Juan contrajo matrimonio en
Pamplona con la infanta Blanca de Navarra, hija y heredera del rey Carlos III.
Blanca, trece años mayor que el infante Juan, proporcionaría a éste la
posibilidad de reinar, algo que él siempre ambicionó por encima de
cualquier otra cosa.
Sin embargo, Juan tuvo que suspender los
subsiguientes festejos al enlace al enterarse de que su hermano, el
maestre Enrique, evidenciando una tremenda falta de sintonía con Juan,
había decidido apoderarse de su primo, Juan II de Castilla, raptándolo
de su residencia en Tordesillas. El incidente, conocido en la
historiografía con el nombre de Atraco de Tordesillas (14 de
julio de 1420), significó el resquicio de desunión entre los infantes de
Aragón que aprovechó hábilmente un miembro del séquito de Juan II de
Castilla, un segundón llamado Álvaro de Luna,
para, a base de ganar confianza con el monarca castellano, convertirse
en el enemigo principal de los infantes de Aragón en Castilla. Por de
pronto, fue Álvaro de Luna quien libertó a Juan II de su libertad vigilada,
de modo que Juan y Enrique de Aragón tuvieron que pactar una tregua con
el que habría de ser todopoderoso privado de Juan II. El enfrentamiento
entre Álvaro de Luna y los infantes de Aragón capitaliza gran parte de
la historia del siglo XV hispano, pero sobre todo significa que las
fricciones y discordias entre Juan y su hermano Enrique ejemplificaron
cuán lejos estaban los planes de Fernando el de Antequera de cumplirse.
Con tan negros augurios en lontananza, Juan prefirió instalar a su
familia en su castillo de Peñafiel, donde su esposa Blanca daría a luz a
su primer vástago, el príncipe Carlos,
nacido el 29 de mayo de 1421. En 1423 tuvo que regresar al primer plano
de la actividad política, puesto que Álvaro de Luna, nuevo hombre
fuerte de Castilla, dictó una orden de prisión contra Enrique de Aragón.
El infante Juan mantuvo una actitud ambigua al respecto, pues si bien
es cierto que debía defender a su hermano por cuestiones de linaje, fue
reticente a entablar conversaciones con su hermano Alfonso V, recién
llegado de tierras italianas, para hallar una solución al confllicto,
que amenazaba con desembocar en una guerra abierta entre todos los
hermanos. Finalmente, se produjo el acuerdo de Torre de Arciel
(Navarra), el 3 de septiembre de 1425, por el cual Enrique fue liberado y
todos los infantes de Aragón firmaron la paz entre ellos y con su
primo, el rey Juan II de Castilla.
Rey de Navarra e intervención en Castilla (1425-1445)
Cuatro días más tarde de este gran triunfo del infante Juan, le llegó la noticia de la muerte de su suegro, Carlos III el Noble,por lo que quedó investido como rey de Navarra en septiembre de 1425.
Sin embargo, la pugna que mantenía en Castilla contra el nuevo
condestable, Álvaro de Luna, hizo que los asuntos de su nuevo reino
quedasen al menos en estos inicios en manos de su esposa, la reina
Blanca. Juan estaba mucho más implicado en conseguir el destierro del
condestable Luna, cosa que logró en 1427, imponiendo a Juan II de
Castilla la voluntad del partido aragonesista, lo que pareció
abrirle las puertas a controlar la débil y pusilánime personalidad de su
primo el rey castellano; pero la situación era insostenible, y Álvaro
de Luna regresó a la corte en 1428 para continuar la lucha. En aquella
ocasión, con motivo de la celebración en Valladolid de unas fiestas en
honor de la princesa Leonor, hermana de los infantes de Aragón, que viajaba hacia Portugal para desposarse con el rey Duarte,
tuvieron lugar unos torneos, justas y pasos de armas, como el Paso de
la Fuerte Ventura, en que Álvaro de Luna, Juan de Navarra y Enrique de
Aragón dirimieron sus diferencias en clave festiva, presagio de los
enfrentamientos del futuro, en la guerra más o menos subterránea que
mantuvieron Castilla y Aragón durante 1429 y 1430.
El 15 de mayo
de 1429, cuatro años más tarde de su nombramiento, Juan I de Navarra fue
coronado rey en la catedral de Pamplona. Y al igual que sucediese en
1420, de nuevo un acto imprevisto le obligó a abandonar su reino y
dirigirse hacia Castilla: esta vez, dentro de las hostilidades abiertas,
las tropas de Juan II habían sitiado Medina del Campo, Olmedo y
Cuéllar, villas pertenecientes a Juan I. La guerra había comenzado,
aunque las pérdidas y las dudas de ambos bandos hicieron llegar a un
pronto acuerdo de paz con las treguas de Majano (23 de julio de 1430).
Entre 1431 y 1432 estuvo con su hermano, Alfonso V, en Barcelona,
ayudándole a organizar la flota con la que éste pretendía conquistar
Nápoles, razón por la cual Juan I de Navarra quedó investido como
lugarteniente de Aragón en 1433, durante la ausencia de su hermano. En
estos años, Juan I pareció abandonar definitivamente la política
castellana y centrarse en los asuntos de Navarra, donde pasó todo el año
1433, aunque en 1435, tomó parte en la batalla naval de Ponza, donde
los aragoneses fueron derrotados y Juan I, como su hermano Alfonso V,
fue hecho prisionero. Pocos meses más tarde fue puesto en libertad y se
dirigió, vía Milán, hacia la península Ibérica, investido
definitivamente por su hermano el rey como lugarteniente de Aragón,
Valencia y Cataluña, lo que equivalía a entregarle “la total dirección de la política castellana de la Corona aragonesa” (Vicens Vives, Juan II..., p. 79).
Aprovechándose
de las debilidades internas, sobre todo porque la política del
condestable Luna le había granjeado a éste nuevos enemigos en Castilla,
Juan I regresó al primer plano de la actividad en 1439, presentándose
como una suerte de conciliador entre ambos bandos, pero en 1440, con la
firma de una gran Liga nobiliaria, Juan II de Castilla huyó de la
vigilancia a que le sometían los infantes de Aragón, y corrió a
refugiarse en brazos del condestable Luna. La espoleta de la guerra
abierta prendía otra vez sobre Castilla, sobre todo después de que en
1441 un nuevo personaje, Juan Pacheco, privado del entonces príncipe de Asturias y futuro Enrique IV de Castilla, saltase a la escena. Juan I logró atraerse a príncipe y a valido merced al matrimonio de su hija, Blanca,
con el futuro Enrique IV, enlace acontecido en 1441. Convertido en
árbitro de Castilla, impuso al rey Juan Ia llamada Sentencia de Medina
del Campo (1441), en la que de nuevo el condestable Luna era desterrado
de la corte y se dejaba vía libre a los consejeros del partido
aragonesista. Desde un plano más personal, en el mismo año de 1441 Juan I
de Navarra quedaba viudo, al fallecer la reina Blanca. En el mismo año,
y en virtud de la Sentencia de Medina, Juan se comprometió con sus
aliados castellanos a tomar por esposa a Juana Enríquez, hija del Almirante de Castilla Fadrique Enríquez. El precario equilibrio se rompió en el llamado golpe de Estado
de Rámaga (1443), cuando los partidarios del condestable Luna volvieron
a ser arrestados, lo que motivó la formación de una nueva alianza. La
cuestión final acabó dirimiéndose en la batalla de Olmedo (1445), en que
los infantes de Aragón fueron derrotados, además de que Juan I perdió a
su hermano, el maestre don Enrique, fallecido a raíz de una herida que
recibió en la batalla.
La guerra civil navarra (1447-1457)
Pocos meses antes de la batalla de Olmedo, Juan I había perdido a sus hermanas María,Reina de Castilla, y Leonor, Reina de Aragón; fallecidos desde hacía
tiempo ya sus hermanos Sancho y Pedro, y muerto su hermano Enrique en
1445, la ingente prole de Fernando de Antequera quedaba reducida a
Alfonso V y a Juan I, lo que parecía deshacer los planes de dominio de
los Trastámara aragoneses sobre Castilla. Pero supo esperar su
oportunidad, totalmente convencido de que las dos facciones que le
habían derrotado en Olmedo, los partidarios del condestable Luna y los
partidarios de Juan Pacheco, flamante marqués de Villena, acabarían por
enfrentarse mutuamente. Juan I continuó con sus planes y se casó en el
verano de 1447 con Juana Enríquez, validando su alianza con el
todopoderoso linaje castellano. Pero esta acción encendió la mecha de la
guerra civil en Navarra, toda vez que su hijo Carlos, investido en su
calidad de príncipe de Viana como heredero del trono, esperaba
pacientemente a que su padre renunciase el trono en él, tal como le
obligaban las leyes de Navarra. Con el nuevo matrimonio, Juan I
vulneraba los acuerdos pactados con su primera esposa, de forma que el
reino de Navarra se dividió en dos grupos, beaumonteses y agramonteses,
que apoyaban respectivamente al príncipe Carlos y al rey Juan. La guerra
civil duraría más de veinte años y dejaría a Navarra sumida en un caos,
puesto que fue presa de las ambiciones extranjeras, sobre todo de
Francia y de Castilla, que la utilizaron como campo de batalla. Pero
Juan I, un entusiasta convencido del poder absoluto del monarca, no dio
jamás su brazo a torcer en este aspecto.
En 1450 el condestable
Luna se alió con el príncipe de Viana en el conflicto que éste mantenía
contra su padre; la furiosa reacción de Juan I fue la de armar un gran
ejército que derrotó a las tropas leales a Carlos de Viana en la batalla
de Aibar, acontecida el 23 de octubre de 1451. Carlos fue hecho
prisionero, aunque posteriormente, en 1453, llegó a un acuerdo con su
padre para su liberación, si bien fue desterrado. En este momento, la
situación era ventajosa para Juan I: en primer lugar, había acabado con
la rebelión de su hijo; en segundo, su odiado rival, el condestable
Luna, fue ajusticiado en Valladolid después de haber caído en desgracia
del hasta entonces máximo valedor, Juan II de Castilla. Por si fuera
poco, en 1453 cumplió un año su nuevo vástago, el futuro Fernando el Católico,
primer hijo suyo y de Juana Enríquez. Pero precisamente el nacimiento
de Fernando habría de encender la mecha de la discordia en la guerra
civil navarra, toda vez que los celos y suspicacias comenzaron a
envenenar la ya de por sí precaria relación entre Juan I y las
instituciones de Cataluña. En 1455, Juan I desheredó a Carlos de Viana y
a su hija Blanca, nombrando heredera de Navarra a su tercer hija, Leonor.
Carlos de Viana viajó hacia Nápoles para intentar obtener la ayuda de
su tío Alfonso V, pero apenas llegó a verle con vida. La muerte del
Magnánimo daría un giro radical a los acontecimientos.
Juan II de Aragón y la guerra civil catalana (1458-1472)
En 1458, Juan I de Navarra se convirtió en Juan II de Aragón, pues su hermano Alfonso V no había dejado hijos legítimos, aunque sí un
ilegítimo, Ferrante,
que reinaría en Nápoles. Con sesenta años, Juan II se convertía en el
más poderoso monarca hispano, a quien la rebeldía de Carlos de Viana
seguía constituyendo su principal problema, agravándose ahora más puesto
que, como primogénito, también Carlos era heredero de Aragón. Durante
los dos primeros años de reinado, Juan II apaciguó los ánimos en
Cataluña y en Navarra, llegando incluso a una reconciliación con su hijo
firmada en Barcelona el 28 de marzo de 1460, sellada con la ayuda de su
esposa, Juana Enríquez. Pero los aliados navarros de su hijo no dejaron
de continuar hostigando la rebeldía del príncipe, poniéndole en
contacto con Enrique IV de Castilla para una alianza. Juan II, enterado
de esta actuación, decidió encarcelarlo el 2 de diciembre del mismo año,
mientras se celebraban las Cortes en Lleida. Ello motivó inmediatamente
el levantamiento de los catalanes, movilizados por el partido de la
Biga (la aristocracia urbana), quienes pensaban que todo era una
maniobra para nombrar príncipe heredero al infante Fernando. Ni siquiera
sirvió la firma de la Capitulación de Vilafranca (1461) por parte de
Juan II, prometiendo alejarse del reino de Aragón como garantía de su
neutralidad en el conflicto (véase conflicto de la Busca y la Biga).
Por
si fueran pocos problemas, el príncipe de Viana falleció el 23 de
septiembre de 1461. En Navarra, su hija Leonor, casada con Gastón de Foix,
fue nombrada heredera del trono en detrimento de Blanca, la que había
sido primera esposa de Enrique IV. Gastón de Foix quedó al frente de las
tropas realistas, engrandecidas con su propio ejército señorial, por lo
que Juan II pudo centrarse en las repercusiones de esta muerte en
Cataluña, dode todos culparon de la muerte a Juana Enríquez, a quien
acusaron de haber envenenado a Carlos para favorecer la herencia de su
hijo, el infante Fernando. A partir de ese momento, con el
recrudecimiento del conflicto entre agramonteses y beaumonteses en
Navarra, Cataluña vivió una auténtica guerra civil en contra de Juan II,
con la participación de otros reinos europeos, como Castilla y Francia,
que hicieron al conflicto extenderse durante diez años.
Últimos años (1472-1479)
La capitulación de Pedralbes, firmada el 16 de octubre de 1472, puso fin a la contienda de Cataluña, pero Juan II era un septuagenerio
que comenzaba a estar exhausto. Los años y años de conflicto se habían
llevado por delante a todos sus hermanos, los infantes de Aragón, a su
hijo primogénito, Carlos de Viana (muerto en 1461), a su hija Blanca
(muerta en 1464), y, en 1468, de la reina Juana Enríquez, de la que Juan
II estaba profundamente enamorado y a quien se dirigía en todas sus
epístolas con el amoroso epíteto de mi niña. Afectado de algunas
dolencias, principalmente de gota y de unas cataratas que le fueron poco
a poco privando de visión, los últimos años del gran dominador de la
política hispánica durante el siglo XV fueron bastante difíciles. A
todos los problemas ya mencionados se le unía el sentimiento de pena por
haber tenido que hipotecar los condados de Rosellón y Cerdaña a Luis XI,
a cambio de parar la ofensiva bélica en Cataluña. Durante la última
etapa de su vida, la única alegría se la proporcionó su hijo Fernando,
que ya desde su adolescencia se mostró como un príncipe digno sucesor de
su padre. Fernando peleó en la defensa de Perpiñán contra los franceses
y atendió a los asuntos de gobierno que su padre, enfermo y cansado,
apenas podía realizar.
Pero la última gran intervención política
de Juan II de Aragón sin duda fue la de buscar concienzudamente la
alianza con Castilla, apoyando sin reservas el matrimonio de su hijo
Fernando con la princesa Isabel,
hermana de Enrique IV y que había sido jurada heredera de Castilla en
1468. Juan II quiso así cumplir en su hijo el objetivo que él había
intentado sin éxito durante toda su larga vida: aunar sus intereses en
ambos reinos, Castilla y Aragón, al tiempo que la alianza con Castilla
dejaría a Aragón a salvo de las amenazas francesas. Para ello, cedió a
su hijo no sólo el título de heredero de Aragón, el ducado de Montblanc,
sino la corona de Rey de Sicilia, para que su rango fuese mayor que el
de la princesa Isabel. Antes de morir, le cupo el honor de verlo
convertido en rey de Castilla (1474), con lo que al menos parte de sus
planes se habían cumplido. En una carta escrita un día antes de
fallecer, Juan II aconsejaba a su hijo:
Fortalecido con tanta gracia, prosigue en la práctica de las empresas
de un buen rey y príncipe católico; mantente firme en el honor que se
te confiere en la administración del gobierno, y en ello se te juzgue
tan recto que rindas cuenta irreprochable de los talentos que se te
confiaron.
(Palencia, Cuarta Década, ed. cit., p. 110).
Su
muerte, el 19 de enero de 1479, no sorprendió a nadie, pues ya llevaba
enfermo mucho tiempo. Marco Berga, fraile franciscano y confesor del
rey, y Jaime Ruiz, fraile cisterciense y limosnero real, le asistieron
en sus últimas horas, además de gran parte de su familia. Después de
haberse celebrado los funerales en el palacio real de Barcelona, fue
sepultado en el monasterio de Poblet, tradicional panteón de los
monarcas aragoneses. Atrás quedaban más de cincuenta años de vida
política.
Valoración historiográfica de Juan II
En los primeros años de siglo XVI, el cronista de la Casa Real aragonesa, Lucio Marineo Sículo, efectuaba esta breve semblanza de Juan II en su Crónica d’Aragón (ed. Perea Rodríguez, p. 101):Créese que Dios le avié proveýdo de tales dones naturales y de tan
generoso ánimo que quiso que, con aquellas ocasiones, se mostrasse lo
que en él avía puesto. Y él no lo escondió: antes, muy valerosamente, en
qualquier condición de negocios, descubrió bien quién era, no mostrando
flaqueza en la adversidad ni menos en la prosperidad, altivez diferente
de lo que primero se mostrava.
La primera característica a señalar de Juan II es que fue
ambicioso por reinar, en el buen sentido de la palabra, pareciéndose
mucho en esto a su padre, Fernando de Antequera. Primero Navarra y
después Aragón no fueron óbice para que la política castellana
continuase siendo de su interés. Astuto en ocasiones, taimado en otras,
quizás más ingenuo de lo que pudiera pensarse en su relación con los
reinos, fue Juan II sin duda un monarca cuyo peso específico en la
política hispana del Cuatrocientos fue enorme, y cuya influencia
en los tiempos posteriores fue extraordinaria, sobre todo en la unión
dinástica de Aragón y Castilla efectuada precisamente a su muerte, a
partir de 1479. Este carácter rudo, autoritario y fuerte continuó con su
hijo, el príncipe Fernando, que culminaría en su longevo y formidable
reinado muchos de los proyectos de la casa Trastámara aragonesa.
Otra de las características que habría de heredar su hijo, el futuro Rey Católico,
fue la reputación de mujeriego que mantuvo Juan II a lo largo de su
vida. De su primer matrimonio con Blanca de Navarra nacieron, como ya se
ha mecionado, el príncipe Carlos de Viana, la infanta Blanca, primera y
repudiada esposa de Enrique IV de Castilla, y Leonor, Reina de Navarra,
casada con Gastón de Foix. De su segundo matrimonio, con Juana
Enríquez, nacerían el príncipe Fernando y Juana, Reina de Nápoles, pues
otras dos hijas de este enlace, Marina y Leonor, fallecieron siendo muy
pequeñas. Además de esta descendencia legítima, Juan II tuvo numerosos
hijos ilegítimos: En primer lugar, hay que mencionar a Juan de Aragón,
arzobispo de Zaragoza entre 1460 y 1475, fruto de las relaciones entre
el monarca y una dama del linaje Avellaneda. En segundo lugar, Alonso de
Aragón, duque de Villahermosa y conde de Ribagorza, que sería un
colaborador destacado en las campañas militares de su hermano el Rey
Católico, fue hijo de Leonor de Escobar una de las más conocidas amantes
de Juan II de Aragón. Por último, Leonor de Navarra, condesa de Lerín,
engendrada en una dama del linaje de los Ansas navarros; Leonor casó con
Luis de Beaumont, condestable de Navarra y conde de Lerín. Marineo
Sículo, en su Crónica d’Aragón (ed. cit., pp. 100-101), menciona
hasta otros tres vástagos ilegítimos, llamados Alonso, Fernando y María,
que fallecieron siendo niños. Otro cronista, Alonso de Palencia, registra en su Crónica el tremendo apetito sexual del monarca Trastámara aragonés incluso en sus últimos momentos:
En tan decrépita edad ya se le notaba torpeza en el mando y más
inclinado a cumplir la voluntad de los que lo rodeaban, que atento a la
utilidad de sus reinos, principalmente cuando en su extrema senectud
daba la mayor importancia a sus lascivos placeres con una jovenzuela
llamada Rosa.
(Palencia, Cuarta Década, II, p. 108).
Al
igual que todos los Trastámara aragoneses, Juan II fue durante mucho
tiempo vilipendiado por la historiografía catalana resultante de la Renaixenca,
que lo soterró en el infierno por ser monarca autoritario y falto de
respeto por las tradiciones de la Corona de Aragón, al tiempo que su
hijo, el príncipe de Viana, era elevado prácticamente a los altares de
la santidad. La historiografía castellana, en cambio, no ha dejado de
ver con simpatía a un rey de Navarra y de Aragón nacido en plena meseta
vallisoletana, que además siempre mantuvo una honda preocupación por los
asuntos castellanos. A la visión historiográfica de Juan II le ocurre
lo que al resto de monarcas Trastámara, que, seducidos por el pactismo
aragonés para utilizarlo a favor de sus intereses en Castilla de
participar en los asuntos de gobierno, aplicaron en cambio el
autoritarismo característico de esta dinastía para saltarse la
complejidad institucional (Cortes, Generalidades, Diputaciones...) de
los territorios agrupados bajo la Corona de Aragón. Con todo, el azaroso
reinado de Juan II supuso el viraje inicial de un capítulo de la
historia hispánica que sería decisivo en el devenir de la misma, y de
hecho, si se analizan con detenimiento, muchos de los logros atribuidos a
los Reyes Católicos tienen un origen embrionario en la época del tercer
rey Trastámara de la Corona de Aragón.
Bibliografía
Fuentes
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http://www.spanport.ucsb.edu/projects/ehumanista/projects/Monographs/index.shtml
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