Lo que se dice y lo que se calla. Castigo y censura ante la transgresión femenina
de Dolores Juliano
«Las normas gobiernan la
inteligibilidad, permiten que ciertos tipos de prácticas y acciones sean
reconocibles… Definiendo lo que aparecerá o no en el dominio de lo
social». (21) (Butler, 2001)
inteligibilidad, permiten que ciertos tipos de prácticas y acciones sean
reconocibles… Definiendo lo que aparecerá o no en el dominio de lo
social». (21) (Butler, 2001)
Controlar con la palabra o con el silencio
El control de las conductas se logra por
dos caminos, premiando con la aprobación las deseadas y castigando las
desviadas. Pero el castigo es un último recurso, de alguna manera la
confesión de un fracaso. Si la sociedad sanciona es que no ha conseguido
imponer sus modelos como atractivos, es que ha habido quienes
desobedecieron las normas. Por eso muchas veces se opta por callar, por
hacer ver que la infracción no se comete, para no tener que afrontar el
cuestionamiento que la transgresión implica.
Se puede decir que la censura y el castigo forman parte del mismo
universo punitivo, pero de manera diferente. La censura es preventiva.
Mediante ella se evita hablar de determinados temas, hacerlos visibles.
La censura es la cara opuesta de la publicidad; mientras que esta logra
hacer atractivos ciertos productos mediante la proliferación de su
presencia, la censura pretende quitar de la vista y del pensamiento de
la gente conductas que existen, pero que se consideran negativas.
Es la versión más general de la estrategia “de eso no se habla”, que
suelen utilizar las familias ante los temas conflictivos. El concepto de
censura no se limita a la organizada oficialmente desde la estructura
de poder, como se dio el caso en
España durante el franquismo, ni a la autoimpuesta de los medios de
comunicación cuando asumen determinados “códigos éticos” que les vedan
ciertos temas o impulsan a tratarlos sólo de ciertas maneras. Se refiere
también a todo lo que no se dice porque, de acuerdo al “sentido común”
en su versión gramsciana, es mejor mantenerlo en silencio. Con la idea
implícita de que es mejor para las propias personas afectadas.
El sistema punitivo (legal, penal) se encarga de la represión de las conductas
tipificadas como faltas o delitos. Los medios de comunicación sólo
colaboran en la tarea de castigo mostrándola y legitimándola, como es el
caso de la proliferación de las series y películas policiales o basadas
en la resolución de casos penales. El código ético de las primeras
series de EE UU señalaba explícitamente que debían incluir el castigo de
los delincuentes y que ellos no podían ganar nunca. Pero, pese a la
función pedagógica de esas presentaciones, el principal aporte de los
medios para el control de las conductas se desarrolla en relación a la
propaganda y la censura. Los medios de comunicación participan en el
juego de mostrar y ocultar, contribuyen así a configurar el imaginario
colectivo y son activos en la formulación y resignificación de los
modelos. No es de extrañar que los primeros seriales norteamericanos
estuvieran financiados por empresas comerciales y tuvieran como objetivo
la venta de sus productos, eran las llamadas soap operas(óperas de jabón), patrocinadas por fabricantes de productos de limpieza (Martínez Zarandona, 2001).
Posteriormente se ha utilizado esta capacidad “publicitaria” para extender y
normalizar el consumo de otros productos, desde estilos de vestir y
comunicarse hasta pastillas para el control de la fertilidad, como se ha
estudiado en los casos de Brasil y México (Andaló, 2003). Se ha podido
comprobar que la presencia en una telenovela de un personaje afectado
por una enfermedad, y el seguimiento de su tratamiento, era un mensaje
que producía un aumento de la sensibilidad social al respecto e incitaba
a mejorar las prácticas sanitarias de la población. No es de extrañar
que complementariamente se recurra a la censura (quitarlo de los medios
de comunicación) cuando se pretende erradicar el consumo de algún
producto.
Tal ha sido el caso del tabaco en la última década.
La eficacia que muestran los medios para hacer aceptar algunos productos
mediante la publicidad abierta o encubierta, y su capacidad para
disminuir el interés en otros, simplemente omitiendo su presencia,
funciona con igual eficacia en el plano de las conductas. Así, mostrar o
evitar ciertas opciones sexuales es un mecanismo poderoso para su
construcción social como aceptables, condicionado además por la forma en
que se presentan y la suerte que se le asigna a quienes la ejercen. De
manera general, la programación global de la TV, con sus amplios
espacios dedicados a los deportes de competición, legitima y normaliza
la competitividad masculina, mientras que la presencia abrumadora de
entrevistados hombres muestra objetivado el enorme peso social que
tienen estos en una sociedad androcéntrica. Como contrapartida, el poco
lugar en los horarios de mayor audiencia de los espacios dedicados a las
mujeres, y el poco prestigio de los mismos, señalan la posición
subordinada de éstas, incluso si sus contenidos son correctos.
Independientemente de quienes los vean en la práctica, los programas
diseñados para un público preferentemente femenino son los que con más
claridad describen los modelos de género y, por consiguiente, son un
buen punto de vista desde donde contemplar como se evalúa, acepta,
rechaza o se niega la transgresión en este campo.
dos caminos, premiando con la aprobación las deseadas y castigando las
desviadas. Pero el castigo es un último recurso, de alguna manera la
confesión de un fracaso. Si la sociedad sanciona es que no ha conseguido
imponer sus modelos como atractivos, es que ha habido quienes
desobedecieron las normas. Por eso muchas veces se opta por callar, por
hacer ver que la infracción no se comete, para no tener que afrontar el
cuestionamiento que la transgresión implica.
Se puede decir que la censura y el castigo forman parte del mismo
universo punitivo, pero de manera diferente. La censura es preventiva.
Mediante ella se evita hablar de determinados temas, hacerlos visibles.
La censura es la cara opuesta de la publicidad; mientras que esta logra
hacer atractivos ciertos productos mediante la proliferación de su
presencia, la censura pretende quitar de la vista y del pensamiento de
la gente conductas que existen, pero que se consideran negativas.
Es la versión más general de la estrategia “de eso no se habla”, que
suelen utilizar las familias ante los temas conflictivos. El concepto de
censura no se limita a la organizada oficialmente desde la estructura
de poder, como se dio el caso en
España durante el franquismo, ni a la autoimpuesta de los medios de
comunicación cuando asumen determinados “códigos éticos” que les vedan
ciertos temas o impulsan a tratarlos sólo de ciertas maneras. Se refiere
también a todo lo que no se dice porque, de acuerdo al “sentido común”
en su versión gramsciana, es mejor mantenerlo en silencio. Con la idea
implícita de que es mejor para las propias personas afectadas.
El sistema punitivo (legal, penal) se encarga de la represión de las conductas
tipificadas como faltas o delitos. Los medios de comunicación sólo
colaboran en la tarea de castigo mostrándola y legitimándola, como es el
caso de la proliferación de las series y películas policiales o basadas
en la resolución de casos penales. El código ético de las primeras
series de EE UU señalaba explícitamente que debían incluir el castigo de
los delincuentes y que ellos no podían ganar nunca. Pero, pese a la
función pedagógica de esas presentaciones, el principal aporte de los
medios para el control de las conductas se desarrolla en relación a la
propaganda y la censura. Los medios de comunicación participan en el
juego de mostrar y ocultar, contribuyen así a configurar el imaginario
colectivo y son activos en la formulación y resignificación de los
modelos. No es de extrañar que los primeros seriales norteamericanos
estuvieran financiados por empresas comerciales y tuvieran como objetivo
la venta de sus productos, eran las llamadas soap operas(óperas de jabón), patrocinadas por fabricantes de productos de limpieza (Martínez Zarandona, 2001).
Posteriormente se ha utilizado esta capacidad “publicitaria” para extender y
normalizar el consumo de otros productos, desde estilos de vestir y
comunicarse hasta pastillas para el control de la fertilidad, como se ha
estudiado en los casos de Brasil y México (Andaló, 2003). Se ha podido
comprobar que la presencia en una telenovela de un personaje afectado
por una enfermedad, y el seguimiento de su tratamiento, era un mensaje
que producía un aumento de la sensibilidad social al respecto e incitaba
a mejorar las prácticas sanitarias de la población. No es de extrañar
que complementariamente se recurra a la censura (quitarlo de los medios
de comunicación) cuando se pretende erradicar el consumo de algún
producto.
Tal ha sido el caso del tabaco en la última década.
La eficacia que muestran los medios para hacer aceptar algunos productos
mediante la publicidad abierta o encubierta, y su capacidad para
disminuir el interés en otros, simplemente omitiendo su presencia,
funciona con igual eficacia en el plano de las conductas. Así, mostrar o
evitar ciertas opciones sexuales es un mecanismo poderoso para su
construcción social como aceptables, condicionado además por la forma en
que se presentan y la suerte que se le asigna a quienes la ejercen. De
manera general, la programación global de la TV, con sus amplios
espacios dedicados a los deportes de competición, legitima y normaliza
la competitividad masculina, mientras que la presencia abrumadora de
entrevistados hombres muestra objetivado el enorme peso social que
tienen estos en una sociedad androcéntrica. Como contrapartida, el poco
lugar en los horarios de mayor audiencia de los espacios dedicados a las
mujeres, y el poco prestigio de los mismos, señalan la posición
subordinada de éstas, incluso si sus contenidos son correctos.
Independientemente de quienes los vean en la práctica, los programas
diseñados para un público preferentemente femenino son los que con más
claridad describen los modelos de género y, por consiguiente, son un
buen punto de vista desde donde contemplar como se evalúa, acepta,
rechaza o se niega la transgresión en este campo.
El éxito de las telenovelas
En la década de los 90, Sonia Muñoz proponía que el éxito que obtenían las
telenovelas entre las mujeres amas de casa era la consecuencia de un
diseño que, a base de reiteraciones, permitía seguir el hilo del relato
aunque la visualización fuera entrecortada por las faenas que se
realizan mientras tanto; mientras que la duración (a veces de años
enteros) del desarrollo de la trama permitía acercar esta al tiempo
real, por lo que facilitaba la identificación. La investigadora
colombiana agregaba que estas obras estaban pensadas para un público que
no estaba familiarizado con la tradición literaria, sino que venía de
una cultura de escucha radiofónica. La población que provenía del campo,
con una urbanización reciente, era la más proclive a identificarse con
los personajes de las telenovelas, que venían a suplir, en el plano de
lo imaginario, las redes relacionales que echaban a faltar. (Muñoz,
1992; Muñoz, 1995)
La función de proporcionar “parentesco ficticio” no se cubre sólo con
las telenovelas, en realidad toda la “prensa rosa” o “prensa del
corazón”, así como los programas de reality show y los que
relatan momentos críticos en la vida de las y los protagonistas, como
“Cambio total”, basan su atractivo en brindar un conocimiento detallado
de las peripecias privadas y sentimentales de determinadas personas, que
a partir del seguimiento informático pueden parecer próximas y llegan a
suplir vacíos afectivos, desatando adhesiones y rechazos. El fenómeno
de Lady D es emblemático, pero es sólo la punta del iceberg de la
cantidad de cantantes, actrices y actores, deportistas y “famosos” que
pueblan con sus venturas y desventuras la soledad de tantos y
tantas telespectadoras.
Pero aunque cuentan con un público general, es evidente que el mayor éxito de
audiencia lo tienen entre las mujeres. Esto no es casual. En la medida
en que en la división sexual de los roles se encarga a los hombres la
relación con las cosas y a las mujeres las relaciones interpersonales,
nos configuramos como un grupo de especialistas con interés en las
conductas sociales, que se constituyen en tema de conversación (las tan
criticadas “chafarderías” femeninas) y evaluación. Porque, como ya
señalaban los primeros estudios sobre el tema, las mujeres no se
constituyen en un público pasivo, si no que opinan, evalúan y
reinterpretan de acuerdo a sus propias experiencias y expectativas
sociales. Una investigación reciente de Silvia Álvarez mostraba como
durante la emisión de una telenovela que se emitió en el año 2006, La tormenta,
se utilizó un foro de espectadores en internet para formar un grupo que
se autodenominó “Las atormentadas”, que en realidad se dedicó a
atormentar a los productores exigiendo la continuidad de determinados
personajes y protestando por los alargues abusivos y forzados del
argumento por razones económicas (Álvarez, 2007).
Aunque no alcance ese nivel de organización, la recepción de la
audiencia es siempre selectiva y esto impone la necesidad, para las
empresas que controlan el medio, de acercarse a las inquietudes de su
público. De esta manera, ver que es lo que ofrecen las telenovelas da
muchas pistas sobre como imaginan que son sus telespectadoras y cuales
son los temas que les interesan. También es cierto que en algunos casos
se trata de profecías autocumplidas, pues reiterando una oferta
condicionan las expectativas, que no van entonces más allá de ella.
telenovelas entre las mujeres amas de casa era la consecuencia de un
diseño que, a base de reiteraciones, permitía seguir el hilo del relato
aunque la visualización fuera entrecortada por las faenas que se
realizan mientras tanto; mientras que la duración (a veces de años
enteros) del desarrollo de la trama permitía acercar esta al tiempo
real, por lo que facilitaba la identificación. La investigadora
colombiana agregaba que estas obras estaban pensadas para un público que
no estaba familiarizado con la tradición literaria, sino que venía de
una cultura de escucha radiofónica. La población que provenía del campo,
con una urbanización reciente, era la más proclive a identificarse con
los personajes de las telenovelas, que venían a suplir, en el plano de
lo imaginario, las redes relacionales que echaban a faltar. (Muñoz,
1992; Muñoz, 1995)
La función de proporcionar “parentesco ficticio” no se cubre sólo con
las telenovelas, en realidad toda la “prensa rosa” o “prensa del
corazón”, así como los programas de reality show y los que
relatan momentos críticos en la vida de las y los protagonistas, como
“Cambio total”, basan su atractivo en brindar un conocimiento detallado
de las peripecias privadas y sentimentales de determinadas personas, que
a partir del seguimiento informático pueden parecer próximas y llegan a
suplir vacíos afectivos, desatando adhesiones y rechazos. El fenómeno
de Lady D es emblemático, pero es sólo la punta del iceberg de la
cantidad de cantantes, actrices y actores, deportistas y “famosos” que
pueblan con sus venturas y desventuras la soledad de tantos y
tantas telespectadoras.
Pero aunque cuentan con un público general, es evidente que el mayor éxito de
audiencia lo tienen entre las mujeres. Esto no es casual. En la medida
en que en la división sexual de los roles se encarga a los hombres la
relación con las cosas y a las mujeres las relaciones interpersonales,
nos configuramos como un grupo de especialistas con interés en las
conductas sociales, que se constituyen en tema de conversación (las tan
criticadas “chafarderías” femeninas) y evaluación. Porque, como ya
señalaban los primeros estudios sobre el tema, las mujeres no se
constituyen en un público pasivo, si no que opinan, evalúan y
reinterpretan de acuerdo a sus propias experiencias y expectativas
sociales. Una investigación reciente de Silvia Álvarez mostraba como
durante la emisión de una telenovela que se emitió en el año 2006, La tormenta,
se utilizó un foro de espectadores en internet para formar un grupo que
se autodenominó “Las atormentadas”, que en realidad se dedicó a
atormentar a los productores exigiendo la continuidad de determinados
personajes y protestando por los alargues abusivos y forzados del
argumento por razones económicas (Álvarez, 2007).
Aunque no alcance ese nivel de organización, la recepción de la
audiencia es siempre selectiva y esto impone la necesidad, para las
empresas que controlan el medio, de acercarse a las inquietudes de su
público. De esta manera, ver que es lo que ofrecen las telenovelas da
muchas pistas sobre como imaginan que son sus telespectadoras y cuales
son los temas que les interesan. También es cierto que en algunos casos
se trata de profecías autocumplidas, pues reiterando una oferta
condicionan las expectativas, que no van entonces más allá de ella.
Las diferencias dentro del mismo género
Haciendo una clasificación muy general, podemos ver que en las telenovelas
venezolanas y mexicanas se ofrecen sobre todo relaciones familiares y
romances imposibles, en un entorno muy conservador en términos de sus
valores: honor, fidelidad, respeto. Las telenovelas colombianas suelen
ser más modernas y tratan de incluir una problemática más amplia,
mientras que las brasileñas parecen estar diseñadas pensando en un
público más exigente en cuanto a contenidos y presentación. En los
últimos años, las telenovelas producidas en EE UU para el público
hispano compiten por el mismo mercado con obras realizadas con
abundancia de medios materiales.
Si miramos la producción española, vemos que se ha centrado bastante en
llevar a la pequeña pantalla novelas ya consagradas, o ha intentado la
vía de la
reconstrucción del pasado histórico (“Cuéntame como pasó” o “Amar en
tiempos revueltos”), aunque logró algunos de sus mayores éxitos cuando
abordó temáticas más actuales, como fue el caso de la serie “Anillos de
oro”.
En el caso de Cataluña, el interés por la lengua y la identidad nacional, y la
posibilidad de disponer de canales de televisión con presupuesto y
programación propia (TV3 principalmente) ha condicionado un desarrollo
específico. Desde su primera telenovela “Poble Nou”, en 1994, seguida al
año siguiente por “Secrets de família”, la televisión catalana ha
optado por la recuperación de la vida cotidiana, en series tan largas
como la vida misma, como “El cor de la ciutat” o “Ventdelplà”,
matizándolas con elementos tomados de la novela policial o de misterio,
en casos como “Laberint d’ombres” o “Nissaga de poder”. A la función de
entretener y educar asignada genéricamente a todas las telenovelas, se
agrega, en el caso de Cataluña, la preocupación por la normalización
lingüística y una política de ¿promover, reivindicar, reflejar? la
identidad nacional, considerada como moderna, democrática y progresista.
La imagen de las mujeres que presentan estas series podemos calificarlas de
“políticamente correctas”; son autónomas, capaces, eficientes, trabajadoras,
responsables y, con mucha frecuencia, más dignas de confianza que sus
compañeros varones. Pero si bien esta representación marca un gran
avance sobre la imaginería tradicional al respecto, hasta el punto que
la autonomía de la protagonista motivó quejas del Opus Dei en la primera
telenovela (Ortega y
Fonseca, 2002), tampoco deja mucho margen para las opciones
alternativas. Se muestran los problemas pero se pasa de puntillas sobre
las transgresiones. Así, por ejemplo, en “Ventdelplà” se afronta
cuidadosamente un caso de maltratamiento doméstico, evitando caer en
victimismos, pero se tiene mucha más dificultad en acercarse a los temas
en que las transgresoras son mujeres: ¿puede una drogadicta ser buena
madre?, ¿puede tener razón cuando acusa a su pareja de maltrato? Aquí
los guionistas dudan y retacean el apoyo, que brindan en igual
circunstancia a la protagonista, que no bebe, ni es promiscua y es una
buena madre. También es vacilante el tratamiento que hacen de las
prostitutas, adhiriendo acríticamente al discurso que las ve como
víctimas de las malas artes de los malvados, y al mismo tiempo las
considera como poco capaces de mantener relaciones estables. Es de
destacar en cambio positivamente, el interés por tratar de manera no
homofóbica la homosexualidad masculina y el empeño por normalizar
algunos temas conflictivos como la convivencia entre parejas no casadas o
el aborto.
venezolanas y mexicanas se ofrecen sobre todo relaciones familiares y
romances imposibles, en un entorno muy conservador en términos de sus
valores: honor, fidelidad, respeto. Las telenovelas colombianas suelen
ser más modernas y tratan de incluir una problemática más amplia,
mientras que las brasileñas parecen estar diseñadas pensando en un
público más exigente en cuanto a contenidos y presentación. En los
últimos años, las telenovelas producidas en EE UU para el público
hispano compiten por el mismo mercado con obras realizadas con
abundancia de medios materiales.
Si miramos la producción española, vemos que se ha centrado bastante en
llevar a la pequeña pantalla novelas ya consagradas, o ha intentado la
vía de la
reconstrucción del pasado histórico (“Cuéntame como pasó” o “Amar en
tiempos revueltos”), aunque logró algunos de sus mayores éxitos cuando
abordó temáticas más actuales, como fue el caso de la serie “Anillos de
oro”.
En el caso de Cataluña, el interés por la lengua y la identidad nacional, y la
posibilidad de disponer de canales de televisión con presupuesto y
programación propia (TV3 principalmente) ha condicionado un desarrollo
específico. Desde su primera telenovela “Poble Nou”, en 1994, seguida al
año siguiente por “Secrets de família”, la televisión catalana ha
optado por la recuperación de la vida cotidiana, en series tan largas
como la vida misma, como “El cor de la ciutat” o “Ventdelplà”,
matizándolas con elementos tomados de la novela policial o de misterio,
en casos como “Laberint d’ombres” o “Nissaga de poder”. A la función de
entretener y educar asignada genéricamente a todas las telenovelas, se
agrega, en el caso de Cataluña, la preocupación por la normalización
lingüística y una política de ¿promover, reivindicar, reflejar? la
identidad nacional, considerada como moderna, democrática y progresista.
La imagen de las mujeres que presentan estas series podemos calificarlas de
“políticamente correctas”; son autónomas, capaces, eficientes, trabajadoras,
responsables y, con mucha frecuencia, más dignas de confianza que sus
compañeros varones. Pero si bien esta representación marca un gran
avance sobre la imaginería tradicional al respecto, hasta el punto que
la autonomía de la protagonista motivó quejas del Opus Dei en la primera
telenovela (Ortega y
Fonseca, 2002), tampoco deja mucho margen para las opciones
alternativas. Se muestran los problemas pero se pasa de puntillas sobre
las transgresiones. Así, por ejemplo, en “Ventdelplà” se afronta
cuidadosamente un caso de maltratamiento doméstico, evitando caer en
victimismos, pero se tiene mucha más dificultad en acercarse a los temas
en que las transgresoras son mujeres: ¿puede una drogadicta ser buena
madre?, ¿puede tener razón cuando acusa a su pareja de maltrato? Aquí
los guionistas dudan y retacean el apoyo, que brindan en igual
circunstancia a la protagonista, que no bebe, ni es promiscua y es una
buena madre. También es vacilante el tratamiento que hacen de las
prostitutas, adhiriendo acríticamente al discurso que las ve como
víctimas de las malas artes de los malvados, y al mismo tiempo las
considera como poco capaces de mantener relaciones estables. Es de
destacar en cambio positivamente, el interés por tratar de manera no
homofóbica la homosexualidad masculina y el empeño por normalizar
algunos temas conflictivos como la convivencia entre parejas no casadas o
el aborto.
Lo que queda fuera de la norma
Estudios hechos en Méjico señalan específicamente que las características de
premiar a los buenos y castigar sistemáticamente a los malos cumple una
función pedagógica pues «conlleva a la vez un mensaje de esperanza para
todos aquellos que se comportan de acuerdo con lo que una sociedad
considera positivo» (de Lizaur, 1999). En realidad, apoyar a quienes
respetan las normas es una manera de apoyar a las normas mismas, y los
medios de comunicación de masas parten del supuesto que su público acata
los mandamientos en cuanto cuáles son las conductas permitidas (incluso
las sexuales). Educadas por décadas de películas expurgadas de sus
contenidos sexuales por la gazmoñería puritana de Hollywood, que tenía
su complemento ibérico en la censura franquista, el “destape” de la
transición fue un fenómeno reactivo y más o menos efímero, que no afectó
mayormente a la TV. Temas como la sexualidad de las mujeres mayores (o
incluso los deseos sexuales de las mujeres en general), el lesbianismo, o
la transexualidad quedan en la categoría de lo no dicho. El modelo en
que se apoyan implícitamente los argumentos es la idea puritana
decimonónica de la “superioridad moral de la mujer” como base para el
reconocimiento de sus derechos, pero esa superioridad moral se evalúa
con referencia a las normas. Las transgresoras son consideradas entonces
anómalas a las que se penaliza con el estigma (el caso de las
prostitutas) o desviadas, a las que se puede ignorar mientras no se
manifiesten públicamente, lo que sería el caso de las lesbianas.
En realidad, el deseo evidente de brindar una buena imagen de las
mujeres termina eliminando del campo del discurso todas las conductas
que puedan recibir rechazo social, sin tener en cuenta que esta omisión
contribuye a naturalizar el rechazo. En este difuminar de los puntos
oscuros parece relevante la omisión casi completa a referencias al
movimiento organizado de mujeres, especialmente significativo si se
tiene en cuenta que el feminismo tiene en Cataluña una larga tradición y
que ha encuadrado reivindicaciones y demandas de género durante las
últimas décadas.
Es un lugar común decir que no se puede juzgar un libro por lo que no
tiene, pero este argumento pierde validez si nos referimos a un conjunto
de series de televisión con miles de capítulos y enorme multiplicidad
de situaciones y personajes. Aquí sí que podemos legítimamente
considerar que los silencios forman parte del discurso, y una parte
significativa. Además la telenovela es un género en el que una de sus
características es la importancia que se da en la trama a lo no dicho, a
los secretos que hay que descubrir o develar (Carvajal and Molina,
1999). De acuerdo a su misma lógica interna, entonces resulta lícito
interrogarla sobre los secretos que encubre, las cosas importantes que
calla.
La representación positiva de las mujeres ya es un logro, pero, como
dice Kristeva, «su deconstrucción abre nuevas posibilidades. Las mujeres
exploran estas nuevas vías, develando sus potencialidades hasta sus
márgenes más secretos y los más escandalosos» (Kristeva, 2000). Aún
falta camino para que los medios de comunicación, incluso los más bien
intencionados, den testimonio de las prácticas trasgresoras, como no sea
en algunos documentales.
premiar a los buenos y castigar sistemáticamente a los malos cumple una
función pedagógica pues «conlleva a la vez un mensaje de esperanza para
todos aquellos que se comportan de acuerdo con lo que una sociedad
considera positivo» (de Lizaur, 1999). En realidad, apoyar a quienes
respetan las normas es una manera de apoyar a las normas mismas, y los
medios de comunicación de masas parten del supuesto que su público acata
los mandamientos en cuanto cuáles son las conductas permitidas (incluso
las sexuales). Educadas por décadas de películas expurgadas de sus
contenidos sexuales por la gazmoñería puritana de Hollywood, que tenía
su complemento ibérico en la censura franquista, el “destape” de la
transición fue un fenómeno reactivo y más o menos efímero, que no afectó
mayormente a la TV. Temas como la sexualidad de las mujeres mayores (o
incluso los deseos sexuales de las mujeres en general), el lesbianismo, o
la transexualidad quedan en la categoría de lo no dicho. El modelo en
que se apoyan implícitamente los argumentos es la idea puritana
decimonónica de la “superioridad moral de la mujer” como base para el
reconocimiento de sus derechos, pero esa superioridad moral se evalúa
con referencia a las normas. Las transgresoras son consideradas entonces
anómalas a las que se penaliza con el estigma (el caso de las
prostitutas) o desviadas, a las que se puede ignorar mientras no se
manifiesten públicamente, lo que sería el caso de las lesbianas.
En realidad, el deseo evidente de brindar una buena imagen de las
mujeres termina eliminando del campo del discurso todas las conductas
que puedan recibir rechazo social, sin tener en cuenta que esta omisión
contribuye a naturalizar el rechazo. En este difuminar de los puntos
oscuros parece relevante la omisión casi completa a referencias al
movimiento organizado de mujeres, especialmente significativo si se
tiene en cuenta que el feminismo tiene en Cataluña una larga tradición y
que ha encuadrado reivindicaciones y demandas de género durante las
últimas décadas.
Es un lugar común decir que no se puede juzgar un libro por lo que no
tiene, pero este argumento pierde validez si nos referimos a un conjunto
de series de televisión con miles de capítulos y enorme multiplicidad
de situaciones y personajes. Aquí sí que podemos legítimamente
considerar que los silencios forman parte del discurso, y una parte
significativa. Además la telenovela es un género en el que una de sus
características es la importancia que se da en la trama a lo no dicho, a
los secretos que hay que descubrir o develar (Carvajal and Molina,
1999). De acuerdo a su misma lógica interna, entonces resulta lícito
interrogarla sobre los secretos que encubre, las cosas importantes que
calla.
La representación positiva de las mujeres ya es un logro, pero, como
dice Kristeva, «su deconstrucción abre nuevas posibilidades. Las mujeres
exploran estas nuevas vías, develando sus potencialidades hasta sus
márgenes más secretos y los más escandalosos» (Kristeva, 2000). Aún
falta camino para que los medios de comunicación, incluso los más bien
intencionados, den testimonio de las prácticas trasgresoras, como no sea
en algunos documentales.
Bibliografía citada
Álvarez, Silvia G. 2007. “La Tormenta en la Red: apropiación de imágenes y protesta social en torno a una telenovela.” Revista Anthropologica XXV, Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú (en prensa).
Andaló, Paula. 2003. “Lágrimas, amores, traiciones… y mensajes de salud.” Revista Perspectivas de Salud, Volumen 8, nº 1.
Butler, Judith. 2001. “La cuestión de la transformación social.” P. 7-31 enMujeres y transformaciones sociales, editado por Beck-Gernsheim, Butler y Puigbert. Barcelona: El Roure.
Carvajal, Ligia; Xinia Molina. 1999. “Trayectoria de la telenovela latinoamericana: el caso de la telenovela brasileña.” Revista Latina de Comunicación Social, nº
21. Tenerife.
21. Tenerife.
Lizaur, Blanca de. 1999. “La telenovela como melodrama y su aprovechamiento
pedagógico.” en Curso uso pedagógico de la televisión. Antología. México:
Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa, ILCE.
pedagógico.” en Curso uso pedagógico de la televisión. Antología. México:
Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa, ILCE.
Kristeva, Julia. 2000. “Des madones aux nus.” L’Infini, 70: p. 23-50.
Martínez Zarandona, Irene. 2001. “Las telenovelas.”http://sepiensa.org.mx .
Muñoz, Sonia. 1992. “Mundos de vida y modos de ver.” P. 233 a 294 enTelevisión y melodrama. Géneros y lecturas de la telenovela en Colombia, editado por Martín-Barbero y Muñoz. Bogotá: Tercer Mundo.
—. 1995. El ojo, el libro y la pantalla. Consumo cultural en Cali. Santiago de Cali:
Facultad de Humanidades.
Ortega, Marta; María do Carmo Fonseca. 2002. “La representación del contexto de interacción entre demografía y género
Facultad de Humanidades.
Ortega, Marta; María do Carmo Fonseca. 2002. “La representación del contexto de interacción entre demografía y género
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