martes, 21 de marzo de 2017

Sobre los Legionarios de Cristo

Sobre los Legionarios de Cristo























































miércoles, 5 de enero de 2011






Carta a una consagrada


Estimada Ana (el nombre es ficticio):

He
estado dando conferencias en varios lugares del mundo y no tenía tiempo
para responder a su pregunta con la calma que ésta merecía. Y digo “que
esta merecía”, porque las cuestiones que me planteaba en su escrito,
eran cuestiones muy importantes.
Puedo asegurarle que nunca exorcicé
al Padre Maciel. Sus problemas eran de índole moral, no demoníaca. Una
cosa son los problemas relativos al pecado, y otros los problemas de
tipo extraordinario causados por el demonio. Son cosas distintas aunque,
en ocasiones, ambos problemas puedan estar unidos. Dados los datos de
los que dispongo, los problemas de su fundador fueron de naturaleza
moral. Si en él hubo algo más que problemas morales, carezco de esa
información. Aunque, insisto, hubiera lo que hubiera, en él lo esencial
fue un problema de pecado.

Antes de seguir con esta carta y
abordar la segunda parte de su consulta, quisiera dejar claro que no
pertenezco ni a los Legionarios de Cristo, ni a Regnum Christi, y que la
espiritualidad de la Legión me es totalmente ajena. Soy un sacerdote
diocesano, que siempre he sentido inclinación por la vida benedictina.
Nunca he sentido la más mínima atracción por la espiritualidad de la
Legión. Por eso mis palabras vienen dictadas sólo por amor a la verdad,
sin que en mí influya ninguna consideración humana.

Tampoco
espero ningún tipo de agradecimiento por lo que le voy a decir. Mi
relación con la Legión se limita cada año a dar algunas conferencias a
miembros de Regnum Christi, como lo hago con otros movimientos. Dada mi
vocación ni espero, ni puedo esperar, en la Legión ir más allá de lo que
ya hago. Queden estas palabras claras desde el principio para que se
vea que lo que voy a decir lo digo desde fuera de la Legión. Hablo desde
fuera, pero desde el conocimiento. Dudo que en la Iglesia haya alguien
que sin ser legionario, haya visitado tantas casas y tantos padres de su
congregación como yo lo he hecho año tras año.

Entiendo a la
perfección el gran sufrimiento que una situación así les haya causado.
Pero tal como veo las cosas, el padre Maciel recibió de Dios el encargo
de fundar los Legionarios de Cristo, aunque después no perseverara en
cumplir sus votos. Vuestro padre recibió un encargo de Dios, pues la
obra que surgió de él, no fue una obra humana. Sin Dios detrás, todo
hubiera quedado en un deseo, en un intento, como tantos que hay en la
Iglesia. Cada año cosas así se intentan cientos de veces a lo largo y
ancho del mundo. Pero la inmensa mayoría de esos intentos vuelven a la
nada o no van más allá de la formación de un grupo de unas decenas de
personas. El modo en que Dios ha bendecido la Legión ha sido la
admiración y la envidia hasta de sus más acerbos enemigos.

En mi
opinión, el padre Maciel comenzó con buena intención, con fe, con vida
estricta y entrega personal. Los comienzos de la Legión fueron muy
duros. Pero después cayó en sus pasiones, tras algún tiempo fue vencido
por ellas, finalmente se desanimó y dejó de luchar. Pero la obra ya
había echado a rodar, ya andaba por sí misma.

No entiendo el caso
de su hermano legionario que se ha salido de la Legión por esta razón
de los pecados del fundador. En mis viajes me han comentado de más casos
de personas consagradas que se han salido del movimiento por esta misma
razón. Jamás podré entenderlo. Uno se consagra a Dios, no a una
persona.

Si mi obispo fuera un hombre perverso, mentiroso y lujurioso, ¿dejaría yo mi sacerdocio diocesano?

La
consagración es algo sagrado. Es un vínculo con Dios. Es una fuente de
santificación diaria para el alma que de este modo queda conectada con
la Santísima Trinidad de un modo, diríamos, matrimonial. Las personas de
los escalafones jerárquicos no son nada frente a Dios. Para un
consagrado, Dios lo es todo.

Sé del caso de un padre en España
que fue a buscar a su hijo a un seminario de los legionarios para
llevárselo a casa. El hijo, en medio de las malas noticias sobre el
fundador, en plena zozobra, hizo las maletas y se fue con su padre.
Conozco al padre y al hijo, y ni los disculpo, ni los excuso. Hay muchas
razones para marcharse de un seminario, pero ésta no es una de ellas.
¿Tan poco conocía a Nuestro Redentor el padre que era de comunión
diaria? Mis palabras pueden parecer duras, pero en el Juicio Final su
acción será enjuiciada desde la eternidad, y sus razones humanas serán
vistas desde su vacuidad.

Yo fui a estudiar Teología a la
Universidad de Navarra porque un sacerdote de la Prelatura del Opus Dei
así me lo aconsejó. Pero eso fue una causa instrumental. Fui a Navarra
porque escuché la voz de Jesús. Fui, me quedé y perseveré por una sola
razón: Dios y la eternidad. Los humanos que me acompañaron en este viaje
de mi vida que ha sido mi sacerdocio, han sido sólo eso: compañeros.

No
me he quedado en mi puesto de mi parroquia por ningún obispo, ni por
ningún santo, ni por las razones de ninguna obra teológica, ni porque me
encontrara a gusto. Si me he quedado en mi parroquia, ha sido porque
escuché la voz del Redentor que me pidió que me consagrara a Él. No
escuché nunca ninguna palabra audible, no tuve ninguna visión, ninguna
revelación. Pero cuando uno se consagra enteramente, su voz resuena de
un modo inaudible pero perfecto. Y eso sucede en cada consagrado si hace
el silencio dentro de su alma y escucha la voz de la Divinidad. Frente a
una cosa tan maravillosa, tan prodigiosa, los pecados del padre Maciel
no significan nada, no son nada, no cambian nada.

En mi opinión,
la Legión ha sido extraordinariamente bendecida por Dios. No ha sido
menos bendecida de lo que lo fue Abraham, Isaac o Jacob. Sus rebaños se
extienden por todo el orbe. Frente a una situación de grandeza tan
evidente, Dios ha permitido la prueba, la cruz, el sufrimiento, la
humillación, la vergüenza. Se trata de una purificación. Dios bendice
con la cruz. Y la Legión ha sido bendecida con la cruz.

Confío en que mis palabras le hayan podido servir a usted y a sus hermanas de algo.

Que Dios le bendiga.


martes, 4 de enero de 2011






La carta de Monseñor Velasio De Paolis a los Legionarios de Cristo


Hace
varias semanas, me hicieron llegar a mi dirección postal en mi diócesis
la carta que el Delegado Pontificio de los Legionarios de Cristo ha
enviado a esa congregación. Metí la carta entre otros papeles para leer
más adelante. Hoy, ya en Roma, he leído la carta y me gustaría hacer
algunos comentarios.

El primer comentario es que creo que
Monseñor De Paolis está haciendo la cosas bien, con prudencia, con
conocimiento de las cosas. Si no lo pensara así, no escribiría estas
líneas. Me callaría. Hacer las cosas bien, supone que siempre habrá
algunos que piensan que no se está haciendo nada. Pero entre la nada y
el todo, está la prudencia. Los proclives a dar golpes en la mesa y a
reformar las cosas tirándolas abajo, no valen para un cargo así.

Monseñor
De Paolis tiene un cargo extremadamente difícil. Unos le van a acusar
de no haber comprendido el espíritu de la congregación y de querer
cambiarlo todo. Otros le acusarán de no haber cambiado nada y dejarlo
todo como está. Pero afortunadamente los que le critican son gente fuera
de la Legión y fuera de Regnum Christi. Dentro apenas hay nadie que le
esté criticando. Si alguien lo hace es a escondidas y como algo
excepcional. Y es que eso sí que es digno de elogio. La Legión ha sido
obediente al Sucesor de Pedro aunque ello hubiera supuesto su misma
supresión. Los legionarios no han puesto ninguna cortapisa al Delegado
Pontificio. Aquí estamos, haga lo que tenga que hacer.

Francamente,
eso muy pocas realidades eclesiales serían capaz de hacerlo con la
sinceridad y obediencia que ellos lo han hecho. Y aun ha habido algunos
(sobre todo periodistas) que querían que se disolviera la Legión. Menos
mal que no les ha dado por anular cada diócesis allí donde ha habido un
mal obispo, o cada parroquia allí donde ha habido un mal párroco. El
heroismo de la Legión ha sido digno del mayor de los elogios. Me
gustaría ver a muchos de los que han criticado a los legionarios, en la
misma situación para ver lo que ellos hacen. Todos los que pertenecemos a
un presbiterio diocesano sabemos lo que le cuesta a un obispo hacer la
más pequeña reforma. Basta que un grupo o un sector se sienta afectado,
para que se pongan palos en las ruedas, se critique y se alce la voz
contra el obispo día tras día. Nada de eso ha sucedido en la Legión.
Muchos inocentes habrán llorado a solas por el sufrimiento del
descrédito acarreado, pero después se han presentado virilmente ante el
Delegado y han dicho: aquí estamos, haga lo que tenga que hacer.

lunes, 3 de enero de 2011






La fidelidad


La
fidelidad a una congregación (la que sea) es fidelidad a Dios. La
Legión no pondrá ningún problema a que salgan de ella los miembros que
así lo deseen, de eso estoy bien seguro. Si yo fuera legionario tendría
un gran deseo de que todos aquellos que no tuvieran ganas de continuar
salieran cuanto antes. Es más querría que salieran cuanto antes.

Pero
muy a pesar de que yo tuviera esas ganas, cuando me preguntaran debería
recordar que abandonar o no abandonar una congregación no es una
cuestión moralmente indiferente. La Iglesia no dice: ambas posibilidades
son iguales, elegid la que queráis. Y no dice eso porque no son
iguales, pues las promesas hechas a Dios de servirle en una
congregación, son promesas que obligan.

La Iglesia da la
posibilidad de salir, pero la Iglesia no dice que ambos caminos son
exactamente iguales a los ojos de Dios. Cada uno debe ser fiel a su
camino.

Cada uno debe perseverar, aun admitiendo que hay casos en
los que un religioso puede lícitamente salir de su congregación. Por
ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta pidió salir de su congregación para
fundar una nueva. Tenemos también muchos ejemplos de religiosos que han
sido movidos por Dios para salir de su congregación, para entrar en otra
más estricta.

Pero aunque haya excepciones, en principio, como
norma general, uno debe perseverar en el camino al que fue llamado. Las
razones por las que uno puede hacer votos solemnes en una congregación
son muy variadas, algunas aparentemente muy humanas o fortuitas. Pero al
final el lugar donde uno profesa, es el lugar adonde uno ha sido
llamado por Dios. Insisto, esa llamada es divina por más que las razones
para llegar a ese sitio puedan parecer meramente humanas y no divinas.
Pero aunque uno llegara a un sitio por razones completamente humanas, la
profesión solemne es algo divino, es un holocausto, una inmolación. La
persona deja de pertenecerse para entregarse enteramente a la Divinidad.
Uno abandona su propia voluntad para entregarse a Dios en ese camino.
Un voto solemne es un arrojarse al abismo de amor del Ser Infinito. No
exagero lo más mínimo cuando digo que es eso un voto solemne. Si alguno
alberga una idea más mediocre de lo que es un voto solemne, jamás deberá
emitirlo. El voto solemne o es entrega total cuando se profesa, o será
un desastre.

Las dudas, la insatisfacción, comienzan a aparecer
cuando se comienza a verlo todo de un modo humano de nuevo. La entrega
puede ser total al principio, y después albergar ciertas restricciones
después. Esas restricciones cambian el modo de mirar la propia
congregación. Y así lo que antes parecía una legión de Jesucristo, ahora
aparecerá como una asociación humana con fines humanos. Es decir, se
ven con ojos terrenos las realidades que tienen que ver Jesús y sus
seguidores. Pero si ese proceso de humanización continúa, también la
diócesis a la que uno vaya aparecerá bajo esa luz que ya no es
sobrenatural, y al final hasta la misma Iglesia acaba viéndose como una
multinacional.


domingo, 2 de enero de 2011






La palabra que sale de la boca


En
la Iglesia debemos intentar no crear contraposiciones, como bien decía
en su carta Monseñor De Paolis. Por el contrario, debemos intentar unir,
colaborar, crear buen ambiente, contribuir, aportar, empujar en la
misma dirección. Decir las cosas, aportar, ser sinceros, hacer
comprender al hermano el defecto que le afea, pero todo con caridad, con
amor, intentando no hacer daño.

Unas cosas deben decirse en
público, como si de un concilio se tratara, porque de la conversación
muchas veces sale la luz. Pero otras cosas, por su misma naturaleza, hay
que decírselas al interesado en privado, jamás, ¡jamás!, en público so
capa de que es por su bien. Otras cosas, también por su misma
naturaleza, hay que decirlas al superior, pues ya nada se puede esperar
de la corrección fraterna.

La palabra puede ser medicina o puede ser puñal. En boca de unos daña, en boca de otros sana, conforta, es como un bálsamo.

Debemos
entender que todos vemos las cosas de un modo parcial. Cuántos creen
tener la verdad total y absoluta sobre asuntos opinables. ¿No nos
acordamos de cuántas veces nos hemos equivocado en nuestra vida al
juzgar?

Debemos abrirnos al otro, debemos abrirnos a lo que
piensa el otro. Qué triste es intentar prevalecer. ¡Yo tengo razón!,
dice el necio en su interior. El hombre sabio duda de sí mismo, escucha y
se somete incluso cuando las cosas no son como le gustan. Someterse,
sí. Una palabra fea a los oídos de algunos. Pero en la vida religiosa no
cabe otra posibilidad. Los sacerdotes seculares lo hacemos con nuestro
obispo. Incluso los laicos deben obedecer de acuerdo a los parámetros de
su estado.


sábado, 1 de enero de 2011






La confianza


A
ningún fraile se le obliga a confiar en una orden religiosa. Tampoco a
ningún legionario se le obliga a confiar en sus superiores. Con que
obedezca cumple lo mínimo.

La desconfianza, a veces, nace de la
inteligencia. La inteligencia percibe cosas y deduce que no puede
confiar. Pero muchas otras veces la sospecha, la desconfianza, son
siembra siniestra del Maligno. Del Tentador que extiende la maledicencia
a través de los pecados de la lengua.

Aquellos legionarios que
queden anclados en el tiempo preterito, que miren una y otra vez sólo y
exclusivamente los errores del pasado, no avanzarán, no vivirán felices.

A
nadie se le obliga a tener confianza, pero sembrar la desconfianza es
un pecado: en una congregación, en una parroquia, en una familia.





Respecto a la reglamentación y la praxis.


Es
indudable que la congregación se halla en un proceso de reforma. En
cierto modo, la Iglesia también. Hasta yo mismo intento estar en
continuo estado de renovación, mejora y cambio.

La palabra
reforma no significa que todas nuestras seguridades quedan en entredicho
hasta que acabe el proceso de renovación. Y lo que desde luego no
significa la palabra reforma es que a partir de ahora la obediencia no
será tan estricta. Resulta impensable en un religioso la idea de que la
obediencia debe ser diluida. Para eso era mejor no haber entrado en
ninguna congregación. Fuera de la vida religiosa existe toda la libertad
del mundo.

La obediencia no está reñida con el diálogo. Cuánto
más diálogo mejor. La obediencia no está reñida con decirle al superior
lo que uno piensa. A veces al superior hay que decirle con toda claridad
que tendrá que dar cuentas a Dios de sus decisiones. Recurrir al
superior del superior a veces es un imperativo de conciencia. El que
sigue el camino adecuado siente paz en su alma. El que va murmurando por
las esquinas está intranquilo en su corazón.





La Legión como obra de Dios


Monseñor De Paolis escribe: La Legión ha sido aprobada por la Iglesia y no puede no ser considerada como una obra de Dios.

Cuando a lo largo de mi vida me han preguntado: ¿Qué piensa usted del Opus Dei? ¿Y de los neocatecumales? ¿Y de los carismáticos? ¿Y de Comunión y Liberación?
Mi respuesta siempre ha sido la misma: Si tal cosa ha sido aprobada por
la Iglesia, ES parte de la Iglesia. Yo no puedo condenar lo que la
Iglesia ha aprobado.

Eso no significa que todo en esas
instituciones sea perfecto. Seguro que hay cosas buenas y malas en sus
integrantes, o aspectos en las mismas instituciones que deben ser
mejorados o reformados. Pero tales instituciones como tal son buenas. Quien a vosotros oye, a mí me oye, les dijo Jesús a los Apóstoles. Si los sucesores de los Apóstoles me dicen que una institución es buena, punto final.

Todos
estamos acostumbrados a escuchar a tal o cual cristiano criticando al
Opus Dei, a los carismáticos o a tal o cual institución. A veces hasta
resulta de buen tono criticar un poco. Pero no obraron así San Juan de
la Cruz, el Cura de Ars, Santa Teresa de Lisieux o la Madre Teresa de
Calcuta.

En una comunidad religiosa se puede mantener entre sus
miembros al que tiene una debilidad (sea el alcohol o la addición a
Internet), se le puede mantener para ayudarle. Pero nunca se puede
mantener al murmurador. Al sembrador de cizaña hay que abrirle la puerta
cuanto antes para que salga. Si está descontento, ¡pues que salga!

La Legión se fundó para la gloria de Dios y el bien de las almas. Y esa labor no está por hacer. Se ha hecho y se hace.

El mal cometido por alguno de sus miembros ha sido muchísimo menor que el bien realizado a millones de almas.

Los
medios para hacer ese bien a veces requieren fundar colegios, buscar
dinero, o pedir a bienhechores. A ver si se piensan algunos que la Madre
Teresa de Calcuta logró hacer bien a los pobres sin el concurso de eso
que llamamos dinero. Para hacer el bien a las almas y a los necesitados
se necesita dinero. Por lo menos en este planeta eso es así.





La responsabilidad de los superiores


Muchos
me manifiestan sus dudas sobre los superiores de la Legión. Sobre este
asunto mi postura es muy clara: dejemos que la Iglesia haga su trabajo.
Es la Iglesia la que tiene el encargo de juzgar si alguien fue culpable
de algo. Yo no tengo toda la información. Ni la información, ni el
tiempo para investigar, ni los medios para llegar a las conclusiones
justas. Si alguien sabe algo, que lo denuncie por los cauces
reglamentarios. Denunciar es una obligación de conciencia. Ir propalando
rumores (me han dicho..., sospecho que..., me ha llegado a mis oídos...), eso no construye, destruye.

Los
sucesores de los Apóstoles tienen el deber de juzgar, aunque no quieran
hacerlo. Y para ello deben investigar, dedicando a ello todo el tiempo
que sea necesario. Un Sucesor de los Apóstoles DEBE juzgar. Para ello
debe llegar hasta el final, y debe ser consecuente en la labor de
limpiar la Casa de Dios llegando hasta sus últimas consecuencias. La
labor de investigar debe ser minuciosa, justa y férrea.

Para
un sacerdote que ha caído en una tentación con una mujer, cabe la
misericordia, cabe decir: venga, levántate y no peques más. Para un
sacerdote que ha caído en el vicio del alcohol cabe que el obispo le
ayude a salir de eso, sin usar la justicia, sino la caridad. Pero ante
otros pecados no sólo no cabe mirar a otro lado, sino que se debe
defender la viña de Dios de los zorros.
El
robo, la pederastia, ciertas complicidades, determinadas omisiones, por
citar algunas cosas, deben ser investigados. Son trabajo del obispo, un
deber. No es algo que se haga si se tiene tiempo o si le parece bien,
es un deber que si no se realiza se cae en culpabilidad grave. Esto no
es que nos lo tengan que decir como cosa nueva los actuales documentos
de las congregaciones, sino que ya lo decían los viejos manuales de
moral. En realidad, todo estaba escrito en ellos. No hemos descubierto
nada nuevo.




Conclusión a la Carta de Monseñor De Paolis


¿Hemos
visto algo en los acontecimientos del Padre Maciel que no hayamos leído
en la Biblia, ese libro donde se relatan tantos pecados, tantas
traiciones, tantas debilidades, tantas felonías? Todo, por tanto, suena a
conocido. Se ha repetido miles de veces, decenas de miles de veces, a
mayor o menor escala, en los gentiles y en los servidores de Dios, en el
Antiguo Testamento y en el Nuevo.

¿Por qué suceden estas cosas?
Por el pecado. ¿Cuál es el remedio, la solución, el camino de salida? La
virtud. La virtud que se logra por los medios habituales tantas veces
repetidos por la tradición cristiana.

La reforma no requiere de
medidas complicadas. Con el ejercicio de la virtud una congregación se
construye. Con la permisión de lo que no es recto, hasta las casas más
sólidas han caido. La solidez de la casa de la Legión ha quedado
comprobada. Otras se hubieran resquebrajado por todos sus muros.

La
Legión es algo bueno, es algo querido por Dios, es una obra de Cristo.
El Fundador de la Legión, en espíritu, llevaba ya buena parte de su vida
fuera de la congregación. La Legión y Regnum Christi fueron levantados
por muchos hombres y mujeres que dieron su vida por seguir una llamada a
construir el Reino de Dios sobre la tierra. La llamada provenía de
Dios, aunque el mensajero inicial cayera abatido en esa batalla
espiritual.

No debemos sentir ningún mal sentimiento hacia el
Padre Maciel. Fue víctima de sus propios pecados. Seguro que él sufrió
más que nadie. Pues el que hace el mal sufre más, creedme, que el que lo
sufre.

Ahora lo que hay que hacer no es no mirar al pasado, sino
por el contrario mirarlo y reflexionar para que cada uno saque sus
propias conclusiones para su vida personal. La vida del Padre Maciel no
es algo a ocultar, sino una gran enseñanza para todos. Su existencia nos
muestra como estando llamados a la excelsitud de la vida mística,
podemos caer en el lodo, y finalmente llevar una vida doble, dividida,
falsa y por tanto sufriente. Nadie sufre más que el que hace el mal. No
hay mejor vida sobre la tierra que la de la virtud, la vida en Cristo.

Como
el profeta Elías, los legionarios deben tomar ese alimento espiritual
traído por manos de ángeles, y ponerse en camino y aprestarse para una
lucha que se libra con las armas del espíritu. El Señor que comenzó esta
obra buena, la llevará a término. Amén.

Hoy acaba esta serie de
post sobre los legionarios. Como dentro de unos meses sería un poco
complicado ir buscando estos post uno a uno, para mayor comodidad, todos
los post sobre los Legionarios de Cristo están reunidos en este link
http://loslegionariosdecristo.blogspot.com/










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