martes, 7 de marzo de 2017

Felipe II. Rey de España (1527-1598) » MCNBiografias.com

Felipe II. Rey de España (1527-1598) » MCNBiografias.com





A
B
C
D
E
F
G
H
I
J
K
L
M
N
O
P
Q
R
S
T
U
V
W
X
Y
Z




HistoriaPolíticaBiografía

Felipe II. Rey de España (1527-1598)

Rey de España, llamado el
Prudente, nacido el 21 de mayo de 1527 en Valladolid y muerto el 13 de
septiembre de 1598 en El Escorial. Fue hijo primogénito del emperador Carlos V y de la emperatriz Isabel de Portugal.



Felipe II. Sánchez Coello.

La infancia del príncipe Felipe

El 11 de marzo de 1526, en el alcázar de Sevilla, Carlos V
contrajo matrimonio con su prima Isabel de Portugal. La joven pareja
pasó su luna de miel en la Alhambra granadina, donde fue concebido el
futuro Felipe II.

El 21 de mayo de 1527, con la Corte trasladada a
Valladolid, la reina se puso de parto. El alumbramiento fue difícil y
largo, duró trece horas. Según cuentan las crónicas de la época, la
comadrona que asistía a la reina Isabel la instó a que gritara, a lo que
la reina contestó, en su portugués natal: Nao me faleis tal, minha comare, que eu morirei, mas no gritarei.

Seis
semanas después del parto, el príncipe fue bautizado por el arzobispo
de Toledo en el convento de San Pablo de Valladolid. Como padrinos
ejercieron el condestable de Castilla, el duque de Béjar y la hermana
mayor del Emperador, Leonor.
La situación política internacional provocó que la alegría de Carlos V
fuera efímera, ya que la guerra con Francia se recrudeció en estas
fechas. El 6 de mayo de 1527 las tropas imperiales habían castigado la
alianza del papa Clemente VII
con el rey francés en el famoso Saco de Roma. Las noticias de este
suceso llegaron a Valladolid en el mes de junio, lo que provocó el fin
de los festejos. La difícil situación política absorbió la atención del
Emperador, que en los años siguientes apenas pudo encargarse de la
educación de su primogénito.

El 10 de mayo de 1528, los
procuradores de las Cortes se reunieron en el convento madrileño de San
Jerónimo donde reconocieron al niño como regente del reino. El 27 de
julio de 1529 el Emperador embarcó en Barcelona, para no regresar hasta
1533.

La infancia del príncipe transcurrió entre las ausencias de
su padre y los desvelos de la Corte, encabezada por su madre. Tuvo una
infancia solitaria, como casi todos los príncipes de la época, alejado
del contacto con otros niños de su edad. Ello, unido a la temprana
muerte de su madre, marcó su carácter. Felipe creció muy unido a sus
hermanas: María y Juana;
y a su madre. En los primeros años de su vida tuvieron gran
protagonismo los personajes portugueses de la Corte de Isabel,
especialmente la dama Leonor Mascarenhas.

Fue la emperatriz Isabel
la que inculcó a su hijo el sentido del deber y la profunda
religiosidad de la que hizo gala a lo largo de toda su vida. La
Emperatriz procuró en todo momento estar junto a sus hijos, pero Carlos V
consideraba necesario que el que estaba llamado a ser su sucesor
recibiera una cuidada educación y que no pasara su infancia rodeado de
mujeres, por ello, nombró a Pedro González de Mendoza
mayordomo mayor y ayo del príncipe. La labor de González de Mendoza
consistió en instruir al príncipe en el protocolo de la Corte, ofrecerle
una sólida formación religiosa e inculcarle los valores que Carlos V
consideraba imprescindibles en su sucesor. El ayo del príncipe tenía la
misión de informar asiduamente al Emperador de los progresos y del
aprendizaje de su heredero. A este efecto, González de Mendoza mantuvo
una amplia correspondencia con el Emperador, que supone un importante
testimonio no sólo de la educación recibida por el príncipe sino también
de la vida en la Corte.



Emperador Carlos V. Tiziano.
En 1533 Carlos V regresó a España y tomó las riendas de la
educación del príncipe. Al año siguiente nombró como preceptor al
erudito Martínez de Silíceo.
La preceptura de Martínez de Silíceo tuvo graves deficiencias, hasta el
punto de que el príncipe Felipe aún no sabía leer ni escribir a los
siete años de edad. En 1535, el Emperador decidió que había llegado la
hora de que su heredero tuviera casa propia y saliera de la tutela de su
madre y las damas de la Corte. Pedro González de Mendoza fue sustituido
por Juan de Zuñiga,
que enseñó al príncipe equitación, esgrima y maneras cortesanas. El
nuevo ayo era mucho más austero y severo que el anterior. Ese mismo año
Carlos V volvió a abandonar España, los años siguientes estarían
marcados por un continuo ir y venir del Emperador. En estos años se
redactaron una serie de manuales especiales destinados al aprendizaje
del príncipe. También, se tradujo al castellano la obra de Erasmo de Rotterdam Institución del príncipe cristiano,
para que sirviera de guía a sus educadores. Entre 1535 y 1540 Martínez
Silíceo mantuvo una nutrida correspondencia con el Emperador
informándole de los avances en la educación de su hijo.

La salud
del joven príncipe no era especialmente mala, aunque a lo largo de su
infancia padeció enfermedades provocadas por sus hábitos alimenticios.
En 1535, al parecer por culpa de un envenenamiento por salmonela, estuvo
a punto de morir. A partir de entonces se extremaron las preocupaciones
en la Corte y Felipe desarrolló una eterna preocupación por su estado
de salud y su higiene personal. En contraposición a su más o menos débil
salud, el príncipe era agraciado físicamente y, según un reciente
estudio del historiador Henry Kamen (Felipe de España. Madrid,
Siglo XXI, 1997), se convirtió en un gran seductor al que apasionaban
las aventuras amorosas. Era un gran bailarín y disfrutaba de las fiestas
y la música.

En el verano de 1538 Carlos V regresó a España en
busca de fondos y hombres para las guerras europeas. En octubre se
convocaron Cortes en Toledo. Estas supusieron una gran decepción para el
Emperador, ya que se negaron a proporcionar más dinero. Durante la
primavera de 1539 la emperatriz, de nuevo embarazada, enfermó en Toledo.
A finales de abril de ese año sufrió un aborto y su estado de salud
empeoró. El 1 de mayo de 1539 la emperatriz Isabel falleció. Esta muerte
afectó mucho al príncipe Felipe, hata el punto de que en esa fecha se
puede decir que acabó su infancia y se inició su larga preparación como
heredero del Emperador. Ese mismo año Carlos V salió de España para
acabar con una revuelta en Gante. Debido a la edad del príncipe, se
formó un consejo de regencia formado por el cardenal Tavera, el duque de Alba y Francisco de los Cobos.



Duque de Alba. Tiziano.
El año de 1540 fue especialmente difícil tanto para Carlos V
como para el Imperio. La Reforma Protestante se extendía por Alemania,
el rey de Francia fomentaba las aspiraciones de los protestantes y
reclamaba el estratégico ducado de Milán; Castilla sufría los efectos de
las malas cosechas y las excesivas guerras. A todo ello se sumaba la
amenaza otomana, cada vez más poderosa gracias a la dirección de Solimán.

La mayoría de edad: su formación como gobernante

La muerte de la emperatriz y la deficiente educación del
príncipe, llevaron a Carlos V a tomar medidas para convertir a Felipe en
un buen heredero. En 1541 Silíceo fue destituido, Carlos V nombró a
nuevos profesores, Cristóbal Calvete de Estrella, Honorato de Juan y Juan Ginés de Sepúlveda.
Por expresa recomendación de Martínez de Silíceo no se buscó ningún
profesor de lenguas modernas, por lo que el príncipe nunca fue capaz de
hablar las lenguas de sus dominios ni de los reinos vecinos, aunque
llegó a entenderlas. El joven Felipe no fue un buen alumno, pese a los
esfuerzos de sus profesores y a la insistencia de su padre, nunca llegó a
dominar el latín, su caligrafía no era buena, sus conocimientos del
griego muy elementales, y su estilo literario, en el mejor de los casos,
mediocre. Mostró mayor interés por la danza, la música y la caza. A
partir de 1540 tuvo un profesor de música, Luis Narváez. A partir de 1541, el príncipe dispuso de un secretario personal, Gonzalo Pérez. Ese mismo año Felipe fue declarado mayor de edad y puso fin al luto que había guardado por su madre.

Los
profesores del príncipe Felipe recibieron considerables recursos
económicos para formar una biblioteca para el heredero. En la década de
1540, Felipe inició una de las mayores aficiones de su vida, el
coleccionismo de libros. El príncipe llegó a formar una de las mayores
bibliotecas de su tiempo, atesorada en su obra magna, el Monasterio de
El Escorial. Entre sus aficiones se encontraban también los torneos y
las justas, tanto era así que el Amadís de Gaula fue siempre uno
de sus libros predilectos. Desde pequeño, el príncipe organizaba torneos
y justas con sus compañeros de estudios, entre los que se encontraba el
hijo de Juan de Zúñiga, Luis de Requesens.
El príncipe Felipe mantuvo un gran interés por las artes en general, lo
que le llevó a ser uno de los mayores mecenas de su tiempo, pero mostró
especial predilección por la arquitectura.



Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Herrera. Madrid.
Por orden de Carlos V se redactó un libro que describía como fue educado el príncipe Juan,
hijo de los Reyes Católicos. Una vez redactado el libro, se ordenó a
Zúñiga que lo usara como modelo para educar al príncipe Felipe. Gracias a
estos esfuerzos, la educación del príncipe mejoró considerablemente. Se
puso especial énfasis en enseñar al joven príncipe a ser disciplinado,
autocontrolarse y no mostrar sus emociones en público.

En 1542 el
príncipe Felipe realizó su primer viaje de Estado. Carlos V, tras su
desastrosa expedición a Argel se refugió en Bugía (Argelia), de donde
pasó a Cartagena a finales de 1541, desde allí hizo llamar a su hijo y
ambos se encontraron en Ocaña en mayo de 1542. Una vez allí emprendieron
viaje a Valladolid y el 22 de mayo la comitiva viajó hasta Burgos. El 2
de junio se dirigieron a Navarra y el día 22 llegaron a Monzón, en
Aragón. El objetivo del viaje era que el príncipe jurase los fueros de
la Corona de Aragón. Por ello, se convocaron las cortes en Monzón.
Felipe enfermó de fiebres y estuvo convaleciente hasta el mes de agosto.
Entre finales de septiembre y principios de octubre las distintas
cortes juraron al príncipe. En esos meses los franceses amenazaron la
frontera. El 12 de octubre el príncipe marchó hacia Zaragoza y Carlos V a
Barcelona. Ambos volvieron a reunirse a principios de noviembre en
Barcelona, donde el príncipe disfrutó de la vida nocturna de la ciudad y
de las fiestas que se hicieron en su honor. En noviembre la comitiva
marchó a Valencia y a finales de año el príncipe regresó a Castilla.

Tras
este viaje, el Emperador inició la que sería su ausencia más larga,
estuvo catorce años fuera, y dejó a su hijo al frente del gobierno. Para
ayudar al joven príncipe, Carlos V confeccionó un consejo de regencia
integrado por políticos de su confianza: Francisco de Cobos, el Duque de
Alba, el cardenal Tavera y Fernando de Valdés. El Emperador recomendó a su hijo, en dos cartas, conocidas como Instrucción,
la mejor manera para tratar con sus consejeros e imponer su autoridad.
Los consejos que le dio su padre, acompañaron a Felipe a lo largo de
toda su vida: no fiarse nunca de nadie, no demostrar sus emociones,
aparecer en público a horas determinadas, ser devoto, temeroso de Dios y
justo. En la segunda de las cartas, Carlos V hizo una serie de
recomendaciones a su hijo sobre su vida privada que Felipe no atendió.

A
medida que el príncipe se iba haciendo con las riendas del gobierno y
aprendía el funcionamiento de los diferentes consejos de la Monarquía
Hispánica, cada vez fueron mayores los roces entre padre e hijo. El
Emperador solicitaba continuamente fondos para sufragar sus campañas y
Felipe se quejaba del perjuicio que estas peticiones hacían al bienestar
de los reinos. En 1544 el Emperador firmó con el rey de Francia la Paz
de Crêpy, para alivio de la Corte y de su hijo. A pesar de estas
diferencias, Carlos V nunca desautorizó a su hijo en público, es más,
estaba orgulloso de la independencia del príncipe y de su buena voluntad
para el gobierno. Felipe se entregó a sus nuevas responsabilidades,
mostrando un gran interés por todo lo que sucedía en sus dominios.
Zúñiga en una carta al Emperador fechada el 8 de junio de 1543 decía a
este respecto: "Su Alteza recibió las Instrucciones, con los poderes q
V. Mgd. le invia para la overnacion destos reynos y de Aragon. Y
despues de leydo todo, invió las instruciones particulares a los
tribunales y consejos, y a començado a entender con mucho quydado en lo q
se le manda, y hasta aqui con buena voluntad. Y todo se comunica con el
duque de Alba y el Comendado Mayor de Leon
". A finales de 1543 la
autoridad del príncipe era incontestable, manejaba todos los asuntos
importantes del gobierno, participaba en los consejos, dictaba órdenes y
recibía audiencias.

En esos momentos la Corte se encontraba
dividida en dos facciones antagónicas, que pese a sus diferencias
siempre colaboraron con las decisiones reales. Por un lado se encontraba
el grupo dirigido por el cardenal Tavera, presidente del Consejo de
Estado, arzobispo de Toledo e inquisidor general. El otro grupo estaba
dirigido por Francisco de los Cobos, que controlaba la administración.
De este grupo formaban parte Fernando de Valdés, presidente del Consejo
Real; y Francisco García de Loaysa.
El Duque de Alba se encontraba ajeno a ambos grupos, aunque acabaría
aliándose con la facción de Cobos. Entre ellos, el más importante de los
colaboradores del príncipe fue Gonzalo Pérez, su secretario personal y secretario del Consejo de Estado.

En
1543 la Casa del Príncipe, presidida por Zúñiga, estaba compuesta por
110 personas. Los gastos corrientes ascendían a 32.000 ducados, una
octava parte de los gastos de la Casa del Rey. El príncipe basaba su
alimentación en el consumo de carne, en ocasiones se incluían hortalizas
y frutas, pero nunca pescado.

En 1542 Carlos V había firmado las
Leyes Nuevas, un intento de regularizar la situación de los territorios
americanos. Una figura capital en su implantación fue Bartolomé de Las Casas,
que en 1544 regresó a América, como obispo de Chiapas, para impulsar la
nueva legislación. La aplicación de las Leyes Nuevas estuvo a punto de
provocar un motín entre la población española de América, que no estaba
dispuesta a perder sus privilegios. La situación fue especialmente grave
en el Virreinato del Perú, donde Gonzalo Pizarro
encabezó una revuelta. El príncipe Felipe reunió a sus consejeros en
1545 para buscar una salida. Finalmente se envió un negociador, Pedro de la Gasca,
que logró, en 1548, acabar con la sublevación y ejecutó a Pizarro. Para
el príncipe Felipe esta fue su primera acción de gobierno importante.

El primer matrimonio: María Manuela de Portugal

A partir de 1541 Carlos V empezó a considerar la necesidad de
casar a su heredero para asegurar la sucesión dinástica y fortalecer las
alianzas internacionales. El Emperador pensó inicialmente en la
francesa Juana de Albret, heredera del Bearne, una rica región situada
al sur de Francia; pero el proyecto fue vetado por Francisco I, ya que si el Bearne caía en manos de Carlos V, éste podía poner en peligro la unidad territorial de Francia.



Francisco I de Francia con su familia y miembros de la corte.
Tras el fracaso de las negociaciones, Carlos V consideró la
posibilidad de mejorar las relaciones con Francia a través de un doble
enlace con los hijos de Francisco I. Pensó casar a Felipe con Margarita
de Valois, y al heredero de Francia, Enrique, con la princesa María, sobrina del Emperador e hija de Fernando de Austria.
Para afianzar esta unión, Carlos V estaba dispuesto a ceder, el
Milanesado o los Países Bajos. El príncipe Felipe se negó al matrimonio
al considerar inadmisible tanto la cesión del Milanesado como la de los
Países Bajos.

El propio príncipe presentó dos candidatas a su padre, María Tudor; y su favorita, María Manuela de Portugal.
La preferencia de Felipe por María Manuela pudo estar motivada por la
juventud de ésta y por el recuerdo de su madre, la emperatriz Isabel,
que también era portuguesa. El Emperador accedió a los deseos de su hijo
e inició los trámites con la corona portuguesa. Para el Emperador,
Portugal suponía un buen aliado frente a Francia y, además, albergaba
esperanzas de conseguir una buena dote.

Las negociaciones matrimoniales fueron complejas debido al parentesco que unía a ambos príncipes. El rey portugués Juan III, era hijo de Manuel I El Afortunado y de la infanta María,
hija de los Reyes Católicos; y era hermano de la emperatriz Isabel de
Portugal, esposa de Carlos V y madre del príncipe Felipe. Por otra
parte, el emperador Carlos era hermano de Catalina de Austria, la esposa
de Juan III. A la complicada relación de parentesco, se sumaba la mala
situación económica de Portugal. Juan III pretendía casar a su hija con
su hermano, el infante Luis, para rebajar la dote. La intervención de la
reina Catalina de Austria fue fundamental para los planes de Carlos V.
Las presiones de Catalina, la gran diferencia de edad entre el infante
Luis y su sobrina María Manuela y las enormes posesiones territoriales
de Carlos V acabaron por decidir a Juan III.

Un sector de la
nobleza portuguesa se oponía al enlace debido a que en caso de que el
príncipe Juan Manuel, el heredero al trono, falleciera sin descendencia,
los derechos sucesorios pasarían a la princesa María Manuela y por
tanto al príncipe Felipe.

A principios de 1543 se fijaron las
capitulaciones matrimoniales, en las que además se incluía el matrimonio
del heredero portugués con la hija de Carlos V, Juana de Austria.
Desde ese momento se iniciaron los trámites con el Papado para obtener
la necesaria dispensa que permitiera en enlace entre los primos
hermanos. La dote fue fijada en trescientos mil ducados.

El
matrimonio por poderes se celebró en Portugal el 12 de Mayo de 1543. El
representante del príncipe Felipe fue Luis Sarmiento de Mendoza. Tras
las primeras celebraciones la princesa emprendió viaje para encontrarse
con su futuro esposo, en este viaje estuvo escoltada por el duque de
Braganza y el arzobispo de Lisboa. Por su parte, el Emperador eligió a
Juan Alfonso de Guzmán, duque de Medina Sidonia y a Martínez Silíceo,
obispo de Cartagena, para recibir a la princesa. Tras encontrarse ambas
comitivas, una serie de incidentes diplomáticos estuvieron a punto de
hacer fracasar el proyecto.

El 13 de noviembre de 1543 María
Manuela y Felipe llegaron a Salamanca, donde el día 14 se celebró el
matrimonio. Las fiestas populares se sucedieron durante cinco días. Tras
los fastos, los jóvenes se dirigieron a Valladolid y a su paso por
Tordesillas, acudieron a visitar a la abuela de ambos, la reina Juana la Loca,
que llevaba tres décadas encerrada. Pese a su locura y a su encierro,
mientras vivió fue considera reina de Castilla conjuntamente con su
hijo, el emperador Carlos. Así lo demuestra el hecho de que el príncipe
Felipe, durante estos años firmase sus decretos en nombre de la Catholica Reyna y Emperador y Rey mis señores.



Juana I, La Loca, reina de Castilla.
El Emperador mostró gran interés por las relaciones entre
María y Felipe, preocupado porque un exceso de actividad sexual acabara
con la salud de su hijo, como ocurrió con el príncipe Juan.
El Emperador hizo todo lo posible por limitar los encuentros entre
ambos. Felipe se mostró dispuesto a hacer poco caso a su padre en este
asunto, pero un virulento ataque de sarna, poco después de la boda, le
obligó a dormir lejos de su esposa.
En la madrugada del 8 al 9 de
Julio de 1545 María Manuela de Portugal dio a luz en Valladolid a un
varón, el parto fue muy doloroso y el niño nació muy débil. En honor a
su abuelo el nuevo infante recibió el nombre de Carlos. La alegría duró
poco ya que cuatro días después del parto, moría la princesa de
Asturias. La muerte de María sumió al príncipe en una profunda tristeza
que tardó años en superar, se refugió en el trabajo y se apartó de su
hijo que, desde los primeros momentos de su infancia, dio muestras de
tener graves problemas físicos y mentales.

La regencia de los reinos peninsulares y la formación internacional del príncipe de Asturias

Tras la muerte de María Manuela, y poco después del cardenal
Tavera, Felipe se dedicó de lleno al gobierno. En 1546 falleció Juan de
Zúñiga, que había acompañado al príncipe desde su infancia; y el 10 de
mayo de 1547 murió Francisco de los Cobos. De sus principales consejeros
sólo el Duque de Alba estaba vivo, pero en 1546 fue llamado a Alemania
por el Emperador para preparar una nueva campaña contra los
protestantes. El Emperador puso a nuevos consejeros al lado de su hijo,
entre los que se encontraban Fernando de Valdés y Luis Hurtado de
Mendoza. Pese a la importancia que estos hombres tuvieron en la Corte,
el príncipe no dependió de ellos como de los anteriores y empezó a tomar
sus propias decisiones. Para reforzar la autoridad del príncipe, Carlos
V le nombró duque de Milán el 16 de septiembre de 1546.

Felipe
aconsejó en repetidas ocasiones al Emperador que moderase sus gastos, ya
que la población no podía seguir pagando sus grandes empresas. Felipe y
Francisco de Cobos, opinaban que el sistema impositivo debía mejorarse,
y a través de todos los medios a su alcance intentaron hacer frente a
los costosos gastos militares a los que estaba sometido el Imperio,
vendiendo juros, arrendando impuestos y solicitando subsidios en las
Cortes. La situación económica era desesperada y a pesar de los
esfuerzos la economía se desmoronaba, ni siquiera la llegada de la plata
de América podía paliar la mala situación de las finanzas del reino. En
1546, todas las rentas estatales estaban empeñadas hasta 1550. Felipe
escribía a su padre, el 20 de diciembre de 1546, mostrándole su
preocupación: "De manera que a lo que yo siento, y a lo me ha
significado el Comendador Mayor antes de su indisposición, para dezir
verdad a Vuestra Magestad como se deve dezir, esto se puede tener por
muy acabado. Ny se sabe de donde ny como se cumpla y buscar arbitrios y
formas de donde se encarescer, y esto se tiene por cierto que
proncipalmente ha puesto al Comendador Mayor en el estado en que está, y
aggravado su mal
".

Felipe actuaba como regente de unos reinos
que suponían el corazón del imperio de su padre. Castilla tenía
entonces una población de unos cinco millones de personas y la Corona de
Aragón aproximadamente un millón y medio. A pesar del carácter agrario
de la economía, el regente se veía obligado a importar grano de forma
regular para asegurar el abastecimiento de los mercados. La expansión
demográfica que se produjo en la primera mitad del siglo XVI acentuó aún
más los problemas de abastecimiento de la población. Tanto el regente
como su gobierno se preocuparon por encontrar una solución a los
problemas de su pueblo. Se adoptaron leyes para regular la mendicidad,
se crearon hospitales para los necesitados y en las universidades se
debatía sobre el problema de la pobreza. Otros grandes debates de la
época eran los indígenas de América y la situación de los judíos
conversos. En lo referente a América, el príncipe se mostró partidario
de la postura de Bartolomé de Las Casas. En cuanto al problema de los
conversos, Felipe se mostró decidido a luchar contra el antisemitismo de
algunos altos cargos, como el obispo Silíceo que en 1546 había emitido
un estatuto por el que obligaba a probar la limpieza de sangre a los aspirantes al cabildo toledano. Felipe suspendió el estatuto.

En 1547 se produjeron una serie de hechos fundamentales en Europa. El 28 de febrero falleció Enrique VIII de Inglaterra, el 31 de marzo expiró Francisco I de Francia, un año antes habían muerto Lutero y Khair Barbarroja.
Con ello, los principales enemigos de Carlos V desaparecían. Además, el
propio Emperador padecía de gota y veía su final cercano. Era urgente
preparar a Felipe para la nueva situación política. La paz entre las
distintas potencias hacía que el viaje del príncipe hasta los Países
Bajos fuera seguro. Por todo ello, a principios de 1548 Carlos V ordenó
al Duque de Alba que fuera en busca de su hijo. Antes de que éste
partiera, elaboró una serie de Instrucciones en Augsburgo que
debían ser entregadas al príncipe. El Duque de Alba tenía además la
misión de introducir en España el ceremonial de la Corte de Borgoña, con
el objetivo de preparar al príncipe para sus nuevas responsabilidades
al frente de los dominios paternos.



Lutero. Lucas Cranach, 1522.
La marcha del príncipe Felipe provocó las protestas de las
Cortes de Castilla, que llevaban años sin su rey y que temían perder
también a su príncipe. El archiduque Maximiliano,
sobrino del Emperador, quedó al frente de la administración de los
reinos peninsulares. El archiduque desembarcó en Barcelona en la flota
de Andrea Doria,
que esperó en el puerto a la llegada del príncipe Felipe para llevarlo a
Italia, de donde pasó a los Países Bajos. En septiembre de ese año, el
archiduque Maximiliano contrajo matrimonio con su prima María de Austria.

Las
ciudades italianas recibieron con grandes festejos al séquito del
príncipe Felipe, el cual dejó una grata impresión. El príncipe disfrutó
de los festejos que se hicieron en su honor y se destacó tanto en los
bailes como en los torneos. En este viaje por Italia conoció al gran
pintor Tiziano,
al que encargó algunos retratos. A finales de enero de 1549 la comitiva
abandonó Italia. En Trento, a donde llegó el 24 de enero, el príncipe
fue recibido por los prelados dependientes de Carlos V que participaban
en el Concilio y por el joven Mauricio de Sajonia, con el que el
príncipe entabló una buena relación. El viaje hacia los Países Bajos
duró seis meses llenos de festejos. En abril de 1549 llegó a Bruselas,
donde se reunió con su padre y con el principal consejero de éste, Granvela. La reina María de Hungría, hermana de Carlos V y regente de los Países Bajos, dio una gran fiesta a los viajeros.

Felipe
y Carlos pasaron tres meses en Bruselas debido a la mala salud del
Emperador. El príncipe Felipe tuvo dificultades con el idioma, lo que
hizo que los nobles locales se formaran una mala impresión inicial. Pero
el joven príncipe supo adaptarse a la situación y se ganó el favor de
los nobles gracias a su participación en los festejos. Felipe entró en
contacto con los principales nobles del territorio, los cuales tendrían
un papel destacado en la política europea de los próximos años. Allí
conoció a Guillermo de Orange y a Lamoral de Egmont,
entre otros jóvenes dirigentes. Parece ser que Felipe mostró un
especial interés por la hermosa duquesa de Lorena. Finalmente, el 12 de
julio Carlos V emprendió con su hijo el viaje por los Países Bajos.

A
lo largo de 1549 Carlos V y el príncipe Felipe realizaron un viaje por
los Países Bajos, con la intención de que tanto Felipe como sus súbditos
se conocieran. El viaje fue todo un éxito y las distintas ciudades que
visitaron rivalizaron entre sí en cuanto a fiestas y engalanamiento,
gracias a lo cual, el príncipe Felipe se llevó una grata impresión de
los Países Bajos. El príncipe se mostró tolerante con los protestantes,
disfrutó de los espectaculares festejos en su honor y sedujo a algunas
damas. Felipe quedó impresionado por la riqueza y esplendor de las
ciudades flamencas, en especial con Amberes, el principal centro
comercial de Europa. La comitiva también estuvo en Rotterdam, la ciudad
natal de Erasmo, donde el príncipe mostró interés por los lugares en los que había vivido el humanista.



Erasmo de Rotterdam. Holbein el Joven, (1523).
El 8 de julio de 1550 Carlos V y Felipe llegaron a Augsburgo
para la apertura de la Dieta Imperial. El príncipe participó en las
sesiones políticas de la Dieta, en la que se debatió sobre los problemas
religiosos de Alemania y la posibilidad de una invasión turca por el
Danubio. En la Dieta se estableció el respeto a la fe luterana en
Alemania y se acordó que las disputas religiosas fueran llevadas al
Concilio de Trento.

El príncipe Felipe hizo llamar a Tiziano a Alemania y le encargó una serie de obras conocidas como las Poesías.
También aprovechó esta estancia para ampliar sus conocimientos
arquitectónicos. Tras la Dieta, Carlos V reunió a la familia Habsburgo
para tratar sobre el reparto de su herencia. Carlos V pretendía que su
hijo heredase la corona imperial junto al resto de sus posesiones, pero
su hermano Fernando,
a quien ya había hecho nombrar Rey de Romanos, se negó a renunciar, por
lo que el Emperador tuvo que desistir de su propósito. La reunión
familiar duró seis meses, plagados de disputas y negociaciones, tras los
cuales se llegó a una solución de compromiso que no sería respetada. Se
acordó que la corona imperial pasaría a Fernando de Austria, de éste a
Felipe y por último al archiduque Maximiliano.

La estancia en los
Países Bajos y Alemania se prolongó hasta mayo de 1551, fecha en la que
Felipe regresó a la península Ibérica para hacerse cargo del gobierno.
El príncipe había pasado dos años en el Imperio, rodeado de protestantes
con los que había participado en fiestas de todo tipo. El viaje del
príncipe fue considerado como un gran éxito por parte de la Corte,
aunque Felipe cometió numerosos errores y su desconocimiento de los
idiomas supuso un problema para su integración en las reuniones.

En
el verano de 1551 Felipe llegó a Barcelona, donde permaneció algunos
días a la espera de su primo Maximiliano. Tras despedirse de su primo,
emprendió viaje a Zaragoza y posteriormente hacia el norte, alcanzando
Tudela el 19 de agosto. Allí, fue jurado como señor de Navarra. En el
otoño de 1551 llegó a Valladolid, desde donde se hizo cargo del gobierno
de forma directa. Su padre, convencido de la capacidad de gobierno del
príncipe, le pidió desde entonces opinión en todos los asuntos
importantes, sin dar consejos ni instrucciones y confiando en el
criterio de su hijo.

En 1551 estalló la guerra de nuevo. Los
príncipes protestantes alemanes, apoyados en Francia, se sublevaron
contra el Emperador. En este conflicto ocurrió un hecho que marcó
profundamente al príncipe Felipe, la traición de su amigo Mauricio de Sajonia.
La situación del Emperador era complicada y numerosos nobles salieron
de España en su auxilio, Felipe quiso participar en la guerra, pero
Carlos V le convenció de que se puesto estaba en la península. A lo
largo del año, Felipe reunió a las Cortes en busca de dinero y efectivos
para la guerra. En 1552 permaneció seis meses en Monzón negociando con
las Cortes de Aragón.

Ese mismo año la hermana pequeña de Felipe,
Juana de Austria, marchó a Portugal para casarse con el heredero al
trono luso, el príncipe Juan, heredero de Juan III. El matrimonio fue
breve por el fallecimiento del príncipe, pero nació un hijo, Sebastián, futuro rey de Portugal. Entre 1552 y 1555 fueron años desastrosos para Carlos V, los protestantes alemanes se aliaron con Enrique II
y el Emperador perdió las plazas de Toul y Verdún, y fue humillado en
Merzt. En la batalla de Innsbruck el Emperador estuvo a punto de caer
prisionero de las tropas de Mauricio de Sajonia. En 1555 fue elegido
Papa el italiano Giamprietro Caraffa, bajo el nombre de Paulo VI; enemigo acérrimo del Emperador.

El segundo matrimonio: María Tudor, reina de Inglaterra

Ante la complicada situación del Imperio, Carlos V buscó nuevos aliados en Inglaterra. Tras la muerte de Enrique VIII en 1547 había subido al trono su hijo Eduardo VI. Este falleció en 1553 y la corona pasó a María I Tudor, hija de Enrique VIII y de Catalina de Aragón.
Carlos V vio con buenos ojos la subida al trono de María Tudor, ya que
la nueva reina era su prima. El Emperador ya era demasiado mayor para
casarse con María, pero no su hijo Felipe.



María Tudor, reina de Inglaterra. Antonio Moro. Museo del Prado. Madrid.
El Parlamento inglés, temeroso de que el enlace supusiera la
entrada de Inglaterra en las costosas guerras de Carlos V, se mostró
contrario al enlace entre María y Felipe, el cual por su parte, tampoco
estaba muy decidió. El Consejo Real de Inglaterra también se opuso y la
Cámara de los Comunes solicitó formalmente a la reina que no contrajera
este matrimonio. No obstante, la férrea disposición de Carlos V y la
voluntad de la reina hicieron posible el enlace. María se enamoró del
príncipe Felipe nada más ver el retrato de Tiziano que le envió Carlos
V. La reina inglesa tenía treinta y nueve años, estaba muy envejecida y
no era especialmente agraciada, mientras que su prometido tenía
veintiséis años, era elegante y, para los gustos de la época, muy
agraciado físicamente. Hacía ocho años que Felipe se había quedado viudo
y durante ese tiempo habían sido numerosos sus escarceos con otras
damas. En los momentos en los que se estaba preparando el enlace, Felipe
mantenía una intensa relación con Isabel Osorio. Esta relación duró
varios años y Felipe se encargó de mantener a Isabel hasta su muerte en
1590. En cuanto a su nueva esposa, Ruy Gómez de Silva, que acompañó al príncipe Felipe a Inglaterra escribió: "Paréceme
que si usase nuestros vestidos y tocados, que se le parecería menos la
vejez y la flaqueza. Para hablar verdad con vustra merced, mucho Dios es
menester para tragar este cálid
".

El rey de Francia, ante la
imposibilidad de detener el matrimonio, financió una revuelta para
quitar el trono a María Tudor, pero la reina, arropada por el pueblo
resistió y la conjura fue desmantelada.

Las capitulaciones
matrimoniales se firmaron en Londres el 12 de enero de 1554. En ellas se
establecía que la reina no estaba obligada a salir de Inglaterra y que
el posible hijo que naciera del matrimonio sería rey de Inglaterra, de
los Países Bajos y, en caso de que falleciese el perturbado príncipe
Carlos, heredaría los reinos correspondientes a Felipe. La autoridad de
Felipe en Inglaterra sería igual a la de su esposa, pero en el caso de
que la reina falleciera antes que el rey, éste debería abandonar la isla
y no reclamaría el trono. Inglaterra no quedaba obligada a participar
en ninguna guerra ajena a sus propios intereses y ningún cargo público
podría ser ocupado por extranjeros. Estas condiciones eran muy
semejantes a las que se habían acordado en el enlace de los Reyes
Católicos.

Felipe preparó su viaje en Valladolid, allí reclutó al
que debía ser su séquito, entre tres y cinco mil acompañantes además de
seis mil soldados y marineros. El futuro rey de Inglaterra consideraba
que este séquito era el adecuado, incluso algo modesto, pero sus
consejeros le convencieron de que más que un séquito aquello parecía una
fuerza de invasión. Antes de partir para Inglaterra, Felipe había hecho
que su hermana Juana, viuda desde el 2 de enero, regresara de Portugal
para hacerse cargo de la regencia. Felipe zarpó de La Coruña el 13 de
julio de 1554.

La flota de Felipe, tras un desapacible viaje, tomó
puerto el 20 de julio. El príncipe fue nombrado entonces miembro de la
Orden de la Jarretera. Felipe y María se encontraron en Winchester el 23
de julio. Al día siguiente la pareja recibió al enviado personal del
Emperador, Juan de Figueroa, quien hizo entrega a Felipe del regalo de
bodas de su padre, la investidura como rey de Nápoles y duque de Milán.
La boda se celebró en la catedral de Winchester el 25 de julio de 1554.

Desde
el primer momento, Felipe se preocupó por causar una buena impresión en
sus nuevos súbditos y dio instrucciones precisas a su séquito para que
se adaptasen en todo a las costumbres inglesas. Así se desprende de la
Instrucción del 16 de febrero de 1554 al conde Egmont: "governar y acomodar a las costumbres de los naturales, las quales todos havemos de tener por propias".
Felipe incorporó a algunos nobles ingleses a su séquito personal y
adoptó algunas de las costumbres de sus nuevos súbditos, como beber la
cerveza tibia típica de Inglaterra. También trató de aprender algo de
inglés, pero con poco éxito. Pese a los esfuerzos, los españoles no
acababan de adaptarse a Inglaterra, el clima no les gustaba, las fiestas
les parecían aburridas y de los ingleses pensaban: "son blancos, colorados, belicosos (...). Todas las fiestas de acá son comer y bever, que en otra cosa no entienden (...). Porque hay mucha cerveza se bebe más que lleva agua el río de Valladolid". El séquito español no se sentía seguro y eran frecuentas las disputas con los nobles ingleses: "Aunque
estamos en buena tierra, estamos entre la mas mala gente de nacion que
hay en el mundo. Son estos ingleses muy enemigos de la nacion española,
lo cual bien se ha mostrado en muchas pendencias e muy grandes que entre
ellos e nosotros se han travado
".

La principal preocupación
de la nueva pareja fue tener descendencia que consolidase la unión
dinástica. A finales de 1554 la reina parecía estar embarazada, pero
eran muchos los que dudaban de ello. Ruy Gómez de Silva decía al
respecto: "Aunque su vientre abulta ya tanto como el de Guitierre López, todavía sigo en mis dudas de que esté en cinta".
Y, efectivamente, pasados los meses, se comprobó que la inflamación del
vientre de la reina era obra de la hidropesía. El príncipe Felipe, que
había prometido permanecer junto a la reina hasta que diera a luz, se
vio liberado de su promesa, por lo que el 29 de agosto de 1555 partió
hacia Bruselas, donde le esperaba el Emperador. En los Países Bajos
Felipe mantuvo relaciones con al menos dos mujeres, una de las cuales
puede que incluso le diera un hijo.

En octubre de ese mismo año,
Carlos V, cansado, enfermo y envejecido, abdicó en su hijo el gobierno
de los Países Bajos. La abdicación, que tuvo lugar en Bruselas, fue una
gran ceremonia a la que asistieron los principales nobles de Europa. El
cansado Emperador pronunció un emotivo discurso en el que repasó los
principales acontecimientos de su vida: "Nueve veces fuí a Alemania
la Alta, seis he pasado en España, siete en Italia, diez he venido aquí a
Flandes, cuatro en tiempo de paz y de guerra he entrado en Francia, dos
en Inglaterra, otras dos fuí contra Africa
(...) sin otros
caminos de menos cuenta. Y para esto he navegado ocho veces el mar
Mediterráneo y tres el Océano de España, y agora será la cuarta que
volveré a pasarlo para sepultarme
". (Sandoval, op. cit., p.
479). En enero de 1556, el príncipe Felipe se convirtió en rey de España
como Felipe II. El 5 de febrero Carlos V le transfirió el Franco
Condado. El 28 de marzo Felipe fue proclamado rey de España en
Valladolid. A partir de la primavera de 1556 Felipe II se convirtió en
el monarca más poderoso de su tiempo. Sus posesiones eran inmensas. En
España poseía los reinos de Castilla, Aragón, Navarra, Rosellón y
Baleares; a esto se unían los amplios territorios americanos,
dependientes de la Corona de Castilla, junto con algunas posesiones en
Oceanía; bajo su reinado se completó la conquista de las islas
Filipinas. En África poseía las Canarias, Orán, Bujía y Túnez. En Italia
era rey de Nápoles, Sicilia y Cerdeña, y duque de Milán. Además, le
pertenecía la herencia borgoñona, los Países Bajos y el Franco Condado.

Durante
los dos años que Felipe II pasó en los Países Bajos, María Tudor envió
constantemente cartas a su esposo para que regresara a Inglaterra, pero
este rehusó argumentando que los asuntos de los Países Bajos y la guerra
con Francia le retenían en el extranjero. En marzo de 1557 Felipe II se
dirigió a Inglaterra en busca de ayuda contra Francia. En julio de ese
mismo año embarcó de nuevo hacia el continente para no regresar nunca a
las islas Británicas. El 17 de noviembre de 1558 María Tudor falleció en
Londres.

Reinado de Felipe II (1556-1598)

Felipe II el emperador hispánico.


Una de las primeras decisiones de Felipe II como rey de España
fue resolver la vieja cuestión del empleo de mano de obra indígena en
América. En este asunto, pese a que Felipe había apoyado reiteradamente
las posturas de Bartolomé de Las Casas, acabó por ponerse del lado de
los españoles asentados en América, ya que estos ofrecieron a la Corona
cinco millones de ducados en oro. Carlos V era contrario a esta
decisión, pero Felipe II se mostró inflexible ante la apremiante
necesidad de fondos. El Emperador permaneció durante un tiempo en
Bruselas, dirigiendo en la sombra la política de su hijo, para
posteriormente retirarse definitivamente a Yuste, donde falleció el 21
de septiembre de 1558.

Durante los dos años que Felipe II
permaneció en los Países Bajos (desde finales de 1555 hasta 1558) su
política estuvo centrada en resolver la contribución de los Países Bajos
a las finanzas de su imperio y en tratar de resolver las tensas
relaciones con el Papado. Tras estos problemas se encontraba Enrique II
de Francia, cuyo reino se encontraba completamente rodeado por los
Estados de los Habsburgo. El rey de Francia estaba aliado con Paulo IV,
al tiempo que prestaba su apoyo a los protestantes de los Países Bajos.
Felipe II no quería la guerra con Francia, ya que era consciente de la
imposibilidad de hacer frente a nuevos gastos. En febrero de 1556 Felipe
II firmó por sorpresa la Tregua de Vaucelles. No obstante la guerra
acabó estallando al año siguiente. En 1555 Felipe II había nombrado al
Duque de Alba virrey de Nápoles. Tras meses de provocaciones por parte
del Papado, en septiembre de 1556 Felipe II dio la orden de hostigar los
Estados papales. Paulo IV solicitó la ayuda francesa y en enero de 1557
el duque de Guisa invadió Italia al tiempo que el almirante Coligny atacó los Países Bajos. La guerra había empezado.

Felipe
II reagrupó sus fuerzas, obtuvo la ayuda de Inglaterra y se lanzó sobre
Francia con el objetivo de obligar a Enrique II a declarar la paz.
Felipe II se reunió con su ejército en Bruselas, allí, las tropas
estaban al mando del joven Manuel Filiberto de Saboya.
El ejército de Felipe II estaba integrado por unos 35.000 infantes,
entre los que se encontraban el príncipe de Orange y el conde de Egmont.
Los franceses, comandados por Anne de Montmorency,
Colygny y Saint-André, se lanzaron al ataque e invadieron los Países
Bajos. Ambos ejércitos se encontraron en la localidad de San Quintín,
con victoria para Felipe II. El ejército francés fue aplastado y algunos
de los principales militares franceses murieron o fueron apresados. San
Quintín fue un triunfo de los ejércitos de Felipe II, pero no de las
tropas españolas como tantas veces se ha dicho. De los 48.000 efectivos
que finalmente pudo reunir Felipe II, sólo el 12% eran españoles,
mientras que el 53% eran alemanes, el 23% neerlandéses y el 12%
ingleses; ninguno de los generales era español.

La guerra también
fue favorable para Felipe II en Italia, donde Alba obligó al Papado a
firmar la paz. Pese a todo, Francia no estaba vencida. El duque de Guisa
reclutó un nuevo ejército y el 1 de enero de 1558 arrebató Calais a los
ingleses. La reacción de Felipe II fue fulminante y en julio los
franceses volvieron a ser aplastados, esta vez por el conde de Egmont,
en Gravelinas. La paz se hizo entonces posible.

El 1 de noviembre
de 1558, en Arras, Felipe II recibió la noticia de la muerte de Carlos V
(ocurrida el 21 de septiembre) en Yuste. Inmediatamente partió hacia
Bruselas, pero por el camino recibió la noticia de la muerte de su
esposa María Tudor (acontecida el 17 de noviembre). Esto provocó un
problema de protocolo ya que Felipe II no estaba dispuesto a que se
confundieran las ceremonias de ambas muertes. Manuel Filiberto de Saboya
fue enviado a Londres para que organizase los funerales de la reina y
ocupase su lugar en la ceremonia, mientras que él se dirigió a Bruselas a
preparar el funeral paterno. En esta ciudad se celebraron, primeros los
funerales por Carlos V, después por María Tudor y finalmente por su tía
María de Hungría, fallecida el 18 de octubre.

La
muerte de María Tudor suponía que Felipe II perdía sus derechos en
Inglaterra, pero el rey no estaba dispuesto a retirarse sin presentar
batalla. Antes de que la reina inglesa falleciera, Felipe II tanteó la
posibilidad de una vez producida la defunción de María, contraer
matrimonio con su hermana Isabel.
Para Felipe no eran un obstáculo las tendencias protestantes de Isabel y
a ésta no le desagradaba la idea de contraer matrimonio con su cuñado.
Finalmente, se impuso la estrategia de alianzas internacionales y Felipe
concertó su matrimonio con Isabel de Valois para cimentar las
relaciones con Francia. Pese a ello, Felipe II no renunció a mantener
Inglaterra bajo su influencia y propuso el matrimonio entre Isabel Tudor
y su sobrino el archiduque Carlos. Al mismo tiempo, Francia conspiraba
para hacerse con el trono de Inglaterra por medio del enlace entre el
delfín Francisco, y la reina de Escocia María Estuardo.

En
1559 aún se estaban desarrollando las conversaciones de paz con
Francia, que en esta fecha se trasladaron a Cateau-Cambrésis, lugar en
el que finalmente se firmó la paz el 3 de abril. Para Felipe II era
urgente firmar una paz definitiva, ya que tanto el estado de la Hacienda
como las inquietantes noticias provenientes de Castilla así lo
aconsejaban. Unos informes de mayo de 1558, alertaban a Felipe II sobre
el descubrimiento de un grupo protestante en Valladolid. El inquisidor
general, Fernando de Valdés,
exageró la situación de los reinos peninsulares para tratar de ganarse
el favor del rey, así, alertó sobre grupos protestantes en Valladolid,
Sevilla, Salamanca y Murcia, al tiempo que aseguraba que los moriscos
estaban al borde de la sublevación. La Paz de Cateau-Cambrésis permitió
que Felipe II asegurase su hegemonía sobre Italia. El tratado se
ratificó con el compromiso matrimonial entre Felipe II e Isabel de
Valois, hija de Enrique II y de Catalina de Médicis.

El tercer matrimonio: Isabel de Valois

El 22 de junio de 1559 se celebró en la catedral de Nôtre Dame
de París la boda por poderes entre Felipe II e Isabel de Valois. El 30
de junio se celebró un gran torneo en la Corte francesa como parte de
las celebraciones nupciales. En un lance con el conde de Montgomery, la
lanza de éste se introdujo accidentalmente por el visor del casco del
rey de Francia causándole una fatal herida de la que falleció el 10 de
julio. El trono de Francia pasó entonces a su hijo Francisco II. Felipe
II, tras celebrar los funerales por el rey de Francia en Gante, inició
los preparativos para regresar a España y dejó el gobierno de los Países
Bajos en manos de su hermanastra Margarita de Parma, situó junto a ella a Antonio Perrenot como consejero. El 14 de septiembre llegó a Valladolid.

A
lo largo de su estancia en los Países Bajos, Felipe II llegó a conocer y
apreciar su cultura, le gustaba la música y el arte flamenco, hasta el
punto de que a su regreso a España introdujo en la Corte a algunos
artistas flamencos. No obstante, estaba deseoso de regresar a España, de
donde echaba de menos el clima, el idioma y las costumbres con las que
estaba más familiarizado. En España había problemas que requerían de su
intervención. Desde que en 1543 se había hecho cargo del gobierno de
España habían transcurrido dieciséis años, de los cuales ocho los había
pasado fuera del país, en territorios de Alemania, Francia, Italia,
Inglaterra y los Países Bajos. Ningún otro monarca de la época, a
excepción de Carlos V, había viajado tanto. Felipe II había mantenido
contacto con los principales personajes de la Europa de su tiempo, se
había relacionado con los protestantes, había participado en batallas y
había acumulado una gran experiencia en política internacional. No
obstante, el mayor problema que había tenido a lo largo de estos años
era su incapacidad para los idiomas, lo que le había ocasionado fama de
silencioso y tímido.

La primera etapa de su reinado (1559-1565)

En 1559 la situación en los reinos peninsulares era mala, en
Castilla escaseaban los alimentos y en Aragón la situación política se
había deteriorado peligrosamente por el intento de la Inquisición de
extender su influencia en el reino aprovechando el problema de los
moriscos. Además, la Hacienda se encontraba en una situación muy
delicada y el inquisidor Valdés, en un intento de recuperar la
influencia perdida, había iniciado una serie de procesos contra lo que
él consideraba células protestantes.


Felipe II. La política heredada


El luteranismo en España

El proceso más importante contra el luteranismo ibérico fue el
que inició Valdés contra el principal clérigo de España, el arzobispo de
Toledo Bartolomé de Carranza.
La pugna entre Carranza y Valdés tuvo más que ver con diferencias
personales que con el supuesto luteranismo del arzobispo, pero supuso un
duro pulso por el poder eclesiástico del que no fue ajeno el propio
rey. El proceso se prolongó hasta 1576, fecha en la que Carranza
falleció, en este período el arzobispo fue obligado a retractarse de
alguna de sus tesis, pero no perdió su dignidad eclesiástica. En 1558,
tras haberse descubierto algunos grupos protestantes en España, el
inquisidor Valdés trató de convencer a Felipe II para que aumentara los
poderes de la Inquisición a lo que Felipe II se negó.

El 8 de
octubre de 1559 Felipe II presidió en Valladolid un impresionante auto
de fe, que suponía toda una novedad debido a la pompa y el ceremonial
empleado. La ceremonia duró unos doce horas y fue presenciada por miles
de personas. Felipe, que asistió a todo el proceso, no estuvo presente
sin embargo en las ejecuciones, en realidad a lo largo de su reinado
nunca asistió a ninguna.

A partir de esta fecha se estableció la
censura en las publicaciones y se prohibió cursar estudios en
universidades del extranjero, como medidas para evitar una posible
influencia protestante. La medida referente a los estudios en el
extranjero fue más un símbolo que otra cosa, ya que sólo afectó a
Castilla y eran muy pocos los castellanos que estudiaban en
universidades europeas. A pesar de la prohibición el comercio de libros
con el extranjero no se interrumpió; navarros, catalanes y aragoneses
continuaron estudiando en las universidades extranjeras. En una época en
la que los controles fronterizos eran deficitarios, una medida de este
tipo estaba condenada al fracaso. Además, gran parte de la población
desconocía las leyes y aún eran menos los que estaban dispuestos a
respetarlas; en la sociedad española del siglo XVI el contrabando era
tan habitual que las autoridades no tenían ninguna opción para imponer
este tipo de medidas.

Felipe II se mostró siempre muy preocupado
por mantener la unidad religiosa, trató de impedir por todos los medios
que se reprodujeran en España los enfrentamientos religiosos que
asolaban media Europa. Las medidas religiosas impuestas por el Rey y la
Inquisición tuvieron sus frutos y el luteranismo nunca llegó a enraizar.
En los años inmediatamente posteriores a 1559 en Inglaterra habían sido
ejecutados el triple de herejes que en España, en Francia más del doble
y en los Países Bajos casi diez veces más. Las medidas adoptadas por
Felipe II en 1559 no fueron, en lo esencial, diferentes a la de los
demás países europeos.

Felipe II había rechazado en 1547 el
estatuto de limpieza de sangre del obispo Silíceo, pero en 1559 la
situación había cambiado. El Rey había recibido diversos informes sobre
la actividad de los conversos y sus relaciones con la herejía
protestante, estos informes, impulsados por el inquisidor Valdés
lograron convencer a Felipe II de que los conversos podían suponer un
peligro para la unidad religiosa. Felipe II adoptó a partir de ese
momento una política marcadamente antisemita caracterizada por su apoyo
total a las actividades de la Inquisición y al estatuto de limpieza de
sangre. En 1554 aprobó los estatutos de limpieza de sangre para las
cuatro catedrales del Reino de Granada.

Los problemas de los primeros años

Ruy Gómez de Silva,
príncipe de Éboli, fue uno de los hombres claves en estos primeros años
de gobierno. El príncipe de Éboli se había educado junto al rey y había
ocupado puestos de responsabilidad junto al monarca. Ruy Gómez, a pesar
de su incuestionable fidelidad a Felipe II, fue reuniendo a su
alrededor un nutrido círculo de seguidores que acabaron por formar un
poderoso partido cortesano. Una figura clave de dicho círculo era la
joven esposa del Ruy Gómez, la intrigante Ana de Mendoza.
Frente al grupo de Éboli, se encontraba el Duque de Alba, único
superviviente de los consejeros que Carlos V había puesto al servicio de
su hijo. Alba, si bien en un principio se mantuvo ajeno a las luchas de
poder de la época de Cobos, acabó finalmente por formar su propio grupo
para oponerse a la ascensión de Éboli. Felipe II se fue alejando
progresivamente del partido el Duque de Alba, por el que sentía un gran
respeto, pero al que unían pocas cosas; al tiempo que se fue aproximando
al partido de Éboli, con el que tenía una mayor afinidad ideológica. A
pesar de que estas dos facciones eran capaces de discutir sobre
cualquier asunto, por banal que fuera, lo cierto es que la fidelidad al
rey, incuestionable en ambos personajes, les mantuvo siempre unidos en
los momentos críticos. Lo que todos sabían era que la decisión
correspondía en exclusiva al Rey y por tanto, la diversidad de opiniones
favorecía el gobierno más que entorpecerlo. Este sistema sólo pudo
mantenerse por la habilidad de Felipe II para igualar a ambos grupos y
no apoyar a unos sobre otros.


La economía española bajo el reinado de Felipe II.


En 1559 uno de los principales problemas de Felipe II era el
lamentable estado e la Hacienda, prácticamente arruinada por las guerras
imperiales. La situación económica llevó a medidas desesperadas, a
aumentar constantemente la presión fiscal, a arrendar rentas de unos
años para otros y a una gran dependencia de la llegada de las remesas de
plata americana. Felipe II se vio obligado a decretar entonces la
primera bancarrota de su reinado.

Pese a la mala situación
económica, el mayor problema de Felipe II en estos años fue conjurar la
amenaza otomana. El poderoso Imperio Otomano había invadido el
Mediterráneo oriental, se extendía por la costa norte de África,
presionaba las fronteras rusas y sobre todo las fronteras orientales de
Europa, defendidas por los Habsburgo. El poder otomano se basaba en una
flota inmensa y en una capacidad de movilización de tropas muy superior a
la del resto de poderes de la época. Los otomanos además, eran aliados
de los estados musulmanes de Trípoli y Argel, cuyas flotas corsarias
eran dirigidas por el temible Dragut.
Ante esta amenaza, en junio de 1559, Felipe II puso en marcha una
expedición para conquistar Trípoli. La flota cristiana, unos 12.000
hombres y 90 naves, estaba al mando de Andrea Doria.
Los cristianos lograron conquistar Djerba, pero los otomanos
reaccionaron y derrotaron a los cristianos en mayo de 1560. La flota
cristiana, al mando ahora de Gian Andrea Doria,
fue hundida o capturada por los otomanos. El desastre, la mayor derrota
militar de España en toda su historia, sumió a los estados europeos en
la desesperación.

El problema de la herejía luterana, la crisis
económica, la rebelión de los Países Bajos y la derrota frente a los
otomanos, dejaron a Felipe II en una situación crítica que aún podía
empeorar y lo hizo. 1559 fue un año de malas cosechas, que provocaron
hambrunas en 1560, de nuevo, en 1561 se perdieron las cosechas, por lo
que la hambruna se agudizó en 1562. A principios de 1561 el trastornado
príncipe Carlos sufrió un grave accidente que casi le costó la vida. El
príncipe cayó por unas escaleras mientras perseguía a una doncella y
sufrió un fuerte golpe en la cabeza. La única alegría de Felipe II en
estos años fue su boda con Isabel de Valois.

Francia, los Países Bajos, el Concilio de Trento y la amenaza turca

La política de Felipe II.


En 1559 falleció Enrique II,
lo que produjo una gran inestabilidad en el principal enemigo de España
en Europa. Los calvinistas franceses, aprovecharon el vacío de poder
para fortalecerse y aumentar sus filas. El ascenso de los hugonotes
estaba directamente ligado a las luchas nobiliarias por hacerse con el
control de la monarquía, sobre todo, con el ascenso de la familia
Borbón. La prematura muerte de Francisco II, no hizo más que aumentar la inestabilidad ya que la monarquía recayó entonces en Carlos IX, un niño de diez años. La reina madre, Catalina de Médicis,
se hizo con las riendas del gobierno. Los católicos franceses,
agrupados bajo la dirección de la familia Guisa, se enfrentaron
violentamente con los hugonotes. En 1562 la masacre de hugonotes de
Vassy dio comienzo a las Guerras de Religión. Para el Rey de España, el
conflicto francés era alarmante ya que podía extenderse tanto a los
Países Bajos como a España. Lo peligroso no era el protestantismo, era
la revuelta que su triunfo implicaba frente al poder establecido. La
ayuda militar española a Catalina de Médicis estaba condicionada a que
Francia no aplicase la tolerancia religiosa (prometida en enero de 1562)
ya que las autoridades españolas temían que esto podía desestabilizar
los Países Bajos.

En 1565 el conflicto religioso en Francia llevó a
la reina Catalina de Médicis a buscar la ayuda de España. Felipe II,
que no estaba seguro de los beneficios de participar directamente en el
conflicto, encargó a la reina Isabel la representación de España en la
reunión. Tras una serie de largas conversaciones y un increíble gasto
económico, el encuentro entre la delegación española y la francesa acabó
por no acordar nada y tan solo levantó las suspicacias de los
hugonotes.


La sublevación flamenca en el reinado de Felipe II.


En estas fechas la situación en los Países Bajos era muy
delicada. Los Países Bajos, una pieza fundamental en la economía de la
Monarquía Hispánica, estaban bajo el gobierno de Margarita de Parma. La regente tenía en el cardenal Granvela
a su principal consejero, sin embargo, los nobles locales se oponían a
Granvela, sobre todo debido al deseo de éste de crear una red de
episcopados que hicieran frente al avance del protestantismo. En 1563
los principales nobles de los Países Bajos enviaron un ultimátum a
Felipe II, Granvela debía retirarse del Consejo de Estado. Las facciones
cortesanas de Madrid, también tomaron parte en el conflicto. El grupo
de Alba tomó partido por Granvela, mientras que el de Ruy Gómez se
manifestó en contra del cardenal. En 1563 la regente Margarita cedió a
las presiones y escribió a Felipe II recomendándole la destitución de
Granvela; en enero de 1564 Felipe II envió una carta al cardenal
recomendándole que saliera de Flandes. Finalmente, en marzo Granvela
abandonó los Países Bajos.

En el verano de 1563 el Rey inició un
viaje por la península con la idea de visitar sus dominios y reunir a
las cortes para que juraran al príncipe Carlos como heredero. La
destitución de Granvela aconteció mientras el Rey se encontraba en
Monzón, asistiendo a la reunión de las Cortes de Aragón. Una vez
resuelta la crisis y finalizada la reunión de las Cortes, Felipe II
partió hacia Barcelona, el 23 de enero de 1564. Tras disfrutar de los
carnavales en Barcelona, marchó con la Corte hacia Valencia, de donde
salió el 25 de abril rumbo a Madrid. Allí descansó durante unos meses,
pero a finales de 1564 la situación internacional volvió a complicarse.

La
destitución de Granvela no había acabado con el problema de los Países
Bajos. La cuestión religiosa planteaba problemas con la autoridad
nobiliaria en sus territorios, por lo que la crisis no tardó en
estallar. En diciembre de ese año Guillermo de Orange se pronunció en favor de la libertad de conciencia. Al mismo tiempo, el conde de Egmont
representó a los nobles ante Felipe II. Egmont llegó a Madrid el 23 de
febrero de 1565 y presentó un memorial de quejas. Felipe II, tras un
detenido estudio, respondió a Egmont dándole esperanzas de que algunas
de sus demandas serían atendidas. Egmont regresó a los Países Bajos
contento y con la idea de que los problemas en Flandes tendrían rápida
solución. La paz en los Países Bajos duró poco, ya que en mayo de ese
mismo año, Felipe II dio la orden de ejecutar a varios anabaptistas. Los
nobles, con Egmont a la cabeza, protestaron por lo que ellos
consideraban un engaño a lo pactado en Madrid.

Felipe II nunca
pensó engañar a Egmont, lo que sucedió fue un malentendido de fatales
consecuencias; por un lado, la respuesta de Felipe II a Egmont había
sido redactada en la Corte madrileña, mientras que las instrucciones
para la ejecución de los anabaptistas habían salido de Valladolid, los
secretarios franceses de Valladolid nada sabían de lo acordado en
Madrid, ni estos de lo escrito en Valladolid. El secretario Gonzalo
Pérez escribía poco después: "Muchos negocios yerra y errará Su
magestad, por tractarlos con diversas personas, una vez con una y otra
con otra, y encubriendo una cosa a uno y descubriendole otras; y assi no
es de maravillar que salgan despachos diferentes, y aun contrarios, y
no acaesce en solo Flandes sino en las otras provincias: de lo qual no
puede dexar de resultar grave daño a los negocios y muchos
inconvenientes. Del despacho del conde d'Egmont no supieron nada Tisnacq
ni Courteville, ni el seór Ruy Gomez ni yo del que ellos escrivieeron
de Valladolid
". Para Felipe II no era necesario hacer concesiones a
los protestantes, él, al igual que los demás reyes católicos de la
época, confiaban que la Iglesia nueva nacida del Concilio de Trento
sería tan perfecta que haría desaparecer la herejía protestante.

En
1545 se habían iniciado las sesiones del Concilio de Trento con la idea
de dar una respuesta al desafío planteado por la Reforma Protestante.
Desde sus sesiones iniciales los teólogos españoles jugaron un papel de
gran importancia. Tanto el Rey como el clero hispano estaban convencidos
de que la autoridad del Concilio era independiente de la del Papado,
por lo que no es de extrañar que al mismo tiempo que se apoyaba
fervientemente las decisiones conciliares, se sucedieran los
enfrentamientos con el Papado. El Concilio de Trento se clausuró a
finales de 1563 y en junio de 1564 el Papa hizo públicas las
conclusiones. Unas semanas más tarde, Felipe II convirtió los decretos
conciliares en ley en todos sus territorios. Casi al mismo tiempo rompió
las relaciones diplomáticas con el Papado.

En la primavera de
1565 Felipe II empezó a preocuparse por la amenaza turca en el
Mediterráneo. El Rey trató de recabar toda la información posible sobre
el estado de la flota otomana, al tiempo que se inició un fabuloso
programa de construcción naval. Los acontecimientos se precipitaron en
mayo de ese mismo año, cuando una flota otomana atacó Malta, protegida
por los Caballeros de San Juan. La situación de los defensores de Malta
se hizo insostenible, por lo que en septiembre Felipe II mandó una flota
que logró liberar la isla. El cambio en la política interna relegó a
Ruy Gómez a un segundo plano en beneficio del Duque de Alba, partidario
de un línea de acción más dura.

Felipe II en guerra (1566-1572)

Durante los primeros años de su reinado Felipe II buscó
incesantemente la paz y sólo participó en guerras defensivas. Esto se
debió al convencimiento de que España carecía de recursos para costear
la guerra. Sin embargo, a partir de 1566 Felipe II se vio envuelto en
numerosos conflictos que le obligaron a potenciar su capacidad bélica.

Los
años que Felipe II había vivido en España habían estado marcados por la
paz. A excepción de las correrías de los piratas del norte de África,
la península se había visto a salvo de los conflictos bélicos. La guerra
era algo lejano que ocurría en Italia o en Flandes, pero no al sur de
los Pirineos. Felipe II gobernaba sobre unos extensos territorios que
muy poco tenían que ver entre sí. El imperio o la Monarquía Hispánica
eran una serie de Estados que sólo tenían en común la figura del Rey y
carecían de obligaciones los unos con los otros. La unidad la confería
el Rey y los tributos que los Estados pagaban.


La demografía bajo el reinado de Felipe II.


España carecía de un ejército o marina permanentes y la
población, tras décadas de paz, estaba muy poco preparada para afrontar
la guerra. La mayoría de los soldados que formaban los ejércitos
españoles eran italianos, alemanes o de los Países Bajos; sólo una
pequeña parte eran españoles, de estos la mayor parte eran castellanos.
Hasta mediados del siglo XVI, España carecía de dinero para la guerra ya
que aún se estaban pagando las deudas de Carlos V.

A partir de la
década de 1560 Felipe II trató de revitalizar la potencia militar de
España. Su primer objetivo era pacificar el Mediterráneo. En una década,
Felipe II logró crear una formidable marina de guerra que superaba en
mucho a la de Carlos V. La flota nunca hubiera sido posible sin la
enorme contribución de los Estados italianos, pero aún así, no era
suficiente para hacer frente a la amenaza otomana. El gran desembolso
bélico empezó a causar problemas en 1566, fecha en la que las Cortes
castellanas empezaron a quejarse del aumento de tributos. La plata
americana fue una pieza fundamental para el crecimiento militar, por lo
que era necesario mantener el monopolio a cualquier precio.

El
segundo punto conflictivo eran los Países Bajos, donde las tensiones
políticas entre los nobles y la regente Margarita iban en aumento.
Margarita realizó apremiantes llamamientos a Felipe II para que viajara a
la región, convencida de que sólo la presencia del Rey podría parar la
disidencia. Felipe II por su parte, estaba demasiado ocupado en los
asuntos internos de España. La posición de los nobles, maquillada como
disidencia religiosa, se deslizaba peligrosamente hacia la rebelión. En
1566 Felipe II empezó a contemplar la posibilidad de realizar una
intervención armada en los Países Bajos ante lo que parecía una rebelión
inminente. En 1566 parecía seguro el viaje de Felipe II a los Países
Bajos, pero en abril falleció Gonzalo Pérez, su colaborador más cercano,
y el viaje se canceló. Felipe II dividió las responsabilidades del
difunto entre Gabriel de Zayas (personaje del grupo del Duque de Alba) y
Antonio Pérez (hijo del difunto).

En
el verano de 1566 la situación de los Países Bajos era alarmante, un
grupo de nobles protestantes estaba formando un ejército y estaban
llegando a Flandes numerosos predicadores calvinistas de Francia y Suiza
que llamaban abiertamente a la sublevación. Felipe II se decidió a
viajar a los Países Bajos al mando de un ejército. El rey dejó claras
sus intenciones desde el primer momento, así, en un mensaje al Papa
afirmaba: "(...) podreis certificar a Su Santidad que antes que
sufrir la menor quiebra del mundo en lo de la religión y del servicio de
Dios, perderé todos mis estados y cien vidas que tuviese; porque no
pienso ser señor de hereges.
(...) si ser pudiere, yo procuraré
de acomodar lo de la religión en aquellos estados sin venir a las armas,
porque veo que será la total destruccion tomarlas. Pero que sino se
puede remediar todo como yo lo deseo, sin venir a ellas, estoy
determinado a tomarlas
". La marcha del Rey a los Países Bajos
volvió a retrasarse debido a que enfermó. No obstante, en la primavera
de 1567 un ejército de 10.000 castellanos fue puesto a las órdenes del
Duque de Alba y marchó a los Países Bajos. El 22 de agosto Alba entró en
Bruselas con plenos poderes militares y con la idea de la inminente
llegada del Rey. El 5 de septiembre Alba puso en marcha el Tribunal de
Tumultos, para castigar a los líderes de la revuelta. A lo largo de 1567
Alba aplastó la rebelión actuando tanto contra protestantes como contra
católicos, de forma que para finales de año todos los cabecillas habían
sido encarcelados o habían marchado al exilio. La labor de Alba había
finalizado, así al menos lo entendieron algunos de los consejeros del
Rey que además instaban a Felipe II a que viajara inmediatamente a los
Países Bajos. No obstante, Felipe II mantuvo a Alba y continuó
postergando su viaje a los Países Bajos.



Felipe II, rey de España. Palacio Real de Madrid.
El motivo fundamental por el que Felipe II retrasó continuamente el necesario viaje a los Países Bajos fue su hijo Carlos.
La salud del príncipe se había deteriorado tras el accidente de 1561.
El príncipe tenía serios problemas físicos y, en ocasiones, mentales;
pero pese a todo, era inteligente y sabía ganarse la confianza de los
que le rodeaban cuando convenía a sus planes. Desde el verano de 1564 el
rey permitió a su hijo participar en las reuniones del Consejo de
Estado. Por esas fechas, se empezó a pensar en la necesidad de que el
heredero del trono de España contrajera matrimonio, muchas eran las
candidatas aunque Ana de Austria
era la que tenía más posibilidades. El príncipe Carlos tenía un
carácter violento, del que dio numerosas muestras a lo largo de su vida.
Por ello, Felipe II no pudo cumplir la promesa que hiciera en 1559 de
enviar a su heredero a gobernar los Países Bajos. Para el príncipe
Carlos, el hecho de que su padre no le confiara el gobierno de los
Países Bajos se convirtió en la mayor afrenta que podía hacérsele.
Cuando Alba fue enviado a la región el príncipe protestó e incluso trató
de asesinar a Alba. Posteriormente, cuando Felipe II canceló la visita
al territorio, el príncipe amenazó de muerte a su padre. A finales de
1567 el príncipe Carlos planeó arrebatar el trono a su padre, para ello
buscó el apoyo de los nobles y de Juan de Austria.
El día de Navidad de 1567 Juan de Austria denunció la conjura al rey
que se encontraba en El Escorial. El 17 de enero Felipe II estaba de
regreso en Madrid y en la noche del día 18 arrestó a su demente hijo en
el Alcázar. La conducta del príncipe empeoró e incluso trató de
suicidarse en varias ocasiones. Finalmente, enfermó y falleció el 24 de
julio de 1568. El rey perdió a su heredero, mientras por sus reinos
circulaban los rumores más absurdos sobre el conflicto.

La muerte
del príncipe Carlos no fue la única que se produjo en 1568. El 3 de
octubre falleció la reina Isabel, embarazada en el momento de su muerte.
Estas muertes, junto con los trágicos sucesos de Flandes, provocaron
que por las cortes europeas corrieran los peores rumores sobre Felipe
II. Se le acusó de asesinar a su hijo y a su esposa, al tiempo que se
creó la leyenda de su extremada crueldad.

En los Países Bajos la
situación volvió a empeorar en 1568. La represión de Alba no sólo
provocó las críticas de las cortes europeas, además despertó fuertes
sentimientos contrarios a los españoles. El único noble importante que
había permanecido a salvo de las purgas del Tribunal de Tumultos, Guillermo de Orange,
fue ahora el encargado de defender su patria frente a Alba. En 1568,
desde Alemania, Orange lanzó diversas expediciones sobre los Países
Bajos, todas ellas fueron derrotadas. La situación se complicó aún más
el 5 de junio, cuando los condes de Egmont
y Hornes fueron decapitados. La ejecución conmocionó a Europa. Los
condes habían sido amigos personales de Felipe II y sobre todo de Alba,
el cual lamentó profundamente su ejecución; además, eran miembros de la
Orden del Toisón de Oro y por tanto, sólo podían ser juzgados por la
propia Orden, de la cual Felipe II era el Gran Maestre. Los condes se
arrepintieron en el último momento, demasiado tarde, la crisis política
de Flandes, de la que ambos habían tomado parte, era demasiado grave
para hacer posible el perdón. En 1569, Felipe II empezó a pensar en la
posibilidad de un perdón general para Flandes, al tiempo que continuaba
insistiendo en que el problema en los Países Bajos era político y no
religioso.

El cuarto matrimonio: Ana de Austria

La ejecución de Egmont y Hornes causó un enfrentamiento entre las dos ramas de la familia Habsburgo.
El emperador Maximiliano envió a su hermano Carlos de Estiria a Madrid
para tratar del asunto con Felipe II. Mientras el archiduque emprendía
el viaje llegó la noticia de la muerte de la reina Isabel, Carlos de
Estiria recibió entonces instrucciones para ofrecer a Felipe II la mano
de la princesa Ana de Austria, anteriormente propuesta como esposa del difunto príncipe Carlos.

La
otra candidata a futura esposa de Felipe II era la princesa Margarita
de Valois, hermana de la difunta reina Isabel. No obstante, Felipe II no
se mostró dispuesto a contraer este matrimonio: "tengo por tan gran escrupuloso el casar con dos hermanas, que en ninguna manera podria concurrir ni convenir en ello."
También pesó en la decisión del Rey la idea de que las mujeres de la
familia Valois no solían tener hijos varones y Felipe II necesitaba
desesperadamente un heredero. Felipe II trató en vano de lograr una gran
alianza matrimonial entre las principales casas reales europeas que
trajeran la paz al continente. Así, propuso su unión con la hija del
Emperador, la princesa Ana; la boda de la infanta Isabel con el rey de Francia y la de la princesa Margarita con el rey de Portugal.



Isabel Clara Eugenia. Sánchez Coello. Museo del Prado. Madrid.
El 24 de enero de 1570, tras la correspondiente dispensa
papal, se realizaron las capitulaciones matrimoniales entre Felipe II y
su sobrina Ana de Austria. El enlace por poderes tuvo lugar en Praga el 4
de mayo. El 3 de octubre, la nueva reina llegó a Santander, de donde
pasó a Burgos y Segovia. En el alcázar de esta ciudad se ratificó el
enlace el 14 de noviembre. Felipe II, que se enamoró rápidamente de su
esposa, contaba entonces con 43 años, mientras que Ana tenía 21, a pesar
de lo cual, ambos esposos tuvieron una buena relación durante los diez
años que permanecieron juntos.

El 4 de diciembre de 1571 nació el
primer hijo de la pareja, el infante Fernando (1571-1578). Al nacimiento
de su hijo y a la felicidad que le proporcionaba su nueva esposa, se
sumó la victoria de Lepanto y la llegada de las flotas de América
cargadas de tesoros. Dos años más tarde nació el segundo hijo, Carlos
Lorenzo (1573-1575). El mismo año de la muerte de éste nació Diego
(1575-1582), al que siguió Felipe
(1578-1621), a la postre el heredero. La última hija del matrimonio fue
María (1580-1583). El 16 de octubre de 1580 la última esposa de Felipe
II falleció a consecuencia de la gripe.

Flandes y los problemas con los moriscos

En 1568 Felipe II ofreció las explicaciones solicitas por el
Emperador a través de Carlos de Estiria. Afirmó que su único interés era
la defensa de la fe, que lo ocurrido en Flandes no era de su agrado
pero que no había otra solución ante la rebelión, que todos los acusados
habían dispuesto de un juicio, que las leyes de los Países Bajos no se
habían alterado y que los procesos se habían efectuado según las mismas;
aseguró que las tropas españolas de Flandes no suponían una amenaza
para ningún otro Estado. Las explicaciones de Felipe II no sólo se
dirigían al Emperador, más bien eran una justificación pública de sus
actos en Flandes.

En 1569 Felipe II se encontraba prácticamente
aislado. Las monarquías europeas habían condenado las ejecuciones de
Egmont y Hornes, incluso Roma se había opuesto a ello. Guillermo de
Orange se convertía en enemigo declarado de Felipe II, aunque de momento
parecía una amenaza menor debido a sus derrotas militares y al control
que sobre los Países Bajos estaba ejerciendo Alba. De momento, la crisis
de Flandes debía pasar a segundo plano ante las dificultades que a
Felipe II se le presentaban en otros lugares.

Las relaciones entre Felipe II y la reina de Inglaterra Isabel Tudor
atravesaban un momento complicado. Para Inglaterra la llegada de Alba a
los Países Bajos suponía una amenaza directa a su seguridad nacional.
En 1568 Isabel decomisó una pequeña flota española cargada de oro para
pagar a las tropas de Flandes, que se había refugiado de una tormenta en
costas inglesas. Ese mismo año, una flota española destrozó a una flota
inglesa que comerciaba ilegalmente en América, de los barcos ingleses
sólo llegó a puerto uno, el capitaneado por Hawkins y en el que se encontraba Francis Drake.
En ese mismo año, el embajador inglés en Madrid fue expulsado. A
principios de 1569, en venganza por la decomisión de la flotilla
española, se decretó el embargo de todas las propiedades inglesas en los
Países Bajos y España; los ingleses respondieron con la misma medida.
La guerra con Inglaterra parecía cercana, pero ninguna de las dos partes
la deseaba. España no quería enfrentarse a la marina inglesa, además,
un conflicto con Inglaterra habría supuesto su acercamiento a Francia;
por su parte, Isabel temía que una guerra con España fuera utilizada por
los católicos ingleses para sublevarse.



Sir Francis Drake.
En la década de 1560 se calcula que en España había unos
300.000 moriscos, los cuales vivían en unas condiciones penosas. La
mayoría de ellos continuaban practicando el Islam, lo que no ayudaba a
su asimilación por parte de la mayoría cristiana. Los moriscos buscaron
el apoyo del Imperio Otomano y de los estados musulmanes del norte de
África. Ante esta situación la clase dirigente estaba dividida, por un
lado, los nobles de viejas familias eran partidarios de una política de
tolerancia; mientras que los nobles más recientes y la Iglesia eran
partidarios de una política agresiva de asimilación cultural. En 1567
Felipe II se decidió por la opinión de la Iglesia y prohibió el uso de
la lengua y las tradiciones de los moriscos. El marqués de Mondéjar,
capitán general de Andalucía, protestó y auguró una rebelión de seguir
esas medidas. Nadie le hizo caso y la rebelión estalló en la Navidad de
1568.

La rebelión de los moriscos era especialmente peligrosa
debido a la actividad de la flota otomana en el Mediterráneo y a que las
mejores tropas se encontraban en Flandes. En un principio fueron las
tropas de los marqueses de Mondejar y Los Vélez los que hicieron frente a
los moriscos, pero estos recibieron armas de los musulmanes del norte
de África, con lo que la situación se complicó. En la primavera de 1569
Juan de Austria se puso al frente de los ejércitos cristianos, para
entonces la rebelión se había convertido en guerra abierta.

En
1570 Felipe II reunió a las Cortes en Córdoba y se desplazó a las
principales ciudades de Andalucía en busca de fondos para la guerra.
Desde ese momento, el resultado del conflicto estuvo del lado de Juan de
Austria. En el verano de 1570 la rebelión estaba agotada. La rebelión
de los moriscos fue una guerra brutal que causó miles de muertos y en la
que ninguno de los dos bandos dio cuartel. La rebelión demostró una
cosa, España estaba totalmente aislada y no podía permitirse la
animadversión del resto de las potencias europeas.

El enfrentamiento con el Imperio Otomano

Solimán el Magnífico,
el artífice del poderío turco, falleció en 1566. Sólo esto evitó que
los otomanos invadieran el este de Europa, ya que justo entonces un
enorme ejército otomano de unos 300.000 hombres se encontraba en la
frontera húngara.

En enero de 1566 había sido elegido Pío V
como nuevo papa. El pontífice hizo un llamamiento a la guerra contra el
Islam que no tuvo repercusión. En 1570 una flota otomana capturó la
isla de Chipre y las alarmas se encendieron por toda la Cristiandad. Pío
V hizo un nuevo llamamiento a la cruzada y esta vez Venecia y Felipe II
respondieron. Los tres poderes formaron la Liga Santa el 25 de mayo de
1571. La flota de la Liga, reunida en Mesina, fue puesta bajo las
órdenes de Juan de Austria; constaba de unos 200 barcos y unos 40.000
hombres. El 16 de septiembre partió de Mesina en dirección al golfo de
Lepanto, donde se encontraba la flota otomana, compuesta de 230 barcos y
unos 50.000 hombres. El 7 de octubre ambas escuadras entablaron combate
en Lepanto. Tras una jornada de lucha, la flota de la Liga obtuvo la
victoria, los otomanos sufrieron unas 30.000 bajas mientras que las de
la Liga apenas alcanzaron las 8.000.


La Santa Liga y Lepanto.


La victoria de Lepanto hizo concebir a Pío V la idea de recuperar
Tierra Santa para la Cristiandad. Felipe II se negó a tal empresa,
consciente de que la Monarquía Hispánica no estaba en condiciones de
iniciar una empresa tan ambiciosa. La victoria de Lepanto se debía en
gran medida a las fuerzas de Felipe II, pero estas fueron en su mayor
parte de origen italiano. Felipe II, mucho más realista que Pío V o que
el impetuoso Juan de Austria, supo refrenar el entusiasmo de la victoria
y no perdió de vista sus objetivos, muy alejados de Tierra Santa y
mucho más cercanos a lograr la estabilidad en el Mediterráneo para
protegerse la retaguardia.



Alegoría de Lepanto y Felipe II. Tiziano. Museo del Prado.

Francia y la unión de los protestantes

En la primavera de 1572 un grupo de calvinistas exiliados a
Inglaterra, conocidos como los Mendigos del mar, se apoderaron del
puerto de Brill, con lo que lograron una base desde la que atacar las
posiciones españolas en Flandes. Además, lograron el apoyo de muchas
poblaciones, desencantadas con la administración de Alba, sobre todo
desde que éste había aprobado (1571) un nuevo impuesto destinado a pagar
al ejército. Los Mendigos del mar contaban con el apoyo de Luis de
Nassau, hermano de Guillermo de Orange.

La situación se complicó
aún más debido al acercamiento entre Inglaterra y Francia. En Inglaterra
se había descubierto una conjura, de la que formaba parte el embajador
español, que pretendía entregar el trono a María Estuardo.
La conspiración convenció a la reina inglesa de la necesidad de romper
definitivamente con Felipe II y buscar la alianza con el joven Carlos IX, que se encontraba dominado por el hugonote Gaspard de Coligny. Para complicar aún más la situación, el protestante Enrique de Navarra tomó también partido en la alianza al contraer matrimonio con la princesa Margarita de Valois. Esto suponía una alianza internacional de protestantes, apoyados por la católica Francia, en contra de Felipe II.

Carlos
IX mandó un ejército en ayuda de Luis de Nassau para liberar los Países
Bajos, pero fue derrotado. Isabel Tudor, por su parte, no quería unos
Países Bajos en poder de Francia, ya que estos podía poner en peligro
sus intereses comerciales y su seguridad territorial tanto o más que si
estuvieran en poder de Felipe II. Por esta razón, Inglaterra abandonó la
alianza en 1572. Carlos IX se encontraba entonces ante la difícil
decisión de luchar en solitario contra España o abandonar a sus aliados
hugonotes. El 18 de agosto de 1572, con motivo de la boda entre Enrique
de Navarra y Margarita de Valois, todos los nobles importantes de
Francia se encontraban en París. El día 22 se produjo un atentado contra
el almirante Coligny y dos días más tarde el almirante fue asesinado.
Carlos IX, a instancias de su madre Catalina de Médicis, aprobó la
represión. La noche del día de San Bartolomé más de tres mil hugonotes
fueron asesinados en las calles de París y 25.000 por toda Francia. Con
ello Francia ponía fin a la política de conciliación y se embarcaba en
un nuevo episodio de las Guerras de Religión.

La Matanza de San
Bartolomé supuso un gran alivio para Felipe II, ya que fue conjurada la
amenaza de que Francia se aliara con las potencias protestantes. El fin
de la amenaza francesa permitía desarmar las guarniciones españolas en
Italia. Además, la matanza de los hugonotes provocó la indignación de
los protestantes ingleses y el distanciamiento de ambas potencias. En
realidad, Inglaterra se volvió a acercar a España y en 1573 se firmaron
provechosos acuerdos comerciales.

Años de dificultades (1572-1580)

La victoria de Lepanto supuso un respiro para Felipe II, pero
aún era necesario controlar el norte de África para afianzar
definitivamente la seguridad de la frontera sur. Felipe II confió a Juan
de Austria esta labor. Éste, el 10 de octubre de 1573 conquistó la
ciudad de Túnez, pero en 1574 la flota turca demostró que el Imperio
Otomano estaba lejos de la derrota, una escuadra mayor que la de Lepanto
reconquistó Túnez.

A lo largo de la década de 1570 Felipe II se
mostró preocupado por la posibilidad de un nuevo levantamiento morisco
en combinación con un ataque directo de los turcos sobre la península.
Por ello, y a pesar de que a finales de 1576 la flota del Mediterráneo
fue reducida para ahorrar gastos, Felipe II siempre mantuvo en alerta a
sus tropas mediterráneas.

En 1572 la represión en los Países Bajos
llegó a extremos alarmantes, las tropas de Alba saquearon distintas
poblaciones que habían apoyado a Orange, las matanzas de la población
llegaron a cotas de tal crueldad que los funcionarios españoles
protestaron ante Felipe II. Éste, convencido de la necesidad de cambiar
la política en Flandes, organizó el relevo de Alba. En 1572, tras cinco
años al frente de los Países Bajos, el Duque de Alba, cansado, viejo y
enfermo; fue relevado como gobernador y sustituido por Juan de la Cerda,
duque de Medinaceli. El nuevo gobernador proponía una política menos
represiva y encaminada a alcanzar un acuerdo con los protestantes. Ambos
duque debían gobernar de forma conjunta, Alba dedicado a los aspectos
militares, Medinaceli a los políticos.

La actitud del Duque de
Alba tan sólo había conseguido provocar el odio hacia los españoles y
aumentar el número de los descontentos. En lugar de debilitarse, la
oposición en los Países Bajos se endurecía. El propio Granvela, virrey de Nápoles, lo escribía así: "Todavia vamos perdiendo. Es el odio que la tierra tiene a los que agora governan, mayor de lo que se puede imaginar". El virrey de Milán, Luis de Requesens
era de la misma opinión. Además de las críticas, otro factor impulsaba
hacia un cambio en la política de Flandes, la Hacienda no podía seguir
haciendo frente a los terribles gastos de la guerra. En 1574 los
ingresos anuales de la tesorería ascendían a seis millones de ducados,
mientras que los gastos se disparaban hasta los ochenta millones. La
situación era desesperada.

Medinaceli y Alba eran incapaces de
entenderse, sus puntos de vista eran demasiado contrarios como para
gobernar juntos. El 30 de enero de 1573 ambos duques fueron relevados
por Luis de Requesens.
El Rey tuvo que obligar a su amigo a que aceptara el cargo, ya que éste
no se veía capaz de hacer frente a los numerosos problemas de los
Países Bajos.

Mientras tanto en España una serie de
acontecimientos obligaron a profundos cambios en el consejo privado de
Felipe II. En septiembre de 1572 falleció el cardenal Espinosa y el 29 de julio de 1573 murió Ruy Gómez. Como sustituto del cardenal Espinosa, Felipe II aceptó al secretario de éste, Mateo Vázquez de Leca, el cual se ganó pronto el favor real y la enemistad de Antonio Pérez.

Felipe
II era consciente de que necesitaba una poderosa flota para hacer
frente a sus numerosos compromisos, tanto en el Mediterráneo como en los
Países Bajos y desde luego en América. Fuera del Mediterráneo el
poderío naval de Felipe II era prácticamente nulo. También sabía que la
solución al problema de Flandes pasaba por hacerse con el control del
mar. En 1574 Pedro Menéndez de Avilés,
organizó una importante flota que debería ir a los Países Bajos pero
que nunca llegó a zarpar debido a la muerte de su organizador y a la
epidemia de tifus que asoló a los marineros. A lo largo del año
siguiente continuaron los esfuerzos para enviar una escuadra a los
Países Bajos, pero siempre fracasaron. A finales de 1575 Felipe II
decidió aplazar el tema de la flota para mejores momentos. Fue una
decisión fatal, ya que la única manera de controlar la región pasaba
efectivamente por dominar el mar. La superioridad naval en el norte
quedó en manos de las potencias protestantes y esto, a largo plazo,
provocó la pérdida definitiva de Flandes.

América

Entre 1560 y 1570 se extendió entre los quechuas de Perú un
movimiento de carácter milenarista conocido como Taqui Onqoy. Este
movimiento predecía el inminente regreso de los antiguos dioses que
vencerían a los cristianos. El movimiento fue cobrando fuerza hasta
convertirse en una auténtica sublevación indígena contra los españoles.

En 1572 el virrey Francisco Álvarez de Toledoaplastó a los indígenas y ejecutó al último de sus líderes, Tupac Amaru.
Pero el descontento con el gobierno se extendió a los españoles, entre
los que aparecieron voces proféticas que predicaban la pronta
aniquilación. El dominico Francisco de la Cruz aseguraba en Perú que en
sus sueños proféticos se le había anunciado la destrucción de España.
Francisco de la Cruz criticaba que los políticos españoles sólo estaban
preocupados en la obtención de riquezas y no en el buen gobierno. En
1575 fue detenido por la Inquisición y tras tres años de arresto fue
quemado en la hoguera. En 1579 fray Luis de León acusó a los colonos de estar: "cometiendo grandes asesinatos y exterminando pueblos y hasta razas enteras".

Felipe
II estaba informado de estos acontecimientos, pero su política se
limitó siempre a preservar el orden y tratar de legislar con justicia.
No tomó parte en las disputas sobre América, pero sus leyes, emitidas
desde España, tuvieron un carácter progresista y estuvieron encaminadas a
la protección de los indígenas. El Rey confiaba en la labor de los
virreyes para gobernar territorios tan lejanos. La introducción de la
Inquisición en 1571 aseguraba la protección de la fe. El 13 de julio de
1573 Felipe II emitió la Ordenanza sobre los descubrimientos por
la que prohibía nuevas conquistas en América y marcaba los objetivos de
la expansión del cristianismo y la protección de los indígenas. Para la
redacción de esta ley se usaron los escritos y las ideas de Bartolomé de las Casas.
Desde este momento, los dominios españoles en América tenían unas
fronteras establecidas y sólo los misioneros podrían traspasarlas,
acompañados de militares si fuera necesario. La confianza en sus
virreyes no impedía a Felipe II reprenderlos cuando pensaba que se
habían equivocado, así, cuando Álvarez de Toledo regresó a Madrid Felipe
II le espetó, en relación a Tupac Amaru, que le había enviado a América
a gobernar reyes, no a ejecutarlos.

El giro de la política en Flandes

En 1574 Felipe II se dispuso a dar un giro radical a la política
seguida hasta entonces en Flandes. Para ello pidió el consejo de dos
destacados eruditos Benito Arias Montano y Fadrique Furió Ceriol.
Arias Montano contó con la confianza de Felipe II y se convirtió en
consejero de Luis de Requesens, no obstante, tuvo que hacer frente a la
oposición del inquisidor general Gaspar de Quiroga, partidario de la
línea dura del Duque de Alba. Otro hombre de gran influencia fue Joachim
Hopperus, representante de los Estados de los Países Bajos en España.

En
marzo de 1574 Luis de Requesens acabó con el Tribunal de Tumultos,
promulgó una amnistía general y abolió el diezmo. Estas medidas no
contaron con la aprobación de los Estados Generales de los Países Bajos
que las consideraban insuficientes y exigían la retirada de las tropas
españolas. Los tercios se amotinaron en Amberes exigiendo el pago de los
atrasos en su sueldo. En noviembre, las tropas acantonadas en Holanda
se amotinaron, desertaron y entregaron la provincia al enemigo. Los
motines de los tercios arruinaron las decisiones políticas. Requesens,
incapaz de hacer frente a la situación aconsejó la capitulación. En
estos difíciles momentos Joachim Hopperus se convirtió en la persona
clave del gobierno, pero su muerte y la de Requesens en 1576 dejó a
Felipe II sin sus principales consejeros.

El cambio de la política
en Flandes se produjo en un momento en el que el descontento en
Castilla había alcanzado cotas altísimas. Para hacer frente a las
enormes deudas de la Hacienda, Felipe II había aprobado en 1573 una
subida de impuestos. Las negociaciones con las ciudades se extendieron a
lo largo de 1574 ya que estas no estaban en condiciones de hacer frente
a las pretensiones reales. En febrero de 1577 el gobierno decidió subir
la tasa fija de la alcabala hasta el 10%, lo que provocó grandes
protestas. A pesar de que la alcabala no subió tanto, las ciudades
aceptaron otorgar subsidios especiales al rey, con lo que la carga
impositiva ascendió para disgusto del pueblo. La situación de la
Hacienda era tan lamentable que en septiembre de 1575 Felipe II declaró
la tercera bancarrota de su reinado. A todo esto se sumaron los
problemas de salud que Felipe II padeció entre 1576 y 1577.

Para
sustituir a Requesens, Felipe II pensó en el príncipe Juan de Austria
que entonces se encontraba en Nápoles. Juan de Austria recibió la orden
de ir a Bruselas en abril, pero desobedeciéndola marchó hacia Madrid
para entrevistarse con Felipe II. El impetuoso príncipe quería presentar
ante su hermano un ambicioso plan que consistía en invadir Inglaterra
desde los Países Bajos, casarse con María Estuardo y convertirse así en
gobernador de Inglaterra y de los Países Bajos. Con este plan la paz en
Europa quedaría asegurada, ya que sólo Francia escaparía del control
directo de Felipe II. El Rey escuchó a su hermano, pero desestimó sus
planes. Juan de Austria recibió la instrucción de que en los Países
Bajos todo era negociable salvo la religión y la obediencia a Felipe II.

Un
día después de la llegada de Juan de Austria a los Países Bajos se
produjo el motín de las tropas españolas de Amberes que acabó con la
credibilidad de España en Europa. Los Estados Generales iniciaron
conversaciones de paz con Guillermo de Orange que dieron lugar a la
Pacificación de Gante. En febrero de 1577 Juan de Austria se vio
obligado a aceptar este acuerdo mediante el Edicto perpetuo de Juan de
Austria. Juan de Austria se comprometió a la retirada de las tropas
españolas, maniobra que se inició el 7 de abril. El nuevo gobernador se
encontraba sin ejército y sin autoridad. En el verano, ante la
posibilidad de que los rebeldes iniciaran un golpe contra la autoridad
española, Juan de Austria pidió a su hermano el regreso de las tropas, a
lo que Felipe II accedió.

Los Estados Generales, en una hábil maniobra política, nombraron al archiduque Matías de Austria,
gobernador general. Se trataba de un intento de escapar de la
influencia de Guillermo de Orange y al mismo tiempo de congraciarse con
Felipe II. Pero la maniobra salió mal, Felipe II protestó enérgicamente
ante el Emperador por la interferencia alemana en los asuntos de los
Países Bajos. Había entonces dos gobernadores en los Países Bajos,
Matías colocado por los Estados Generales y que buscó el apoyo de
Guillermo de Orange, y Juan de Austria. Éste pasó rápidamente a la
acción y atacó a los rebeldes.

Mientras tanto, Felipe II, que
había sido padre recientemente, decidió tomarse unos días de descanso en
El Escorial. El Monasterio había sido convertido recientemente en
panteón real de los Habsburgo por orden de Felipe II. En El Escorial
Felipe II organizó un torneo al estilo medieval del que disfrutó con sus
compañeros.

En el verano de 1578 España y el Imperio Otomano
firmaron una tregua, aprovechada por Felipe II para reducir la flota del
Mediterráneo y suprimir gastos. Ese mismo año, en los Países Bajos, las
provincias católicas del sur cansadas del extremismo de los
calvinistas, se dispusieron a alcanzar un acuerdo con Felipe II. El 1 de
octubre de 1578 Juan de Austria falleció. Antes de su muerte, nombró
heredero al príncipe de Parma, Alejandro Farnesio. Felipe II aprobó el
nombramiento y Farnesio se convirtió en el nuevo gobernador de los
Países Bajos.

El caso Antonio Pérez

Cuando en 1573 falleció Ruy Gómez, Antonio Pérez
se convirtió en la cabeza del partido de Éboli. Antonio Pérez era el
secretario para los asuntos de Italia, además, su influencia sobre el
Rey era considerable. Como secretario, Pérez estuvo en contacto con Juan
de Austria y con el secretario de éste Juan de Escobedo,
en el tiempo en el que el príncipe permaneció en Italia. Escobedo fue
siempre un firme defensor de los planes de Juan de Austria con respecto a
Inglaterra, lo que levantó las suspicacias de Antonio Pérez.

En
enero de 1576 Antonio Pérez denunció ante Felipe II a Juan de Austria,
acusándole de conspirar para traicionarle y hacerse con la corona de
Inglaterra y de los Países Bajos. Ese mismo año Juan de Austria fue
nombrado como gobernador de los Países Bajos, lo que parece probar que
Felipe II no tuvo en consideración las acusaciones de su secretario.

Felipe
II no estaba del todo en desacuerdo con los planes de Juan de Austria,
pero no acabó de decidirse a tan arriesgada empresa. Las dudas del Rey
fueron aprovechadas por Pérez para conspirar contra Juan de Austria y
contra Escobedo. Mientras tanto Juan de Austria esperaba que su hermano
se decidiera a enviarle los apoyos necesarios. Al ver que no le llegaban
refuerzos, Juan de Austria mandó a Escobedo a Madrid para que se
informara de lo que estaba ocurriendo. En julio de 1577 Escobedo llegó a
Madrid y descubrió que Pérez no sólo estaba conspirando contra él y
contra su señor, también estaba conspirando contra Felipe II. En marzo
de 1578, antes de que pudiera delatar la conspiración, Juan de Escobedo
fue asesinado.

Pese a todo lo que dijo Antonio Pérez
posteriormente, lo cierto es que no hay pruebas de que Felipe II
ordenase el asesinato de Escobedo, ni siquiera de que tuviera algo que
ver. Felipe II, pese a estar rodeado de consejeros que defendían
posturas antagónicas, nunca recurrió al asesinato como medio para
silenciarlas. No obstante, tampoco hay pruebas de que el Rey no tomara
parte en la muerte de Escobedo.



Princesa de Éboli. Sánchez Coello.
En este asunto aún falta otro personaje, Ana de Mendoza,
la princesa de Éboli. Mucho se ha escrito sobre la relación de la
princesa en la muerte de Escobedo y poco es lo que se puede considerar
cierto. Es falsa la idea de que la princesa mantuviera una relación con
Felipe II, pero sin embargo es cierta la relación entre Antonio Pérez y
Ana de Mendoza. No se puede demostrar que ambos personajes fueran
amantes, como se rumoreaba en Madrid, pero si es seguro que compartieron
maquinaciones políticas. Es posible que Éboli estuviera implicada en la
conspiración de Pérez y por lo tanto que fuera descubierta por
Escobedo. Ana de Mendoza conocía secretos de Estado que sólo Antonio
Pérez pudo revelar, esto podía ser considerado como un delito de alta
traición y es probable que fuera esto lo que Escobedo iba a revelar al
Rey cuando fue asesinado.

Felipe II ordenó una investigación para esclarecer estos hechos. El encargado de la misma fue su secretario Rodrigo Vázquez de Arce.
Pese a que en un primer momento Felipe II se negó a creer en la
culpabilidad de Pérez, en 1579 las evidencias le hicieron cambiar de
opinión. En la noche del 28 de julio de 1579 Antonio Pérez y la princesa
de Éboli fueron detenidos por orden del Rey. El cardenal Granvela se hizo cargo de los consejos de Italia y Flandes.

En
1582 la princesa de Éboli fue condenada a reclusión en su palacio de
Pastrana, donde falleció diez años más tarde. Por contra, Pérez vivía
libremente en Madrid mientras los magistrados del Rey hacían acopio de
cargos. La tardanza en juzgar a Pérez respondía a que éste poseía
documentos confidenciales del rey y se temía que pudiera hacerlos
públicos. En enero de 1585, ante el temor de que Antonio Pérez escapara,
se ordenó su inmediata detención. El 19 de abril de 1590 Antonio Pérez
logró escapar y marchó a Aragón, donde las leyes le ofrecían protección
contra la justicia regia. Antonio Pérez logró hacerse con el apoyo de
las autoridades y el pueblo aragonés. Felipe II trató de sacarlo de la
cárcel en la que se encontraba para llevarlo a las dependencias de la
Inquisición en Zaragoza y poder juzgarlo.


La revuelta de Aragón en el reinado de Felipe II.


En 1591 el pueblo de Zaragoza evitó que los inquisidores
trasladaran a Pérez al palacio de la Aljafería. En los tumultos el
virrey de Aragón fue herido y falleció. La muerte del virrey y la
pérdida de autoridad de la Inquisición inquietaban a Felipe II, pero la
enfermedad le impedía tomar decisión alguna. Finalmente, Felipe II
dispuso un ejército en secreto para entrar en Zaragoza, esto era algo
que no había ocurrido nunca desde que Aragón y Castilla se unieran en el
siglo XV. A finales de septiembre, la Inquisición trató de trasladar al
preso de nuevo, los disturbios se repitieron con mayor violencia y el
preso fue liberado en el tumulto. Antonio Pérez, ayudado por sus amigos
logró llegar hasta Inglaterra. Felipe II levantó un ejército a toda
prisa y lo mandó contra Aragón mientras que el tribunal del Justicia
Mayor declaraba que esta acción era un contrafuero. El 11 de noviembre
el ejército real entró en Aragón y cuatro días después en Zaragoza sin
resistencia. El Justicia Mayor de Aragón, Juan de Lanuza, y otros nobles fueron detenidos, procesados y ejecutados.

La sucesión a la Corona de Portugal

Felipe II tenía una estrecha relación con la línea sucesoria
portuguesa, tanto como hijo de Isabel de Portugal, como por los derechos
de su hermana Juana. Desde que en 1557 su sobrino Sebastián se convirtió en rey de Portugal, Felipe II mostró un gran interés por la evolución del díscolo hijo de su hermana.


La anexión de Portugal.


El rey Sebastián mostró siempre un escaso interés en las mujeres y
en sus obligaciones como monarca. Su mayor pasión eran los juegos
bélicos y los torneos medievales. A lo largo de su vida protagonizó
alocadas aventuras que en alguna ocasión estuvieron a punto de costarle
la vida, tal fue el caso de la absurda expedición al norte de África de
1574. La mayor locura del rey luso fue la expedición contra Marruecos
que comandó en 1578. A pesar de los intentos de Felipe II por hacer
entrar en razón a su sobrino, éste se empecinó en mandar personalmente
un ejército imbuido de los ideales cruzados. El rey Sebastián, junto a
la flor y nata de la nobleza portuguesa, perdió la vida el 4 de agosto
en la batalla de Alcazarquivir. Portugal quedaba indefensa, sin
ejército, sin nobles y sin rey.

El otoño de 1578 fue trágico para
Felipe II, en pocos meses tuvo que presenciar la muerte de su sobrino
Sebastián, de su hermano Juan de Austria, de su hijo Fernando y de otro
sobrino, el archiduque Wenceslao. Felipe II trató de superar todas estas
muertes sumergiéndose en la cuestión sucesoria de Portugal.

Felipe II envió a Portugal a Cristóbal de Moura, para que defendiera sus derechos sucesorios. El heredero varón más cercano era el tío abuelo del difunto monarca, el cardenal Enrique,
que fue proclamado rey a finales de agosto. Tras el cardenal Enrique,
el siguiente en la línea sucesoria era Felipe II. El nuevo rey portugués
era un anciano, prácticamente sordo y ciego, senil y enfermo de
tuberculosis; por lo que nadie esperaba que durara mucho tiempo. Había
un tercer candidato con cierta legitimidad, el sobrino del nuevo rey, Antonio, prior de Crato.

Desde
el mismo momento de la elección de Enrique, Felipe II inició una
campaña con el objetivo de ganarse el favor de los portugueses. Contrató
a los mejores juristas de la época para que apoyaran su candidatura.
Trató de ganarse el favor de los nobles y las ciudades lusas por medio
de sus embajadores en Portugal y emprendió una campaña de sobornos
selectivos destinados a las altas instituciones portuguesas. En 1579
Felipe II dio un paso más, preparó el ejército por si fuera necesaria la
invasión de Portugal. Sesenta galeras españolas e italianas se
reunieron a las órdenes del marqués de Santa Cruz
y los nobles españoles cuyas posesiones se encontraban cerca de la
frontera reclutaron sus ejércitos. Todos estos preparativos bélicos
tenían un fin más disuasorio que militar. Felipe II no quería la
invasión, pero no estaba dispuesto a renunciar a sus derechos.

Mientras
tanto, la situación internacional era esperanzadora. Alejandro Farnesio
se mostró como uno de los mejores generales del momento y supo
aprovechar la división interna para lograr el apoyo de buena parte de
las provincias. Así, mientras que las provincias del norte se integraban
en la calvinista Unión de Utrecht, las del sur aceptaban la autoridad
española y conformaban la Unión de Arrás. Por otro lado, las
negociaciones en el Mediterráneo con el Imperio Otomano iban por buen
camino.

El 31 de enero de 1580 falleció el cardenal Enrique sin
haber nombrado heredero para el trono portugués. Pese a todos los
esfuerzos diplomáticos y a que Felipe II contaba con el apoyo de los
nobles y el clero portugués, la candidatura del prior de Crato
continuaba siendo fuerte. Felipe II llamó al anciano duque de Alba, que
había caído en desgracia años antes, para que se pusiera al frente de
las tropas. El 13 de junio el Rey, acompañado de Alba, pasó revista a
los 47.000 hombres que componían el ejército. El 8 de julio la flota al
mando del Marqués de Santa Cruz zarpó rumbo a Portugal. Cinco días
después de pasar revista a las tropas se inició la invasión. Los
disidentes portugueses, que habían nombrado rey al prior de Crato,
prestaron poca resistencia. La última semana de agosto, tras la
resistencia más feroz de todo el conflicto, Lisboa capituló. El 12 de
septiembre Felipe II fue proclamado formalmente rey de Portugal en
Lisboa.

La Corte había permanecido en Badajoz durante toda la
guerra, allí sufrieron las consecuencias de la epidemia de gripe que
asoló la península. A causa de la epidemia la reina Ana enfermó y
falleció la madrugada del 26 de octubre. Esto fue un durísimo golpe para
Felipe II, que había amado profundamente a su esposa y que nunca volvió
a casarse.

Tras el luto por la muerte de la reina Ana y tras
asegurar los asuntos más urgentes de España, Felipe II se encaminó a
Portugal y llamó a las cortes para que jurasen al nuevo rey. En abril de
1581 se reunieron las Cortes de Tomar, donde se confirmó la unión de la
península bajo una única Corona. Felipe II fue jurado como rey y el
príncipe Diego como su heredero, a cambio el Rey aseguró los privilegios
y una independencia del Reino de Portugal similar a la de los demás
reinos de la Monarquía Hispánica.

El prior de Crato mientras
tanto, se había refugiado en Azores protegido por los franceses. En el
verano de 1582 el Marqués de Santa Cruz derrotó a los franceses y tomó
posesión de las islas. Ese mismo año falleció Alba. La muerte del Duque
de Alba y la disolución del grupo de Éboli tras la detención de Antonio
Pérez supuso el nacimiento de una nueva época.

El apogeo del poder de Felipe II (1580-1589)

En 1580 Felipe II era el monarca más poderoso de su tiempo, sus
reinos se extendían por todos los rincones del mundo conocido en lo que
fue el mayor de los imperios jamás creados. Era la primera vez que un
monarca reunía todos los reinos de la península, por lo que por primera
vez se podía titular rey de España con toda autoridad. En la Edad
Media el término España hacía referencia a la suma de todos los reinos
peninsulares, incluida Portugal. Felipe II había firmado numerosos
documentos anteriormente titulándose rey de España como una manera de abreviar todos sus títulos, desde 1580 esto se convirtió en una realidad política.

En
la época eran muchos los que veían a Felipe II como el artífice de la
monarquía universal. Había logrado estabilizar el Mediterráneo tras
sucesivos acuerdos con el Imperio Otomano; las provincias más ricas de
los Países Bajos se encontraban pacificadas y bajo su control; se habían
conquistado las lejanas islas Filipinas, así llamadas en su honor; en
el Virreinato de Perú se había conseguido doblegar la resistencia inca y
se había fundado la ciudad de Buenos Aires; desde el Virreinato de
Nueva España partían exitosas expediciones hacia los territorios al
norte del río Grande; Portugal proporcionó a Felipe II territorios en la
costa africana, en India, Indonesia y China. El Imperio Romano cabía en
una esquina de las inmensas posesiones de Felipe II.

La
incorporación de Portugal supuso un cambio en la estrategia defensiva de
Felipe II, el Mediterráneo se había convertido en un mar interior y
pasó a un segundo plano. La prioridad era el Atlántico. Desde Portugal,
Felipe II inició un programa de fortalecimiento naval que le llevó a
disponer de más de cien barcos en el Atlántico. Felipe II pasó más de
dos años en Portugal, tratando de hacerse con el favor de sus nuevos
súbditos y mostró un gran interés por los asuntos comerciales. En 1581
recibió un nuevo título, rey de Ceylán.

En el plano económico, la
incorporación de Portugal supuso el acceso a importantes rentas
comerciales. En 1582 se suprimieron las alcabalas fronterizas entre
Castilla y Portugal. Lisboa se convirtió en un puerto inmejorable para
las flotas americanas. Los ingresos que proporcionaba América se vieron
aumentados por el rico comercio portugués con Asia.

Con Felipe II
en Portugal, la corte madrileña se sumió en constantes luchas por el
poder. Granvela, que había quedado al frente de la administración, no
tenía la autoridad suficiente para controlar a las distintas facciones.
Granvela desarrollaba un ritmo de trabajo frenético, fue una gran
políglota capaz de dictar cartas simultáneamente en cinco idiomas. Este
carácter chocaba con los hábitos de unos ministros acostumbrados a la
lentitud administrativa e incapaces de entender ninguna lengua que no
fuera la propia. El único apoyo de Granvela era el secretario Juan de Idíaquez.
Pese a los problemas, el gobierno funcionó razonablemente bien durante
la ausencia del Rey. El 21 de noviembre de 1582 falleció el príncipe
Diego, lo que obligó a Felipe II a partir de inmediato hacia Castilla.
El infante Felipe pasaba a ser el nuevo heredero y era necesario que las
distintas cortes le jurasen. Antes de abandonar Portugal, logró el
juramento de las cortes lusas para el nuevo heredero. Además, en
septiembre había firmado un decreto por el que en todos sus reinos se
adoptaba el nuevo calendario gregoriano. En aplicación de las nuevas
normas, el jueves 4 de octubre de 1582 fue seguido por el viernes 15 de
octubre de 1582.

El 29 de marzo Felipe II llegó a Madrid para
iniciar la etapa más solitaria de su largo reinado. El Rey tan sólo
contaba con la compañía de sus hijas y con su hermana, la emperatriz
viuda María.
En esta época Felipe II dividió su tiempo entre las obras de El
Escorial y sus hijas, mostrándose obsesivo con respecto a los asuntos de
la Iglesia. En el otoño de 1583 Felipe II aceptó las pretensiones
matrimoniales de Carlos Manuel de Saboya hacia su hija Catalina Micaela.

La
primera decisión de Felipe II a su regreso a Castilla fue la
convocatoria de Cortes para el verano de 1583. Estas se prolongaron
durante dos años y en ellas, el príncipe Felipe fue jurado heredero.

El camino hacia la invasión de Inglaterra

El apoyo inglés a las aspiraciones del prior de Crato y a los
rebeldes holandeses, provocó que en el verano de 1583 Felipe II
considerase la posibilidad de un ataque naval. La idea surgió del
Marqués de Santa Cruz, que tras su victoria en las Azores instó al rey a
dirigir de inmediato la flota sobre Inglaterra. Realmente, desde al
menos 1576 Felipe II contemplaba la posibilidad de invadir Inglaterra,
en esa fecha discutió los planes con Juan de Austria, pero la situación
en los Países Bajos lo hizo imposible. En 1583 la situación en los
Países Bajos era muy distinta, Alejandro Farnesio había obtenido
importantes éxitos apoyado en la Unión de Arras, además, los
protestantes se encontraban divididos. El archiduque Matías había sido
relevado de su cargo en 1581 y sustituido por Francisco de Anjou.
El nuevo defensor de los Países Bajos tuvo que hacer frente a la
injerencia de Guillermo de Orange, el francés trató de hacerse con el
gobierno por las armas pero fue rechazado por los neerlandeses. En junio
de 1584 Francisco de Anjou falleció de tisis y un mes después falleció
también Guillermo de Orange, víctima de un atentado. Tras la muerte de
Orange, los éxitos militares de Alejandro Farnesio se multiplicaron,
Ypres, Brujas, Gante, Bruselas y Amberes fueron conquistadas. Los
rebeldes solicitaron la ayuda de Inglaterra y en diciembre de 1585 el duque de Leicester acudió con tropas inglesas.

La
muerte de Francisco de Anjou supuso que Enrique III de Francia se
quedara sin heredero. El trono francés correspondería, a la muerte del
rey, a Enrique de Borbón,
el rey protestante de Navarra. Si Francia se hacía protestante los
Países Bajos estarían perdidos. Por ello, Felipe II buscó la alianza con
la Liga Católica, el poderoso grupo nobiliario encabezado por la
familia Guisa. La política española levantó las suspicacias de las
cortes europeas, Felipe II apoyaba por un lado a los poderosos Guisa,
para desestabilizar Francia; y por otro a María de Escocia, con la idea
de desestabilizar Inglaterra. El objetivo de Felipe no era otro que el
de evitar la ayuda a los Países Bajos y asegurarse así el control de la
región.

Felipe II pasó el año 1585 sumido en sus propios asuntos. A
principios de año él y su familia se trasladaron a Zaragoza, donde tuvo
lugar la boda entre su hija Catalina Micaela y el Duque de Saboya. La
familia permaneció junta hasta el verano, cuando los duques de Saboya
partieron hacia sus dominios desde Barcelona. Felipe II convocó las
cortes de Aragón para que jurasen a Felipe como su heredero. Las cortes
se prolongaron hasta diciembre y el Rey pasó estos meses aquejado de
varias enfermedades y con graves ataques de gota. A principios de 1586
Felipe II se trasladó a Valencia, donde su salud sufrió una mejoría.
Durante todo este tiempo, Felipe II estuvo meditando las distintas
posibilidades que se le planteaban para resolver el asunto de
Inglaterra, convenciéndose cada vez más de la necesidad de una invasión.
En marzo, Felipe II había recibido noticias de que Francis Drake estaba
armando una gran flota para apoderarse del cargamento de plata de
América. Felipe II decretó entonces la movilización de su armada, pero
como esta no era suficiente, se expropiaron todos los barcos de gran
tamaño; esto levantó las protestas de los comerciantes y sobre todo de
los ingleses.

A finales del invierno de 1586 Felipe II se
encontraba de regreso en Madrid, donde se ocupó de supervisar los
trabajos de construcción de El Escorial. Después, se iniciaron los
preparativos para la gran acción contra Inglaterra. España tenía graves
problemas para armar una flota poderosa, ya que el país carecía de casi
todo lo necesario y dependía del resto de los reinos de la Monarquía
Hispánica. En el verano de 1586 se emprendieron reformas administrativas
profundas y se puso en marcha un ambicioso programa de construcción
naval. El 28 de marzo de 1586 una increíble noticia llegó a Madrid,
Santo Domingo, la principal ciudad de América, fue saqueada por Drake.
Esto acabó por convencer a Felipe II de la necesidad de acabar con la
amenaza inglesa, los preparativos para la invasión se aceleraron. 1586
fue un año difícil para Felipe II, ya que a las malas noticias
americanas se sumaba la tristeza personal. En ese año fallecieron
Granvela, Margarita de Parma y Juan de Zúñiga, joven consejero en el que
había puesto grandes esperanzas. Además, su propia salud se deterioró
de forma alarmante.


El enfrentamiento con Inglaterra. La gran armada.


En los primeros meses de 1587, en medio de un durísimo invierno,
la salud de Felipe II se deterioró aún más, la gota le impedía
permanecer en pie y tenía problemas en su mano derecha que le impedían
escribir con normalidad. Pese a todo, continuó haciéndose cargo de los
asuntos de gobierno, pero su salud provocó retrasos importantes. El 18
de febrero María de Escocia
fue ajusticiada en Inglaterra, con ello Felipe II obtenía la excusa
necesaria para intervenir, una reina católica había muerto a manos de
una reina protestante. La flota, conocida como Armada Invencible, estaba
prácticamente lista, pero los ingleses continuaban llevando la
iniciativa y las acciones de sus corsarios se propagaban por las
posesiones españolas. El 27 de abril Drake atacó por sorpresa Cádiz y
Sagres. Estos ataques impidieron que la Armada Invencible zarpara ese
mismo año como estaba previsto, con lo que Inglaterra ganó un tiempo
precioso.

A los destrozos causados por Drake se sumó la enfermedad
de Felipe II, durante meses fue incapaz de firmar documentos y los
preparativos finales se demoraran en exceso. Todo estaba listo, pero
Felipe II no se encontraba en condiciones de tomar ninguna decisión. En
febrero de 1588 el Marqués de Santa Cruz falleció, con lo que la Armada
Invencible se quedó sin almirante. Felipe II designó entonces a Alonso Pérez de Guzmán,
duque de Medina-Sidonia, buen soldado y administrador, pero sin
experiencia en el mar. En la primavera de 1588 los Guisa organizaron un
levantamiento en Francia y se hicieron con el gobierno de París, unos
meses antes Leicester había abandonado los Países Bajos, donde Alejandro
Farnesio se había hecho con el control de la situación. En esa
primavera, 130 barcos con 18.000 hombres a bordo salieron del puerto de
Lisboa rumbo a Inglaterra.

La Armada tenía que embarcar a las
tropas de Farnesio y lanzarse contra la costa inglesa, pero todo salió
mal. El puerto de Calais, donde debería de haberse producido la reunión
no era apropiado ya que los galeones no podían acercarse a la costa y
las tropas de tierra no podían embarcar. Los galeones españoles tuvieron
que hacer frente a la flota inglesa y a las malas condiciones de los
barcos. Alejandro Farnesio por su parte tenía que luchar contra el
oleaje del puerto, contra los ataques de la flota holandesas y contra la
dificultad de embarcar en una flota que estaba siendo atacada. Tras
varias horas de combate la Invencible fue dispersada y Farnesio tuvo que
volver a tierra firme. La mayor parte de la Armada (unos 115 barcos)
estaba intacta, pero dispersa por el mar y sin posibilidades de embarcar
al ejército. El viaje de regreso a España fue una pesadilla, lo que no
había hecho la flota inglesa lo hicieron las tormentas del Atlántico,
sólo unos 60 barcos alcanzaron las costas peninsulares.



La Armada Invencible. Escuela Flamenca.
La Armada Invencible fue el mayor desastre del reinado de
Felipe II, no tanto por los daños inmediatos, ya que hubo otras armadas y
España recuperó sorprendentemente rápido su potencia naval; el gran
problema de la Invencible fue que destruyó la confianza del pueblo en su
rey, hizo desaparecer el espíritu triunfalista, provocó una profunda
crisis económica y evitó una solución al problema de Flandes, que se
enquistó definitivamente. Felipe II se encontraba cada vez más enfermo,
cada vez más solo y profundamente desesperado ante las noticias de sus
ejércitos.

Los últimos años (1589-1598)

En 1589 la salud de Felipe II empezó a mejorar. La situación en
los Países Bajos se encontraba bloqueada y el enfrentamiento con
Inglaterra en vía muerta. Tras la Invencible, la flota inglesa continuó
hostigando intereses españoles, pero con pocos resultados. En los Países
Bajos, las tropas protagonizaron una serie de motines por los retrasos
en los pagos. En estos años, Alejandro Farnesio recomendó llegar a un
acuerdo que pusiera fin al conflicto, convencido de la imposibilidad de
que sus armas lograran reconquistar las provincias rebeldes de Holanda y
Zelanda. Felipe II, por primera vez en todo su reinado, se mostró
dispuesto a pactar la tolerancia religiosa. En 1591 se produjo un
encuentro entre los representantes de Felipe II y los rebeldes, bajo
patronazgo del Emperador y con la presencia de delegados pontificios.
Felipe II ofreció la tolerancia religiosa a cambio de la paz, demasiado
tarde para los rebeldes que exigían la independencia.

En esta
situación, Felipe II se vio involucrado en los acontecimientos de
Francia. El asesinato de Enrique III a manos de un religioso dominico
era un ejemplo de lo que ocurría en Francia y de la situación
desesperada a la que había llegado Enrique III, acosado por los
protestantes y desautorizado por los católicos. Enrique III había
ordenado el asesinato de los dos miembros principales de la familia
Guisa, incluido un cardenal, algo que ni siquiera un rey podía
permitirse, por lo que fue excomulgado. La familia Guisa por su parte se
recompuso bajo el liderazgo del duque de Mayenne.

Felipe II temía
que Enrique de Borbón se hiciera con el trono francés, pero temía mucho
más que lo hiciera con la complicidad del Papado. Por ello, tras la
muerte de Enrique III el apoyo de España a la Liga Católica se
multiplicó. Muchos de los consejeros de Felipe II presionaban al monarca
para que pusiera en marcha una política más activa. Por un lado, una
facción apostaba por levantar una nueva flota y atacar Inglaterra; otros
apostaban por mandar los ejércitos y la armada contra Francia; y
finalmente otros por aplastar los Países Bajos. En 1589 Felipe II
reaccionó violentamente ante las presiones: "Se verá si son tan
faciles estas cosas como las imaginan los que las proponen, mas querria
yo saver dellas si les parece que se pueden hazer estas cosas con solo
quererlas y imaginarlas, porque si esto fuesse en verdad, que a nadie
diese ventaja en hazerlas con mas brevedad ni aun a ocupar mas el
pensamiento en ellas. Mas, como no dependen desto sino del dinero, es
fuerza ir al paso, en que veo lo poco que hazen y la floxedad con que
van todos desde el primero hasta el postrero
." Posteriormente afirmaba: "Si
Dios no haze milagros no ay que esperar de Francia y de todo, sino lo
peor que se pueda. Y creed que los inconvenientes y peligros un niño los
sabria decir, mas los remedios sin dinero muy pocos
."

Felipe
II no tenía posibilidad de realizar ninguna invasión ya que los gastos
para armar la Invencible habían dejado agotadas sus reservas. Además, la
situación interna del reino era compleja y ruinosa. A esto se unía su
propia enfermedad y un creciente convencimiento de que todo estaba en
manos de Dios.

En febrero de 1589 las Cortes de Castilla,
conmocionadas por la noticia del desastre de la Invencible, aprobaron
uno de los impuestos más impopulares de la época, los millones.
En los años siguientes, el malestar de la población fue en aumento, en
Madrid se llegó a un conato de rebelión en 1591, mientras que en otras
ciudades de Castilla aparecieron pasquines denunciando la enorme carga
impositiva.

Antes de ocuparse de Francia Felipe II tenía que
resolver la situación en el interior. Por ello era imprescindible que
los disturbios en Aragón, provocados por el caso Antonio Pérez, fueran
solucionados. En enero de 1592 decretó una amnistía total para los
implicados en la fuga de Pérez, no obstante, se dejó fuera de la
amnistía a 150 personas que fueron condenadas y ejecutadas por
tribunales civiles y por la Inquisición. El propio Antonio Pérez
figuraba entre los condenados, acusado de homosexualidad. Para acabar de
pacificar la situación en Aragón, Felipe II decidió convocar a las
Cortes. El 15 de junio de 1592 se abrieron las sesiones. En el viaje
desde Madrid, en el que también se visitaría Navarra para que las Cortes
jurasen al heredero, Felipe II perdió a dos importantes compañeros, su
médico Francisco Vallés y al humanista Furió Ceriol.
El séquito real llegó a Pamplona el 20 de noviembre y dos días más
tarde el príncipe Felipe fue jurado heredero. El último día de noviembre
Felipe II llegó a Tarazona, enfermo y enfadado con Aragón por el
conflicto con Antonio Pérez. Felipe II recortó algunas de las libertades
de Aragón y sobre todo afianzó el poder real y amplió los poderes de la
justicia regia. A principios de diciembre, el príncipe Felipe juró los
fueros de Aragón y la comitiva real partió de regreso a Castilla. A
finales de diciembre Felipe II llegó a Madrid, tras ocho meses de viaje
por sus reinos peninsulares, su estado de salud era alarmante.

A principios de la década de 1590, los problemas civiles causados por los millones
en Castilla y el descontento social de Aragón, hacían que toda la
península estuviera a punto de la sublevación. Las personas más cercanas
a Felipe II le aconsejaban prudencia y moderación, pero el Rey, viejo y
enfermo, no encontraba salida a los muchos problemas que tenía que
afrontar. En las últimas Cortes castellanas del reinado, que comenzaron
en 1592, se denunciaba que las constantes guerras estaba arruinando
España. Felipe II se vio obligado a hacer grandes concesiones a estas
Cortes a cambio de nuevos impuestos. A lo largo de la década, la
situación en España se había deteriorado y había llevado a la población a
la miseria. Años sucesivos de malas cosechas, epidemias, guerras y la
creciente presión impositiva, había provocado la ruina de demasiados
ciudadanos. La situación era verdaderamente alarmante. Portugal no
estaba en mejor estado, por lo que empezaron a circular libelos que
llamaban a la sublevación contra Felipe II. En Italia se perdieron las
cosechas de 1590 y 1591, lo que agravó los problemas de suministro de
España, que en épocas de crisis recurría al trigo siciliano. En Nápoles
hubo tentativas de rebelión. En América, la ciudad de Quito se sublevó
en 1592.

La situación se complicó aún más debido al problema de
Francia. En 1590 las tropas navarras de Enrique de Borbón habían
marchado sobre París y habían derrotado a las fuerzas católicas en Ivry.
En abril, los protestantes pusieron cerco a París. Tras cuatro meses de
asedio, la situación de la capital francesa era desesperada, por lo que
Felipe II se vio obligado a tomar partido. En mayo envió instrucciones
secretas para que Alejandro Farnesio marchara sobre Francia. Las tropas
de Farnesio lograron que Enrique de Borbón levantara el sitio de París.
Felipe II quería acabar entonces su participación en el conflicto, pero
el bando católico carecía de un líder capaz. El único candidato católico
al trono francés, el cardenal Borbón, falleció en 1590. Felipe II tenía su propio candidato al trono, su hija, Isabel.
Trató de alcanzar un acuerdo con los Guisa por el que estos apoyarían a
Isabel Clara Eugenia a cambio del apoyo de las tropas de Felipe II.

En
agosto de 1591 Felipe II volvió a mandar a Alejandro Farnesio sobre
Francia. El Duque de Parma se desesperaba ya que al ocupar sus tropas en
Francia se debilitaba su situación en los Países Bajos. Los rebeldes
aprovecharon la ausencia de Farnesio para lanzar una ofensiva hacia el
sur y arrebatar importantes ciudades a los españoles. En el transcurso
de la campaña francesa, Alejandro Farnesio sufrió graves heridas de las
que nunca se recuperaría, no obstante las tropas de Enrique de Borbón
fueron puestas en fuga. En noviembre de 1592 Felipe II volvió a
solicitar a Farnesio que atacara Francia. La salud del duque de Parma
era tan mala que no era capaz de mantenerse sobre su caballo, aún así
volvió a ponerse al frente de las tropas hasta que el 3 de diciembre
falleció. Los tercios españoles se encontraba a las puertas de París.

Las
victorias de Alejandro Farnesio habían llevado a Enrique de Borbón a
una complicada situación militar, pero seguía contando con importantes
apoyos políticos, mientras que los católicos continuaban divididos.
Felipe II trató de lograr un arreglo diplomático. En 1593 los Estados
Generales se reunieron para buscar una salida al conflicto, pero los
católicos se mostraron incapaces de presentar a un único candidato. Los
representantes de Felipe II presentaron oficialmente la candidatura de
Isabel Clara Eugenia, que contaba con dos serios inconvenientes, por un
lado, la Ley Sálica impedía el gobierno de una mujer; por otro, los
católicos franceses no aceptaban su candidatura. Enrique de Borbón, con
su ejército derrotado, con los tercios por toda Francia y ante la
posibilidad de que los católicos alcanzaran algún tipo de acuerdo, dio
el definitivo golpe de efecto, abjuró públicamente del protestantismo y
abrazó el catolicismo. La postura de Felipe II estaba perdida. En
febrero de 1594 Enrique de Borbón fuer coronado como rey de Francia bajo
el nombre de Enrique IV, los católicos le apoyaron y la mayoría de los
protestantes también. Los tercios abandonaron París en marzo, despedidos
con honores. Felipe II había empleado mucho dinero, tropas y al mejor
de sus generales, pero no había logrado nada salvo arruinar la Hacienda y
complicar aún más la situación de los Países Bajos.

El deterioro final de Felipe II (1593-1598)

Los últimos años del reinado de Felipe II.


A partir de 1593 la salud de Felipe II le impedía afrontar las
tareas de gobierno, los ataques de gota eran tan intensos y frecuentes
que ya no podía escribir. El engranaje de la administración seguía
funcionando, pero era necesario que alguien se pusiera al frente. El
príncipe Felipe era demasiado joven, por lo que se recurrió al archiduque Alberto que ejercía como virrey de Portugal y gozaba de la confianza del Rey.

El
7 de marzo de 1594 Felipe II, gravemente enfermo, legalizó su
testamento en el que declaraba al príncipe Felipe como su legítimo
heredero. Desde este momento, la actividad de Felipe II se redujo al
mínimo, seguía firmando documentos y tomando decisiones, pero el
gobierno estaba en manos de Cristóbal de Moura y Juan de Idíaquez.
Felipe II estaba poco menos que invalido y le costaba un gran esfuerzo
concentrarse en los asuntos de gobierno, la enfermedad había desfigurado
su caligrafía hasta hacerla ilegible, su juicio se nublaba y las
respuestas a los asuntos de Estado se volvieron inconexas. El príncipe
Felipe empezó a ocupar cada vez más el papel de su padre y se hizo cargo
de sus obligaciones como heredero.

En 1595 el archiduque Alberto fue nombrado gobernador de los Países Bajos en sustitución de su difunto hermano, el archiduque Ernesto. Con esta decisión, Felipe II perdió en la Corte a uno de sus más valiosos consejeros.

La
administración cada vez se encontraba menos sujeta al control del Rey.
En 1595 había dos equipos de ministros trabajando en paralelo, uno en
Madrid y otro en El Escorial. A menudo estos ministros tomaban
decisiones contradictorias de las que Felipe II no sabía nada.

En
el verano de 1595 la salud de Felipe II era lamentable, por lo que se
vio obligado a delegar todas las responsabilidades en su hijo. Todo
parece indicar que Felipe II se sentía decepcionado con la actitud de su
heredero ya que la infanta Isabel había participado mucho más
activamente en la política que el heredero. Además, Felipe II
desaprobaba la amistad de su hijo con Francisco Sandoval.

Pese
a la enfermedad y a los problemas, Felipe II hizo lo que pudo por
mantenerse hasta el final al frente del gobierno. En 1596 había tomado
la decisión de distanciar todo lo posible su política de los Países
Bajos. Para ello se preparó la boda entre la infanta Isabel y el
archiduque Alberto. Una vez realizado el enlace, ambos se convertirían
en corregentes. Al mismo tiempo, la guerra con Enrique IV de Francia
continuaba, en un intento de Felipe II de lograr una buena posición
negociadora. En mayo se agravó el conflicto con Inglaterra, en parte por
Antonio Pérez, que refugiado en este país instigaba a las autoridades a
que atacaran España. El 30 de junio de 1596 una importante flota
inglesa apareció frente a Cádiz y se hizo con el control del puerto.
Durante dos semanas Cádiz estuvo en poder de Inglaterra, lo que suponía
un importante descrédito. La indignación se extendió por todo el país,
todos estaban convencidos de la necesidad de acabar con las guerras que
arruinaban el país, pero la mayoría estaba dispuesta a pasar a la
ofensiva en todos los frentes para lograr una paz honrosa.

A
instancia de Martín Padilla, adelantado de Castilla, Felipe II se
dispuso a un gran esfuerzo final. Martín Padilla fue encargado de reunir
una flota poderosa en el Atlántico, capaz de responder a la amenaza de
la flota inglesa. En abril las tropas españolas habían conquistado
Calais, con lo que se tenía un puerto en territorio enemigo. En octubre
una gran flota de más de 80 barcos zarpó de Lisboa, la idea era hacer
creer a todo el mundo que se dirigía a Irlanda, cuando el destino
auténtico era Bretaña. Cuando la flota se encontraba en el Canal de la
Mancha fue dispersada por un temporal y, muy diezmada, tuvo que regresar
a puerto. En enero de 1597 una nueva flota estaba lista, 96 barcos y
17.000 hombres la componían. Una vez más la flota fue diezmada por las
tormentas. Para complicar más las cosas, los restos de la flota que
lograron regresar al puerto de Santander se encontraron que la ciudad
era víctima de la peste.

Los últimos años de la década de 1590
fueron especialmente difíciles. En 1594, 1597 y 1598 se perdieron las
cosechas. En Castilla estallaron virulentas protestas en contra de los millones,
la tesorería recomendaba la reducción de la alcabala, las aldeas se
negaban a pagar los impuestos, el pueblo estaba empobrecido y pasaba
hambre. Se empezaban a oír testimonios en contra de la propia monarquía y
se recuperaba el sentimiento revolucionario de los comuneros. En 1596
se había producido una nueva bancarrota, pero al año siguiente se
tuvieron que pedir nuevos préstamos. En Portugal aparecieron movimientos
mesiánicos que presagiaban el regreso del fallecido rey Sebastián. En
diciembre de 1597 Felipe II recibió un golpe demoledor, su hija Catalina
Micaela falleció tras dar a luz.

En mayo de 1598 Francia y España
pusieron fin a la guerra con el Tratado de Vervins. Para se trataba de
una humillación, Felipe II, cansado, enfermo y derrotado, renunció a
todas las conquistas realizadas por sus ejércitos a cambio de una paz
sólo ventajosa para Francia. Ese mismo mes, el abatido rey firmó el acta
por el que los Países Bajos eran cedidos al archiduque Alberto y a la
princesa Isabel. En el caso de que el matrimonio no tuviera hijos el
territorio regresaría al control de España.

En julio de 1598
Felipe II entró en la fase final de su enfermedad. Su cuerpo se llenó de
supurantes llagas que le postraron en la cama. El estado del enfermo
era tal que era imposible moverle o cambiarle de ropa. Durante 53 días
Felipe II estuvo agonizando en su cama, en medio de un nauseabundo olor
producido por la suciedad de su ropa y por el hedor que despedían sus
llagas. El dolor era incesante. El 1 de septiembre se le administró la
extremaunción y a las cinco de la mañana del 13 de septiembre de 1598
falleció. Felipe III se convertía en el nuevo rey.

Las
críticas a Felipe II comenzaron nada más producirse su muerte y en
ningún sitio fueron tan fuertes como en Castilla. Los castellanos, que
durante medio siglo habían cargado con el peso fundamental del imperio
filipino, mostraban ahora su descontento. La Monarquía Hispánica exigía
huir del autoritarismo de Felipe II, se imponían ideas
constitucionalistas de un pacto entre la monarquía y el reino. La
política inmediatamente posterior a la muerte de Felipe II se dirigió
hacia la paz, en pocos años se firmaron acuerdos con Inglaterra y con
los rebeldes de los Países Bajos.

Felipe II, muchas veces llamado
el monarca más poderoso de su tiempo, fue siempre consciente de sus
propias limitaciones. Amante de la paz, se vio arrastrado a la guerra
por problemas que superaban sus cualidades. Infatigable trabajador, fue
incapaz de vender sus éxitos al nivel al que sus enemigos vendieron sus
fracasos. Los enemigos de Felipe II se convirtieron, en la propia
Castilla, en héroes legendarios. La figura de Felipe II cayó así en un
desmerecido descrédito.

La familia de Felipe II

La vida privada de Felipe II puede tildarse de desgraciada. Su
madre falleció cuando él no había cumplido aún los doce años y su padre
se encontró ausente a lo largo de gran parte de su infancia. Se casó en
cuatro ocasiones y tuvo de ocho hijos. Ninguna de sus mujeres le
sobrevivió y a su muerte sólo dos de sus hijos seguían con vida.

En 1543 Felipe realizó un matrimonio de Estado con la princesa portuguesa María Manuela. Del matrimonio, que duró dos años, nació el príncipe Carlos (1545-1568). En 1554 Felipe II se casó con la reina de Inglaterra María Tudor. Dos años más tarde Felipe II se casó con Isabel de Valois. En ocho años de matrimonio nacieron las princesas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. En 1570 se casó con Ana de Austria.
El matrimonio duró diez años, en los cuales nacieron: Fernando
(1571-1578), Carlos Lorenzo (1573-1575), Diego (1575-1582), el heredero Felipe (1578-1621) y María (1580-1583).

Probablemente el personaje de la Familia Real más importante a lo largo de la vida de Felipe II fuese su hermana Juana,
a la que el rey se sintió siempre muy unido. Juana apenas desempeñó
cargos públicos, sólo fue regente entre 1554 y 1559. En 1560, la
princesa inició la construcción del convento de las Descalzas Reales de
Madrid, donde se retiró en 1564. Juana fue una figura clave en la Corte,
la mejor compañera de sus cuñadas Isabel y Ana, además de una fiel
confidente de su hermano.

De las cuatro esposas de Felipe II, las
dos últimas fueron las que tuvieron un papel más importante en la vida
privada del monarca y una mayor influencia sobre la política del reino.

Isabel
de Valois era una adolescente de apenas catorce años cuando contrajo
matrimonio con Felipe II, que la doblaba con creces la edad. Al parecer,
en 1564 Felipe II aún mantenía una relación extramatrimonial con una
dama de la Corte, Eufrasia de Guzmán, princesa de Ascoli. La reina
estuvo gravemente enferma por estas fechas y sufrió un aborto. La
enfermedad unió al matrimonio e hizo desistir a Felipe de su relación
con la princesa de Ascoli. A partir de entonces, Felipe II amó a su
esposa como no había amado a ninguna de sus mujeres y confió en ella
como no había confiado en ninguno de sus consejeros.

En 1564 llegaron a la corte los archiduques Rodolfo y Ernesto, sobrinos de Felipe II. El rey les recibió con alegría y les trató como si fueran sus propios hijos.

En
agosto de 1566 nació la princesa Isabel Clara Eugenia y en 1567
Catalina Micaela. No cabe duda que en estos años Felipe II era un hombre
feliz, tanto por su vida privada como por la situación de su reino.
Esta felicidad sólo estaba empañada por el agravamiento de la salud
mental del príncipe heredero Carlos, el cual falleció el 29 de julio de
1568. Pocas semanas después del nacimiento de Catalina Micaela, la reina
quedó de nuevo embarazada y enfermó. El 3 de octubre de 1568 Isabel de
Valois, gravemente enferma, dio a luz a una niña de cinco meses, que
falleció a las pocas horas. La reina falleció ese mismo día.

Isabel
de Valois había sido un gran apoyo para Felipe II, pero también había
sido una reina caprichosa y de gustos caros a los que Felipe II siempre
había accedido. La corte de la reina estaba llena de deudas debido al
gusto derrochador de Isabel. La reina se trajo de Francia un séquito
inmenso y un gusto excesivo por el lujo. La reina gastó sumas
exorbitantes en obras de arte, en vestidos y en joyas. Los viajes de su
corte suponían unos gastos increíbles, habitualmente, mucho más elevados
que los de la corte del propio Felipe II.

En 1567 había llegado a
la Corte la princesa Ana de Austria, una joven de apenas 18 años.
Felipe II convirtió a su sobrina en su cuarta esposa tras la muerte de
su heredero. Hubo una considerable afinidad entre ambos durante los diez
años que duró el matrimonio. La nueva reina se sintió muy bien arropada
en la Corte madrileña, ya que en ella se encontraban sus hermanos, los
archiduques Ernesto y Rodolfo, además, junto a la reina habían llegado
sus hermanos Alberto y Wenceslao. En diciembre de 1571 la reina dio a luz a su primer hijo, el príncipe Fernando (1571-1578).

En
estos años, Felipe II disfrutó de una tranquilidad que le había faltado
hasta entonces. Un embajador veneciano decía de él en 1577: "Se
levanta temprano y trabaja o escribe hasta el mediodia, en que como
siempre a la misma hora, y casi siempre la misma calidad y la misma
cantidad. Bebe en una copa de cristal de medianas dimensiones la vacía
dos veces. Se encuentra bien por lo general. Sin embargo, sufre algunas
veces de debilidad del estómago y poco de la gota. Media hora después de
comer, despacha todas las súplicas y todos los documentos que deben
llevar su firma. Tres o cuatro veces por semana va en carroza al campo
para cazar a la ballesta ciervos y conejos.
Sobre su relación con Ana de Austria, el mismo embajador aseguraba: Visita
a la reina tres veces cada día: por la mañana antes de la misa; durante
el día antes de comenzar su trabajo; y por la noche en el momento de
acostarse. Tienen dos lechos bajos con un palmo de separación entre
ellos, pero a causa de la cortina que los cubre parecen uno solo. El rey
manifiesta una gran ternura por la reina, y no deja jamás de visitarla
." (Alberi, op. cit., vol. 5, p 276).

En
1573 la reina Ana dio a luz a su segundo hijo, Carlos Lorenzo que
falleció dos años más tarde. A los pocos días de la muerte de Carlos
Lorenzo nació el tercer hijo de la pareja, Diego. En 1578 falleció el
primogénito de Ana, ese mismo año nació Felipe. En 1580 nació María, la
última hija de Ana de Austria. Dos años después falleció el príncipe
Diego y al año siguiente lo hizo María. En junio de 1580 el matrimonio
se había trasladado a Badajoz, para seguir de cerca el proceso de
incorporación del Reino de Portugal. En esa ciudad el rey enfermó, al
parecer de gripe, la reina estuvo a su lado hasta que se recuperó, tras
lo cual fue Ana la que enfermó, el 16 de octubre de 1580 falleció.

Felipe
II sufrió su primer ataque de gota en 1563. La enfermedad volvió a
manifestarse en el verano de 1568 y le acompañó a lo largo del resto de
su vida. Felipe II no gozó de buena salud a lo largo de su vida, debido
fundamentalmente a una dieta en la que abundaban las carnes rojas. En la
segunda mitad de la década de 1570 empezó a tener problemas de visión,
fruto de las horas de trabajo, y parece ser que usó anteojos.

Felipe II, el oficio de Rey

El gobierno de la monarquía durante el reinado de Felipe II.


Uno de los primeros cambios que Felipe II realizó a su llegada al
trono fue la modificación del sistema de Consejos. Creó el Consejo de
Italia que, dirigido por Éboli, se convirtió en el corazón del
complicado sistema de alianzas y uniones matrimoniales que dirigían la
política italiana. El Consejo de Estado, a partir de 1559, quedó
reducido a unas pocas personas. En 1582 se creó el Consejo de Portugal y
seis años más tarde el de Flandes. Además de los Consejos, creó juntas
especiales para determinados asuntos que requerían un tratamiento
pormenorizado. Fuera de los Consejos, la autoridad real era débil. La
descentralización propia de los reinos peninsulares obligaba al Rey a
disponer de funcionarios que controlaran y representaran sus intereses,
en las distintas ciudades, provincias y territorios.

En la
estructura de gobierno de Felipe II, los secretarios eran piezas
fundamentales. Estos asistían a los consejos, elaboraban informes y se
hacían cargo de la inmensa correspondencia.

La administración bajo
Felipe II, como ocurría en el resto de Europa, era un laberinto de
conjuras, acuerdos secretos, alianzas y búsquedas incesantes del poder;
salpicado todo ello por la corrupción y el nepotismo. Felipe II,
siguiendo los consejos de su padre, trató de mantener a las distintas
facciones en un delicado equilibrio que sólo su personalidad era capaz
de mantener.

Felipe II trabajaba constantemente con una montaña de
papel sobre el escritorio. La insistencia en ocuparse personalmente de
los detalles de su reino, así como la costumbre de que todos sus
consejeros se comunicaran con él por escrito, provocó que la toma de
decisiones se hiciera lentísima. Muchos, incluido el propio Felipe II,
se quejaban de esta lentitud, pero poco podía hacerse mientras el
sistema no se cambiara. Felipe II siempre se negó a tratar los asuntos
de gobierno verbalmente. El ritmo de trabajo que soportaba Felipe II era
demencial, si por algún motivo un asunto le llevaba más tiempo del
previsto la situación se hacía insostenible. Sólo por la familia dejaba
el trabajo, ya que nunca desatendió sus obligaciones familiares y trató
siempre de encontrar tiempo para ellos.

Felipe II no tomaba
decisiones basándose únicamente en sus propias opiniones, antes requería
multitud de informes a sus consejos y consejeros. En los asuntos
importantes, siempre trataba de buscar el consenso entre sus consejeros.
Una gran parte de las decisiones que debía tomar se referían a asuntos
de importancia menor, normalmente a peticiones individuales. La tarea de
organizar estas peticiones era inmensa y en ella participaba un
ejército de funcionarios.

Felipe II sólo se expresaba en
castellano, entendía el italiano, el francés, el latín, quizá el
portugués y algo de catalán, pero no los hablaba. A lo largo de su
reinado esto supuso una continua fuente de problemas. El caso del Rey no
era exclusivo, en la Castilla de la época casi ninguno de los nobles
era capaz de hablar otra lengua que la propia.

La personalidad de Felipe II

Es imposible separar la personalidad de Felipe de la del Rey.
Felipe II era una persona de carácter tranquilo y discreto. Pese a lo
que se ha dicho frecuentemente, le gustaban las fiestas y todo tipo de
diversiones y, tal y como se desprende de su correspondencia, no carecía
de sentido del humor.

Prefería la vida en el campo a la ciudad y
siempre que podía se escapaba a comer al campo u organizaba una cacería.
En su juventud fue un mujeriego y tan sólo con Ana de Austria fue
plenamente fiel. Salvo en casos excepcionales, Felipe II no se mostraba
melancólico o taciturno.

Hablaba poco y escuchaba mucho, siempre
trataba de ser cortés con sus interlocutores, lo que en ocasiones se ha
juzgado injustamente como rasgos de timidez. Los silencios de Felipe II,
además de darle tiempo para pensar, lograban intimidar a su
interlocutor. El autocontrol de Felipe II fue uno de los rasgos de su
carácter que más impresionó a sus contemporáneos. Tenía una asombrosa
capacidad para almacenar datos en su cabeza y solía tener una clara
visión del conjunto. En su mente canalizaba una abrumadora cantidad de
información que le llegaba por infinidad de fuentes.

Felipe II
vistió gran parte de su vida de negro y por ello muchos le han
calificado de taciturno. Realmente, al Rey le gustaban los colores, que
reservaba para los días de fiesta. El negro era sobre todo una muestra
de luto. En la Castilla de la época, el luto duraba un año y Felipe II a
lo largo de su vida tuvo suficientes fallecimientos familiares como
para vestir durante años de riguroso luto.

El Rey valoraba sobre
todo la sinceridad, siempre exigió a sus ministros y consejeros que le
dijeran la verdad. No era proclive a las alabanzas. Siempre se mostró
dispuesto a leer cualquier papel que le entregase, pero no admitía que
fueran anónimos, cualquier anónimo que llegara a sus manos era destruido
inmediatamente.

El pensamiento común en las universidades
castellanas de la época era que el poder real provenía directamente de
Dios. Felipe II, que nunca fue un intelectual, aceptó esta idea y la
llevó a sus últimas consecuencias. En los momentos de mayor crisis de su
gobierno, se resignó y aceptó que si sus planes no se veían cumplidos
era por que Dios no lo quería. Felipe aplicaba justicia con total rigor,
pero nunca se mostró cruel. No hay pruebas que demuestren que
recurriera al asesinato para lograr sus fines políticos, pese a las
leyendas que circularon a este respecto. No fomentó el culto a su
persona como ocurría en Inglaterra o Francia, sin embargo, si eran de su
agrado las imágenes del poder real que difundió el Renacimiento. Pese a
que hubo muchos rumores al respecto, Felipe II nunca hizo ningún
movimiento para obtener la corona imperial, ni para coronarse como
emperador de las Indias.

Felipe II no fue antiprotestante, nunca
defendió la teoría por la cual los reyes protestantes no tenían derecho a
gobernar por ser herejes. En numerosas ocasiones defendió los intereses
de reyes protestantes, como Isabel de Inglaterra, e incluso tuvo buenas
relaciones con algunos de ellos, como los escandinavos.

Felipe II
tenía una religiosidad muy marcada, dedicaba muchas horas a la oración y
con el tiempo esta tendencia se fue acentuando. No admitía el principio
de tolerancia hacia los protestantes en sus dominios, pero tampoco
estaba dispuesto a lanzar una cruzada para perseguirlos. Los confesores
reales tenían un papel destacado en la Corte, pero no está claro hasta
donde llegaba su influencia. Sus principios religiosos no evitaron que
se mostrara contundente con la Iglesia. En numerosas ocasiones se opuso
abiertamente a la política papal y no admitía ingerencias en los asuntos
de la Iglesia en sus dominios. El apoyo de Felipe II a la Inquisición
fue incondicional, era lo único en lo que no admitía ningún tipo de
crítica.

En su deseo constante de estar bien informado, Felipe II
mostró una gran preocupación por la cartografía y por la necesidad de
disponer de buenos mapas de sus dominios. Fue un decidido impulsor de la
compilación de documentos que se realizó en Simancas y que se inició
durante su época como regente. Tendió bastas redes de espionaje e
información por las principales cortes europeas.

Felipe II no
creía en la propaganda, estaba convencido de que la verdad acabaría
triunfando sobre la mentira de sus enemigos. Por ello, nunca se preocupó
de lavar su imagen frente a las calumnias de ingleses y holandeses. El
brillante periodismo de sus enemigos y la falta de respuesta por su
parte, acabó por dar lugar a un descrédito total de su figura y a una
imagen distorsionada de la España de la época, la Leyenda negra.

El mundo de Felipe II

Cuando Felipe II llegó al trono, España se encontraba en la
periferia cultural de Europa. A lo largo del Renacimiento, Italia se
había convertido en el centro cultural del mundo. Las cortes itinerantes
de los Reyes Católicos y de Carlos V no contribuían al desarrollo del
arte. Felipe II cambió esta situación al fijar la Corte en Madrid.

En
sus viajes por los Países Bajos e Italia, Felipe II entró en contacto
con las principales corrientes culturales del momento. A pesar de las
crisis económicas, el Rey siempre encontró partidas presupuestarias para
destinar al fomento de la cultura. Felipe II se rodeó de humanistas,
fomentó la actividad de historiadores y cronistas, reformó los estudios
universitarios y convirtió la Corte en un centro cultural de importancia
creciente.

Felipe II era consciente de que para convertir a sus
reinos peninsulares en un centro cultural era necesario el intercambio
cultural con el resto del mundo. Por ello, el decreto de censura de 1558
tuvo unos efectos limitados.


La sociedad bajo el reinado de Felipe II.


A partir de 1559 se propuso establecer una Corte permanente.
Valladolid, era lo más parecido a una Corte que había existido en los
reinados anteriores, pero a Felipe II no le gustaba, además la ciudad
fue destruida por un incendio en 1561. Toledo, la vieja capital, era
demasiado pequeña para la Corte y sus intrincadas calles medievales
suponían un obstáculo para el funcionamiento burocrático de la
Administración filipina. Toledo era además la ciudad de la Iglesia, su
vida social estaba marcada por el ritmo del Arzobispado, que poco tenía
que ver con el de la Corte. Isabel de Valois la detestaba. Aranjuez,
lugar de retiro de los monarcas, carecía de infraestructuras y edificios
que dieran cobijo a los cortesanos. De este modo, el nuevo monarca
eligió la villa de Madrid, bien comunicada con los cotos de caza reales.
En 1561 Madrid se convirtió en la nueva Corte. A partir de ese momento,
la pequeña villa castellana empezó a crecer. El crecimiento acelerado
de Madrid convirtió a la ciudad en una de las más sucias y
desorganizadas de la época. Felipe II trató de poner medidas para
solucionarlo, pero finalmente tuvo que darse por vencido. En Madrid, la
Corte habitó el Alcázar, un pequeño palacio mudéjar en el que Carlos V
había hecho algunas ampliaciones. Felipe II inició un ambicioso plan
para reformar el edificio y sus alrededores.



Alcázar de los Reyes. Madrid.
Mostró a lo largo de toda su vida una gran pasión por la
arquitectura. Hacia 1567 se diseñó un programa de construcciones que fue
permanente durante todo el reinado. No sólo hizo construir diversos
palacios y residencias de recreo, además tomó partido en la construcción
de los mismo. Disfrutaba en compañía de los arquitectos y en ocasiones
incluso modificaba o trazaba él mismo los planos. Otra de las grandes
inquietudes del monarca fueron los jardines, con los que decoró sus
realizaciones arquitectónicas.

La caza era una de las grandes
pasiones de Felipe II, por ello se preocupó constantemente por el estado
de los bosques y los cotos de caza. Además, casi todas sus
construcciones se edificaron en lugares cercanos a los cazaderos reales.
De todos los edificios que Felipe II creó o modificó con este
propósito, destacan dos a los que prestó especial atención: el Palacio
de El Pardo y Valsaín.

Sin duda, la mayor empresa arquitectónica
de Felipe II fue El Escorial. El Monasterio no era sólo una residencia
real, era un centro de estudio, una inmensa biblioteca, una galería que
atesoraba algunas de las obras pictóricas más importantes de la época,
un lugar de retiro, un panteón familiar..., en definitiva, El Escorial
era el impresionante centro desde el que se regía el gran imperio
filipino y el espejo de Felipe II en el mundo. A pesar de que el
edificio fue iniciado por Juan Bautista de Toledo, el auténtico artífice fue Juan de Herrera, su discípulo.

Los
gustos artísticos de Felipe II apenas encontraron eco entre la nobleza
peninsular. Los grandes nobles preferían el estilo del arte castellano.
Felipe II se convirtió en uno de los mayores coleccionistas de arte de
su tiempo y también en una gran coleccionista de reliquias, de las que
llegó a tener más de siete mil, incluidos diez cuerpos enteros. También
coleccionó instrumentos científicos, plantas y animales exóticos. En los
territorios europeos, Felipe II se convirtió en el mayor patrocinador
de artistas de la época. Entre los artistas favorecidos por Felipe II se
encontraban Tiziano, Pompeio Leoni y su hijo Leone. Sintió una gran predilección por la obra de El Bosco, de quien adquirió diversas obras. De los artistas españoles destacaron Sánchez Coello, Navarrete el Mudo y Pantoja de la Cruz. En la nómina de artistas que gozaron del favor real, destaca la ausencia de El Greco,
cuyo arte nunca gustó al Rey. A la muerte de Felipe II su colección de
arte consistía en más de 1.100 obras importantes en El Escorial y otras
300 en el Alcázar de Madrid.

El afán de conocimiento de Felipe II
le llevó a financiar diversas expediciones científicas en tierras
americanas. La más importante de estas fue la que le encomendó a Francisco Hernández, que durante cinco años estuvo recorriendo las tierras americanas.

La Corte

La Corte madrileña era un complejo entramado en el que estaba
sumergida toda la familia real. Todos los miembros de la familia tenían
su propia corte. A esto se sumaba el personal de servicio conjunto como
la guardia y el de las caballerizas. En total, los desplazamientos de la
Corte movilizaban a un pequeño ejército. La corte del Rey se dividía en
cinco unidades: cámara, cocina, capilla, caballerizas y bodega.

Los
compromisos de cada miembro de la familia complicaban enormemente los
contactos entre ellos. Esto ha llevado a muchos historiadores a pensar
que las relaciones entre Felipe II y sus esposas eran frías y distantes.
Era poco habitual que la familia se reuniese aunque fuera para comer,
lo normal era que Felipe II pasara el día trabajando e hiciera visitas a
su familia esporádicamente. Felipe II mantuvo a lo largo de toda su
vida la costumbre de cenar sólo los viernes, los sábados y las vigilias
de las festividades.

Pese a la leyenda, la Corte de Felipe II no
era un lugar lúgubre y aburrido, al menos no lo fue durante la mayor
parte de su reinado. Sólo al final y debido a las ausencias y
enfermedades se puede considerar como una Corte triste. Felipe II llenó
la Corte de músicos, entretenimientos y bailes durante gran parte de su
reinado. Las mujeres, tantos las esposas como las hermanas, de Felipe II
tuvieron un papel importante en la vida social de la Corte. Una de las
más importantes fue la emperatriz María, cuyo alto rango obligaba a los
dignatarios de otros países a visitarla siempre que pasaban por Madrid.

Felipe
II se mostraba interesado por las preocupaciones de su pueblo, pero el
ceremonial cortesano y las costumbres de la época le mantenían apartado
de la gente. Era un rey inaccesible para sus súbditos, no obstante,
siempre mantuvo la costumbre de recibir peticiones particulares en los
días festivos, pero normalmente estas peticiones acababan en el
escritorio de algún funcionario que nunca las tramitaba.

A pesar
de la idea comúnmente aceptada de que Felipe II fue un rey al que no
gustaba viajar, es preciso desmentir tal argumento. Felipe II pasó gran
parte de su reinado viajando y nunca se resignó del todo a permanecer en
Castilla. Pasó catorce meses en Inglaterra, cinco años en los Países
Bajos, un año y tres meses en Alemania, varias semanas en Italia, dos
años y cuatro meses en Portugal y tres años en la Corona de Aragón.
Además, viajó tanto por el Mediterráneo como por el Atlántico. Incluso
durante el tiempo que permaneció en Castilla no estaba durante demasiado
tiempo en el mismo lugar.

Bibliografía


  • ALBA, DUQUE DE: Epistolario del II duque de Alba, 3 vols, Madrid, 1952.



  • ALBERI, E.: Relazioni degli ambasciatori veneti al Senato, Floencia, 1839-1840.



  • ATTMAN, A.: Felipe II: en sus dominios jamás se ponía el sol, Madrid, 1988.



  • BOUZA ÁLVAREZ, F.: Portugal en la monarquía hispánica (1580-1640), Madrid 1987.



  • BRAUDELL, F.: El mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempos de Felipe II, 2 vols., Madrid, 1976.



  • BRAUDELL, F.: Carlos V y Felipe II, Madrid, 1999.



  • BRATLI, C.: Felipe II, rey de España, Madrid, 1927.



  • CABOT, J.T.: Felipe II, Barcelona, 1997.



  • CABOT, J.T.: La vida y la época de Felipe II, Barcelona, 1997.



  • CABRERA DE CÓRDOBA, L.: Filipe Segundo, rey de España, 4 vols, Madrid, 1876.



  • CALVETE DE ESTRELLA, J.C.: El felicísimo viaje del muy alto y muy poderoso Príncipe don Phelippe, Amberes, 1552.



  • CHECA CREMADES, F.: Felipe II, mecenas de las artes. Madrid, Nerea, 1997.



  • COLAS, G. y SALAS J.A.: Aragón en el siglo XVI. Alteraciones sociales y conflictos políticos, Zaragoza, 1982



  • FEBVRE, L.: Philippe II et la France, París, 1985



  • FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M.: Felipe II y su tiempo, Madrid, 1998.



  • GÓMEZ CENTURIÓN, C.: La Invencible y la empresa de Inglaterra, Madrid, 1988.



  • KAMEN, H.: Felipe de España. Madrid, Siglo XXI, 1997.



  • LACARTA SALVADOR, M.: Felipe II. La idea de Europa, Madrid, 1986.



  • LYNCH, J.: Los Austrias (1516-1598). Barcelona, 1993.



  • LYNCH, J.: La España de Felipe II, Barcelona, 1997.



  • MARAÑÓN, G.: Antonio Pérez, 2 vols. Madrid, 1958.



  • MARCH, J.M.: Niñez y juventud de Felipe II, 2 vols, Madrid, 1941.



  • MARTÍNEZ MILLÁN, J.: El rey dio: Felipe II: el monarca, el político, el mecenas. El hombre humanista y el espiritual, Madrid, 1998.



  • MORALES, A.: La batalla de Lepanto, Madrid, 1987



  • PARKER, G.: Felipe II, Madrid, 1984 y El ejército de Flandes y el camino español, Madrid, 1976.



  • PARKER, G.: La gran estrategia de Felipe II, Madrid, 1998.



  • PARKER, G.: Felipe II. Madrid 1984.



  • PIERSON, P.: Felipe II de España, Méjixo, 1975.



  • PI CORRALES, M. de P.: Felipe II y la lucha por el dominio del mar, Madrid, 1989



  • QUATREFAGES, R.: Los tercios españoles (1567-1577), Madrid, 1979.



  • RUIZ MARTÍN, F.: La Monarquía de Felipe II, Madrid, 2003.



  • SANDOVAL, P.: Historia de la vida y de hechos del emperador Carlos V. Madrid, 1956.



  • VÁZQUEZ DE PRADA, V.: Felipe II, Barcelona, 1978.



  • WALSH, W. Th.: Felipe II, Madrid, 1946, etc.




Autor

  • Juan Antonio Castro Jiménez

No hay comentarios:

Publicar un comentario