Fernando I
(Medina del Campo, Valladolid, 1379 - Igualada, Barcelona,
1416). El breve reinado en Aragón de este monarca, conocido también como
Fernando el de Antequera, se abrió con su elección en el Compromiso de Caspe
en junio de 1412, y culminó bruscamente con su fallecimiento, a
primeros de abril de 1416, cuando apenas contaba 36 años de edad. A su
llegada al reino aragonés venía como regente de Castilla por minoría de
edad del futuro Juan II, hijo de su hermano Enrique III (fallecido en
1406), y su prestigio como estadista en el período de regencia se
enriquecía con el éxito de sus campañas en el sur peninsular frente al
reino musulmán de Granada, especialmente la toma de Antequera en 1410
que supuso la glorificación de su estirpe en Castilla y el sobrenombre
con que se le conoce en la Historia, además del apelativo de Honesto con
que ha quedado en la Corona de Aragón por las especiales dotes de
equidad y honradez que le caracterizaron en su vida privada y pública.
Con Fernando I se introduce en la Corona de Aragón la dinastía castellana de los Trastámaras
Y su actuación en el territorio aragonés vino enmarcada en el ambiente
de tres acontecimientos importantes que llenaron casi todo el reinado en
lo que a la historia general de la Corona se refiere: la guerra contra
el conde de Urgel, don Jaime
a lo largo de 1413 (el conde se había alzado contra el monarca junto
con algunos seguidores aragoneses, sobre todo don Antón de Luna, al no
aceptar la decisión de los compromisarios de Caspe); la política
mediterránea, continuación de la de sus predecesores, al menos en sus
grandes líneas de acción y diplomacia y la cuestión del Cisma de Occidente
que dividía a la Iglesia con gran perturbación para las conciencias de
media Europa, y que en Aragón revestía características peculiares porque
uno de los papas que simultáneamente capitalizaban la atención de la
cristiandad era don Pedro de Luna
Pero otros acontecimientos de carácter más propiamente interno y que
afectaron sobre todo a Aragón fueron también las Cortes reunidas en
Zaragoza en 1412 y 1414, y las coronaciones de don Fernando y doña Leonor Urraca de Alburquerque
Sin embargo, los graves problemas a los que se tuvo que enfrentar
Fernando I en el territorio aragonés se arrastraban desde la etapa del «interregno
(1410-1412), en que la Corona permaneció sin cabeza rectora. El
desorden, la mala administración, las alteraciones de todo tipo, el
bandolerismo, la anarquía y un progresivo aumento de los precios, sobre
todo del trigo y otros productos de primera necesidad, preocuparon
profundamente al monarca. Éste quiso poner solución a los abusos de todo
tipo y emprender una reorganización de la Hacienda real
en Aragón, así como la reforma municipal de Zaragoza en 1414 (dictando
unas célebres ordenanzas para la capital del reino), y concluir con la
obstinada actitud de Benedicto XIII, quien, refugiado en Peñíscola, se
vería abandonado a comienzos de 1416 por el rey de Aragón y sus súbditos
de la Corona para evitar la aguda crisis de la cristiandad y siguiendo
criterios e intereses que rebasaban lo meramente religioso o moral para
comprender también lo político, en cuanto a las relaciones
internacionales del rey de Aragón con las potencias extranjeras y sobre
todo con el emperador Segismundo se refiere.
Pero los escasos cuatro años de reinado apenas pudieron dar los frutos
apetecidos por don Fernando, quien vería truncadas las diversas reformas
iniciadas bajo su mandato por su repentina muerte en Igualada. No
obstante, cabe señalar algunos logros, aunque momentáneos, pues se
dejarían perder en el reinado de su sucesor Alfonso V: la sujeción de la
nobleza; la salvaguardia del territorio frente a las incursiones
extranjeras que amenazaron los Pirineos, cuando ejércitos de mercenarios
intentaron llegar a Aragón para apoyar la causa de don Jaime de Urgel
de las que salieron medidas acertadas para corregir todo tipo de abusos
cometidos en la etapa anterior; y, especialmente, una concienciación de
los aragoneses de la necesidad de reconstrucción del país. Frente a
estos objetivos, en parte conseguidos y en parte fracasados, Fernando I
no supo o no pudo detener la ola de violencia desatada contra los judíos
del reino, en cuya situación se vio mediatizado por el proselitismo y
las prédicas de San Vicente Ferrer en esos años; permitió el desarrollo
de los poderes absolutos de los señores sobre sus vasallos, sujetándolos
aún más a la tierra; y abrió con la reforma municipal de Zaragoza en
1414 el cauce idóneo para la consolidación de un patriciado urbano
oligárquico, y monopolizador durante todo el resto de la centuria del
poder urbano.
En líneas generales, fue quizá la crisis económica la que mayor
trascendencia tuvo en los años del reinado de Fernando I en Aragón, pues
al ocupar el trono en 1412 el nuevo monarca encontró grandes deudas de
la Corona con prestamistas y financieros; situación agravada por la
compensación económica prometida a determinados personajes del reino por
la colaboración prestada durante las negociaciones del «interregno» en
favor de su causa, y después en la guerra sostenida contra los
partidarios del conde de Urgel. Por otro lado, el préstamo solicitado
por el rey a las Cortes de 1412, consistente en 50.000 florines,
subsanaría de momento las primeras necesidades de su gobierno; pero las
coronaciones solemnes de febrero de 1414 en Zaragoza requerirían
asimismo un enorme gasto en un momento especialmente difícil por la
penuria provocada por el sitio de Balaguer, recientemente vencido por
las tropas reales como epílogo del enfrentamiento con don Jaime de
Urgel. Y, finalmente, las entrevistas que el rey tuvo que realizar con
el emperador Segismundo, con motivo de la cuestión del cisma de la
Iglesia, arrastraron consigo de igual forma una sangría importante que
vendría a sumarse a las estrecheces propias de la Hacienda real y del
reino por esos años.
En este sentido y en un orden inferior, son numerosas las protestas
elevadas hasta el rey por el pueblo llano y sus representantes, por el
ascenso experimentado por el precio del trigo, producto fundamental en
la alimentación, precisamente en un territorio como el aragonés en que
dicho cereal solía proporcionar abundantes cosechas hasta el punto de
ser uno de los exportadores principales al resto de los territorios de
la Corona (junto con la lana, otro de los productos básicos de la
Economía comercial aragonesa de la baja Edad Media). Las soluciones que
Fernando I quiso poner en práctica para paliar tal situación de crisis
económica y financiera se manifestaron en una mayor presión fiscal sobre
los súbditos y en un intento de mejor control de las finanzas; ambas
medidas produjeron algunos descontentos, así como el inicio de pleitos
por la recuperación de muchas rentas enajenadas desde la centuria
anterior en algunos casos al objeto de incorporarlas al patrimonio real y
sanear en lo posible la Hacienda. En lo que se refiere a la Hacienda
del reino estrictamente dicha, es notoria la actuación de Ramón de Casaldáguila
De esta situación económico-financiera se derivaría asimismo una crisis
social, tanto en el campo como en la ciudad, que acrecentó las
dificultades que tuvo que arrostrar Fernando I en su breve reinado, en
el que prácticamente no dejó de viajar constantemente y de actuar in
situ en los territorios peninsulares de la Corona de Aragón.
Culturalmente, fue este rey amante de la música y de las manifestaciones
cortesanas, a las que, sin embargo, pudo dedicar escaso tiempo, y
humanamente de un carácter conciliador -como lo demostró en la cuestión
del Cisma- y cauto. Pero ello no impidió su total dedicación a la
política de sus reinos que contrastaría con la actitud de su hijo
primogénito y sucesor en el trono Alfonso V, quien precisamente en favor
de sus inquietudes culturales refinadas y obsesivas abandonó durante
muchos años las cuestiones de Estado en manos de su mujer doña María
A la muerte de Fernando I, su política de familia iniciada años atrás
permitía que todos sus hijos tuvieran un futuro asegurado, ocupando
puestos de especial relieve todos ellos y sentando las bases de lo que
en el último cuarto del siglo XV iba a producir la unión de Castilla y
Aragón: Alfonso, el primogénito, sería su sucesor; Juan sería rey de
Navarra (y luego de Aragón, a la muerte sin sucesión de Alfonso V su
hermano); Enrique fue maestre de la orden militar de Santiago -poseedora
de amplios señoríos y riquezas en Castilla-, conde de Alburquerque y
señor de Ledesma; Sancho fue asimismo maestre de Calatrava y de
Alcántara; Pedro ostentó el ducado de Notho; y las dos infantas casaron,
la una -doña María- con Juan II de Castilla, y la otra -doña Leonor
con don Duarte, rey de Portugal. Mientras que la reina viuda, doña
Leonor Urraca de Alburquerque, pasaba por ser la «ricahembra» más
importante de Castilla.
• Bibliog.:
Canellas López, A.: «La instauración de los Trastámara en Aragón»; Zurita, Cuadernos de Historia, 4-5, Zaragoza, 1956, pp. 19-38.
Sarasa Sánchez, E.: Fernando I y Zaragoza. (La Coronación de 1414); Cuadernos de Zaragoza, núm. 10, 1979, 23 pp.
Monográficos
La Corona de Aragón II. La Casa de Trastámara
Se cimientan las bases para la unión de las coronas de Aragón y Castilla.Categorías relacionadas
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