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martes, 31 de octubre de 2006
Entre sus dedos
sus
dedos se ensortijaban entre los tallos, secaban la humedad de mi
rostro, peinaban la rugosidad del envés, afilaban mis perfiles
lanceolados, yo me dejaba arrastrar entre el laberinto de sus tactos, me
abandonaba a la tenue y cálida oscilación de sus jugueteos, sentía su
recorrido largo y pausado sobre mis membranas, acompasadamente sus manos
se abrían y se plegaban orantes, me acunaba la concavidad de sus
palmas, luego me estremecí entre la tersura de sus yemas, un
trenzamiento me envolvió sin saber muy bien dónde empezaban y dónde
acababan las nervaturas de cada cual, me hirió una brisa afinada, me
perdí, todo fue tan quedo, una presencia rescatada, un tiempo inmóvil,
una ausencia tan grata de posesiones, después ella me acostó entre las páginas de uno de sus libros favoritos, allí desvanecí...
(Fotografía del checo Taras Kuscynskyj)
lunes, 30 de octubre de 2006
Escucha a Epicuro
Por
qué desconfío de las tradiciones humanas, por qué huyo de los
espectáculos repetitivos y amorfos. ¿Será porque ya me hartó su
soniquete, porque me resultan opacas sus iconografías, porque tras el
ruido está un silencio inexpresivo? Ese culto formal, vacuo, obligado
incluso, exteriorizado e interiorizado a la vez, que gira en torno al
estereotipo de la muerte me rebela. Se le reviste de recuerdo puntual,
de procesión sentimentaloide, de consenso único, y a la postre de lo que
cada vez se trata más es de convertirla en una celebración de consumo
mediocre y trasnochada. Un día que aún vende poco, aunque la industria y
el comercio, siempre vigilantes, aguzan su ingenio. El tema espanta
demasiado y de los muertos más vale no acordarse mucho porque, a veces,
tienen una larga mano. No olvidar que una vez vivieron. Y marcaron. La
fecha ni siquiera resulta como fórmula para reflexionar y hacerse
preguntas sobre el acontecimiento. La muerte no es sólo es un suceso
(imprevisto o anunciado) ni siquiera un mero desenlace. Es sobre todo el
acontecimiento. Dejar de ser es la conclusión (siempre repentina, nunca
aceptada) en la obra representada. Ya decía Albert Camus en El mito de Sísifo:
"Para
el actor como para el hombre absurdo, una muerte prematura es
irreparable. Nada puede compensar la suma de rostros y de siglos que, si
esto no hubiese ocurrido, habría recorrido. Pero de todas formas, se
trata de morir. El actor está sin duda en todas partes, pero el tiempo
también le arrastra y hace en él su obra"
El
tabú -el miedo ancestral, subconsciente, compartido- nos hace vivir
como si la vida no fuera a ser nunca posible. Como mucho, si el tema
sale en conversaciones lo hace de modo morboso, urgente y transitario.
Se invoca su alejamiento, se relativiza el riesgo, se olvida la
proximidad. Me apetece, no para incordiar, sino para cordiar, para
argumentar desde el corazón, traer aquí un texto impresionante del
filósofo ateniense Epicuro (haceros idea: vivió entre 342-270 a.c.)
"Acostúmbrate
a pensar que la muerte para nosotros no es nada, porque todo el bien y
todo el mal residen en las sensaciones, y precisamente la muerte
consiste en estar privado de sensación. Por tanto, la recta convicción
de que la muerte no es nada para nosotros nos hace agradable la
mortalidad de la vida; no porque le añada un tiempo indefinido, sino
porque nos priva de un afán desmesurado de inmortalidad. Nada hay que
cause temor en la vida para quien está convencido de que el no vivir no
guarda tampoco nada temible. Es estúpido quien confiese temer la muerte
no por el dolor que pueda causarle en el momento que se presente, sino
porque, pensando en ella, siente dolor: porque aquello cuya presencia no
nos perturba, no es sensato que nos angustie durante su espera. El peor
de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque
mientras vivimos no existe, y cuando está presente nosotros no
existimos. Así pues, la muerte no es real ni para los vivos ni para los
muertos, ya que está lejos de los primeros y, cuando se acerca a los
segundos, éstos han desaparecido ya. A pesar de ello, la mayoría de la
gente unas veces rehúye la muerte viéndola como el mayor de los males, y
otras la invoca por remedio de las desgracias de esta vida. El sabio,
por su parte, ni desea la vida ni rehúye el dejarla, porque para él el
vivir no es un mal, ni considera que lo sea la muerte. Y así como de
entre los alimentos no escoge los más abundantes sino los más
agradables, del mismo modo disfruta no del tiempo más largo, sino del
más intenso en el placer."
Epicuro bien merece una meditación y una calma. Hay más Tao en él de lo que parece.
(La fotografía surrealista es del norteamericano Ivan Cap y la expresionista del alemán Bill Brandt, no tienen pérdida)
sábado, 28 de octubre de 2006
Liberad la Red
Hay
tantas cosas que le hacen hervir a uno la sangre. Por ejemplo. Que
mientras los señoritos de lujo de Occidente (libertad de exclusión para
el que no le guste el improperio) matamos horas en internet garabateando
obviedades, emitiendo necedades o chascarreando fruslerías varias sin
que nadie, de momento, nos pune por ello, en otras partes del mundo se
las ven y se las desean por intentar emitir opiniones sobre lo que
acontece en sus países con riesgo de su propia libertad.
Ya
es sabido que desde hace poco los grandes proveedores de la Red
(Google, Microsoft, Yahoo!) han proporcionado la llave técnica a los
gobiernos de naciones como China, Arabia, Siria, Irán, Túnez o Vietnam
para que puedan controlar a los disidentes, fiscalizar los contenidos y
censurar los movimientos por la Red. Consecuentemente: los discrepantes
u opositores pescados in fraganti sufren persecución y cárcel, como
estipulan las leyes de todos estos Estados donde conceptos como derechos
humanos, libertad y opinión no tienen cabida.
Amnistía Internacional lleva a efecto una campaña denunciando esto, y de su página http://irrepressible.info extraigo lo siguiente:
"Chats
vigilados, blogs eliminados, sitios web bloqueados, motores de búsqueda
restringidos. Personas encarceladas simplemente por publicar y
compartir información.
Internet es una nueva frontera en la lucha por
los derechos humanos. Con ayuda de algunas de las mayores empresas de
tecnologías de la información del mundo, los gobiernos están tomando
medidas represivas contra la libertad de expresión.
Con el apoyo del
periódico británico The Observer, Amnistía Internacional ha emprendido
una campaña para mostrar que la voz de las personas y los derechos
humanos no se pueden reprimir ni en Internet ni fuera de Internet.
Internet
es un medio excelente para compartir ideas y ejercer la libertad de
expresión. Sin embargo, cada vez se intenta más controlarlo. Se tiene
noticia de represión en Internet en países como China, Vietnam, Túnez,
Irán, Arabia Saudí y Siria. Se persigue y encarcela a las personas
simplemente por criticar a su gobierno, pedir democracia y mayor
libertad de prensa o sacar a la luz abusos contra los derechos humanos a
través de Internet.
Pero la represión en Internet no es exclusiva de
los gobiernos. Las empresas de tecnologías de la información han
ayudado a crear los sistemas que hacen posible la vigilancia y la
censura. Yahoo! ha proporcionado a las autoridades chinas datos privados
de usuarios de correo electrónico, contribuyendo así a que se hayan
producido casos de encarcelamiento injusto. Microsoft y Google han
atendido peticiones del gobierno para que censuraran activamente a
ciudadanos chinos que eran usuarios de sus servicios.
La libertad de expresión es un derecho humano fundamental. Es uno de los más valiosos. Debemos luchar para protegerla."
A
partir de aquí remito a cada cual a la página de AI, pero me parece
importante que los blogeros emitamos nuestra denuncia a lo largo y ancho
de esta tela de araña de la información. En este sentido, invito a que
todos pensemos un poco en todos los censurados de la expresión y
divulguemos nuestro apoyo. Hay que liberar la Red, porque nadie está libre del peligro del control y de la censura. Y desde los blogs debemos exigirlo.
(Sin
acompañamiento de imágenes por deficiencias en el proveedor Blogger.
Blogger, ¿están ahí, en algún punto del espacio cibernético? Hagan algo,
please! No me gusta la letra que con sangre entra)
La oración exterior
Uno
de los aspectos que siempre he advertido con perplejidad sobre la
oración es la exteriorización del ritual. Y ello me ha llevado desde
niño, es decir, desde mi propia experiencia, a hacerme preguntas. ¿Hay
una concentración sincera y auténtica tras la pose? ¿Lleva esa fijación
observante a un paso de meditación real y profundo sobre uno mismo? ¿Es
una simple recitación de plegarias, salmodias y letanías varias? ¿Se
trata de una homologación colectiva donde ya no importa tanto el
individuo como la exaltación grupal?
Las
formas de manifestación de la oración en las religiones del Libro
tienen probablemente el mismo denominador común: crear unas señas de
identidad puramente formales para adoptar unos aires de sumisión al ser
superior, supuesto objetivo final de la dedicación. Y estas formas, sean
el arrodillamiento de los fieles ante la cruz, la mirada perdida en las
manos coránicas o los golpes de pecho ante el muro milenarista,
proyectan esa caracterización de la oración a otro nivel. Se convierte
en actitud colectiva, de masa, donde importa más el aparato, la
exhibición, la manifestación de influencia y de poderío, la confirmación
extensiva de la religión. Y entonces, ¿sigue coexistiendo con esa
traslación al grupo la interiorización de cada individuo? Para que el
individuo interiorice con sinceridad, ¿debe rehuir la presión exterior?
¿O está delegando su alma en el alma superior de la masa? Y ese alma de
la masa, ¿no está obedeciendo acaso a una casta determinada que en
nombre de todos lo que hace es imponer sus ideas? La entrega al ser
superior en tu imaginario personal acaba siendo siempre la entrega a la
casta organizativa que controla cada religión.
Formas
de lenguaje son los rituales. Siempre complejos, siempre variados,
siempre limitados, siempre herméticos. Observemos cómo a las maneras ya
citadas de expresar la sumisión se añade el lenguaje verbal, o mejor
dicho, una determinada manera de emplear ese lenguaje. Pero, ¿qué
lenguaje verbal se utiliza? Se les llama oraciones, letanías, salmodias,
rezos, es decir, frases recurrentes, palabras repetidas, axiomas
verbalizados sin fin. En mi experiencia de infancia, el recuerdo de las
repeticiones que me impuso la cultura católica no pudo ser más
enigmático. ¿Qué me aportó aquello? me pregunté siempre. Al fin y al
cabo, resultaba aburrido, lento, inacabable y la verdadera satisfacción
llegaba al final, cuando terminaba la liturgia. Luego, ¿qué había
quedado? Sólo se me ocurre una cosa: que si no toda mi alma al menos sí
había entregado algo de ella y bastante de mi cuerpo, es decir, mi
tiempo, mi dedicación, mi actitud, mi primogenitura emocional y mi
capacidad intelectual. Puede que interiormente me proporcionara cero
satisfacción y comprensión, pero a la tribu cristiana, a los planes de
la Iglesia sobre mi, a la reafirmación de poder de tal entidad puramente
humana le suponía un triunfo. Yo, y mis padres, y mis hermanos, y mis
familiares, y mis vecinos, y todos los que bajo la denominación de
fieles sucumbíamos a su influencia constituíamos gotitas que engrosaban
el océano de su presuntuosidad, de su dominio, de su justificación,
puramente humanas, digo nuevamente.
Claro
que más allá de la oración planificada y pensada ad hoc, antes o
después uno descubrió su propia capacidad de hablar consigo mismo. Y
entonces la oración primariamente religiosa quebró y un nuevo discurso
catártico y laico, es decir, libre, le mostró a uno el camino. Pero
ésta, como suele decirse, ya es otra historia.
martes, 24 de octubre de 2006
La crisis
"...Nadie
puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Hay sólo un único medio. Entre en
usted. Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba
si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón;
reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir. Esto, sobre
todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escribir?
Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda. Y si ésta
hubiera de ser de asentimiento, si hubiera usted de enfrentarse a esta
grave pregunta con un enérgico y sencillo debo, entonces
construya su vida según esa necesidad: su vida, entrando hasta su hora
más indiferente y pequeña, debe ser un signo y un testimonio de ese
impulso. Entonces, aproxímese a la naturaleza. Entonces, intente, como
el primer hombre, decir lo que ve y lo que experimenta y ama y pierde."
(La
carta de Rainer María Rilke a Franz Xaver Kappus está fechada en París
el 17 de febrero de 1903, pero qué actual, vigorosa y transfronteriza
resulta...)
lunes, 23 de octubre de 2006
Robert Capa
De
haber vivido habría cumplido hoy noventa y tres años. Una excusa tonta
para que yo le traiga a colación aquí. Porque, ¿qué podía vivir de más
un hombre que trazó una frontera indefinida y permanente entre su vida y
el riesgo?
La
fotografía sobre los tipos de este país dado en llamar desde muy
antiguo España no hubiera sido la misma de no haberlos registrado un tal
Ernö Andrei Friedmann. Este hombre de Budapest, nacido un 23 de octubre
de 1913, cubrió una de las facetas más arduas y espeluznantes de la
vida humana: la guerra. No sólo en España, donde su compañera Grenda
Taro murió en el frente de Madrid, sino en China, en diversos países
durante la Segunda Guerra Mundial y en la Indochina entonces francesa,
donde finalmente halló la muerte a pie de foto.
No
sé si era el poder y la seducción de la cámara lo que le arrastraba o
el encendido arrojo por las situaciones difíciles de su tiempo o la
atracción humana por los variopintos pobladores de las tierras o las
causas utópicas pero justas que llevaban camino de ser perdidas. Acaso
de todo un poco. Trasuntado para la posteridad en Robert Capa, el húngaro internacional hizo documento, y por lo tanto lenguaje, de sus tomas en la guerra civil española.
No puedo por menos que incluir aquí como homenaje a Robert Capa un poema cargado de métáfora del inmenso poeta peruano César Vallejo...
Masa
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vió el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
10 de noviembre de 1937
Grenda Taro y Robert Capa, en París, en 1936.
domingo, 22 de octubre de 2006
Abogados del diablo
Se
pelea esta noche con el teclado. No, combate contra su propia difusión.
Quiere creer y no creer. Quiere buscar sin saber por dónde empezar.
Quiere habitar otro territorio sin salir del anterior. Es y no es. Todo
lo que hojea le parece adverso. Y sin embargo, acaso el camino.
"Me vi al cerrar los ojos:
espacio, espacio
donde estoy y no estoy"
Los versos de Octavio Paz
le suenan a aviso. ¿Será la extensión de los sueños el lugar a poblar?
Pero ¿qué ve? ¿Un páramo? ¿Un valle fértil? ¿Un manglar? ¿Un bosque?
¿Una urbe hacinada? Cabe esperar de los sueños la revelación. ¿O será
simplemente el propio despertar la nueva tierra prometida? Saberse otro
día más entre los vivos. Estar.
Esta
manera de buscar es también la manera de abrirse camino. Escribe a
saltos, a vuelo, a ocurrencia limpia. Son impactos, iluminaciones
repentinas, destellos veloces. Este modo fragmentario sirve para colocar
señales, sin saber con exactitud qué quiere transmitir. Y de pronto,
aparece Roland Barthes como una premonición (que de paso fue también la suya)...
"Escribir
por fragmentos: los fragmentos son entonces las piedras sobre el borde
del círculo: me explayo en redondo: todo mi pequeño universo está hecho
de migajas: en el centro, ¿qué?"
Pero
este escribir por piezas inarticuladas, o articuladas por la
improvisación, ¿no es la misma base del diario, es decir del blog? ¿O lo
que está planteando es avanzar en rigor y en indagación? ¿O lo que está
pensando es en adquirir otro cuerpo literario?
No
duda de la seducción de las palabras, de la atracción por los temas, de
la pasión por el modo en que se relata, se narra, se cuenta. Esa
especie de emotividad convertida en razón y creencia le da sentido, le
da placer, le refuerza frente a la nada. ¿La nada? ¿Considera toda la
realidad exterior como la nada? ¿Hasta ese punto ha falseado los
espacios visibles e invisibles, los existentes tangibles y los
ficticios? Sí, todo lo demás puede ser la nada si no se la ama. Es más
fácil querer lo irreal, lo imaginario, lo reconducido a la pared del
fondo de la cueva. La realidad exterior es siempre tan dura...Y entonces
llega Comte-Sponville, el filósofo, y le destroza:
"Los
libros no valen más que en la medida en que nos enseñan a amar; por eso
algunas obras maestras son irreemplazables, y por eso tantos libros no
valen nada -¡y las novelas de amor, salvo excepciones, menos aún!-. Eso es una novela,
se dice a veces, cuando se quiere decir: eso es una sarta de necedades y
de mentiras. Pues sí, la mayoría de las novelas no son más que una novela,
Tengo algo mejor que hacer: tengo algo mejor que vivir. Lo más urgente
es dejar de mentirse. La verdadera vida no es la literatura: la
verdadera vida es la vida verdadera"
Y aunque sabe que es un juego sofista y francés (ni Comte-Sponville se lo cree) cree captar la intención.
Esta
noche tiene un pulso consigo mismo, que es también con esos abogados
del diablo que pueden deconstruirle ilusiones. ¿O no hay como ver del
revés las cosas para saber si tienen sentido todavía?
(Las fotografías son de la mejicana Tina Modotti y del alemán Karl Blossfeldt; el dibujo, del británico Aubrey Beardsley)
jueves, 19 de octubre de 2006
La pluma solitaria
Cuando sobre el papel la pluma escribe,
a cualquier hora solitaria,
¿quién la guía?
¿A quien escribe el que escribe por mi,
orilla hecha de labios y de sueño,
quieta colina, golfo,
hombro para olvidar al mundo para siempre?
(Del poema Escritura, de Octavio Paz, perteneciente a Libertad bajo palabra)
...le van abandonando las letras de la sangre,
y él recuerda aún las primerizas,
aquellas que aprendiera en tiempo breve
con un maestro viejo,
las que apurara bajo frías lunas de rebaño
y labor de madrugadas;
una vez fue que aquellos caracteres
se quebraron rabiosos
y grabaron en su piel con un molde de fuego
un texto irrenunciable en lejana contienda
que jamás eligió
-era su juventud echada a suertes-;
pero sobrevivió, fue un designado;
luego llegaron otras señales
y fijaron su tiempo al alfabeto
de la adaptación y el pluriempleo;
y vino la mujer y llegó el hijo
y los años no pasaron en balde,
como solía decir frecuentemente;
nadie lo duda: siempre escribió con sílabas estrictas
sobre las nuevas vidas que se abrían en su propia gramática;
mas los tiempos no perdonan
y siguen exigiendo más lápiz y papel,
aunque desaparezcan los personajes que se quieren;
y él siguió escribiendo;
hoy garabatea su decrepitud digna,
no puede dejar de hacerse una pregunta: por qué esta letra tan extensa
cuando todo está ya escrito.
miércoles, 18 de octubre de 2006
Bus Story
"Yo no te pedí nunca que vinieras.
Desabrochaste tú misma el vestido
y corrió tu sonrisa hacia mis labios"
Del poema East Broadway,
de J.M.Fonollosa
"Ciudad del hombre: New York"
Una
mujer joven toma todos los días temprano el mismo autobús en la primera
parada. Se sienta en el mismo asiento. Es la viajera solitaria con la
que el conductor compensa o paga su buen ánimo o su mal humor, según el
amanecer que haya tenido. Y ella concede o se aísla, tal sea el
recibimiento. En la siguiente parada sube todos los días un hombre de
edad superior. Se acomoda siempre enfrente o próximo a ella. Es un
hombre asténico, no excesivamente alto, tiene los cabellos largos y
morenos, los rasgos de su rostro no revelan ninguna procedencia lejana,
va vestido adecuadamente pero sin ninguna elegancia excesiva y resulta
en conjunto atractivo. Varias paradas después baja, antes de que ella lo
haga en la suya. Nunca la mira. Sus ojos están pendientes del
periódico, a veces echa un vistazo ocasional a los pasajeros que van
entrando o se deja reclamar por el paisaje desde la ventanilla. Nunca
coinciden sus miradas. Da la impresión de que él siempre se las ingenia
para regatearla con acierto. O de que tiene otros ojos, extraviados en
no se sabe bien qué dimensión. Queda siempre la posibilidad de que sea
un hombre abstraído, reconcentrado, extraordinariamente miope incluso.
Ella no le da importancia
al principio; será un despistado, se dice. O uno de esos que gusta de
recabar la atención sobre sí mismo de forma altanera. Mejor le ignoro,
se dice. Con el paso de los días, la sorpresa se torna en una curiosidad
que le acucia más y más. No se resigna. A pesar de que el hombre se
sitúa ordinariamente en un radio de proximidad a ella, permanece
hierático. A ella esta excesiva actitud de prudencia la molesta. La
hiere. Sabe que no debe esperar nada de un desconocido. Pero siempre han
accedido con facilidad los hombres más ignotos a ella y ella ha sabido
estar. Ahora la mujer joven se siente mermada, incluso percibe cierto
complejo por lo que considera un desprecio. No puede comprender que no
se dirija a ella. Que no la envíe siquiera un mensaje gestual, una
pista. Esto me tiene que pasar a mi, se dice. A ella, que es tan
admirada en su ambiente, que hace quebrar las miradas y enmudece las
conversaciones a su paso. Empieza a considerarlo un desafío. Un día, la
mujer joven rompe su horario, olvida sus obligaciones, se baja tras el
hombre de edad. Le sigue. Si no me mira, si no me habla, haré que por lo
menos me vea desde otro ángulo, se dice. Camina detrás de él, llega
incluso a situarse a su lado, pero el hombre acelera y un paso de
peatones les divide. Le ha perdido. Se importuna. Lo que iba a ser un
experimento puntual se repite. Al día siguiente, ella espera a que el
hombre baje y perfile su dirección para ir tras él. Ella arriesga, se
sitúa a su lado, se cruza, pero él no la advierte. Un tropel de gente
los confunde y vuelven a extraviarse. Comienza a ser obsesivo para la
mujer joven. Empieza a alterar sus hábitos, no llega diligente al
trabajo, se descuida. Otro día más, la ansiedad la apura en el recorrido
del autobús. Se advierte ruborosa, agitada. No se resiste a esperar la
parada oportuna para levantarse. Está impaciente. Salta del asiento y se
coloca tras él, junto a la puerta del autobús. Observa que no recibe
aroma alguno de loción del hombre, ni siquiera de sudor, ni del gabán de
él le llega una pizca de olor a naftalina. Hay algo que
adivina, o cree que adivina, y se aprecia nerviosa y azuzada. Bajan, él
aéreo, ella registrando sus pasos, sus movimientos, sus gestos. Ésta es
la mía, se dice. Le
adelanta,
se cruza, se gira casi en seco, atropelladamente, ante su figura. Él
siente que va a chocar con alguien y la sortea de manera refleja,
inadvertidamente. La vorágine de los madrugadores les oculta una vez
más. Hay un plano de desesperación en la mujer joven que está haciendo
mella en su estilo de comportarse, pero también en su esmero físico.
Cuando durante una nueva jornada decide intentar el asalto en toda
regla, se percata que le invade cierto desaliento. Se ve reflejada en la
ventana, con un desaliño inhabitual, ojerosa, con expresión huidiza en
la mirada. Suena el timbre de la parada acostumbrada. Lo que se ha
convertido ya en un ritual exige la novedad. Ella está pensando en
chistarle, en tocarle el hombro, en asirle del brazo y detenerle
bruscamente. Puede simplemente pedirle disculpas, o preguntarle por una
dirección, o fingir que se encuentra mal. Cualquier motivo que le
induzca al hombre mayor que ella a preocuparse, a atenderla. Está
indecisa, duda, se bloquea. De pronto se le ocurre. Cambiaré de táctica,
se dice. Se la va a jugar, incluso se va a exponer a tener dificultades
en el trabajo. Va a limitarse a seguirle, hasta donde él la conduzca.
Hasta que el azar propicie la manera de hallarnos cara a cara y él no
tenga más remedio que darse cuenta de que estoy ahí, se dice. Comienza a
andar tras el hombre, crea una distancia prudencial, le controla
atentamente. El trayecto empieza a ser dilatado. El tiempo, extensivo.
Caen las horas, y la extraña procesión silenciosa y anónima atraviesa
calles que ella no conoce, alamedas que le divierte descubrir, pero
sobre las que no tiene disponibilidad de gozarlas. Tiene la sensación de
salir de unos barrios que conoce y entrar en otros que no ha visto
nunca. Y de nuevo a la inversa. Han pasado varias horas, y la mujer se
palpa desasosegada, rendida, en zozobra. No es el caminar lo que la
espanta, es más bien el no saber hacia dónde van sus pasos. Por un
momento una luz la ilumina: soy ridícula, se dice. Pero es incapaz de
romper la espiral de la inercia. Ha apostado demasiado y tiene que
continuar hasta el final del enigma. Cuando cree que no hay salvación,
que aquel peregrinaje puede tratarse tan solo de un sueño, reconoce la
zona. Está anocheciendo y los neones y los escaparates le resultan
familiares. El hombre y la mujer han llegado a la misma parada donde él
acostumbra a tomar el autobús por las mañanas. La mujer se estremece. Un
abatimiento caldea su cuerpo. Se indigna. Siente una cuchillada de
rabia. Estoy loca, se dice. El hombre de cierta edad para el autobús. Se
sube. La puerta se cierra. La mujer permanece rígida, debilitada,
diluída. Mira al hombre, que se ha sentado junto a una ventana. Se echa a
llorar coléricamente. Cuando arranca el vehículo, el hombre que se ha
sentado junto a la ventanilla se gira y la contempla atónito. Ella no lo
ve. Las lágrimas han acabado de precipitar la noche sobre su rostro.
"Y no he vuelto a encontrarte. Las aceras
se aprietan contra el muro, cuando ven
que yo voy por la calle sin ti, solo..."
(East Broadway, de J.M.Fonollosa, Ciudad del hombre: New York)
(Ilustraciones: el cuadro de tres personas y el de la la mujer de la rosa son del pintor expresionista alemán Otto Dix; el hombre del antifaz ha venido a pelo de la mano del estadounidense Michael Gibbs)
martes, 17 de octubre de 2006
Apocalipsis Caraco (II)
No
hay día que transcurra que no surjan nuevas voces denunciantes: la
Tierra ya no es lo que era. La vinculación del hombre con la naturaleza
se ha quebrado, tampoco es lo que ha sido. Los hombres se están poniendo
la soga al cuello, y el planeta puede que pase, pero los humanos no
pasarán. Entre la ingenua sorpresa y la reacción apocalíptica hay
comentarios para todos los gustos, desde los más moderados a los más
radicales. A escoger según el nivel de temores y de ignorancias de las
mentes conformepensantes. Los ecologistas, que no son legión, pero que
son activos como si fueran legiones, vienen desempeñando desde hace
décadas -junto con algunas asociaciones ciudadanas y otras espontáneas-
ese papel profético. Sus averiguaciones, advertencias
y hasta aparentes exageraciones apenas han calado. Las sociedades
metaurbanas (hoy todas son prácticamente tales) no quieren vender sus
timoratas seguridades a la corta por la racionalidad a la larga. No se
apuesta por restablecer las relaciones con la naturaleza. Y esto es ir a
la deriva. Hoy, la realidad cae por sí sóla. Quien no quiera verlo es
ciego, sordo e insensible. Aunque las voces acusadoras callaran, la
realidad habla con tales voces estridentes que se descubre y a la vez se
descalifica. Las autoridades no han estado jamás al quite sino en
pequeña medida, y hoy este país es una inmensa urbanización desmesurada y
un sinfín de autopistas, donde el campo y las costas van desapareciendo
sin remedio. La desmesura, la irracionalidad y el desprecio son las
manifestaciones de las constructoras y su corte de empresas en cascada.
El efecto: saquear los espacios físicos y desestructurar las redes de
convivencia. Que nadie se escandalice de la punta de iceberg de la
corrupción urbanística e inmobiliaria que está apareciendo: era una
crónica sospechada y sabida que no s eha cortado. Ahora, ya es demasiado
tarde. Sólo cabe esperar a la burbuja inmobiliaria para que, si al
menos no ponga las cosas en su sitio, paralice a lo bestia la barbarie.
Aunque dudo que una hija del crimen sea capaz de poner justicia sobre el
crimen mismo. Y estas reflexiones me vienen a las mientes, mientras leo
una parrafada del libro Breviario del caos, de Albert Caraco,
el escritor de origen judío nacido en Estambul y que vivió sus últimos
años en París. Es un texto incómodo, duro, desgarrador, diría, excesivo.
Puede o no tener razón, pero rabia no le falta y sangra de profetismo
por todos sus costados.
"El
mundo es feo, lo será cada vez más, los bosques caen bajo el hacha, las
ciudades crecen engulléndolo todo, y por doquier los desiertos se
extienden, los desiertos son también obra del hombre, la muerte del
suelo es la sombra que las ciudades proyectan a la distancia, ahora se
une a eso la muerte del agua, después será la muerte del aire, pero el
cuarto elemento, el fuego, subsistirá para que los otros sean vengados,
por el fuego nos tocará morir. Caminamos hacia la muerte universal y los
más enterados lo saben, saben que no hay remedio para esas calamidades
desencadenadas por las obras, son trágicos entre los frívolos, guardan
silencio entre los charlatanes, dejan esperar a unos lo que otros les
prometen, no se entrometen en advertir a los primeros ni en confundir a
los segundos, juzgan que el mundo es digno de perecer y que la
catástrofe es preferible a esta expansión en el horror absoluto y en la
fealdad perfecta, que no nos serán evitadas más que al precio de la
ruina. ¡Que la ruina sea y que la disolución se concluya! Preferimos lo
irreparable que la supervivencia en un nuevo fracaso."
(La anfitriona del post, llamada Lady Calavera, es obra del genial ilustrador mejicano de la segunda mitad del siglo XIX José Guadalupe Posada; los otros dos grabados son de Michael Gibbs, norteamericano)
lunes, 16 de octubre de 2006
Amateur viene de Amar
"Para cualquier originalidad es preciso tener el valor de ser un amateur"
Wallace Stevens, "Adagia".
Aquella
violenta sacudida contada en el Génesis ha ido a misa desde el
principio de los tiempos. Desde los primitivos recolectores, luego
cazadores, más tarde pastores nómadas, posteriormente agricultores, más
tarde manufactureros urbanos hasta este apéndice provisional de la
cibernética en que moramos, la historia se ha repetido millones de
veces. Ya nadie duda de que el mito de la expulsión del Paraíso
imponiendo el modo (ajeno) y la manera (dura) de ganarse el pan es una
condición ineludible para la supervivencia. O de respuesta biológica y
perentoria, como gustan decir los monitores de la integración en los
cursos de inteligencia emocional que hoy pululan en el mundo de las
empresas. Y siempre una justificación tramposa también.
Pero
a lo largo de las épocas, ni la obra de cada humano ha sido suficiente
motivo para sentirse algo más que homo laborioso, ni a ciertos
individuos les basta con ejercitar solamente el trabajo que les cubra
sus necesidades elementales. Algunos, qué osados, hasta quieren
desarrollar sus aptitudes ocultas. Más allá de sus obligaciones, de sus
exigencias y de sus dificultades. Sin precio, sin límite, sin
temporalidad.
Es
verdad que, por el contrario, hay también una especie de seres que
jamás haría nada que no les fuera contractualmente remunerado o
reconocido de diversas maneras sin que medie una transacción; a este
género de criaturas no es imaginable verlas ocupar su tiempo leyendo,
participando en una asociación cívica, cooperando en un banco de
alimentos o inventando algún artilugio simplemente por amor al arte.
Dice Roland Barthes en "Barthes por Roland Barthes":
"El
Amateur (el que practica la pintura, la música, el deporte, la ciencia,
sin espíritu de maestría o de competencia) conduce una y otra vez su goce (amator: que ama y ama otra vez); no es para nada un héroe (de la creación, de la hazaña); se instala graciosamente
(por nada) en el significante: en la materia inmediatamente definitiva
de la música, de la pintura; su práctica, por lo regular, no comporta
ningún rubato (ese robo del objeto en beneficio del atributo); es -será tal vez- el artista contra-burgués".
Siento
una pecular debilidad por ese tipo de personajes desinteresados,
capaces de ocupar parte de su tiempo, de dedicar su pensamiento, de
elaborar ideas, de prestar sus habilidades manuales y de canalizar sus
emociones con ocupaciones entregadas y sin esperar nada a cambio. O sí,
esperar como mucho encontrarse a otros como ellos que les otorguen una
mínima carta de creencia. Suena a utopía, casi a irrealidad, pero los he
conocido, los he tratado, y hasta me han contagiado desde lejanas eras
marcadas más por las carencias y las insuficiencias que por las
disponibilidades materiales. Han sido criticados por los transeuntes,
ignorados por los colegas e incomprendidos por los más allegados. Y sin
embargo, sus obras (por nada) se confunden con las de los profesionales
(por todo), ajenos al exhibicionismo de estos, ausentes a que otros
pretendan apuntearse sus creaciones, vibrantes en sus ilusiones silentes
o como mucho euforizantes.
Escuchemos lo que dice Arthur Schopenhauer en su ensayo "La erudición y los eruditos":
"¡Dilettantes, dilettantes! Éste es el término de desprecio aplicado a aquellos que cultivan una ciencia o un arte tan sólo por el goce que experimentan, per il loro diletto
(por el propio placer) llamados con desprecio por aquellos que se
consagran a lo mismo con miras de provecho, y no se sienten atraídos
hacia ello más que por la perspectiva del dinero que ganarán. Tal
desprecio descansa sobre la baja persuasión en que se hallan de que
nadie emprenderá seriamente una cosa si no es empujado a ella por la
necesidad, el hambre o algún instinto
de este género. El público está animado del mismo espíritu y adopta el
mismo criterio, de donde su respeto habitual a las gentes del oficio y
su desconfianza respecto a los aficionados. En realidad, el aficionado
considera la cosa como un fin, y el hombre del oficio solamente como un
medio. Pero sólo aquel que se interesa directamente en una cosa, y que
la practica por amor, con amore, la tomará
completamente en serio. De esta clase de hombres, y no la de los
mercenarios, han salido siempre las mayores iniciativas".
Después
de todo, el que pone en marcha un blog y lo mantiene y lo enriquece en
la medida de sus posibilidades, de su ingenio y de su prospección, ¿no
cumple los requisitos de los que hablan Stevens, Barthes o Schopenhauer?
El amateur, en fin, es un ejemplo más de esas manifestaciones libres y
rompedoras del espíritu humano que, en medio del océano de intereses,
servidumbres y apremios de nuestro tiempo, decide calzar sus pasos con
una perspectiva deleitosa.
(Las manos que pelan la manzana son, una vez más, del pintor español Luis Quintanilla; las ilustraciones en azul corresponden al creador norteamericano Michael Gibbs)
Wallace Stevens, "Adagia".
Aquella
violenta sacudida contada en el Génesis ha ido a misa desde el
principio de los tiempos. Desde los primitivos recolectores, luego
cazadores, más tarde pastores nómadas, posteriormente agricultores, más
tarde manufactureros urbanos hasta este apéndice provisional de la
cibernética en que moramos, la historia se ha repetido millones de
veces. Ya nadie duda de que el mito de la expulsión del Paraíso
imponiendo el modo (ajeno) y la manera (dura) de ganarse el pan es una
condición ineludible para la supervivencia. O de respuesta biológica y
perentoria, como gustan decir los monitores de la integración en los
cursos de inteligencia emocional que hoy pululan en el mundo de las
empresas. Y siempre una justificación tramposa también.
Pero
a lo largo de las épocas, ni la obra de cada humano ha sido suficiente
motivo para sentirse algo más que homo laborioso, ni a ciertos
individuos les basta con ejercitar solamente el trabajo que les cubra
sus necesidades elementales. Algunos, qué osados, hasta quieren
desarrollar sus aptitudes ocultas. Más allá de sus obligaciones, de sus
exigencias y de sus dificultades. Sin precio, sin límite, sin
temporalidad.
Es
verdad que, por el contrario, hay también una especie de seres que
jamás haría nada que no les fuera contractualmente remunerado o
reconocido de diversas maneras sin que medie una transacción; a este
género de criaturas no es imaginable verlas ocupar su tiempo leyendo,
participando en una asociación cívica, cooperando en un banco de
alimentos o inventando algún artilugio simplemente por amor al arte.
Dice Roland Barthes en "Barthes por Roland Barthes":
"El
Amateur (el que practica la pintura, la música, el deporte, la ciencia,
sin espíritu de maestría o de competencia) conduce una y otra vez su goce (amator: que ama y ama otra vez); no es para nada un héroe (de la creación, de la hazaña); se instala graciosamente
(por nada) en el significante: en la materia inmediatamente definitiva
de la música, de la pintura; su práctica, por lo regular, no comporta
ningún rubato (ese robo del objeto en beneficio del atributo); es -será tal vez- el artista contra-burgués".
Siento
una pecular debilidad por ese tipo de personajes desinteresados,
capaces de ocupar parte de su tiempo, de dedicar su pensamiento, de
elaborar ideas, de prestar sus habilidades manuales y de canalizar sus
emociones con ocupaciones entregadas y sin esperar nada a cambio. O sí,
esperar como mucho encontrarse a otros como ellos que les otorguen una
mínima carta de creencia. Suena a utopía, casi a irrealidad, pero los he
conocido, los he tratado, y hasta me han contagiado desde lejanas eras
marcadas más por las carencias y las insuficiencias que por las
disponibilidades materiales. Han sido criticados por los transeuntes,
ignorados por los colegas e incomprendidos por los más allegados. Y sin
embargo, sus obras (por nada) se confunden con las de los profesionales
(por todo), ajenos al exhibicionismo de estos, ausentes a que otros
pretendan apuntearse sus creaciones, vibrantes en sus ilusiones silentes
o como mucho euforizantes.
Escuchemos lo que dice Arthur Schopenhauer en su ensayo "La erudición y los eruditos":
"¡Dilettantes, dilettantes! Éste es el término de desprecio aplicado a aquellos que cultivan una ciencia o un arte tan sólo por el goce que experimentan, per il loro diletto
(por el propio placer) llamados con desprecio por aquellos que se
consagran a lo mismo con miras de provecho, y no se sienten atraídos
hacia ello más que por la perspectiva del dinero que ganarán. Tal
desprecio descansa sobre la baja persuasión en que se hallan de que
nadie emprenderá seriamente una cosa si no es empujado a ella por la
necesidad, el hambre o algún instinto
de este género. El público está animado del mismo espíritu y adopta el
mismo criterio, de donde su respeto habitual a las gentes del oficio y
su desconfianza respecto a los aficionados. En realidad, el aficionado
considera la cosa como un fin, y el hombre del oficio solamente como un
medio. Pero sólo aquel que se interesa directamente en una cosa, y que
la practica por amor, con amore, la tomará
completamente en serio. De esta clase de hombres, y no la de los
mercenarios, han salido siempre las mayores iniciativas".
Después
de todo, el que pone en marcha un blog y lo mantiene y lo enriquece en
la medida de sus posibilidades, de su ingenio y de su prospección, ¿no
cumple los requisitos de los que hablan Stevens, Barthes o Schopenhauer?
El amateur, en fin, es un ejemplo más de esas manifestaciones libres y
rompedoras del espíritu humano que, en medio del océano de intereses,
servidumbres y apremios de nuestro tiempo, decide calzar sus pasos con
una perspectiva deleitosa.
(Las manos que pelan la manzana son, una vez más, del pintor español Luis Quintanilla; las ilustraciones en azul corresponden al creador norteamericano Michael Gibbs)
domingo, 15 de octubre de 2006
Las muecas
Se
encuentra con una foto perdida. Sugiere un paseo vespertino, o tal vez
dominical. De punta en blanco, el trío toma apaciblemente la calle, en
un tiempo en que calzada y aceras sólo se delimitaban tenue y
geométricamente, no compitiendo. Pudiera decirse que se exhibe, no sólo
para el fotógrafo que acechaba en el lugar. Él va haciendo muecas. Era
muy propio del niño estar con frecuencia gesticulante, encogiendo los
labios, ahuecando los carrillos, moviendo las mandíbulas, enarcando las
cejas, despellejándose los padrastros, olisqueándose la piel. Siempre
tuvo una relación con su cuerpo muy reclamante, sin conocer nunca la
causa de aquella conversación interior de manías y rarezas de las que no
se desposeía siquiera para la foto. Acaso fuera la expresión domada de
la energía del niño que hoy se llamaría hiperactivo, puesta a prueba por
las conductas de los mayores y traducida a actitudes interiorizadas
para mantener el orden exigido. Su madre le lleva de la mano con firmeza
y él se deja llevar. Su madre riza la elegancia de la mujer adulta,
demasiado adulta, que no quiere perder un estilo aparente con el que se
siente identificada, que le da sentido y la eleva. No se diría que es la
mujer de un empleado, pero esa especie de aire superior digno y medido
no lo ejercita para imponerse a nadie, sólo para sentirse reconocida en
su majestuosidad galana. Al tomarla del brazo, la sobrina púber la
afianza, y con su paso cambiante y su gesto coqueto rompe el paso afín
de la madre y del hijo. Él puede ver ahora mismo tras esta fotografía,
más allá de ese desfile apacible de una tarde de primavera, un parque,
un barquillero, una casa, unos vestidos desparramados por las camas, un
frutero, unos tebeos, un botijo, un patio donde juegan las vecinitas.
Puede oir los grititos de las niñas cuando él las esconde los zapatos,
las levanta las faldas, las quita sus Floritas y sus Pulgarcitos. Puede
verse a sí mismo combatiendo nerviosamente el tedio de los veranos,
desafiando la siesta de su mayores, jugando a solas, creando personajes
con los que parlotea y a los que da órdenes. Apenas reconoce la ciudad
de la foto. Cuando los árboles convertían las calles principales en
modestas alamedas y la aparición del automóvil era aún ocasional y
expectante. Se queda callado. Ve y oye y huele y percibe tantas
sensaciones del pasado con la foto entre los dedos que corre peligro de
extraviarse en la melancolía. Y al final siempre temiendo la pregunta:
si uno era tan aproximadamente feliz entonces, ¿en qué momento y por qué
perdió la inocencia? Tal vez porque junto a imágenes y olores y gustos y
entretenimientos se iban manifestando otras percepciones en que los
roles de la Sagrada Familia empezaban a atosigarlo, a valorarlo fuera
del cuento, a otorgarle obligaciones y exigencias cada vez más
rigurosas, que a él le llevaba su tiempo asumir...Esto ve también tras
la fotografía, aunque de ella esté ausente circunstancialmente el Padre,
del que no se puede desprender ni en el recuerdo. Ahora cae en un
párrafo que leyó recientemente en las Confesiones, de Rousseau:
"Imagínense
ahora un carácter tímido y dócil en la vida corriente, pero altivo e
indomable en sus pasiones. Un niño dirigido siempre con la voz de la
razón, tratado siempre con dulzura, equidad, benevolencia, extraño
todavía a la idea de injusticia..."
Decide
parar en seco la lectura y su recordatorio, no quiere ir más lejos.
Recordar un poco más le conectaría seguidamente con el conflicto, y no
es momento de ir hacia la noche oscura de modo más oscuro. Simplemente
se acuerda de la razón intuitiva de unos versos leídos en La casa encendida, de Luis Rosales, aquellos que dicen:
"LA INFANCIA NO NOS VE,
no se mira el espejo en nuestros ojos,
no ha empezado a mirarse,
no ha aprendido a mirarnos aún con la mirada aquélla
de los ojos del hombre..."
viernes, 13 de octubre de 2006
Ciao, Gillo
Nunca
le estaremos suficientemente agradecidos. Nos transmitió que el cine no
es sólo arte en estado etéreo. Ni comercio en taquilla putrefacta. En
la década de los setenta del siglo pasado la apuesta por el cine
político tenía un nombre que aquí en España convocaba a los jóvenes de
los estertores de la dictadura. Gillo Pontecorvo reventó la historia
falseada y oculta de los colonialismos francés y español con películas
como La batalla de Argel o Queimada, que tuvieron enorme aceptación entre nosotros.
Ambas
fueron objeto de abundantes y enfervorizadas discusiones entre las
generaciones rupturistas y, como se dice ahora, de culto entre quienes
buscábamos en aquellos momentos tensos y expectantes más política que
cine. Pero Pontecorvo estaba ahí para demostrarnos que ambos conceptos
no tienen por qué ir separados. De hecho no lo están. Y como se suele
decir tantas veces, en cine la cuestión no es si un género vale más o
interesa más que otro, o si es cuestión de géneros o de autores, o si
habla de amor o de guerra o de vida cotidiana anodina.
La
clave reside en que una realización o es buena o es mala, no importa si
se trata de comedia, de drama, de cine documental o de cosa diferente.
Yo creo que Pontecorvo aportó un puñado de granos de arena inteligente y
crítico. A mi, al menos, me sirvió para interesarme más por el
conocimiento de la historia y prospectar con más olfato como espectador
en lo que nos ofrecía la larga mano cinematográfica. Lamento no haber
visto más películas suyas (Operación Ogro
nunca me pareció una gran película, no obstante el tema directo que
trata), y las últimas se me escaparon de mala manera, pero acaso algún
día pueda tener acceso a ellas.
Mi
pensamiento de esta noche no va por ahondar en las calidades del
cineasta muerto hoy, algo que me supera, sino rescatar silenciosamente
del cajón de la memoria personal las emociones que nos sucitaban este
tipo de cine. Más recientemente he intentado ver de nuevo La batalla de Argel,
pero es curioso cómo sigue afectándome profundamente el retrato de la
Historia que, como bien demuestra Pontecorvo, es brutal pero también
irreversible.
(Junto a la fotografía de Gillo Pontecorvo, dos fotogramas de La batalla de Argel)
Pamuk con té o con café
Estaba leyendo amablemente desde hace unos días un libro titulado Estambul,
de un escritor turco del que apenas sabíamos. Lo saboreaba, me dejaba
embriagar por aromas y recuerdos perdidos. A veces recorría ávido y
nervioso sus páginas buscando las claves de una ciudad legendaria, como
antes lo hiciera con la Praga Mágica de la
mano de Ripellino. El acompañamiento además de fotografías bien
históricas de la ciudad, bien personales del autor, estimula y vincula
la lectura a un mundo que escasamente conocemos. Mira por dónde hace
escasos posts yo criticaba el tema de los premios... y zas, va la
Academia Sueca y me derriba. Imprudente de mi. No tengo conocimiento de
causa excesivo sobre si la concesión del Nobel a Orhan Pamuk es conforme
a suficientes méritos literarios (¿cómo se valoran?) o si es
oportunidad política (¿por qué no valorarla?) por el hecho de que
Turquía llama a la puerta europea. En los próximos días ya se encargará
la prensa de decirnos algo al respecto. Pero eso es lo de menos. Sólo sé
que el libro me está gustando y que reconozco las voces que Pamuk ha
levantado siempre por el reconocimiento pleno de los derechos humanos en
Turquía. Que haya tomado partido condenando además el genocidio armenio
de 1915 le honra doblemente. Adjunto unos párrafos diferentes para ser
degustados con té o con café...
"...Desde
mi niñez siempre he vivido en algún altozano desde el que se veía y se
controlaba el Bósforo, aunque fuera de lejos y entre edificios, cúpulas y
colinas. Posiblemente por el significado moral que comporta el poder
ver el Bósforo aunque sea de lejos, en las casas de Estambul la ventana
que da al mar ocupa el lugar del mihrab de las mezquitas (o del altar de
las iglesias, o del tevan de las sinagogas) y los sillones, sofás,
sillas y mesas de comedor se disponen de manera que miren siempre en esa
dirección. Otra consecuencia de que el Bósforo se vea desde las casas
es que desde un barco que entre en el estrecho desde el mar de Mármara
se ven millones de codiciosas ventanas abiertas que se cortan la vista,
que se cortan el paso despiadadamente para poder atisbar el Bósforo y
dicho barco..."
"...Mi
punto de partida había sido la sensación de un niño que miraba una
ventana cubierta de vaho. Ahora llegamos a lo que diferencia la
melancolía de la amargura. Nos aproximamos no a la melancolía que siente
una persona individualmente, sino a ese sentimiento oscuro compartido
por millones, a la amargura. Estoy intentando hablar de la amargura de
toda una ciudad, de Estambul...la amargura, que tanto se parece a la
melancolía y que nosotos asumimos con orgullo y que compartimos como
comunidad. Eso significa que hay que observar los lugares y los momentos
en que se confunden el sentimiento mismo y el entorno que hace que la
ciudad lo sienta. Hablo de los padres que regresan a casa con una bolsa
en la mano bajo la luz de las farolas suburbiales en noches que caen
demasiado pronto. Hablo de los libreros ancianos que se pasan el día
tiritando de frío en sus tiendas esperando un cliente después de una de
esas crisis económicas que se producen cada dos por tres; de los
barberos que se quejan de que los hombres se rapan y se afeitan menos
después de las crisis..."
Lo
siento, tengo que dejarlo, la continuación de la lectura me espera. Y
eso es materia reservada e íntima para mis propios sueños.
de un escritor turco del que apenas sabíamos. Lo saboreaba, me dejaba
embriagar por aromas y recuerdos perdidos. A veces recorría ávido y
nervioso sus páginas buscando las claves de una ciudad legendaria, como
antes lo hiciera con la Praga Mágica de la
mano de Ripellino. El acompañamiento además de fotografías bien
históricas de la ciudad, bien personales del autor, estimula y vincula
la lectura a un mundo que escasamente conocemos. Mira por dónde hace
escasos posts yo criticaba el tema de los premios... y zas, va la
Academia Sueca y me derriba. Imprudente de mi. No tengo conocimiento de
causa excesivo sobre si la concesión del Nobel a Orhan Pamuk es conforme
a suficientes méritos literarios (¿cómo se valoran?) o si es
oportunidad política (¿por qué no valorarla?) por el hecho de que
Turquía llama a la puerta europea. En los próximos días ya se encargará
la prensa de decirnos algo al respecto. Pero eso es lo de menos. Sólo sé
que el libro me está gustando y que reconozco las voces que Pamuk ha
levantado siempre por el reconocimiento pleno de los derechos humanos en
Turquía. Que haya tomado partido condenando además el genocidio armenio
de 1915 le honra doblemente. Adjunto unos párrafos diferentes para ser
degustados con té o con café...
"...Desde
mi niñez siempre he vivido en algún altozano desde el que se veía y se
controlaba el Bósforo, aunque fuera de lejos y entre edificios, cúpulas y
colinas. Posiblemente por el significado moral que comporta el poder
ver el Bósforo aunque sea de lejos, en las casas de Estambul la ventana
que da al mar ocupa el lugar del mihrab de las mezquitas (o del altar de
las iglesias, o del tevan de las sinagogas) y los sillones, sofás,
sillas y mesas de comedor se disponen de manera que miren siempre en esa
dirección. Otra consecuencia de que el Bósforo se vea desde las casas
es que desde un barco que entre en el estrecho desde el mar de Mármara
se ven millones de codiciosas ventanas abiertas que se cortan la vista,
que se cortan el paso despiadadamente para poder atisbar el Bósforo y
dicho barco..."
"...Mi
punto de partida había sido la sensación de un niño que miraba una
ventana cubierta de vaho. Ahora llegamos a lo que diferencia la
melancolía de la amargura. Nos aproximamos no a la melancolía que siente
una persona individualmente, sino a ese sentimiento oscuro compartido
por millones, a la amargura. Estoy intentando hablar de la amargura de
toda una ciudad, de Estambul...la amargura, que tanto se parece a la
melancolía y que nosotos asumimos con orgullo y que compartimos como
comunidad. Eso significa que hay que observar los lugares y los momentos
en que se confunden el sentimiento mismo y el entorno que hace que la
ciudad lo sienta. Hablo de los padres que regresan a casa con una bolsa
en la mano bajo la luz de las farolas suburbiales en noches que caen
demasiado pronto. Hablo de los libreros ancianos que se pasan el día
tiritando de frío en sus tiendas esperando un cliente después de una de
esas crisis económicas que se producen cada dos por tres; de los
barberos que se quejan de que los hombres se rapan y se afeitan menos
después de las crisis..."
Lo
siento, tengo que dejarlo, la continuación de la lectura me espera. Y
eso es materia reservada e íntima para mis propios sueños.
jueves, 12 de octubre de 2006
Los no salvados
"...y
vide otro ángel que subía del nacimiento del sol, teniendo el sello de
Dios vivo. Y clamó con gran voz a los cuatro ángeles, a los cuales era
dado hacer daño a la tierra y a la mar, diciendo: No hagáis daño a la
tierra ni a la mar ni a los árboles, hasta que liberemos a los siervos
de nuestro Dios en sus frentes.
Y oí el número de los señalados: ciento cuarenta y cuatro mil señalados de todas las tribus de Israel.
De
la tribu de Judá doce mil señalados. De la tribu de Rubén doce mil
señalados. De la tribu de Gad doce mil señalados. De la tribu de Aser
doce mil señalados. De la tribu de Neftalí doce mil señalados. De la
tribu de Manasé doce mil señalados. De la tribu de Simeón doce mil
señalados. De la tribu de Leví doce mil señalados. De la tribu de Isacar
doce mil señalados. De la tribu de Zabulón doce mil señalados. De la
tribu de José doce mil señalados. De la tribu de Benjamín doce mil
señalados.
...Y
el quinto ángel tocó la trompeta. Y vide una estrella que cayó del
cielo en la tierra y fuele dada la llave del pozo del abismo..."
(Del Apocalipsis o Revelación de San Juan el Teólogo, según la traducción de Casiodoro de Reina, recogida en La Biblia del Oso, publicada en Basilea en 1569)
Conflicto de IrakMás de 600.000 muertos en Irak desde 2003
WALTER
OPPENHEIMER Más de 600.000 iraquíes han muerto a causa de la violencia
desde que Estados Unidos invadió el país en marzo de 2003, según un
estudio publicado ayer en la edición electrónica de la prestigiosa
revista médica británica The Lancet. El estudio señala ahora que la
violencia va en aumento en Irak y que las tropas extranjeras son
responsables de una de cada tres muertes violentas en el país.
Sean
o no exactos los datos, la cifra negra sobrecoge. Está claro que estos
miles de iraquíes no eran ni por asomo los ciento cuarenta y cuatro mil
que fueron señalados por Yahvé para ser salvados. Ante esta barbarie, a
la que Occidente se ha acostumbrado anodina y egoístamente, es evidente
que las metáforas se evaporan, los símbolos se parten como cristales y
las políticas se disuelven por las alcantarillas. Algo hiede en el mundo
y no hay Dios ni Alá no Yahvé que esté más que para ser unas sombras de
su propio vocablo.
(Las fotografían gritan por sí solas. El dibujo titulado Destrucción es del pintor republicano español Luis Quintanilla)
Las hormas
Orfandad
de las hormas. Los ángeles abandonan el corazón del bosque. Sólo se
espera la incursión de los bárbaros. Su hieratismo estremece. Entre el
equilibrio y la prueba. Desafío de la adaptación. Una estructura
aparentemente firme, casi inmóvil. Canon de la robustez. Alternancia de
sensaciones: ora se sienten encorsetadas, ora liberadas.
Transitamos
el tiempo, proseguimos echando raíces, ilusiones que nos permitan
sobrevivir en el fragor de la cotidianidad. Una raíz no es un origen, es
un ancla. Pretensión de arraigo, conjura para no perecer. Siempre
pendientes de una cadena, de un hilo, de una vinculación, de un azar.
En
la imagen hay algo de navío varado o de náufrago en pleno rescate o de
hallazgo secular bajo la capa arcillosa y reseca de un terreno baldío o
de quijada descarnada o de anciano de la tribu discurriendo consejos
para las nuevas generaciones. Hay nobleza en el semblante de la horma,
mas su condición pendular la mantiene sujeta a otros poderes que se nos
ocultan a la vista.
Lamentándonos
silenciosamente, resistimos: entre sujeciones, apegos, vaivenes.
Sentimos que la costra crece y que nos vamos dotando de una pátina
descolorida, de una callosidad agrietada, de una gravedad densa. El
precio de la quebradiza perduración es como en la horma. Mas nuestros
modelos son siempre efímeros.
(Fotografía de Chema Madoz)
martes, 10 de octubre de 2006
Rothko de noche
Él dice que le arde la cabeza. Que el día ha sido denso. No
sabe si los pensamientos pesan. Sospecha que el volumen de su capacidad
craneal apenas admite ya la estupidez del entorno. Se han cruzado miles
de fogonazos laboriosos , para qué. No se le oculta que mañana Sísifo
subirá de nuevo a la montaña a arrojar la piedra. Ha
leído la prensa yacente del mundo, más cerca de la nada. Las noticias
llegan preñadas de desesperanza. Eterno pulso de las viejas humanidades
que quieren seguir siendo como dioses. Al
anochecer los colores ya no son suaves. No son. La electricidad ilumina
la escena con dudosos tonos. Cierra los ojos. Bajo los párpados sólo
percibe rojos, amarillos, naranjas. Fogosidad y una línea negra
desplazando los volúmenes. No hay fronteras bajo las pupilas que le
bailan. Sueña con un poema de Eugénio de Andrade, y se abandona...
Homenaje a Mark Rothko
Amarillo, naranja, limón,
después el carmín: todo arde
en la arena
entre las palmeras y el mar -era verano.
Pero en el lugar de tu nombre
la tierra tiene el color del verde
pensativo, que sólo la noche
pastorea suave.
Los premios
Viene
un flash a mi cabeza. Me veo a mi mismo con pantalones cortos luciendo
una mediocre medalla de hojalata, o recogiendo un trozo de papel
amarillento en cartulina que lleva el pomposo título de diploma...Próximo
a fin de curso el colegio hacía su representación de prestigio. Una
ceremonia. El negocio era el negocio. La religión aseguraba la
calidad moral. Respaldaba a la institución. La justificaba. Pero la
entidad debía de probar su calidad social. Dicho de un modo más claro:
que el producto que vendía, ese recurso primitivo y de andar por casa
denominado la enseñanza, adquiría un nivel elevado de manos de sus
profesionales entregados de por vida a la causa.
¿Qué
mejor estratagema publicitaria que el numerito anual del reparto
escolar de premios, en presencia de todas las fuerzas vivas y
sufrientes? Allá, en el Gran Teatro, puesta en escena a cargo de los
profesores, de los padres, de los alumnos, de la autoridades
administrativas. El coro entonando el Himno del Colegio. La solemnidad
como coartada. Consenso: el centro escolar se evaluaba a sí
mismo a través de una liturgia. El discurso: he ahí a los ganadores, que
se diría ahora. He ahí a los mejores, pregonando el remedo de la pseudoaristrocracia de provincias. Incluso el presentador del ritual arriesgaba: he ahí a los triunfadores de la España del mañana. Proyección: el premio debía ratificar la confianza en los mismos esforzados.
Debía
suponer también un ejemplo para los que no habían llegado al baremo
necesario (por alguna parte había que cortar, si no los selectos no
podrían ser los selectos) Y siempre constituiría una esperanza para el
montón y la posibilidad salvífica para los fracasados. Yo nunca
capté muy bien aquello de los premios escolares. Tal vez porque los
míos eran de segunda o tercera fila, y no apuntaba a ninguna conquista
espacial en mi propio planeta del futuro, nunca creí demasiado en ellos
ni me sentí excesivamente afectado por el supuesto prestigio social de
pacotilla que podían acarrear. Pero siempre me preguntaba: ¿serán los
premios simplemente lo opuesto a los castigos? A mi me parecía que el catecismo eclesiástico seguía yendo por ahí, extendiendo su larga mano.
Y que aquel principio fundamental de los buenos y malos, y su lucha
atroz a través de los intermediarios celestes e infernales, consolidado a
cristazo limpio como el gran argumento falso y recurrente en nuestra
santa infancia, se manifestaba también a través de los repartos de
premios. Más tarde, uno va reparando en que era un caso más. Que se
trataba de un ejemplo, extendido ampliamente a lo largo y ancho del
país, pero no el único. En lejanos tiempos se crecía entre premios por
doquier: había premios a la natalidad y a las familias numerosas, al
mérito al trabajo, a las hazañas heroicas y guerreras...Éste siempre ha
sido un país con pedigrí en materia de premios. Algo así como el reconocimiento a lo que los más modernos de entonces llamaban emulación. La lenta puesta al día de un país diezmado, atrasado y degollado culturalmente
trajo consigo nuevos modelos ejemplares. Las artes empezaron a ser más
reconocidas y celebradas oficialmente, y con ellas la literatura. Cierto
que los premios literarios eran más bien una creación mixta, donde
había parte de interés editorial y parte de ganas de la autoridad por
prestigiarse. Y como al principio eran escasos y tenían otro tono, más creíble por increíble, su relativa calidad ética fue ampliamente aceptada.
¿A
dónde quiero ir a parar? A ninguna parte, son devaneos míos, sin más,
porque intuyo que viene la temporada de cosecha de premios. El
nombramiento de los Nobel de este año, que se van produciendo estos días
a cuentagotas, revela que los Premios no son un fenómeno estrictamente
español, y al menos nos quita ese complejo que hemos tenido algunos de
que sólo España ha sido proveedora tradicional . A imagen y semejanza de
los Nobel, el Estado español se inventó hace años el Príncipe de
Asturias, y para no ir a la zaga cada comunidad autónoma que se precie
ha ido generando los propios, y por efecto cascada no te cuento lo que
dan de sí las provincias. El malpensado que me escuche opinará que lo
que me sucede es que tengo envidia. Y que seguramente lo que oculto con
este tono crítico es un subconsciente no satisfecho en las
tiernas edades por el aliciente del estímulo y el ejemplo. Y podría ser.
Pero cuando leo la opinión que el autor austriaco Thomas Bernhard, cuyo
talento literario me merece admiración y placer, tenía sobre la
concesión de los premios, no puedo por menos que carcajearme por su iconoclastia.
“Las
concesiones de premios, si prescindo del dinero que reportan, son lo
más insoportable del mundo, había tenido ya esa experiencia en Alemania,
no ensalzan, como creí antes de recibir mi primer premio, sino que
rebajan, y por cierto, de la forma más humillante. Sólo porque pensaba
siempre en el dinero que traen las soportaba, sólo por esa razón fui a
los más diversos ayuntamientos viejos y a todos esos salones de actos de
mal gusto. Hasta los cuarenta años. Me sometí a la humillación de esas
concesiones de premios. Hasta los cuarenta años. Dejé que me defecaran
en la cabeza en esos ayuntamientos y salones de actos, porque una
entrega de premios no es otra cosa que una defecación en la cabeza de
uno. Aceptar un premio no quiere decir otra cosa que dejarse defecar en
la caeza, porque le pagan a uno por ello. He sentido siempre las
concesiones de premios como la mayor humillación que cabe imaginar, no
como una exaltación. Porque un premio se lo entregan a uno siempre sólo
personas incompetentes, que quieren defecar en la cabeza de uno y que
defecan abundantemente en la cabeza de uno si se
acepta
su premio. Y están en su perfecto derecho de defecar en la cabeza de
uno, que es tan abyecto y tan bajo como aceptar su premio. Sólo en la
mayor necesidad y cuando están amenazadas la vida y la existencia, y
sólo hasta los cuarenta años, se tiene derecho a aceptar un premio que
lleva consigo una suma de dinero o, en general un premio o una
distinción. Yo acepté mis premios sin estar en la mayor necesidad ni
tener la vida y la existencia amenazadas, y con ello me hice abyecto y
despreciable y, en el sentido más exacto de la palabra, repulsivo.”
(Los
lagartos desplazándose es un dibujo de Escher; la Y de tirador es una
foto de Chema Madoz; la pintura de los diablillos carcajeantes es de
Alberto Quintanilla; el hombre con paraguas y el hombre sentado es
Thomas Bernahrd)
un flash a mi cabeza. Me veo a mi mismo con pantalones cortos luciendo
una mediocre medalla de hojalata, o recogiendo un trozo de papel
amarillento en cartulina que lleva el pomposo título de diploma...Próximo
a fin de curso el colegio hacía su representación de prestigio. Una
ceremonia. El negocio era el negocio. La religión aseguraba la
calidad moral. Respaldaba a la institución. La justificaba. Pero la
entidad debía de probar su calidad social. Dicho de un modo más claro:
que el producto que vendía, ese recurso primitivo y de andar por casa
denominado la enseñanza, adquiría un nivel elevado de manos de sus
profesionales entregados de por vida a la causa.
¿Qué
mejor estratagema publicitaria que el numerito anual del reparto
escolar de premios, en presencia de todas las fuerzas vivas y
sufrientes? Allá, en el Gran Teatro, puesta en escena a cargo de los
profesores, de los padres, de los alumnos, de la autoridades
administrativas. El coro entonando el Himno del Colegio. La solemnidad
como coartada. Consenso: el centro escolar se evaluaba a sí
mismo a través de una liturgia. El discurso: he ahí a los ganadores, que
se diría ahora. He ahí a los mejores, pregonando el remedo de la pseudoaristrocracia de provincias. Incluso el presentador del ritual arriesgaba: he ahí a los triunfadores de la España del mañana. Proyección: el premio debía ratificar la confianza en los mismos esforzados.
Debía
suponer también un ejemplo para los que no habían llegado al baremo
necesario (por alguna parte había que cortar, si no los selectos no
podrían ser los selectos) Y siempre constituiría una esperanza para el
montón y la posibilidad salvífica para los fracasados. Yo nunca
capté muy bien aquello de los premios escolares. Tal vez porque los
míos eran de segunda o tercera fila, y no apuntaba a ninguna conquista
espacial en mi propio planeta del futuro, nunca creí demasiado en ellos
ni me sentí excesivamente afectado por el supuesto prestigio social de
pacotilla que podían acarrear. Pero siempre me preguntaba: ¿serán los
premios simplemente lo opuesto a los castigos? A mi me parecía que el catecismo eclesiástico seguía yendo por ahí, extendiendo su larga mano.
Y que aquel principio fundamental de los buenos y malos, y su lucha
atroz a través de los intermediarios celestes e infernales, consolidado a
cristazo limpio como el gran argumento falso y recurrente en nuestra
santa infancia, se manifestaba también a través de los repartos de
premios. Más tarde, uno va reparando en que era un caso más. Que se
trataba de un ejemplo, extendido ampliamente a lo largo y ancho del
país, pero no el único. En lejanos tiempos se crecía entre premios por
doquier: había premios a la natalidad y a las familias numerosas, al
mérito al trabajo, a las hazañas heroicas y guerreras...Éste siempre ha
sido un país con pedigrí en materia de premios. Algo así como el reconocimiento a lo que los más modernos de entonces llamaban emulación. La lenta puesta al día de un país diezmado, atrasado y degollado culturalmente
trajo consigo nuevos modelos ejemplares. Las artes empezaron a ser más
reconocidas y celebradas oficialmente, y con ellas la literatura. Cierto
que los premios literarios eran más bien una creación mixta, donde
había parte de interés editorial y parte de ganas de la autoridad por
prestigiarse. Y como al principio eran escasos y tenían otro tono, más creíble por increíble, su relativa calidad ética fue ampliamente aceptada.
¿A
dónde quiero ir a parar? A ninguna parte, son devaneos míos, sin más,
porque intuyo que viene la temporada de cosecha de premios. El
nombramiento de los Nobel de este año, que se van produciendo estos días
a cuentagotas, revela que los Premios no son un fenómeno estrictamente
español, y al menos nos quita ese complejo que hemos tenido algunos de
que sólo España ha sido proveedora tradicional . A imagen y semejanza de
los Nobel, el Estado español se inventó hace años el Príncipe de
Asturias, y para no ir a la zaga cada comunidad autónoma que se precie
ha ido generando los propios, y por efecto cascada no te cuento lo que
dan de sí las provincias. El malpensado que me escuche opinará que lo
que me sucede es que tengo envidia. Y que seguramente lo que oculto con
este tono crítico es un subconsciente no satisfecho en las
tiernas edades por el aliciente del estímulo y el ejemplo. Y podría ser.
Pero cuando leo la opinión que el autor austriaco Thomas Bernhard, cuyo
talento literario me merece admiración y placer, tenía sobre la
concesión de los premios, no puedo por menos que carcajearme por su iconoclastia.
“Las
concesiones de premios, si prescindo del dinero que reportan, son lo
más insoportable del mundo, había tenido ya esa experiencia en Alemania,
no ensalzan, como creí antes de recibir mi primer premio, sino que
rebajan, y por cierto, de la forma más humillante. Sólo porque pensaba
siempre en el dinero que traen las soportaba, sólo por esa razón fui a
los más diversos ayuntamientos viejos y a todos esos salones de actos de
mal gusto. Hasta los cuarenta años. Me sometí a la humillación de esas
concesiones de premios. Hasta los cuarenta años. Dejé que me defecaran
en la cabeza en esos ayuntamientos y salones de actos, porque una
entrega de premios no es otra cosa que una defecación en la cabeza de
uno. Aceptar un premio no quiere decir otra cosa que dejarse defecar en
la caeza, porque le pagan a uno por ello. He sentido siempre las
concesiones de premios como la mayor humillación que cabe imaginar, no
como una exaltación. Porque un premio se lo entregan a uno siempre sólo
personas incompetentes, que quieren defecar en la cabeza de uno y que
defecan abundantemente en la cabeza de uno si se
acepta
su premio. Y están en su perfecto derecho de defecar en la cabeza de
uno, que es tan abyecto y tan bajo como aceptar su premio. Sólo en la
mayor necesidad y cuando están amenazadas la vida y la existencia, y
sólo hasta los cuarenta años, se tiene derecho a aceptar un premio que
lleva consigo una suma de dinero o, en general un premio o una
distinción. Yo acepté mis premios sin estar en la mayor necesidad ni
tener la vida y la existencia amenazadas, y con ello me hice abyecto y
despreciable y, en el sentido más exacto de la palabra, repulsivo.”
(Los
lagartos desplazándose es un dibujo de Escher; la Y de tirador es una
foto de Chema Madoz; la pintura de los diablillos carcajeantes es de
Alberto Quintanilla; el hombre con paraguas y el hombre sentado es
Thomas Bernahrd)
domingo, 8 de octubre de 2006
El amor según el filósofo
Rainer Maria Rilke le escribe a Kappus en Cartas a un joven poeta: "Debemos
atenernos a lo difícil. Todo lo que se vive se atiene a ello. Es bueno
estar solo porque la soledad es difícil. También es bueno amar, porque
el amor es difícil..."
El
tema es antiguo y acaso eterno, y siempre siempre continuo. Objeto de
análisis permanente de los filósofos, de sesudos psicoanalistas, de
perspicaces novelistas y hasta de morbosos confesores, nos sigue
deparando criterios hasta de última hora. No me aguanto por transcribir
algo recientemente leído...
"...La
sabiduría no es la ciencia; ninguna ciencia tiene el rango de
sabiduría. No se trata de averiguar lo que se ignora, sino de habitar lo
que se sabe, de amar lo que se sabe. La sabiduría no es una verdad más,
es el goce, el disfrute de todas ellas. Ahora bien, quien sabe gozar o
disfrutar plenamente de una sola, sabe gozar y disfrutar del conjunto al
que pertenece. Para amar las estrellas, ¿qué necesidad tienes de saber
cuántas hay? Y para amar a un hombre, ¿qué necesidad tienes de saberlo
todo de él? Ahí está, ante ti, absolutamente verdadero, hasta en sus
mentiras, absolutamente real hasta en sus sueños...Si no conocieras nada
de él (al menos su existencia), no podrías amarlo, seguro; ¡pero sería
una locura querer conocerlo en todos sus detalles (¡en todos sus
desgraciados e inagotables detalles!) antes de amarlo por entero!...
...¿Qué
voy a decirte? También el horror es verdadero, y el odio. Pero,
justamente, ¿qué pueden ambos contra la verdad que les contiene? ¿Y
contra el amor? ¡Todos sabemos muy bien que el amor fracasa!, pero eso
les sirve como argumento a quienes prefieren el éxito al amor, los ganadores,
como se dice hoy en día. ¡Que les aproveche! ¿Y para nosotros, los que
preferimos el amor al éxito? ¡El fracaso del amor no es una refutación
en su contra! ¿Es la muerte una prueba contra la vida? ¿Es el fracaso
una prueba contra la entereza y la valentía? Ésa es la verdad del
calvario: el amor es débil, el amor sufre, el amor muere...Hay que
saberlo. Pero eso no quita un ápice al amor o, en todo caso, no le quita
más que sus ilusiones. Verdad del amor, verdad de la desesperanza. Esta
verdad vale por muchas otras y ella sola basta..."
Sólo es un pequeño párrafo de una de las tres entrevistas que bajo el título de EL AMOR, LA SOLEDAD
efectuadas al filósofo francés André Comte-Sponville, se publica en
Paidós. La vertiginosa agilidad y la luminosa argumentación de las
respuestas constituyen una seductora lectura de fin de semana.
atenernos a lo difícil. Todo lo que se vive se atiene a ello. Es bueno
estar solo porque la soledad es difícil. También es bueno amar, porque
el amor es difícil..."
El
tema es antiguo y acaso eterno, y siempre siempre continuo. Objeto de
análisis permanente de los filósofos, de sesudos psicoanalistas, de
perspicaces novelistas y hasta de morbosos confesores, nos sigue
deparando criterios hasta de última hora. No me aguanto por transcribir
algo recientemente leído...
"...La
sabiduría no es la ciencia; ninguna ciencia tiene el rango de
sabiduría. No se trata de averiguar lo que se ignora, sino de habitar lo
que se sabe, de amar lo que se sabe. La sabiduría no es una verdad más,
es el goce, el disfrute de todas ellas. Ahora bien, quien sabe gozar o
disfrutar plenamente de una sola, sabe gozar y disfrutar del conjunto al
que pertenece. Para amar las estrellas, ¿qué necesidad tienes de saber
cuántas hay? Y para amar a un hombre, ¿qué necesidad tienes de saberlo
todo de él? Ahí está, ante ti, absolutamente verdadero, hasta en sus
mentiras, absolutamente real hasta en sus sueños...Si no conocieras nada
de él (al menos su existencia), no podrías amarlo, seguro; ¡pero sería
una locura querer conocerlo en todos sus detalles (¡en todos sus
desgraciados e inagotables detalles!) antes de amarlo por entero!...
...¿Qué
voy a decirte? También el horror es verdadero, y el odio. Pero,
justamente, ¿qué pueden ambos contra la verdad que les contiene? ¿Y
contra el amor? ¡Todos sabemos muy bien que el amor fracasa!, pero eso
les sirve como argumento a quienes prefieren el éxito al amor, los ganadores,
como se dice hoy en día. ¡Que les aproveche! ¿Y para nosotros, los que
preferimos el amor al éxito? ¡El fracaso del amor no es una refutación
en su contra! ¿Es la muerte una prueba contra la vida? ¿Es el fracaso
una prueba contra la entereza y la valentía? Ésa es la verdad del
calvario: el amor es débil, el amor sufre, el amor muere...Hay que
saberlo. Pero eso no quita un ápice al amor o, en todo caso, no le quita
más que sus ilusiones. Verdad del amor, verdad de la desesperanza. Esta
verdad vale por muchas otras y ella sola basta..."
Sólo es un pequeño párrafo de una de las tres entrevistas que bajo el título de EL AMOR, LA SOLEDAD
efectuadas al filósofo francés André Comte-Sponville, se publica en
Paidós. La vertiginosa agilidad y la luminosa argumentación de las
respuestas constituyen una seductora lectura de fin de semana.
sábado, 7 de octubre de 2006
Un mundo para Oguzcan
La
noche trae aromas del Bósforo. La ciudad secular no cesa. Los silencios
son ausencias. Antiguas religiones salpican la geografía del aire con
sus salmodias. Las sirenas de los buques se desparraman por las riberas
del estrecho y alcanzan las colinas. El olor a comida de los mercados
nocturnos se extiende por las callejuelas de los barrios del puerto.
Llega una brisa cálida. El sueño se desvanece. Un neón ilumina a golpes
de hipo mi cuarto. Un gramófono cercano destella unas notas envolventes
de Debussy. Es la ocasión. En una librería de viejo he encontrado este
mediodía sorprendentemente una edición bilingüe de Un mundo para dos.
Pocos
saben de esta obra y de su autor, Ümit Yasar Oguzcan. Pero éste es el
lugar apropiado para leerlo. La vida de Oguzcan debió ser tormentosa.
Las relaciones siempre son difíciles. "Dicen que escribo demasiado y
que me enamoro con frecuencia; sin embargo yo pienso que escribo poco y
que no me enamoro lo suficiente. ¿Quién no querría ser fértil y vivir
siempre enamorándose?" Pero Un mundo para dos,
aun siendo un libro de amor, es una obra de recorridos. No sólo porque
la música, la pintura y las geografías están presentes en sus versos,
sino porque es un hombre que prospecta intensamente. ¿Sólo a través del
amor?
Como para todos los seres, para él la vida es un vaivén de
felicidades y desdichas -otros dirían más sutilmente de encuentros y
desencuentros-, que probablemente se explicita de manera más evidente y
cruda en el mundo afectivo. Y la poesía es el instrumento para
representar y conjurar en cierta manera sus pulsiones profundas. "No
puedo decir que sea un poeta que no ha encontrado su camino. Busco
siempre lo mejor, lo más bello y lo más nuevo. Considero que para ser
renovador y duradero es necesario estar siempre en búsqueda". ¿No
está claro el mensaje? Sólo es una invitación. Me apoyo en el cabecero
de la cama, y a la media luz de la mesilla de la habitación comienzo a
hojear las páginas. Oigo su voz. Recita el poeta turco Ümit Yasar
Oguzcan...
¡Cómo hemos sido engañados tanto tiempo!
¡Cómo hemos podido creer en la belleza de la vida!saben de esta obra y de su autor, Ümit Yasar Oguzcan. Pero éste es el
lugar apropiado para leerlo. La vida de Oguzcan debió ser tormentosa.
Las relaciones siempre son difíciles. "Dicen que escribo demasiado y
que me enamoro con frecuencia; sin embargo yo pienso que escribo poco y
que no me enamoro lo suficiente. ¿Quién no querría ser fértil y vivir
siempre enamorándose?" Pero Un mundo para dos,
aun siendo un libro de amor, es una obra de recorridos. No sólo porque
la música, la pintura y las geografías están presentes en sus versos,
sino porque es un hombre que prospecta intensamente. ¿Sólo a través del
amor?
Como para todos los seres, para él la vida es un vaivén de
felicidades y desdichas -otros dirían más sutilmente de encuentros y
desencuentros-, que probablemente se explicita de manera más evidente y
cruda en el mundo afectivo. Y la poesía es el instrumento para
representar y conjurar en cierta manera sus pulsiones profundas. "No
puedo decir que sea un poeta que no ha encontrado su camino. Busco
siempre lo mejor, lo más bello y lo más nuevo. Considero que para ser
renovador y duradero es necesario estar siempre en búsqueda". ¿No
está claro el mensaje? Sólo es una invitación. Me apoyo en el cabecero
de la cama, y a la media luz de la mesilla de la habitación comienzo a
hojear las páginas. Oigo su voz. Recita el poeta turco Ümit Yasar
Oguzcan...
¡Cómo hemos sido engañados tanto tiempo!
¡Qué nos importa el sol naciente!
¡Qué nos importa el trigo que crece y el agua que corre!
Estamos tristes y extremadamente cansados
Nos habéis enseñado la amistad
Nos habéis enseñado a amar así de locamente
Si hemos amado nuestros pecados son para Dios
Si no hemos sido amados que sientan vergüenza los humanos de nuestra tristeza
¿Qué hemos buscado y qué hemos encontrado en vuestro mundo? decidnos
Nos habéis privado incluso de un amor
Nos hemos besado en sueños y nos lo habéis reprobado
Y ahora tenéis obsesión de vivir
Dejadnos en paz
Con el cielo y con el mar
Con las piedras y con la arena
Con el Dios que habéis creado de la nada
Que sea vuestro vuestro mundo
(Oguzcan nació en 1926 en Tarso, al sur de Turquía, y murió en Estambul en 1984)
.
Fackel
- La mitad del tiempo se la pasa resisitiendo. La otra mitad indignándose. (Karl Kraus)
.
"-¡Ay! -respondió Sancho llorando-. No se muera vuesa merced,
señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor
locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más
ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la
melancolía."
(Capítulo LXXIV)
señor mío, sino tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor
locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más
ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la
melancolía."
(Capítulo LXXIV)
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