martes, 7 de marzo de 2017

Alfonso V, «el Magnánimo» - Página de voz - Gran Enciclopedia Aragonesa OnLine

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Alfonso V, «el Magnánimo»



Contenido disponible: Texto GEA 2000  |  Última actualización realizada el 20/08/2009



(Medina del Campo, 1394 - Nápoles, 1458). Rey de Aragón. Hijo de Fernando I Buscar voz... y de su esposa Leonor de Alburquerque Buscar voz.... En 1415 contrajo matrimonio con María de Castilla Buscar voz...,
hija de Enrique III y de Catalina de Láncaster, de la que no tuvo
hijos. Heredó la corona de Aragón a la muerte de su padre, el 2 de abril
de 1416.



La dinastía Trastamara, establecida en Aragón en 1412 por decisión de los compromisarios de Caspe Buscar voz...,
era castellana. Alfonso V se rodeó de castellanos, lo que sentó mal en
los reinos de la Corona, que pidieron al monarca ser consultados antes
de proveer los oficiales para la real casa, pero su petición no fue
atendida. Nombró baile general de Aragón Buscar voz...
al castellano Álvaro de Garavito, nombramiento que causó fuertes
conmociones. No contento con esto, obligó a dimitir al Justicia de
Aragón Juan Ximénez Cerdán Buscar voz... para designar en su puesto a su incondicional colaborador Berenguer de Bardaxí Buscar voz..., lo que originó disturbios que llevaron a Bardaxí a renunciar al cargo. Posteriormente, en 1439, destituiría a otro Justicia de Aragón Buscar voz..., Martín Díez de Aux Buscar voz..., por motivos poco claros.



Alfonso V residió poco tiempo en sus estados aragoneses; de los 42 años
de su reinado, pasó en Italia 29, siendo sustituido en sus largas
ausencias por lugartenientes, que fueron su esposa la reina doña María y
su hermano Juan de Navarra, el futuro Juan II Buscar voz...,
asesorados por los oportunos Consejos. El interés por sus Estados
peninsulares quedó en segundo plano a poco de acceder al trono, para
dedicarse íntegramente a las cuestiones mediterráneas, herencia de su
padre Fernando de Antequera. En 1420 marchó a Italia Buscar voz...
con el propósito de asegurar su soberanía sobre las islas de Sicilia,
Córcega y Cerdeña. Poco después se vio implicado en los asuntos de
Nápoles; Juana II le ofreció la sucesión de su reino a cambio de ayuda
contra sus enemigos, oferta que aceptó el aragonés porque se le ofrecía
la ocasión de continuar la expansión mediterránea. Pero la ligera reina
cambió varias veces de parecer y finalmente nombró sucesor a Luis III de
Anjou, conde de Provenza, y a la muerte de éste en 1434, a su hermano
Renato.



Alfonso V no celebró Cortes Buscar voz... para los aragoneses hasta siete años después de su llegada al trono. Cuando por fin, en 1423, se celebraron en Maella Buscar voz..., las presidió la lugarteniente Buscar voz... doña María, en medio de las protestas de los cuatro brazos Buscar voz...
por esta delegación. La reina recabó de Aragón la ayuda necesaria para
hacer volver al rey, que «se partio daquesti regno tres annos e quatro
meses ha passados» y que no podía regresar por carecer de dinero para
pagar a la guarnición que tenía que dejar en Nápoles. Las Cortes
concedieron 10.000 florines a tal efecto, insistiendo en la necesidad
acuciante del regreso del monarca. Más que el deseo de satisfacer a sus
súbditos, fueron las circunstancias bélicas las que obligaron a Alfonso a
volver a la península, en 1423, en busca de refuerzos, pero la
situación de sus reinos le forzó a quedarse en ella hasta 1432, año en
que tornaría a Italia decidido a apoderarse del trono napolitano y donde
permanecería hasta el fin de sus días.



Aragón, por ser tierra fronteriza, se vio doblemente implicado en las
luchas con Castilla que se sucedieron a lo largo de este reinado. La
endémica perturbación de la frontera acarreó considerables daños, puesto
que bandoleros y gentes de armas asolaron de forma continua las
comarcas de la vega del Jalón, de Tarazona y de Daroca, por donde en
alguna ocasión penetraron casi hasta Zaragoza. Los infantes de Aragón Buscar voz...,
hermanos del rey, intentando poner cerco al trono castellano, entraron
en pugna con don Álvaro de Luna, valido de Juan II de Castilla. Don
Álvaro aprovechó la polarización de los infantes en dos facciones, una
en torno a Juan, duque de Peñafiel (que sería con el tiempo rey de
Navarra y luego de Aragón), y la otra encabezada por Enrique, maestre de
Santiago, con lo que consiguió finalmente desmontar la hegemonía de los
aragoneses en Castilla. El previsible conflicto con el reino vecino
indujo a Alfonso V a convocar Cortes en Teruel Buscar voz...
a poco de su vuelta a la península (1427-28). Éstas fueron las primeras
Cortes aragonesas presididas por el soberano en persona, de las que
obtuvo un servicio de 120.000 florines para posibles gastos bélicos.
Cuando en 1429 penetró en Castilla en apoyo de sus hermanos, volvió a
celebrar Cortes, en Valderrobres, pidiendo ayuda para la defensa del
reino; los aragoneses, que nunca vieron con buenos ojos el conflicto con
sus vecinos, otorgaron no obstante a su rey un auxilio en forma de
tropas. Esta ayuda fue insuficiente y, falto de recursos para sostener
una guerra, el monarca aceptó de buen grado la mediación de la reina
María de Aragón, que impuso a los dos bandos una tregua por cinco años
(1430), pacto en el que se prohibía a los infantes regresar a Castilla
pero que permitía a Alfonso volver la atención a Italia.



Al embarcar en 1432 le acompañaban los tres infantes, don Juan, don
Enrique y don Pedro, dispuestos a influir en su ánimo para que regresara
cuanto antes a la península, donde la influencia aragonesa se estaba
esfumando rápidamente. Pero las circunstancias de la política italiana
no lo permitieron: en 1435 moría la reina Juana de Nápoles; Alfonso puso
sitio a Gaeta, fue derrotado y hecho prisionero, junto con sus
hermanos, en la batalla de Ponza. La prisión del soberano causó gran
alarma en los reinos peninsulares; la lugarteniente, para paliar la
situación, renovó las treguas con Castilla (1435) y seguidamente convocó
Cortes generales en Monzón Buscar voz..., de las que obtuvo una subvención extraordinaria para satisfacer el rescate y en las que se trató de la defensa de Sicilia y Cerdeña Buscar voz...,
en peligro por la prisión del monarca. Entre tanto el infante don Juan,
que había sido puesto en libertad para que procurase el dinero del
rescate, llegó a la península provisto de la lugartenencia general,
desplazando, en parte, de ella a doña María. Juan de Navarra se apresuró
a negociar la paz con Castilla (Toledo, 22 de septiembre de 1436), paz
que reconocía la victoria de don Álvaro pero que fue muy bien acogida en
Aragón, y presidió las Cortes prorrogadas para los aragoneses en
Alcañiz, en sustitución de doña María. En esta reunión de Cortes se puso
de manifiesto el gran interés que tenían los aragoneses en el regreso
de su rey, votándose un socorro de 220.000 florines, de los que 50.000
se destinaban a la deseada vuelta. Una vez recobrada la libertad (1436),
Alfonso V continuó la conquista de Nápoles, que coronaría con éxito en
1442, haciendo su entrada en la capital del nuevo reino con una pompa
que imitaba los triunfos de la antigua Roma.



La inestabilidad del reino, amenazado por gentes de armas francesas,
llevó a Juan de Navarra a reunir, en 1439, Cortes en Zaragoza. Aragón
reclamaba insistentemente el regreso del rey, pero éste lo aplazaba
considerando la amenaza ultrapirenaica como una maniobra del duque de
Anjou para hacerle desistir de la conquista de Nápoles. El lugarteniente
pidió armas y dinero, mas las Cortes se disolvieron a los dos meses sin
ningún acuerdo.



Sería interesante saber la contribución de Aragón a la política italiana
de Alfonso V. Conocemos los nombres de muchos aragoneses destacados que
acompañaron al rey en la proyección mediterránea de la Corona, pero
faltan estudios parciales que permitan valorar debidamente esta
participación. Indudablemente Aragón sentía la ausencia de su cabeza
rectora, como lo demuestran los continuos requerimientos para que
regresara y los servicios pecuniarios ofrecidos con tal motivo. Las
Cortes de Alcañiz-Zaragoza de 1441-42 volvieron a otorgar al rey un
préstamo de 55.000 libras como contrapartida a unas vagas promesas de
regreso, si bien haciendo constar el descontento que producía el
desinterés del rey en la defensa de sus territorios patrimoniales y el
esfuerzo que suponía al reino la continua sangría de dinero en la
apurada situación económica en que se encontraba.



La reanudación de la larga contienda con Castilla impuso una nueva
convocatoria de Cortes. El «Parlamento largo» de Zaragoza comenzó en
1446 y se prolongó hasta 1450, pero las ayudas destinadas a proveer las
tropas necesarias para la defensa del territorio se concedieron con
enorme lentitud, en medio de una gran división de opiniones. Una vez más
se planteó el problema de la ausencia del rey y se arbitraron
inútilmente fórmulas para su regreso. Al año siguiente Juan de Navarra
volvió a inaugurar Cortes en Zaragoza, cuya duración se dilató hasta
principios de 1454 con varias pausas; los asuntos tratados fueron de
nuevo la situación con Castilla, firmándose una pequeña tregua, y el
deseado retorno de Alfonso V, al que se concedió un subsidio de 60.000
libras que sólo sería pagado si volvía a Aragón antes de junio de 1453.
Sin embargo el rey no regresó jamás.



Alfonso V fue el artífice de la política imperialista mediterránea
planteada en el siglo XIII, y en él está el germen de la política
italiana de Fernando II Buscar voz...,
pero sus conquistas fueron estériles al desaparecer con su muerte. No
queriendo incorporar Nápoles a la Corona de Aragón, en el testamento
redactado la víspera de su fallecimiento legó la corona napolitana a su
hijo bastardo Ferrante, ya duque de Calabria, en tanto que otorgaba los
restantes reinos a su hermano Juan de Navarra. En el testamento se
omitió cuidadosamente toda alusión a la reina doña María, que por lo
demás fallecería a su vez dos meses más tarde. Se ha discutido mucho
sobre las desavenencias conyugales entre los esposos, el desamor del rey
hacia su mujer y las relaciones entre éste y la napolitana Lucrecia de
Alagno, que incluso parece le llevaron a pensar en una separación
matrimonial y nuevas nupcias.



Alfonso V fue más un rey italiano que español. Las luchas endémicas con
Castilla y su desvío de los problemas aragoneses, así como las continuas
peticiones de dinero, condujeron al reino a un progresivo
empobrecimiento y a una situación de conflictividad interna, que se
plasma en la incesante rivalidad entre ciertas casas nobles del país, en
algunos enfrentamientos nobleza-monarquía, más frecuentes en este
reinado de lo que se ha pretendido, y en un endurecimiento de las
relaciones de vasallaje, acompañado de levantamientos campesinos Buscar voz...,
fenómenos todos ellos ligados entre sí. El rey trató de paliar los
continuos apuros económicos debidos a sus empresas ultramarinas
vendiendo a la nobleza tierras de realengo o señoríos confiscados a sus
anteriores poseedores por crímenes de rebeldía y lesa majestad. Los
magnates aragoneses, que pagaron altas sumas por estas tierras,
obtuvieron con frecuencia la jurisdicción absoluta sobre los habitantes
de sus señoríos. Los numerosos documentos de concesión y confirmación de
jurisdicción señorial con «mero y mixto imperio Buscar voz...»,
permiten deducir que el rey consentía en la cesión y fraccionamiento
del poder real en los señoríos como compensación a los servicios de toda
índole prestados por los ricos-hombres a la Corona. Con todo ello la
condición jurídica de los vasallos de señorío aragoneses evolucionó
negativamente, lo que conllevó alteraciones del orden originadas por el
ansia de los vasallos de obtener libertades que sistemáticamente les
eran negadas, y que al fracasar acarrearon mayor rigurosidad en su
sujeción a la gleba y, por ende, un empeoramiento en su condición
social.



Los lugartenientes, especialmente doña María, intentaron pacificar el
reino y aprobar un buen número de ordenanzas y textos legales para mejor
regimiento del mismo, pero la ausencia del rey se hizo sentir.



Es difícil pronunciar un juicio categórico sobre este reinado en lo que
afecta a Aragón hasta tanto no menudeen los imprescindibles estudios
parciales; no obstante, se tiene la impresión de que el saldo es
negativo, sin que puedan alterar sensiblemente el balance los ecos que
aquí llegaron de la labor cultural desarrollada en Nápoles.



• Biblio.:
Canellas López, A.: Alfonso el Magnánimo y Aragón; Zaragoza, 1959, «Publicaciones de la Facultad de Filosofía y Letras», serie I, N.° 36.
Del mismo: «El reino de Aragón en el siglo XV (1410-1479)»; tomo XV de la H.ª de España dirigida por Menéndez Pidal, Madrid, 1964, pp. 323-594.
Giménez Soler, A.: Retrato histórico de don Alfonso V; Zaragoza, 1907.
Del mismo: Itinerario de Alfonso V de Aragón en España; Madrid, 1908.
Del mismo: Itinerario del rey don Alfonso de Aragón, el que conquistó Nápoles; Zaragoza, 1909.



Corte literaria de Alfonso V «el Magnánimo». Cuando, en 1442,
Alfonso V entra victorioso en Nápoles e instala allí su corte, la ciudad
se convierte en un centro literario y artístico de primera magnitud:
numerosos poetas procedentes de Castilla y de Aragón le acompañaban en
su séquito, poetas áulicos cuya función primera era la de cantar las
glorias guerreras y amorosas de su rey y de los nobles de la corte. El
contacto directo con humanistas de la talla de Giovanni Pontano, Antonio Becadelli Buscar voz... o Lorenzo Valla Buscar voz... (autor este último de una historia sobre el reinado de Fernando de Antequera, primer rey aragonés de la casa de los Trastamara: Historiarum Ferdinandi regis Aragoniae libri tres), aceleró el proceso de recepción de las corrientes revovadoras del Renacimiento italiano Buscar voz... en nuestros autores (anteriormente, Juan Fernández de Heredia Buscar voz...
había traducido al aragonés, hacia 1384, a Plutarco y a Tucídides; y
Andreu Febrer, en 1429, la Divina Comedia, del Dante, al catalán).



En la corte napolitana convivieron cuatro lenguas: latina, castellana,
catalana e italiana. Todas fueron utilizadas como vehículo de expresión y
(como lengua de prestigio, en prosa y verso) preferentemente el latín.
Con carácter lúdico, laudatorio o satírico lo fueron catalán y
castellano. En este último, que era la lengua materna del rey, fueron
escritas casi todas las composiciones poéticas destinadas a cantar, bajo
el signo de Marte o Venus, al Magnánimo; a la «muy casta doña María»,
su regia esposa (María de Castilla, de la que no tuvo hijos); y a la
dama que, probablemente, desde 1448, lo retuvo hasta su muerte en
tierras de Nápoles: Lucrecia d'Alagno.



Como formas estróficas, abundan en sus poemas los romances, la copla
castellana, la de pie quebrado en sus distintas modalidades y la copla
de arte mayor. Para que se aclimataran en las lenguas hispánicas las
formas poéticas italianas habría que esperar todavía algunos años,
porque, a los problemas de índole rítmica que presentaba el endecasílabo
italiano, había que añadir las reticencias del vencedor hacia el uso de
estas novedades, que sólo fueron utilizadas entonces (y con poca
fortuna) en casos aislados. En la corte napolitana se puso de moda el
romance tradicional. Se escribieron, para deleite de los cortesanos,
serranillas cuya peripecia ocurre, a veces, en tierras de Italia;
canciones, «decires», elegías y un abundante número de composiciones de
carácter satírico. Fundamentalmente, la temática gira en torno a la
mujer, como objeto de amor o de escarnio. Poetas catalanes más
importantes en esta corte literaria fueron Ausias March, valenciano,
halconero del rey; Pere Torroellas, que versificó también en castellano y
es autor de una obra de carácter misógino (Maldecir de las mujeres) contra la que escribió Suero de Ribera, castellano autor de la Misa de Amor.
Hay una abundante nómina de poetas cuya obra está recogida en el
Cancionero de Estúñiga, que procedían de Aragón y Castilla, y
escribieron en castellano, como el aragonés Hugo de Urriés Buscar voz..., el ya citado Torroellas y los castellanos Carvajales, Juan de Tapia, Juan de Andújar, Suero de Ribera y otros.



En 1458, con la muerte del rey, se produjo la diáspora de estos poetas.
Alguno permaneció al servicio del nuevo monarca, Ferrante de Nápoles,
como, acaso, el propio copista anónimo del Cancionero. Por lo demás, no
parece que existiera una influencia visible en esta espléndida corte en
el reino de Aragón, aunque son todavía muy numerosos los vacíos
documentales.



• Bibliog.:
Varios autores: Estudios sobre Alfonso el Magnánimo con motivo del Quinto Centenario de su muerte; Barcelona, 1960.
Salvador Miguel, N.: La poesía cancioneril. El Cancionero de Estúñiga; Madrid, 1977.







Monográficos

La Corona de Aragón II. La Casa de Trastámara

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Se cimientan las bases para la unión de las coronas de Aragón y Castilla.

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