Expansión turca en el Mediterráneo (s.XVI): Durante el reinado de Carlos V, las actividades berberiscas aparecen ligadas a la figura de Kayredín Barbarroja, mientras que los turcos contaban con un caudillo temible en la persona del sultán de Constantinopla, Solimán II el Magnífico, que en 1520 había sucedido a su padre Solimán I. El nombramiento de Barbarroja como almirante de Solimán y la alianza de ambos con Francia resultaron en un constante predominio turco. El enfrentamiento marítimo fue más intenso. En 1541 fracasa la expedición imperial contra Argel. Tanto a causa de los ataques berberiscos como de las tempestades. Entre 1551 y 1555 se hizo cada vez más fuerte la presión del sucesor de Barbarroja, Dragut, sobre la isla de Malta. Los piratas musulmanes consiguieron tomar la vecina isla de Gozzo y las ciudades de Trípoli y Bugía. Toma de Rodas (1522): Un ejército de Solimán compuesto por 200.000 hombres, cerca Rodas durante seis meses y logra expulsar a los defensores. La orden de los Hospitalarios ejercía una actividad defensiva y de hostigamiento desde la isla amparada en patentes de corso. Llegaba a cometer excesos que incluían la captura de barcos cristianos. El avance del protestantismo debiltaba cada vez más sus ingresos procedentes de prioratos que iban siendo expropiados. La orden se refugia temporalmente en Malta y Carlos V les cede la isla junto con Gozo y Comino. Solimán toma Halicarnaso, frente a la isla de Cos, sin que el Castillo de San Juan resistiera el asalto (1522). Había sido contruido (1420) por los Caballeros de San Juan [los Hospitalarios, fundada en Jerusalén] con materiales de las ruinas del Mausoleo de Halicarnaso. El cerco de Viena (1525): Solimán II después de apoderarse de Belgrado (1521) y derrotar a Luis de Hungría en Mohacs (1525), consiguió ocupar la mayor parte de las tierras húngaras, tomando el camino a Viena por la orilla derecha del Danubio. Esta marcha victoriosa fue detenida por las tropas de Carlos V que salvaron Viena e impidieron el predominio turco en Europa. Barbarroja se apodera del Peñón de Argel (1529): Punto estratégico clave para el dominio de la ciudad de Argel. Quedaban establecidos, bajo la protección turca, los cimientos de un estado argelino, que proporcionaba la base ideal para los ataques de piratería contra las rutas mediterráneas. Barbarroja de apodera de Túnez (1534): Aunque un año más tarde Carlos V logra poner en el trono tunecino a su vasallo musulmán Muley Hacén. La conquista de Trípoli (1551): que constituía una cabeza de puente fundamental en el Mediterráneo occidental y potenciaba la acción de los berberiscos. La acción agresiva de dichos núcleos islámicos tuvo un primer momento delicado a principios del reinado de Felipe II, al amenazar a territorios concretos de la monarquía hispana. Invasión de Hungría (1556): El sistema colonial veneciano sufre una quiebra fundamental. Solimán intentó el desquite de su fracaso invadiendo Hungría pero murió en su campamento de Szigeth (1556). Asedio de Ciudadela (Menorca, 1558): por los berberiscos. La situación de Menorca llegó a ser tan precaria que se pensó seriamente en despoblarla y abandonarla. Los ataques islámicos tuvieron un hito culminante en el Mediterráneo occidental al intentar los turcos conseguir una plataforma insular de gran importancia estratégica: Malta. El almirante Andrea Doria, freno de Barbarroja y Dragut, muere en 1560. Asedio de Malta (1565): Defendida por los caballeros de la orden de San Juan de Jerusalén (Orden de Malta) que presentaron una resistencia heroica. Los defensores era 540 caballeros y hombres de armas distribuidos entre la ciudad de Birgu, Senglea y los fuertes San Ángel, San Miguel y San Elmo. El Gran Maestre Jean Parisot de la Valette tenía también bajo su mando a 1.000 soldados y arcabuceros españoles, y entre 3.000 y 4.000 milicianos malteses e irregulares. Los atacantes eran de 30.000 a 40.000 y contaban con unas 200 galeras. Tras unos meses de ataques cayó el vital Fuerte San Elmo. La situación era desesperada hasta que llegó el "Gran Rescate" del 7 de septiembre del ejército español embarcado en Sicilia. A la presión berberisca en el Mediterráneo occidental se unió la actividad turca que intentaba liquidar los núcleos de intereses que aún conservaban los genoveses y los venecianos. El virrey de Argel, Aluch Alí (Euldj Alí), atacó a Túnez aprovechando las discordias entre los hijos de Muley Hacén, el vasallo de Carlos V, y se apoderó de la ciudad (1570). Rebelión de los moriscos españoles (1568): Alentada por un estrecho apoyo de los otomanos quienes aprovecharon la confusión interna y atacaron Túnez y Chipre. Conquista de Chipre (1571): Selim II envía una flota turca de 250 galeras y 50.000 soldados, mandada por el almirante Piali. La conquista perjudicó gravemente al mecanismo de sostenimiento del comercio internacional de Venecia. Conquista de Túnez (1574): Túnez es ocupada por la escuadra otomana, con lo que conseguían una cabeza de puente clave en el norte de Africa. Amplios recursos del Imperio de Carlos V contra el turco: [Para muchos personajes influyentes castellanos] la intervención española en Italia era una perpetuación de la política anterior aragonesa de Fernando y había de arrastrar a Castilla a los conflictos europeos, cuando los intereses castellanos requerían paz en Europa y la continuación de la cruzada contra los infieles en la costa africana. Al no menos castellano, pero mucho más realista duque de Alba, correpondía comprender la fundamental importancia estratégica de italia para la defensa de una de las principales áreas de interés para Castilla, la cuenca mediterránea central y occidental, cada vez más amenazada por los avances turcos. El aumento del peligro turco en el Mediterráneo occidental iba de hecho a dejar una huella decisiva en el carácter y el desarrollo de la España del siglo XVI. La Europa de Carlos V se veía enfrentada a un poderoso Estado específicamente organizado para la guerra, un Estado que poseía recursos monetarios y hombres a escala imperial. La amenaza para España era clara y obvia. Sus costas estaban expuesta a los ataques de la piratería, su aprovisionamiento de trigo siciliano podía ser muy fácilmente cortado y tenía en su numerosa población morisca un elemento subversivo en potencia, bien situado para ayudar y estimular un ataque otomano al suelo español. Por lo tanto, España se hallaba en la primera línea de batalla y constituía un bastión natural en Europa contra un ataque turco. Es aquí donde interviene oportunamente el imperialismo carolino. se necesitaba un imperio para hacer frente al ataque de un imperio. Los Estados de la Corona de Aragón hubiesen resultado demasiado débiles para detener y rechazar un ataque turco, mientras que Castilla necesitaba también una línea de defensa ante sus propias fonteras. El imperialismo de Carlos V proporcionaba precisamente lo que se necesitaba. Podía contar con los recursos económicos y militares de sus vastos dominios, el poderío naval de sus aliados genoveses y los préstamos de sus banqueros alemanes, para defender Italia y Sicila y poner una barrera ante España frente a la expansión del imperialismo otomano. Aunque los vínculos entre sus diferentes territorios fuesen débiles, constituían sin embargo, una base lo suficientemente sólida como para impedir que los turcos siguieran avanzando y aportar entre todos, los recursos para una eficaz defensa que nunca hubieran podido reunir por separado. Existían, sin embargo, para España desventajas en la dominación de media Europa por Carlos V. Este estaba, sobre todo, demasiado absorbido por el problema alemán y por sus guerras contra Francia para poder llevar adelante una consistente política ofensiva contra el poder otomano. La conquista de Túnez en 1535 se redujo así a un incidente aislado y, en el fondo, la política mediterránea del emperador, a una simple operación de defensa. En este aspecto, sobre todo, los súbditos castellanos y aragoneses de Carlos V hallaron en el título imperial de su soberano un compromiso molesto, que exigía frecuentes diversiones de una política estrictamente mediterránea y exigía de ellos amplios y continuos sacrificios por causas que les parecían innecesarias y lejanas. (Elliott) Ataques a las costas españolas: Las correrías de turcos y piratas norteafricanos mantuvieron en constante estado de alerta a las costas españolas. La movilización del país fue considerable. Se construyeron torres de vigilancia para alertar la presencia de atacantes. Los astilleros de las ciudades mediterráneas, como Barcelona, iniciaron una época de gran actividad en la construcción de galeras. La expresión ¡Moros en la costa! es un vivo recuerdo que ha perdurado de aquellos años de inseguridad permanente. Muchos pueblos costeros se retiraron a las alturas, abandonando la zona del litoral, despoblado durante dos siglos. El peligro se agravó cuando los turcos, conscientes del poder de los piratas berberiscos, entraron en estrechas relaciones con ellos y su actuación coordinada obligó a distraer contingentes de tropas muy necesitados en otras zonas en conflicto. Moros en la costa. Por N.Luján: Las frases figuradas "Moros en la costa" o "Ver moros en la costa" existen tanto en catalán como en castellano. En castellano no están registradas ni en el Diccionario de Covarrubias ni en el de Autoridades del siglo XVIII. En cambio están incorporadas al Diccionario de la Real Academia Española que las define así: "Frase figurada y familiar con la que se recomienda precaución y cautela". También quiere decir existir peligro o indicios de un peligro inminente. La frase la encontramos en La gatomaquia de Lope de Vega: Y armándose de ofensas y reparos Vino de Ronda al puesto de la costa Por ver si había moros en la costa. Fortificaciones y torres: Ante el temor a un ataque de la armada otomana y las frecuentes incursiones de corsarios norteafricanos, la costa se fue poblando progresivamente de torres para la vigilancia y la defensa del litoral. Aunque muchas de estas precedían de época medieval. En el s.XVI adquirieron su máximo desarrollo, reconstruyéndose las torres antiguas y levantando otras de nueva planta hasta formar un sistema defensivo conservado hoy en parte. Emplazadas tanto en playas bajas como sobre cabos o promontorios marítimos, servían para el avistamiento y la localización de los navíos enemigos cuando todavía se encontraban lejos de la costa, dando así tiempo a que los vecinos organizasen la defensa eliminando cualquier sorpresa. También se creó una flotilla de galeras guardacostas. Milicias ciudadanas: La defensa de las ciudades y villas recaía en los vecinos. El acoso otomano y las incursiones del corso obligó a que las distintas poblaciones organizaran de una manera mas eficaz a sus habitantes dividiéndolos en compañías bajo el mando de capitanes, alféreces sargentos y supervisando todo ello por los respectivos concejos. De este modo nació una milicia, denominada de la custodia, que las autoridades municipales utilizaron para la guarda de sus poblaciones y términos. Virreyes y gobernadores se sirvieron habitualmente de esta milicia para socorrer a otras localidades costeras amenazadas. A pesar de las deficiencias de las milicias ciudadanas, tanto en lo referente a su formación como a su efectividad, serían las únicas fuerzas estables con que contarían ciudades, villas y lugares del reino para hacer frente a los frecuentes ataques berberiscos hasta el año 1596. Petición de los procuradores al rey Felipe II (1560): Otro sí, decimos que aunque S.M. ha tenido relación de los daños que los turcos y moros han hecho y hacen andando en corso con tantas vandas de galeras y galeotas por el mar Mediterráneo, pero no ha sido V.M. informado tan particularmente de lo que en esto pasa, porque según es grande y lastimero negocio, no es de creer sin que si V.M. lo supiese, lo habría mandado a remediar: porque siendo como era la mayor contratación del mundo la del mar Mediterráneo, que por él se contrataba lo de Flandes y Francia con Italia y venecianos, sicilianos, napolitanos, y con toda Grecia, y aun Constantinopla, y la Morea y toda Turquía, y todos ellos con España, y España con todos; todo esto ha cesado, porque andan tan señores de la mar los dichos turcos y moros corsarios, que no pasa navío de Levante que no caiga en sus manos, y son tan grandes las presas que han hecho, así de christianos cautivos como de haciendas y mercancías, que es sin comparación y número la riqueza que los dichos turcos y moros han avido, y la gran destruición y assolación que han hecho en la costa de España: porque desde Perpiñán a la costa de Portugal, las tierras marítimas se están incultas, bravas y por labrar y cultivar; porque a cuatro o cinco leguas del agua no osan las gentes estar: y así se han perdido y pierden las heredades que solían labrarse en las dichas tierras. Cortes de Toledo de 1560. Petición de los procuradores al rey Felipe II Ataques del corso berberisco a Mallorca (s.XVI): Por toda la costa de Mallorca existían torres de defensa y atalayas de fuego. Formaban una red cuyo fin era la detección de piratas o corsarios en sus aguas y la transmisión a Palma de la presencia de esta amenaza. El "Cuerpo de Vigías" era el responsable de la custodia y uso de estas construcciones. Cuando el castillo de Cabrera daba la señal de alarma, esta era recogida en Sa Rápita, donde a su vez se prendía fuego para hacer llegar la alerta a S'Estalella, Torre de Cap Blanc y Cap Enderrocat, desde donde era transmitida finalmente a la Almudaina, que daba la orden para la salida de tropas embarcadas desde Puerto Pi. Durante el día se utilizaban señales de humo que se hacían arrojando hierba fresca sobre las brasas en la terraza de la torre, mientras que de noche se usaban hogueras. En el siglo XVII el fuego fue sustituido por disparos de cañón sin proyectil. Este sistema desapareció con la entrada en funcionamiento del faro d'Enciola en el año 1867. El 9 de Febrero de 1509 llegaron a Cabrera dos galeras de corsarios berberiscos haciendo prisioneros a 22 pescadores con sus barcas. Los piratas se detuvieron allí 11 días sin poder regresar a Berbería debido al mal tiempo en el mar. Súpose en Mallorca lo acaecido, y por orden del Virrey y de los Jurados se prestaron inmediatamente 6 galeras con 200 hombres al mando del Caballero Jaime Burgués. Salieron los bajeles expedicionarios el día 13. Llegaron a Cabrera y tras un encarnizado combate vencieron a los invasores, apresaron a las galeotas moras, con todos sus tripulantes, y las presas con los pescadores, conduciendo posteriormente a los 85 prisioneros a Palma, entre ellos el imprescindible renegado, que debido a que estaba muy herido, sentenciaron rápidamente por temor a que muriera antes de ser castigado; le llevaron a la plaza del muelle, después de haber dado la vuelta acostumbrada, atáronle a un palo,le apedrearon, le atenazaron y le remataron a estocadas. De resultas de la contienda, parte del castillo quedó destruido. (A.Campaner.Cronicón Mayoricense, 1881) |
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